miércoles, 24 de junio de 2020

Liliana Bellone, El libro de Letizia


Liliana Bellone, El libro de Letizia. Novela de Capri,Editorial Verbum, S. L., 2020
Por Carla Perugini, Universidad de Salerno, Italia.           

“Si bien los personajes de este relato son reales, debe leerse el textocomo ficción”. Esta advertencia, que precede la novela de Liliana Bellone, faltaba en el texto original de su En busca de Elena, mientras sí figuraba en el cuento que fue traducido al italiano en 2018, dentro de una colección, A sud del Río Grande (Oèdipus, Salerno/Milano), en la que aparecieron otras obras de la escritora argentina. Advertencia casi superflua, en realidad, si entre los epígrafes que encabezan la novela destaca este de Ernesto Sábato: “Para mí, la novela es como la historia (…). Resiste cualquier clasificación total y desborda toda limitación”. Y también sin novedad para los lectores de Bellone, acostumbrados a cruzar senderos narrativos que se bifurcan entre memoria históricae imaginación novelesca, lo que les permite entrar no solamente dentro de las aventuras realesde personajes famosos o desconocidos, sino también dentro de sus pensamientos y sus coloquios más íntimos. El narrador ficticio de El libro de Letizia, que nos lleva de un lado a otro del océano y de una época a otra de la historia argentina y europea, es un profesor cuyo nombre, Carlos, que descubrimos casi por casualidad durante una conversación, nos remite a otro epígrafe inicial:A la memoria de Letizia Cerio de Álvarez de Toledo, Elvira Orphée y Carlos Rafael Giordano.Maestro de tantos estudiantes en las universidades de América y más tarde de Italia, lo fue también de la misma escritora, quien le cede la palabra (la de ella, la de él) en un póstumo homenaje de cariño y gratitud por todas las enseñanzas, literarias, políticas, humanas, que Carlos Giordano supo donarle.
Los enlaces entre pasado y presente, entre los horrores de la dictadura militar y la huida a Italia, hacen revivir figuras importantes de la cultura argentina y europea, muy queridas por la escritora, que ya las había evocado en obras precedentes. Surgen así las sombras (¡pero qué vivas son!) de la tertulia que se reunía en la confitería Richmond de calle Floridao en el Tortoni de Avenida de Mayoen Buenos Aires, entre tantas mujeres talentosas y autónomas, compañeras o familiares de artistas, entre las cuales un papel importante en la narración tienen la madre Elena y la hija Letizia, ciudadanas de Tucumán como de Capri, viajeras entre Suiza y Estados Unidos, París y Buenos Aires, en todo sitio cultivando la amistad, la cultura y la belleza. Astros luminosos de una constelación cuyo lucero más deslumbrante fue para muchos (aunque no para todos) Jorge Luis Borges, cuya presencia/ausencia hace de hilo conductor para los varios personajes del libro.
Y es gracias al poder creador de la literatura que uno de los productos más famosos de su imaginación, el Aleph, vuelve a tomar vida y consistencia en otros lugares y en otra época. Es el talismán admirable, el libro infinito de arena que contiene todos los libros, que reaparece a uno y otro de los personajes de la novela, dispuestos a afirmar la verdad de su existencia y, al mismo tiempo, la transmisión necesaria de las voces poéticas, la translatio studiorum que ata en una interminable cadena a los grandes nombres de cada tiempo. Testigo de un prodigio que a lo mejor es simplemente la naturaleza del arte, el protagonista puede encontrar por fin su ubi consistam, y exclamar:“Serenidad, sí, serenidad, eso encontré. Ahora, después de tantos años, de tanto exilio y tanta peregrinación vi que mi camino no ha sido inútil”.
Como reconoció también el jurado de Ciudad Real que confirió a esta preciosa novela elVI Premio Internacional de Narrativa “Novelas Ejemplares”-Facultad de Letras, en homenaje a Miguel de Cervantes.


Avellino,  18 de junio de 2020                                


Ernesto Sábato, en el día de su natalicio


Ernesto Sábato, en el día de su natalicio
Se ha vuelto un lugar común decir que Ernesto Sábato nació en Rojas, en 1911, tal vez sea cierto que ese año nació un bebé en un lugar de la Provincia de Buenos Aires al que bautizaron con ese nombre, pero recién nacería para la literatura en París, en 1935 cuando escribió La fuente muda y desde entonces la fiebre de la escritura no la abandonaría, obligándolo a abjurar de las ciencias duras en las que se había formado y en las que había encontrado un modo honesto y digno de vivir.
                Tal vez sintió en un particular momento de revelación lo que luego expresó en la carta a un Querido y remoto muchacho  “Los poetas eran hombres consagrados, lo que es casi como decir que eran hombres condenados a ser videntes, y a testimoniar lo numinoso y lo tremendo al resto de los hombres.” No pudo evitar formar parte de esa clase de hombres, dotados de la bendición y la maldición de la sensibilidad ante la existencia humana.
                Desgraciadamente no le tocó vivir la época en que “El poeta, el artista verdadero, era respetado como un hombre inspirado, alguien que escuchaba lo sobrenatural.” Pero si le tocó vivir un tiempo en el que el escritor fue estimado como el hombre capaz de ver y oír su tiempo para dar su testimonio y emitir su juicio. Si no de otro modo no se comprendería que un gobierno lo llamara a formar parte de una comisión para dar cuenta de los crímenes de lesa humanidad.
                Por lo general tendemos a relacionr el nombre del escritor con un libro –a veces creemos que es el único que escribió-, en este caso, lo más probable es que nos evoque El túne. Si bien esa fue su segunda novela, la mayoría la consideramos la primera ya que la otra, La fuente muda, juvenil, escrita en Europa no ha trascendido. Sus otras dos novelas son también famosas y forman parte del canon de la literatura argentina, o sea que su nombre puede ser repetido y su contenido comentado sin que necesariamente las hayan leído, pero no puede evitarse su referencia. El túnel (1948),  Sobre héroes y tumbas (1961) y Abadón el exterminador (1974), cada una ha dejado una profunda huella en la literatura argentina y más allá de ella, porque llamaron la atención de los cineastas quienes confiesan que toman las historias que hubieran querido contar y las vuelven a narrar con su lenguaje de imágenes.
                Esas novelas son centrales en su producción porque narrativizan las preocupaciones de Ernesto Sabato y su progresiva conversión de hombre formado en las ciencias exactas, con una gran vocación política pero con una profunda sensibilidad humana, hasta definirse como el escritor comprometido con su tiempo.
                Ese compromiso con su tiempo y con el espíritu humano fue lo que lo alejó de los dogmatismos improductivos y la tarea política sin servilismos ni compromisos partidarios que traicionaran su integridad como persona. Ese proceso de conflictos entre el hombre de las ciencias duras, del pensamiento político y de la escritura creativa pueden seguirse en sus reflexiones permanentes que se publicaron como ensayos:
1945: Uno y el Universo
1951: Hombres y engranajes
1953: Heterodoxia
1956: El caso Sabato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu
1956: El otro rostro del peronismo
1963: El escritor y sus fantasmas
1963: Tango, discusión y clave
1966: Romance de la muerte de Juan Lavalle
1967: Significado de Pedro Henríquez Ureña
1968: Aproximación a la literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre
1973: La cultura en la encrucijada nacional
1976: Diálogos con Jorge Luis Borges
1979: Apologías y rechazos
1979: Los libros y su misión en la liberación e integración de la América Latina
1985: Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
1988: Entre la letra y la sangre
1998: Antes del fin, memorias
2000: La resistencia
2004: España en los diarios de mi vejez
                Libros que en su mayoría se caracterizan por su forma tendiente a la reflexión breve, más cercana al aforismo que al razonamiento intrincado. Pero en todos ellos podemos asistir al proceso en la mente de un gigante, por eso los invito a leerlos, con calma y con ganas de conversarlos.
                Los libros nos permiten seguirlo en su vida espiritual, nos consienten a conmovernos con él y sentir su dolor de hombre sensible ante un mundo cruel e injusto que bajo cualquier causa esgrimida como justa hace del hombre verdugo del hombre.
                En sus últimos libros deja correr su pluma de hombre dolido por el mundo que le ha tocado vivir, pero no se deja vencer por la adversidad y el dolor por pérdidas que doblegarían a cualquiera y en un esfuerzo de grandeza alienta a los jóvenes a no claudicar en la búsqueda de un mundo mejor, más justo, más humano.
                A todos los que comparten esa particular forma de la felicidad llamada “literatura” los invito a leer la obra de Sábato porque tiene algo para compartirnos, algo que necesitamos para sentirnos humanos ante un mundo que quiere hacernos sujetos y objetos de consumo, utilitaristas y descartables.
                Por eso considero que leer a Ernesto Sábato es un acto de resistencia ante el mundo y un pacto de esperanza para que lo mejoremos entre todos.
Rafael Gutiérrez

martes, 16 de junio de 2020

Belgrano por sí mismo


Yo emprendo escribir mi vida pública
Belgrano por sí mismo
Introducción
La celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo se volvió un momento propicio para la reedición de escritos fundacionales que circularon de modo limitado en otras épocas, pues su interés había sido casi exclusivo de historiadores. Muchos de ellos fueron los variados escritos que publicaron los protagonistas de los hechos antes, durante y después de los acontecimientos. Ya es de todos sabido que los mismos militantes que llevaron a cabo la Revolución de Mayo redactaron numerosos artículos en los diarios de la época, los partes militares de las campañas en las que estuvieron involucrados, cartas dirigidas a las Juntas y Congresos y sus memorias e incluso algunos escribieron poesías laudatorias, conmemorativas o elegíacas. Estas últimas fueron compiladas en La Lira Argentina mientras que los otros fueron conocidos parcialmente por referencias de los historiadores[1].
Uno de aquéllos que fue reeditado es Mi vida de Manuel Belgrano, que contiene los autógrafos Mi vida pública, Expedición al Paraguay, Fragmento de memoria sobre la batalla de Tucumán y Apéndices sobre la campaña al Paraguay[2].
Desde el proyecto de Investigación “La literatura argentina: lectura “palimpsestuosa” del proceso histórico – cultural” dirigido por la Magíster Amelia Royo nos interesa realizar una lectura de la reedición de este breve texto en el actual contexto, pues nos permite ver cómo Manuel Belgrano se construye a sí mismo como sujeto en un discurso que buscaba revelar las intenciones detrás de las acciones por todos conocidas pero desde ese momento sometidas a distintos juicios.
Se trata de un texto fragmentario, iniciado con un plan explícito pero no concluido por motivos vitales, luego desperdigado en archivos y vuelto a recuperar por archiveros e historiadores. De modo que la versión que llega a nuestras manos es el resultado de la edición realizada por la “Biblioteca Nacional de la Identidad” apelando a los manuscritos conservados en el Museo Mitre que incluye una carta de José Celedonio Balbín dirigida a Bartolomé Mitre para “hacer algunas observaciones sobre inexactitudes” que refirió José María Paz en sus Memorias.
Es este texto anexado al principio de la edición que manejamos la que nos sirve para relevar cómo el texto póstumo de Belgrano está en relación con otros, con los cuales dialoga polémicamente[3] y es así como puede leerse en una relación palimpsestuosa de sus distintas versiones, ya que el mismo texto presentado en distintas situaciones de enunciación es otro, pues se ha cargado de nuevos sentidos, tal como lo expresa la afirmación de Mauricio Ostria González: “Si se dice lo mismo en dos situaciones distintas… pues no es lo mismo” (Ostria González 1988: 33).
Esa relación explícita con los escritos de José María Paz se deben, según Ricardo Rojas, a que el General Paz recibió los fragmentarios manuscritos de Belgrano y manifestó su deseo de continuarlos ya que había sido soldado de los mismos ejércitos y partícipe de muchas de las escenas relatadas, de ese propósito surgieron sus famosas Memorias  que muchos historiadores posteriores utilizaron como fuente prácticamente incuestionable.

Aquí me pongo a contar
La construcción del yo social y público es consecuente con la modernidad, tanto como la creación de estados nacionales, por ello no es extraño encontrar desde el siglo XVIII en adelante, abundantes textos referidos a ambos procesos, pues según Philippe Lejeune

…no quiere decir que haya que negar la existencia de una literatura de tipo personal antes de 1770 o fuera de Europa, sino simplemente que el modo en que hoy concebimos la autobiografía se convierte en anacrónica o poco pertinente fuera de ese campo (Lejeune 1991: 48)

Y según Silvia Molloy

…me resisto a afirmar de modo perentorio que la autobiografía en Hispanoamérica “comienza” a principios del siglo XIX (…) Si decidí comenzar mis investigaciones sobre la autobiografía en Hispanoamérica a principios del siglo XIX, fue porque me interesa especialmente una peculiar toma de conciencia de sujeto y cultura que resultó de una crisis ideológica, y porque siente curiosidad porque esa crisis se refleja, mejor dicho, se incorpora en la textura misma de la autofiguración hispanoamericana. (Molloy 2001:14)

La construcción del Estado Argentino está acompañada de textos en los que los protagonistas de su transformación política van dando cuenta de su participación en un proceso que reconocen como fundacional. Hay un rasgo común en esos textos, la mención explícita de sus motivos, que en muchos casos se presentan como parte de un entramado de versiones cruzadas que requieren la voz autorizada del mismo protagonista. Es en este sentido que Manuel Belgrano enuncia:

Yo emprendo escribir en mi vida pública –puede ser que mi amor propio acaso me alucine- con el objeto que sea más útil a mis paisanos, y también con el de ponerme a cubierto de la maledicencia; porque el único premio a que aspiro por todos mis trabajos, después de lo que espero de la misericordia del Todopoderoso, es conservar el buen nombre que de mis tiernos años logré en Europa con las gentes con quienes tuve el honor de tratar cuando contaba con una libertad indefinida, estaba entregado a mí mismo, a distancia de dos mil leguas de mis padres, y tenía cuanto necesitaba para satisfacer mis caprichos. (Belgrano, 2010: 31-32)

Éste es el segundo párrafo de la autobiografía de Manuel Belgrano y sintetiza los propósitos y el contenido de su escrito, pues en primer lugar se establece como sujeto del enunciado y de la enunciación: “yo” y luego fija el tópico: “vida pública”; con dos objetivos explícitos: ser ejemplo para los compatriotas y proteger una buena fama lograda a partir de su formación en Europa[4].
            La construcción de ese yo-público se realiza a través del relato en el que el sujeto no se muestra como dueño total de la situación, sino al contrario, llevado por las circunstancias que lo colocaron en lugares decisivos en la conformación de la nación, tanto en la función pública civil como en la carrera militar.
            Después de una formación privilegiada en Europa, la primera función pública que ocupa le da la perspectiva suficiente para comprender la estrechez mental y la mezquindad económica de los administradores metropolitanos y la necesidad de que las colonias tuvieran más autonomía y determinación sobre su gobierno. De modo que un cargo que podría haber ocupado burocráticamente se convierte en su relato en un espacio que le permite la reflexión sobre la necesidad de cambios para América.
            En la situación en la que el yo-narrador-protagonista se presenta se conforma como un sujeto privilegiado que aúna la asimilación de las ideas que se están gestando en la Europa iluminista, con el conocimiento de la realidad política y económica de las colonias de Sudamérica, con una personalidad libre de mezquindades y con toda la intención de servir al bien público.

            Soldado de circunstancia
            Cuando el relato está orientado a mostrar la comprensión que el sujeto-Belgrano ha adquirido de la situación americana, se producen la invasiones inglesas que convocan a todos los ciudadanos a asumir al defensa de una patria incipiente que recién comienza a tomar conciencia de sí y es allí donde se muestra como un voluntario más, carente de formación militar pero acuciado por las circunstancias.
            Esa particular situación bélica es la que pone al abogado de formación y administrador del estado colonial por designación, en la necesidad de comenzar a manejarse como soldado, sin relegar su condición previa. De hecho se preocupa por aclarar cuál fue su comportamiento posterior a la derrota bélica, manteniendo su fidelidad al virreinato, a diferencia y en contra de otros funcionarios que prestaron su juramente de fidelidad a los vencedores.

…expuse que de ningún modo convenía a la fidelidad de nuestros juramentos que la corporación reconociese otro monarca: habiendo adherido a mi opinión, fuimos a ver y a hablar al general, a quien manifesté mi solicitud y defirió a la resolución; entretanto, los demás individuos del Consulado, que llegaron a extender estas gestiones, se reunieron y no pararon hasta desbaratar mis justas ideas y prestar el juramento de reconocimiento a la dominación británica, sin otra consideración que la de sus intereses.
Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Aires casi como fugado… (Belgrano, 2010: 39)

            Ese fragmento del relato tiende a construir la imagen de un sujeto fiel y arriesgado y no acomodaticio, como esos otros a quienes sólo nombra en general[5], perfilando el carácter que luego lo acompañará en el desarrollo de la causa emancipadora: fidelidad a una causa, entrega y asunción del riesgo personal.
            El regreso a Buenos Aires como parte de una fuerza militar es presentado nuevamente como el resultado de un consenso antes que de una decisión personal:

…me honraron llamándome a ser su sargento mayor, de que hablo con toda ingenuidad, no puede excusarme, porque me picaba el honorcillo y no quería que se creyera cobardía al mismo tiempo en mí, no admitir cunado me habían visto antes vestir el uniforme.
       Entregado a este cargo, para mi enteramente nuevo, por mi desde de desempeñarlo según correspondía, tomé con otro anhelo el estudio de la milicia y traté de adquirir algunos conocimientos de esta carrera… (Belgrano, 2010: 41-42)

Lo curioso de este caso -y como constante en toda la autobiografía de Belgrano- es que sólo al principio hace referencia a sus padres y no a los doce o catorce hermanos que formaban su familia[6]. Por trabajos de historiadores militares sabemos que sus hermanos Carlos José, José Gregorio y Francisco tuvieron una destacada actuación militar en la gesta de la Revolución e Independencia de nuestro país y que por lo menos uno de ellos era militar de carrera, un suboficial al que acudió Manuel a pedir instrucción sobre el manejo de las armas y la conducción de tropas durante las Invasiones inglesas. El problema es que tanto sus escritos autobiográficos como las biografías e historias militares refieren la formación autodidacta de Manuel Belgrano y citan los libros que estudió, dejando en la vaguedad de la impersonalidad todas las referencias a los instructores militares a los que acudió en busca de su primera formación militar.
            Al finalizar la campaña contra los británicos, sus conocimientos de francés e inglés lo colocaron en la situación de interlocutor con los oficiales prisioneros y es esa otra situación no buscada pero privilegiada pues recibe de primera mano la visión de la política internacional británica dispuesta a respaldar la revolución en América, aunque en el siglo venidero.

…le hice ver cuál era nuestro estado, que ciertamente nosotros queríamos al amo viejo o ninguno; pero que nos faltaba mucho para aspirar a la empresa, y que aunque ella se realizase bajo la protección de la Inglaterra, ésta nos abandonaría si se ofrecía un partido ventajoso a Europa, y entonces vendríamos a caer bajo la espada española; no habiendo una nación que no aspirase a su interés sin que le diese cuidado de los males de las otras; convino conmigo y manifestándole cuánto nos faltaba para lograr nuestra independencia, difirió para un siglo su consecución. (Belgrano, 2010: 44-45)


            Self made man
            El relato autobiográfico de Manuel Belgrano es parco y escueto, siguiendo un riguroso orden cronológico en el que su vida parece desarrollarse en una progresión desde su nacimiento en el Buenos Aires colonial hasta su labor incansable en la trama revolucionaria. Sin embargo, notamos que el mismo recato que tiene para no nombrar a funcionarios, militares u otros opositores –lo que pareciera ser un gesto de caballerosidad- se repite con quienes fueron parte de su formación –lo que pareciera ser un gesto de soberbia- pues tampoco nombra a sus mentores en el conocimiento de los ideales iluministas ni a sus aliados en las reuniones que precedieron a la Revolución de Mayo, sino más bien se presenta como un promotor de los acontecimientos.

…a diferencia de otros autobiógrafos que recuerdan nominalmente sus lecturas –o sus maestros-, Belgrano hace aquí mención genérica de sus estudios y de las personas con quienes trata. Y más que identificarse con la imagen el libro en mano, tal como lo resalta Molloy (cfr. 1996:25 y ss.), Belgrano se señala como ilustrado, como aquél que ya ha leído, que ya ha tenido los libros en la mano y ahora son parte de sí… ( Casiva 2004:128)

Más adelante en el relato, cuando destaca a ciertos hombres entre sus tropas en campaña, lo hace para resaltar su mérito o sus desaciertos bajo su mando. No hay mención a pares, ya se trate de hermanos, amigos, partidarios o militares.
            Esas omisiones no pueden ser azarosas, son –como decíamos- una constante del relato, parecen más bien tendientes a construir la imagen de un “yo” solitario que se construye a sí mismo junto con la patria naciente.
            De modo que si uno de los objetivos explícitos de relato es ser ejemplarizador, esa versión de un “yo autoconstruido” es uno de los mecanismos empleados, pues no basta con mostrar el recorrido del héroe que ve la necesidad y acude a remediarla, sino que requiere mostrar que aún ante la falta de capacitación específica y de recursos, la voluntad individual puesta al servicio de ideales superiores puede suplirlos.

La Junta puso las miras en mí, para mandarme con la expedición auxiliadora, como representante y general en jefe de ella; admití, porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que sólo quería disfrutar de la capital, y también porque entreveía una semilla de división entre los mismos vocales, que yo no podía atajar, y deseaba hallarme en un servicio activo, sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy cortos, pues también me había persuadido que el partido de la revolución sería grande, muy en ello, de que los americanos al sólo oír libertad, aspirarían a conseguirla. (Belgrano, 2010: 56)

De ese modo el relato construye la imagen del sujeto disponible para los fines que requiera el gobierno que propende a la creación de un país independiente. Completando la imagen ejemplarizadora del nuevo hombre que requiere la patria naciente, ilustrado, dispuesto a emprender la tarea militar, fuerte y abnegado.

…podría decirse que el perfil del héroe de la patria detenta, en la cabeza, el saber ilustrado; en el pecho, el imperativo del bien común que lo solidariza con la causa de la patria, antes y después de mayo de 1810; en la mano –caídos los libros- lleva la espada, símbolo de la milicia que las circunstancias le obligaron a asumir; el paisaje de fondo muestra a marcada distancia los otros actores, muy diferentes del sí mismo. ( Casiva 2004: 131)

            Esa imagen fue retomada por las Memorias de José María Paz y refrendada por la historia de Mitre que dio a estos escritos el carácter de documentos incuestionables para fundar las imágenes de patria y de héroe útiles a la fundación de un Estado Nacional que requería historia, héroes y una tradición que unificara a todas las naciones que se estaban convocando en el mismo territorio.


            Conclusión

Cuando los hombres de Mayo emprendieron la tarea que concluyó en la creación de un nuevo país, eran conscientes de que estaban cambiando la historia y por ello no se conformaron con la acción sino que quisieron dejar su testimonio personal para la posteridad.
            Entre esos textos están los fragmentarios testimonios autógrafos de Manuel Belgrano que fueron recopilados y reeditados más de una vez, una de ellas en los Archivos recopilados por Bartolomé Mitre, editados por el Senado de la Nación y citado en la Historia de la literatura Argentina de Ricardo Rojas (1957), mostrando su valor testimonial, documental y literario.
            En la dinámica de producción y circulación de los textos es clara su emergencia como parte de un diálogo con su momento de enunciación en que un Manuel Belgrano en su carácter tanto político como militar es cuestionado por sus acciones en los dos ámbitos. Un poco después, en la segunda mitad del siglo XIX, el mismo texto fue recuperado como testimonio de un hombre ejemplar en la conformación del naciente Estado Argentino –tanto por Mitre como por Rojas-, pero en polémica con otros testimonios –como las Memorias de José María Paz- y actualmente, en el contexto del segundo centenario de inicio del proceso revolucionario, es puesto en circulación nuevamente para que reflexionemos sobre la pregunta retórica que enmarca a la nueva edición:

¿Qué otra cosa son los individuos de un gobierno que los agentes de negocios de la sociedad, para arreglarlos y dirigirlos del modo que conforme al interés público?

De modo que un mismo texto es uno nuevo, es el mismo y es otro, de acuerdo con cada situación de enunciación en que se profiere, por lo tanto es su propio palimpsesto.


            Bibliografía

Bajtín, Mijail (1985), Estética de la creación verbal, Buenos Aires, Siglo XXI
Belgrano, Manuel (2010), Mi vida, Buenos Aires, Del Nuevo Extremo, Colección Biblioteca Nacional de Identidad
Casiva, Fernando, “Autorretrato de un héroe de la patria: la Autobiografía de Manuel Belgrano” en Chibán, Alicia (Comp.) (2004), El Archivo de la Independencia y la ficción contemporánea, Salta, C.I.U.N.Sa.
Dávila, Aníbal (Ed.) (1960), Biblioteca de Mayo. Tomo II. Autobiografías, Buenos Aires, Senado de la Nación
Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico” en Suplementos Anthropos, Nº 29, Año 1991
Molloy, Silvia (1996),  Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, México, El Colegio de México-Siglo XXI
Ostria González, Mauricio (1988), Escritos de varia lección, Concepción, Ediciones Sur
Rojas, Ricardo (1957), Historia de la literatura argentina. Tomo V, Buenos Aires, Kraft


[1] Bartolomé Mitre dedica una sección de sus archivos a las autobiografías y memorias de los protagonistas de la historia desde Mayo de 1810 en adelante.
[2] Hay una edición de 1966 realizada por editorial E.U.D.E.B.A. a cargo de Gregorio Weimberg, con el título de  Autobiografía y otras páginas.
[3] “Una obra es eslabón en la cadena de la comunicación discursiva: como la réplica de un diálogo la obra se relaciona con otras obras-enunciados: con aquellos que le contestan a ella; al mismo tiempo, al igual que la réplica de un diálogo…” (Bajtín,1985 ; 265)
[4] Un trabajo más minucioso sobre las estrategias retóricas del texto fueron realizadas por Fernando Casiva cuyo artículo citamos en Bibliografía.
[5] Ese modo de referirse a otros sin nombrarlos también dicen sobre un sujeto que para caracterizarse no necesita de denigrar explícitamente a otros, decisión que bien podría haber tomado ya que manifestó al principio de su escrito la necesidad de “ponerme a cubierto de la maledicencia”.
[6] Según la biografías consultadas la cantidad de hijos del matrimonio Belgrano – González varía entre los once y los catorce según consignen los hermanos en vida de Manuel Belgrano o los que murieron antes de su nacimiento.