jueves, 22 de octubre de 2009

Sobre EL DIARIO DE GABRIEL QUIROGA


Gabriel Quiroga, el vocero de una generación
El diario de Gabriel Quiroga
Opiniones sobre la vida argentina
Rafael Gutiérrez*
Resumen:
El diario de Gabriel Quiroga es un ensayo escrito por Manuel Gálvez con motivo del aniversario de la celebración del primer centenario de la Revolución de Mayo.
Su momento de aparición no le permite destacarse en particular porque son varios los intelectuales que asumen la reflexión del centenario y producen textos ensayísticos en los que proyectan sus preocupaciones sobre los primeros cien años del país y sus expectativas ante el nuevo siglo que se iniciaba.
El diario de Gabriel Quiroga fue reeditado como otros texto de época ante el advenimiento del segundo centenario, por lo que su lectura se vuelve oportuna para reflexionar sobre dos épocas análogas.
Palabras clave: Manuel Gálvez - literatura – historia – ensayo – centenario
Introducción
Nos encontramos a menos de tres años del segundo centenario de la Revolución de Mayo y, a nivel oficial, se realizan distintos preparativos para su celebración. Por ello no es extraño que sean reeditados algunos textos que se produjeron con motivo del primer centenario. Algunos de ellos, aunque fueron escritos como parte de esa coyuntura, tuvieron una larga vida, con reediciones totales o parciales en distintos momentos, ya que postulaban interpretaciones o propuestas que pudieron actualizarse bajo otras circunstancias históricas. Uno de ellos, El diario de Gabriel Quiroga de Manuel Gálvez, es el motivo del presente trabajo.
Cuando ubicamos este escrito de Gálvez dentro de la historia de la literatura argentina caemos en cuenta de que tuvo una escasa difusión en su época, pues su tirada original fue muy exigua, sin embargo, dentro de la historia de la ideas fue un precursor de otros ensayistas que plantearon el problema de la "argentinidad".
El momento de aparición
En las proximidades de 1910 la Nación Argentina se aprestaba a celebrar los primeros cien años de su vida independiente, aunque desde la elección de la fecha comenzaron los motivos para la polémica. Todos coincidían en que en 1810 había comenzado un proceso que dio formación a un nuevo Estado que, por aquel entonces, recién tomaba oficialmente el nombre de República Argentina, sin embargo sabían que ese año no refería al de Declaración de la Independencia y aún distaba mucho de aquél en el que se sancionó la Constitución Nacional. Para los intelectuales del momento remontar la historia suponía reconstruir un proceso largo y tortuoso que aún no terminaba de mostrar frutos plenos y, para empeorar la situación, se habían agregado componentes que ensombrecían el panorama: la inmigración y el ingreso de nuevos grupos sociales en las disputas políticas.
Desde la conformación de una nueva práctica cultural llamada literatura en el país se había establecido una tradición ensayística tendiente a interpretar la realidad nacional, entre cuyos escritores se destacaban los nombres de Sarmiento y Alberdi.
El centenario era una situación muy propicia para que los escritores se dedicaran a practicar sus interpretaciones sobre el perfil del país y sus aspiraciones al llegar a los primeros cien años de dificultosa existencia. Por ello los nombres de Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Joaquín V. González y Manuel Gálvez son los que sobresalen dentro de ese período, ya que se asumen como portavoces de la Argentina, aunque las voces que asumían no eran las de todos los componentes de la sociedad en transformación sino los de una clase a la que sentían como auténticamente argentina y, por lo tanto, amenazada por grupos sociales a quienes consideran "otros" o "extraños".
Estos escritores se citan y se apoyan mutuamente en sus razonamientos sobre la afirmación de la argentinidad. De ellos, es Ricardo Rojas quien acuña la expresión "nacionalismo" para referirse a ese modo de defensa de los valores en los que considera que reside la argentinidad. Pero cuando se habla de defensa es porque hay un agresor y en este caso cuando se refieren a un enemigo no lo hacen acerca de una amenaza externa sino de un enemigo interior.
Cuando el discurso de estos ensayista tematiza al enemigo interior no asume muchas formas, podríamos reducirlas a dos: el inmigrante y el mulato, ambos equiparados en la imagen del advenedizo, del trepador inescrupuloso y materialista.
Un aspecto importante a tener en cuenta es que, dentro del panorama de ensayos de interpretación que surgieron en torno al Centenario, El diario de Gabriel Quiroga tuvo una tirada muy limitada en su momento de aparición y su venta fue muy limitada, por lo que el libro no tuvo reediciones posteriores. Por lo tanto, cuando los investigadores interesados en esclarecer el panorama de la época se refieren a la producción de Gálvez como un exponente del momento, omiten la mención de ese ensayo que, en muchos aspectos es un anticipo de ideas que se desarrollaron, no sólo en las en las décadas siguientes sino en todo el siglo XX.
La ficción del palimpsesto
Para nuestra práctica de lectura, situada a principios del siglo XXI, encontrarnos con la ficción del palimpsesto nos remite inmediatamente a escritores eruditos como Umberto Eco o Jorge Luis Borges, sin embargo es una de las prácticas más viejas y efectivas de la literatura para crear la ilusión de una ajenidad con la propia escritura. Recordemos que ya Cervantes, al fundar la novela moderna, declara haber encontrado ciertos manuscritos que simplemente se dedicó a transcribir, adaptar, editar o reseñar. La estrategia inaugurada por Cervantes le permitió -tanto a él como a distintos autores- realizar críticas sobre sus respectivas épocas, aprovechando la imagen de que no eran autores sino simples transcriptores y, de ese modo, evitaron exponerse públicamente por sus opiniones.
Dentro de esa misma tradición, Manuel Gálvez presenta un ensayo de interpretación con una serie de solapamientos. El primero es el de género, pues el mismo título dice "Diario" y luego el "Prólogo", firmado por "Manuel Gálvez", insiste en que se trata de un extracto del diario personal de un tal "Gabriel Quiroga", a quien conoce y con quien comparte prácticas y lecturas. Para mantener esa ficción realiza una serie de citas y comentarios en los que compara los escritos del joven Gabriel Quiroga con los del escritor Manuel Gálvez.
El segundo solapamiento es autorial, porque Manuel Gálvez se desdobla entre un "Editor" que afirma su rol con su firma en el "Prólogo" y el joven diletante que redactó el diario personal cargado de afirmaciones sobre su país. Fácticamente, Manuel Gálvez es el autor de la totalidad del libro y de la construcción de ambas entidades escriturales.
A primera vista podríamos afirmar que se trata de un desdoblamiento innecesario puesto que Gálvez y Quiroga comparten los mismos puntos de vista. Sin embargo, si atendemos al planteamiento realizado en el "Prólogo", esa univocidad discursiva se comprende por la empatía que hay entre los dos autores. Manuel Gálvez se declara amigo de Gabriel Quiroga y, por compartir sus opiniones, es quien lo alienta a publicar esos escritos de carácter privado. Mientras el primero es un escritor profesional que se afianza en el panorama de una naciente literatura argentina, el segundo en un diletante, uno joven que no ha completado su formación universitaria y que sólo ejerce la escritura privada, la del diario íntimo. Mientras uno realiza un ejercicio público de la escritura, el otro lo hace en forma privada, sin interés por la publicación porque descree de las capacidades performativas de la literatura.
Después de mostrar los mecanismos de distanciamiento que emplea el autor para marcar una responsabilidad como difusor y no como autor surge la pregunta de por qué se tomó ese trabajo para diferir la identidad del autor, de qué buscaba prevenirse.
La respuesta a estas preguntas tenemos que buscarlas en el mismo texto, a partir de los planteamientos que realiza y a quienes puede afectar con tales afirmaciones.
La construcción de identidades
Ante un libro titulado El diario de Gabriel Quiroga la primera pregunta que surge es: ¿quien es Gabriel Quiroga?
La respuesta obvia es la que se apega a la literalidad de la afirmación de Manuel Gálvez: es un joven que ha plasmado en un diario personal sus impresiones ante un país que ha recorrido física y espiritualmente.
Sin embargo, debemos reconocer que "Gabriel Quiroga" es una ficción escritural, tanto como el "Manuel Gálvez" que firma el libro. El uno como el otro se construyen desde el título, aunque pareciera que Gálvez construyera a Quiroga desde el Prólogo en el que, como editor, va realizando la tarea de presentarlo ante sus lectores. Lo describe como un joven interesado en la filosofía y las letras con quien comparte lecturas, preocupaciones y avatares espirituales.
Pero hay que estar atentos a los detalles, la elección del mismo nombre es un indicio sobre la identidad del escritor: Gabriel es, etimológicamente, "la fuerza de Dios" y Quiroga es un apellido de linaje ligado, no sólo a los patricios, sino a un caudillo, ambos con el común denominador de la fiereza del que lucha por causas sagradas. Por otra parte el compañero de estudios no llegó hasta el final de la carrera, sino que abandonó los estudios desilusionado de todo y dificultado de comunicarse con los otros hombres.
En la explicación de esa etapa de la vida de Quiroga, no cabe duda de su pertenencia social ya que el mal que le aqueja es curado por un largo viaje a Europa. La prescripción de viajes como remedio a enfermedades de índole nerviosa era una práctica común hasta las primeras décadas del siglo XX, aunque la receta se administraba a pacientes capaces de afrontar económicamente el remedio.
En ese viaje es que maduraron los escritos del diario personal del joven acongojado por una angustia existencial que lo llevó a abrazar el cristianismo como un consuelo para su alma.
Todo tiende a construir la imagen del poeta-visionario que legó el romanticismo: un joven sensible, con dificultades para comunicarse con los hombres mundanos, preocupado por la trascendencia espiritual y decepcionado de los valores del mundo material accede a una conversión interna que le permite expresar por escrito verdades valiosas para el género humano y, en este caso, para sus conciudadanos.
Esa imagen posiciona al autor del libro como un ser especial, un "iluminado", cuya imagen Gálvez no se atreve a asumir personalmente, por lo que construye un alter-ego desconocido, incontaminado con el mundo literario –mundo corrompido por la mercantilización y la búsqueda de fama- y casi anónimo.
Manuel Gálvez también se construye a través de la escritura en relación con ese otro escritor no-profesional. Gálvez en ese momento ya era conocido en el campo intelectual, tenía un lugar ganado en el campo literario y apeló a esa imagen para presentarse como prologuista de un libro cuya autoría no le pertenece, aunque la compartía. Esa presentación se realizó con una doble imagen: es el amigo de Gabriel Quiroga y el editor de sus escritos. Con la primera se representó a sí mismo como uno de los confidentes del autor que pudo acceder a sus escritos personales, producidos como parte una catarsis íntima y sin intención de difundirlos. Desde ese lugar de conocimiento privilegiado fue que pudo influir para que lo privado llegara a dominio público.
En cuanto a la imagen de editor, es la que surge como continuación de la primera porque se constituye en una autoridad para recortar del texto original los fragmentos que considera que deben ser de dominio público. Por esta intervención se evidencia una decisión expresa de hacer un nuevo texto en el que los acontecimientos personales se reducen al mínimo, privilegiando las opiniones sobre la actualidad nacional, pero soslayando el razonamiento y los argumentos propuestos para quedarse con las conclusiones. De modo que el nuevo texto está desprovisto de las características de un diario; es impersonal en el sentido que carece de la exposición de aspectos de la vida privada del autor y, en tanto plasmación de pensamientos, carece de la formulación de los razonamientos que le darían la seriedad de los textos sociológicos que el prologuista menciona recurrentemente.
El orden
La exposición del texto sigue un orden cronológico, de acuerdo con el género que asume ficticiamente –el diario personal-, comenzando el 4 de enero de 1907 para concluir un 25 de mayo de 1910.
El primer año tiene diecinueve apartados de distinta extensión, ordenados por fechas salteadas, sin presentar ningún orden temático sino que los tópicos tratados se suceden como observaciones diarias que motivan reflexiones.
Enmarcado en el género, ensayo, los aspectos que el diario va asumiendo como temas no están presentados de acuerdo con un orden sistemático que presupongan un plan analítico, similar a los estudios sociológicos que Quiroga y Gálvez mencionan como ejemplos de estudios esclarecedores sobre la particular dinámica de las naciones y los estados. Además, ya el Gálvez-editor aclaró en el "Prólogo" que se encargó de suprimir las argumentaciones y quedarse con las conclusiones, quitándole todo rastro analítico al texto publicado.
El nacionalismo
La coyuntura en la que se inserta la producción escrituraria de carácter ensayístico es el Centenario de la Revolución de Mayo de 1810, sin embargo el tratamiento del tema asume ciertas características que se explican por las circunstancias sociales y políticas.
Una de ellas es la conformación del campo literario, con el afianzamiento de los escritores como profesionales de la escritura que viven de su producción, desplazando la figura del escritor ocasional que practica la literatura como parte de otras actividades sociales que le permiten cierto prestigio aprovechable en otros campos, como la política.
Esa asunción de la profesionalidad de la escritura es la que permite a los escritores la preparación de una producción en función de un público que espera sus obras, a través de las cuáles puede influirlo desde una posición ideológica y política expresada públicamente. En el caso de Manuel Gálvez, desde un catolicismo militante e incluso, reaccionario.
- [...] He escrito libros católicos, como El diario de Gabriel Quiroga y El solar de la raza, cuando no era moda ser católico, cuando nadie se atrevía a nombrar a Dios en un artículo. Ortega y Gasset, en su primer viaje, me dijo que Angel de Estrada y yo éramos los únicos escritores argentinos que teníamos preocupaciones espirituales. Durante la guerra, indignado por muchas cosas, un gran sentido de justicia me inclinó hacia la revolución. Creí, como mucha gente, error que no tardé en reprobar, que la revolución era compatible con la Iglesia. [...]
–Me siento latino. Por eso no simpatizo con los Estados Unidos ni con Rusia. Por eso soy ahora reaccionario en lo político. Soy partidario del orden clásico, de la jerarquía. Quiero que los argentinos pertenezcamos a la cultura grecolatina. (Alcázar Civit; 1930)
Otro motivo de orden social es el de la asimilación de una inmigración que llegaba al país en oleadas ocasionando un crecimiento geométrico de la población fuera de todos los planes con los que se había previsto el fenómeno.
De hecho, cuando se propuso la inmigración como un medio para dominar el desierto, los propulsores de la idea -Sarmiento a la cabeza- habían pensado en la incorporación de una población del norte de Europa, formada especialmente por profesionales que reemplazarían a los bárbaros gauchos. Sin embargo, después de poner en práctica el plan de conquista del desierto la realidad se mostró muy distinta de la prevista: La mayor parte de los inmigrantes eran de Europa meridional, sin formación universitaria, sino más bien campesinos u obreros que no pudieron llegar a poblar el desierto, por el contrario se quedaron a superpoblar las ciudades porque los grandes territorios conquistados no se distribuyeron entre colonias de inmigrantes sino que quedaron en mano de grandes latifundistas.
Esa población urbana se quedó en las ciudades ampliando el número de obreros y transmitiendo ideas que cobraban vitalidad en Europa: la asunción de una conciencia de clase enfrentándose a los gobernantes y una oligarquía patricia.
El texto ahora
Para el presente trabajo contamos con una impresión facsimilar realizada en el 2001, con un estudio preliminar escrito por María Teresa Gramuglio, reconocida investigadora y docente de la U. B. A. que ha estudiado la producción de Manuel Gálvez.
Esta reedición llama la atención desde muchos aspectos, en primer lugar porque –como aclaráramos al principio de este trabajo- fue originalmente una publicación exigua que no tuvo reediciones en el siglo XX, y luego, si prestamos atención a la tapa, encontramos una serie de detalles muy significativos.
La cubierta original del libro es presentada en una reproducción facsimilar (pág. 56), allí sólo podemos observar los títulos y datos, sin ninguna ilustración; por el contrario la cubierta actual contrasta por la cantidad de información que condensa.
En la parte superior se presentan los datos de la colección debajo del título y el nombre del autor, mientras que ocupando casi la mitad se destaca el detalle de una postal conmemorativa del centenario con una imagen de La Patria.
Esa diagramación de la cubierta de la nueva edición es un texto icónico que nos anticipa la lectura de los textos incluidos en el libro. Hay datos de la colección que nos indican el tipo de publicación, pues el tanto el título como su logo muestran el lugar concedido al libro de Gálvez dentro de la editorial; inmediatamente aparece el nombre del Director, Gregorio Weinberg, que por su prestigio como defensor de la democracia e impulsor de la educación realza la importancia de la selección del texto.

La imagen de La Patria, cedida por el Museo de la Ciudad de Buenos Aires, es una oportuna representación icónica del ideal de Patria que se expresa en los textos sobre el Centenario. La mujer joven, blanca, con una sonrisa apenas insinuada, vestida con túnicas que remiten a un clasicismo idealizado, coronada por un gorro frigio y en la mano derecha sosteniendo el asta con la Bandera Argentina. La representación de La Patria como una mujer con túnicas está basado en la iconografía de la Revolución de Mayo cuya estética neoclásica e iluminista es evidente. Esa joven blanca con un peinado de época, con la mirada hacia lo alto y con un cuerpo cubierto de túnicas, textualiza las ideas sobre un país cuyo patriciado es blanco y con altos ideales que denuncia la lujuria como una corrupción que degrada a los hombres.
El cuerpo censurado es el de la mujer, del que se deja ver un solo brazo descubierto, el cuello y el rostro, las otra partes eróticas de la femeneidad no están simplemente cubiertos por una túnica informe sino que están ajustados, ceñidos por fajas celestes y doradas: una celeste cruza los pechos, otra la cintura, mientras que la dorada baja de la cadera hasta el pubis, donde se anuda para continuar sobre el muslo.
Podemos inferir un discurso represivo sobre el cuerpo erótico femenino, para corroborarlo, tenemos que revisar si en la misma época hay textualizaciones en el mismo sentido y, efectivamente, el mismo Gálvez tiene una tesis sobre la explotación prostibularia de la mujer en novela y en ensayo. Esta censura impuesta sobre el cuerpo femenino -iconizada en la postal conmemorativa- es la misma que reconocemos en el discurso que se construye desde el nacionalismo sobre La Patria: una imagen femenina idealizada, una figura maternal, por lo tanto protectora y desprovista de atractivo sexual.
Conclusión
El libro de Manuel Gálvez, aparentemente, es uno más de los textos producidos con motivo de la celebración del Primer Centenario de la Revolución de Mayo, momento en que no sólo los intelectuales se planteaban el problema de explicar y explicarse qué había sucedido durante cien años en una entidad que en ese momento asumía plenamente el nombre de República Argentina.
Un análisis superficial de la historia hace suponer que la producción ensayística sólo trataba de tematizar una situación coyuntural con un puro interés mercantil, sin embargo los intereses de esos escritores de fines del siglo XIX y principios del siglo XX vehiculizaban una confianza en la capacidad performativa de la escritura, por lo que hacían una profesión de la palabra con un interés más que militante, sino como parte de una convicción.
La escritura gestada en torno a ese primer centenario tuvo gran repercusión tanto en los círculos intelectuales como políticos y populares, generando cuestionamientos, debates y acciones que transformaron la política, la cultura y la educación argentina.
El Diario de Gabriel Quiroga tuvo una edición limitada, pero quienes lo leyeron acusaron el impacto de ideas que por un lado catalizaban los debates internos iniciados en la década de 1880, los aportes europeos de distinto cuño sobre los nacionalismos y anticipaba modos de interpretación que alimentarían la rica producción ensayística de la década de 1930.


BIBLIOGRAFÍA
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