miércoles, 5 de septiembre de 2018

Manuel J. Castilla para EL TRIBUNO


Manuel J. Castilla para EL TRIBUNO
Salta, 13 de agosto de 2018.-

Entrevista de Daniel Sagárnaga a Rafael Gutiérrez, Profesor Adjunto de la Cátedra de Literatura Argentina de la U.N.Sa.
-¿Qué te seduce o te impresiona de la obra de Manuel? ¿Por qué?
La obra de Manuel J. Castilla se sitúa en un momento de cambio muy importante dentro de la historia de la lírica argentina, porque surge de un grupo que instala a la literatura escrita desde las provincias con una ruptura y una continuidad ya que hasta ese momento se vinculaba la producción de las provincias con rasgos folkloristas o costumbristas. Era el modo como se la caracterizaba hasta el momento y que en gran mediad continúa como prejuicio de lectura hasta la actualidad. Decía que hay una continuidad porque hay una fidelidad a la cultura desde la que se escribe y esa es la referencia a un mundo con un folklore vivo y no referido o parodiado como sucedía con los escritores de la generación anterior y la ruptura está con la incorporación de los aportes de las vanguardias que habían renovado los modos de escribir en las primeras décadas del siglo XX.
Un problema de lectura es que el prejuicio ha operado destacando los elementos de la tradición que se conservaron y se descuidaron las marcas de las vanguardias. Hasta ahora sigo escuchando que la poesía de Manuel J. Castilla alimenta la tradición telúrica y folklórica de la literatura de Salta, tan distinta de la poesía urbana y cosmolita como la Buenos Aires. Lo que sucede es que estamos acostumbrado a relacionar las vanguardias con la urbes cosmopolitas pero si prestamos atención a la forma, notaremos que hasta la poesía más temprana de Manuel J. Castilla tiene imágenes vanguardistas y a medida que avanzamos en sus poemarios notamos el desborde formal que va hacia formas métricas y hacia una sintaxis más compleja con imágenes oníricas fusionadas con un profuso imaginario provisto por una rica tradición ancestral.
-¿Creés que el periodismo influyó en su obra?
Manuel J. Castilla, como muchos otros escritores, ejerció el periodismo como medio de vida. Por suerte, el trabajo de Alejandro Morandini, El oficio del árbol, nos permite acceder a la mayor parte de esa producción realizada bajo condiciones laborales de entrega regular y en prosa. La lectura de esos artículos nos sorprende porque nos encontramos con un poeta que escribe en prosa y que temas y motivos que encontramos en sus poesías y en las letras de sus zambas se reiteran en ellos. Es un feliz hallazgo porque descubrimos un poeta que aunque debe ejercer un oficio que le exige la producción regulada por la demanda del medio no deja de ser un poeta.
-¿Crea su obra como un viajero, un experimentador?
Hay una antología de la obra de Manuel J. Castilla que editó Santiago Sylvester y que tuvo el acierto de titular El Gozante, un modo muy interesante de calificar a ese espíritu viajer que fue transportado por un cuerpo trashumante. Manuel J. Castilla fue un viajero y un experimentador del paisaje y de su gente, lo que se plasma en su producción escrita –poética y periodística-  elaborada por un espíritu sensible capaz de sentir a la gente y su mundo, con el cual se “com-padece” y de allí su actitud de compenetración que lo convierten en un “Gozante”, un ser capaz de sentir plenamente.
-¿Hay una continuidad de su poética?
En el año 2005, al cumplirse el vigésimo quinto aniversario de la muerte de Manuel J. Castilla, se editaron dos libros en homenaje al poeta: Por la Huella de Manuel J. Castilla coordinado Amelia Royo y Olga Armata por y En la tierra de Manuel dirigido por Valeria Grabosky y Rafael Gutiérrez, varios escritores y críticos indagaron la continuidad de la poética del “Gozante”. Unos respondieron que el poeta no había formado discípulos y otros que se remitían a su escritura como una fuente de inspiración permanente.
Una continuidad no debe entenderse como una imitación de un maestro porque un buen maestro no quiere clones suyos sino personas creativas capaces de desarrollar su propia potencialidad en nuevas formas artísticas adecuadas a la sensibilidad de su tiempo. Walter Adet en su libro En el sendero gris (1962) dedica el soneto poesía a Manuel J. Castilla y en la conferencia “Poetas de Salta” -que pronunció en la Feria del Libro de 1989 de Buenos Aires- declara su gratitud con los poetas de La Carpa en Salta, Manuel J. Castilla y Raúl Aráoz Anzoátegui ya que de ellos recibió un apoyo concreto para insertarse en el campo literario de Salta.
Por otra parte, Jesús Ramón Vera tiene una poesía que formalmente es muy distinta a la de Manuel J. Castilla, sin embargo el joven aspirante a poeta frecuentaba la casa del maestro pidiendo consejos, acercándole sus manuscritos y recibiendo sus consejos sobre lecturas insoslayables en la formación de un escritor.
En momentos como el del vigésimo quinto aniversario de la muerte como el centenario del natalicio de Manuel J. Castilla son  propicios para una relectura de su obra y para algunos un descubrimiento que los impulsa a indagar en las posibilidades de desarrollar la escritura lírica, de modo que la continuidad de su obra puede seguir por caminos insondables.


Inscripción de Manuel J. Castilla en la literatura de Salta


Clase pública para el homenaje a Manuel J. Castilla
en el centenario de su natalicio en la ciudad de Cerrillos, 14 de agosto de 2018.-

Inscripción de Manuel J. Castilla en la literatura de Salta
Rafael Fabián Gutiérrez
Profesor Adjunto de la
Cátedra de Literatura Argentina

Manuel J. Castilla y la tradición poética en Salta
                Manuel José Castilla nació en  Cerrillos el 14 de agosto de 1918 y murió en  Salta el 19 de julio de 1980, en este año se celebra el centenario de su natalicio y un lugar oportuno para homenajearlo es su tierra natal, Cerrillos, espacio vital al que le ha dedicado poemas inolvidables.
                Para comenzar voy a tomar una cita del grupo que lo impulsó su formación literaria:
"Tenemos conciencia de que en esta parte del país la Poesía comienza con nosotros" es la frase más recordada del Manifiesto de “La Carpa” con la que el grupo marca su presencia en el campo cultural allá por el  año 1944. Raúl Galán –posible autor de la frase- años después trató de aclarar a qué se referían con semejante declaración:
En ese momento, la frase era absolutamente necesaria para establecer un deslinde definitivo y para fumigar el campo en torno de La Carpa. Nuestro vecindario era muy malo: en la vereda de enfrente, quienes invocaban la condición de discípulos de Jaimes Freyre eran desmentidos por la calidad de la mercadería que se cobijaba bajo ese nombre a gusto. Los vecinos de al lado continuaban glosando, imitando y rebajando -sin conseguir reflejar su fresca gracia- La Leyenda de Coquena, La Flor del Lirolay y Tata Sarapura (en ese momento, para que no nos confundieran con esos vecinos, tuvimos que olvidar a Juan Carlos Dávalos). Había también algunos desafinados ecos de Ricardo Rojas que versificaban enfáticamente la prosa de El país de la selva, pero que ignoraban o desdeñaban al cristalino y sencillo Ricardo Rojas de las Canciones, de noble sabor a copla popular. Los vecinos del fondo eran los peores, incapaces de escribir versos en cristiano, los llenaban de palabras quechuas para halagar el esnobismo de los turistas, desencadenar el torrente de declamadores de circo y las gárgaras de las señoritas recitantes y recalcitrantes. (Galán, Raúl, entrevista para el diario La Gaceta 1956)
En ese movimiento cultural nucleado en Tucumán se formaron los prolíficos poetas salteños Raúl Aráoz Anzoátegui, Sara San Martín y Manuel J. Castilla quienes tenían clara conciencia de la  poesía no había surgido espontáneamente con ellos sino que se insertaba en una larga tradición con la que mantuvieron un diálogo, tanto con las generaciones que les precedieron como con las que les sucedieron.
De hecho, cuando regresaron a Salta, los poetas se integraron a la tertulia de la casa de Don Juan Carlos Dávalos que ostentaba la imagen de un patriarca de las letras de Salta quien, con la sabiduría y el aplomo que otorgan los años, recibió a los jóvenes brabucones y luego de largas diatribas poéticas los acogió como discípulos.
Una buena relación maestro-discípulo es aquella por la cual el maestro no hace clones de sí mismo sino por la que ayuda a los discípulos para que desarrollen sus potencialidades.
Ese encuentro personal nos muestra un vínculo inmediato entre la generación del 40 y la que le precedió, sin embargo la literatura de Salta no había nacido tampoco con ellos. De hecho el afamado autor de El viento blanco, en sus andanzas de estudiante conoció al autor del célebre El borracho, Don Joaquín Castellanos, quien elogió su temprana producción y lo alentó a volver a Salta para dedicarse a la literatura. Si comparamos la escritura de Joaquín Castellanos con la de Juan Carlos Dávalos y la de Manuel J. Castilla veremos notables diferencias, sin embargo hay una relación de continuidad registrada biográficamente por esos encuentros que fueron impulsando la tarea de la generación siguiente.
                Los poetas Manuel J. Castilla y Raúl Aráoz Anzoátegui trabajaron en el periodismo salteño -como sucedió y sucede con muchos escritores-, gracias a Alejandro Morandini en El oficio del árbol la mayor parte de los artículos del Barbudo poeta fueron recopilados. Lo que me parece oportuno señalar es que en esa labor de la escritura en los medios, de los por entonces jóvenes escritores, había sido precedida por Ernesto Aráoz, cuya producción periodística y literaria aún está pendiente de recopilación y publicación. El apellido debe llamarnos la atención, ya que se trata del padre de Raúl Aráoz Anzoátegui, amigo y contertulio de Manuel J. Castilla, lo que nos muestra que el ingreso de ambos en el mundo de la prensa estuvo alentado por la tarea de su predecesor.
                Uno de los más famosos libros de Manuel J. Castilla, Copajira (1949), tiene un a modo de prólogo un “Ditirambo amistoso a mi buen amigo el poeta Manuel J. Castilla”, escrito por Juan Carlos Dávalos. La tónica del poema es muy diferente al tratamiento del drama minero que aborda el libro, pero se nota el festivo espaldarazo que le da el viejo poeta consagrado al joven poeta en ascenso.
                De modo que lejos de la imagen parricida que otros críticos alientan, veo enfrentamiento generacional y continuidad, no de lo mismo, sino de una búsqueda de reconocimiento en los mayores y un aval hacia los nuevos escritores que –como buenos discípulos- no imitan a sus mayores sino que hacen otro ejercicio, lo que los convierte en novedosos en el arte de decir lo mismo que la especie repite desde que se puso en pie sobre el planeta y profirió palabra.
                Otros escritores que ejercían el periodismo se encargaron de reseñar y alentar la obra poética y musical de Manuel J. Castilla y ese trabajo sobre los archivos periodísticos está todavía pendiente. En ese diálogo entre escritores y lectores es el que va preparando el campo de encuentros y desencuentros en los que aparecen los nuevos escritores que desafían a sus mayores, pero que también buscan su reconocimiento. A fin de cuentas los mejores lectores de literatura son los mismos escritores.
                La relación con las siguientes generaciones
                Es el caso de la siguiente generación de escritores que su dieron a conocer en Salta por una antología prologada por Walter Adet, vemos un cambio formal y temático que los distancia de aquellos que irrumpieron en el campo con “La Carpa”. Sin embargo Walter Adet en su libro En el sendero gris (1962) dedica el soneto poesía a Manuel J. Castilla y en la conferencia “Poetas de Salta” -que pronunció en la Feria del Libro de 1989 de Buenos Aires- declara su gratitud con los poetas de La Carpa en Salta -Manuel J. Castilla y Raúl Aráoz Anzoátegui- ya que de ellos recibió un apoyo concreto para insertarse en el campo literario de Salta.
Por otra parte, en un tiempo posterior, Jesús Ramón Vera tiene una poesía que formalmente es muy distinta a la de Manuel J. Castilla, sin embargo el joven aspirante a poeta frecuentaba la casa del maestro pidiendo consejos, acercándole sus manuscritos y recibiendo sus consejos sobre lecturas insoslayables en la formación de un escritor. El poeta y gestor cultural fue miembro de comparsas que cantaron sus coplas y las de poetas de generaciones anteriores y que cultivan un arte milenario, difundiéndolo por las calles en los momentos propicios como el carnaval. Pamela Rivera en su libro El Indio Urbano, en la poética de Jesús Ramón Vera: desplazamientos destaca esa interacción entre la poesía de tradición letrada que se renueva en su contacto con la poesía de tradición oral.
En estos tres poetas de distintas generaciones que hemos nombrado – Manuel J. Castilla, Walter Adet y Jesús Ramón Vera- se los alude por su sensibilidad o compromiso social. Yo prefiero destacar su sensibilidad –así, en general-, porque del mismo modo con el que se conmueven por el indio explotado, por el niño hambriento, por el minero, la palliri, la mendiga y un largo etcétera de prójimos, confraternizan con ellos, expresan su dolor, su soledad, sus frustraciones y nos hace formar parte de una misma humanidad necesitada y distanciada por las mezquindades. Y si leemos su producción poética en general notaremos que esa sensibilidad los hace percibir y poetizar el universo en el que se inscriben y que no pueden dejar de decir porque ellos están hechos de poesía.

Manuel J. Castilla escribió:
1.       Agua de lluvia (1941)
2.       Luna Muerta (1944)
3.       La niebla y el árbol (1946)
4.       Copajira (1949,1964, 1974)
5.       La tierra de uno (1951, 1964)
6.       Norte adentro (1954)
7.       El cielo lejos (1959)
8.       Bajo las lentas nubes (1963)
9.       Amantes bajo la lluvia (1963),
10.   Posesión entre pájaros (1966)
11.   Andenes al ocaso (1967)
12.   Tres veranos (1970)
13.   El verde vuelve (1970)
14.   Cantos del gozante (1972)
15.   Triste de la lluvia (1977)
16.   Cuatro Carnavales (1979)
17.   De solo estar (dos ediciones en 1957)
18.   Coplas de Salta (1972, con prólogo y recopilación de Castilla)
19.   ¿Cómo era? (Publicación póstuma)
20.   El oficio del árbol. Obra periodística e Manuel J. Castilla 1940-1960, selección, prólogo y notas de Alejandro Morandini (2013)
21.   El Gozante, antología poética seleccionada y prologada por Santiago Sylvester (2015)
Dieciocho libros en vida, más otros tres que fueron publicados posteriormente, con lo que se convierte en el poeta salteño que más libros publicó. Esa obra constante y abarcadora del poeta fue reconocida y galardonada: “En 1957 obtuvo el Premio Regional de Poesía del Norte (trienio  1954-56, Dirección General de Cultura de la Nación), por su libro Norte adentro fue galardonado con el Premio "Juan Carlos Dávalos" para obras de imaginación en la producción literaria (trienio 1958-60, Gobierno de Salta) por el poemario El cielo lejos, y con el Premio del Fondo Nacional de las Artes (Mendoza, Trienio 1962-64) por su libro Bajo las lentas nubes. En 1967 recibió el Tercer Premio Nacional de Poesía por su obra Posesión entre pájaros. Entre otras de sus más importantes distinciones se incluyen el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1973), el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1970-72) y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1973-75).” (Portal de Salta, página web de la Cámara de Diputados)
Entre los años 1986 y 1990 las Obras completas del poeta fueron publicadas por editorial Corregidor en cuatro tomos, pero una década después esa edición se había agotado y sólo se podía acceder a una lectura integral en algunas bibliotecas.
En el año 2005, cuando se conmemoró el vigésimo quinto aniversario de la muerte del poeta, se sucedieron una serie de homenajes, dos de los cuales quedaron plasmados en sendos libros: Por la huella de Manuel J. Castilla, Coordinado por Amelia Royo y Olga Armata, publicado con el auspicio de los institutos de investigación “Luis Emilio Soto” y “Augusto Raúl Cortazar” de la U.N.Sa. y la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta y En la tierra de Manuel, dirigido por Valeria Grabosky y Rafael Gutiérrez, publicado por la Municipalidad de Cerrillos.
En el año 2016, la Editorial Universitaria de Buenos Aires -en un convenio con la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta- publicó las Obras completas de Manuel J. Castilla, permitiendo a los lectores de todo el país acceder a uno de los poetas más prolíficos de las letras nacionales en el siglo XX.
En el mismo año, el libro Mujeres por mujeres, una recopilación de historietas protagonizadas por mujeres incluye poemas de Copajira adaptados por María Laura Bucciantti y Jazmín Mariño.
En este año, de nuevo desde la historieta, con Felipe Mendoza estamos trabajando con textos poéticos y anecdóticos de Manuel J. Castilla para llegar a otros lectores más afectos a la literatura dibujada.
En este centenario la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta ha gestionado que se asigne una sala en la Biblioteca de la Nación con el nombre del poeta y acaba de estrenar un video auspiciado por el Consejo Federal de Inversiones.
Hay docentes que han dedicado su tiempo a fomentar la lectura de la obra del poeta y alentar creativas interpretaciones, con lo que la obra de Manuel J. Castilla cobra un protagonismo que va más allá de las aulas.
Hoy la palabra de Manuel J. Castilla está más viva que nunca.