La Iguanzo
Apareció
con sus trenzas
en
una zamba del pago.
La
presentó una guitarra
que
la nombró suspirando.
Ah,
morena de los ojos
embriagadores
y claros;
la
mirada de la aloja
en
el cántaro rosado.
Es
tan airoso su cuerpo,
que
en el afán de copiarlo,
se
repiten las palmeras
y
se repiten en vano.
Más
dueña de brujerías
que
su selva de Santiago,
su
piel de seda y peligro
es
la piel de los remansos.
El
teniente Martín Güemes
ya
está con ella bailando.
En
las trenzas de la moza
sobran
nudos para atarlo.
Sirven
las viejas el chisme
con
el mate y el guarapo,
y
es claro que ha de saberlo
hasta
el general Belgrano.
Desde
que manda ese Jefe
en
el cuartel de Yatasto,
sólo
se dejan las armas
para
rezar a los santos.
A
Buenos Aires va preso
el
teniente de veinte años.
El
parte oficial decía:
“por
amores con la Iguanzo”.
Consuelan
al prisionero
las
acequias y los pájaros
y
lo defiende con ira
la roja
flor del lapacho.
Y
al saber en su refugio,
por
qué causa lo apresaron,
quiere
limar sus cadenas
la
cigarra del verano.
Julio
César Luzzatto
El poema de Julio César
Luzzatto refiere una de las tantas historias de amor de Martín Miguel de Güemes.
Citado en Güemes ante la historia.
Hay un episodio en la
historia de la Guerra de Independencia que generalmente se soslaya y es por qué
no estaba Güemes en el Norte cuando Belgrano libró las batallas de Salta y
Tucumán.
Esa ausencia se debe a que
Belgrano se había hecho cargo del Ejército del Norte en 1812 y poco tiempo
después envió a Güemes a Buenos Aires sancionándolo por su vida licenciosa,
impropia de un oficial.
El acontecimiento que
ocasionó la sanción es el de una escandalosa relación que mantenía el joven
oficial con una donosa señora de Jujuy.
La señora se apellidaba
Argañaraz de Iguanzo o Iguanso -según la vacilante ortografía de la época- era
descendiente del fundador de Jujuy, don Francisco de Argañaraz y Murguía, y por
tanto emparentada con Güemes, pues el caudillo tenía el mismo ascendiente por
vía materna. Además de este parentesco que no era anormal en aquellas épocas,
lo que tornaba escandalosa la relación era que la señora estaba casada con el
oficial don Sebastián de La Mella.
La famosa Iguanzo es
apenas mencionada por Bernardo Frías y Atilio Cornejo que tratan de minimizar
el acontecimiento aclarando que en ese entonces Güemes era un oficial joven y
dispuesto a los amores, igual que otros oficiales; pero Belgrano, comandante
muy severo y estricto, no soportó ningún desliz en cuanto a la moralidad de su
tropa.
Además, según esos
autores, Belgrano fue influido por enemigos de Güemes que lo predispusieron mal
y agrandaron los hechos comentando otras aventuras amorosas similares ocurridas
en Santiago.
Ambos deslices del
caudillo son los que aparecen mezclados en el poema de Julio César Luzzatto.
Rafael Gutiérrez
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