domingo, 27 de agosto de 2023

A seis décadas de Rayuela en busca de sus raíces en el pensamiento oriental

A seis Rayuela es la segunda novela de Julio Cortázar, escrita y publicada en París el 28 de junio de 1963 ya que el autor se encontraba trabajando como traductor para la UNESCO en esa ciudad después que llegara a Francia en 1951. Antes ya había publicado libros de poesía y cuentos en la Argentina y en 1960 la novela Los premios, aunque era muy poco conocido en el campo literario. En la década de 1960 la posmodernidad y la deconstrucción ponían en crisis el arte y el pensamiento occidental, ahondando un proceso iniciado con las vanguardias artísticas de la década de 1920. Es en ese contexto de transformaciones y debates estéticos y filosóficos en el que se publica esa segunda novela del —hasta entonces— casi desconocido escritor argentino anclao en París, Julio Cortázar. Por aquellos días, en el campo literario se había iniciado un proceso de descubrimiento de la literatura latinoamericana por la tarea de un grupo de novelistas que tuvieron un gran impacto entre los críticos y con un gran índice de ventas, por lo que fue llamado el “Boom de la novela latinoamericana”. ¿Qué hizo tan especial a Rayuela en ese contexto? En medio de ese Boom de historias que develaban una América extraña al pensamiento racional que había dominado a Occidente, Julio Cortázar extendería un puente entre Europa y América o, más específicamente entre París y Bueno Aires, aunque ello implicara poner en crisis a la misma lógica del relato que había consolidado la forma de la novela en el siglo XIX y la había mantenido estable —salvo por algunas excepciones— hasta mediados del siglo XX. Consideramos que en la construcción de Rayuela hay un principio del pensamiento de extremo oriente plasmado en la meditación zen y en la lectura del I Ching. Rayuela con total sinceridad comienza con una advertencia “A su manera este libro es muchos libros…” Si tan sólo hiciéramos caso a ese llamado de atención nos hubiéramos ahorrado frustraciones al tratar de abordar el libro como si fuera una novela, tal como entendíamos desde hacía más de un siglo. Desde nuestra experiencia de lectura entendemos que la crisis provocada por Rayuela va más allá del campo literario, pues la sola postulación de un modo de construcción textual que rompe la lógica del relato se sitúa en un punto crucial el pensamiento occidental. Para aclarar esta posición voy a llevar a cabo una brevísima revisión de la importancia del relato como forma de pensamiento para la búsqueda de sentido desde la mentalidad occidental. En el principio de cada cultura hay libros fundantes, como la épica que se remonta a los relatos escritos a partir de narraciones orales repetidas y reelaboradas por varias generaciones hasta que apareció la escritura como una tecnología capaz de independizar al relato de sus declamadores. Así llegaron hasta nuestros días la Ilíada y la Odisea que sustentaron al mundo antiguo y cuando este colapsó, la cultura requirió una refundación y así surgieron nuevos relatos orales con sus narradores, hasta que la escritura volvió a intervenir para que llegaran hasta nuestros días La Chanson de Roland y el Cantar del Mío Cid. Sin embargo, hay relatos que los preceden y, más aún, los sustentan; me refiero a compuestos de modo similar y sacralizados por quienes sintieron que a través de ellos se comunicaban con Dios. Tanto la Biblia como Al Curam, La Torá, son muchos libros en formato de uno, pero son conjuntos de textos de distintas índoles y autoría, ordenados por el acuerdo de una comunidad sacerdotal. En la primera mitad del siglo XX hubo n progresivo acceso a la cultura oriental que fue develando formas de pensamiento diferentes que también se sustentaban en libros ancestrales, pero a diferencia de los libros occidentales, no eran relatos no se organizaban de un modo casual consecutivo de acciones y reacciones ordenadas espacial y temporalmente. El libro central de la cultura china es el I Ching o libro de las mutaciones , formado por un conjunto de sentencias o aforismos que se pueden combinar aleatoriamente para el lector que los consulta en busca de una repuesta personal. De modo que el lector construye su propio libro, nuevo y distinto a partir de las posibilidades combinatorias. No hay relatos detrás de otros, hay múltiples posibilidades. Cuando Julio Cortázar escribe Rayuela combina la posibilidad de los relatos con la potencialidad combinatoria. Puso en práctica la tradición de la búsqueda de sentido occidental con la oriental. Por lo tanto, Rayuela no es un solo libro sino muchos libros, tantos como el lector se atreva a armar a partir de las posibilidades combinatorias que ofrece el texto. A lo largo de los capítulos hay referencias al pensamiento oriental, tanto de modo explícito como implícito, por ejemplo, en el Capítulo 73 cita el principio taoísta del Ying y el Yang y luego, de un modo más sutil, al referirse al acto de observar insistentemente un tornillo, lo entendemos como una representación de la meditación y la enseñanza zen, a través de los mondos y kohans . Sin embargo, para tranquilizar a los lectores más tradicionales, el libro puede ser leído como una novela. Podemos, como lectores activos, recortar una parte del libro y leer una novela para tener la certeza de que estamos frente a una novela, pues el texto —así como se propone ser muchos libros— también propone múltiples lectores. Como uno de esos mecanismos está la lista de lectura sugerida, que —tal como lo enuncia— está “sugerida”, para que quienes se aproximen al texto tengan un asidero en el momento de encarar su experiencia lectora. Varias de las personas con las que conversé declararon sus frustrados intentos por leer Rayuela y descubro que se debe a que no hicieron caso a las advertencias en los paratextos del mismo libro que —en la mayoría de las veces— preferimos obviar. Allí están todos los avisos, para comenzar “a su manera este libro es muchos libros…” Tal como decía Jorge Luis Borges: la literatura es un juego, pero hay que jugarla en serio como juegan los niños. La Rayuela es un juego muy popular entre los niños argentinos —o lo era— y —como nada es azaroso en la literatura— el título es la primera indicación de que estamos ante un juego, más de habilidad que de azar, en el que hay que acertar en los casilleros adecuados para avanzar hasta llegar al cielo. Para quienes lo han intentado y se han visto frustrados y para quienes aún no lo han intentado, los invito a comenzar el juego, atendiendo a las indicaciones que da el mismo libro y para quienes aprecian reflexionar desde la literatura les recomiendo un recorrido por las “Morelianas ”, aquellas en las que Morelli practica una escritura fragmentada y descartable en papelitos que otros recogen para salvarlos, tal como sucedía con Macedonio Fernández y sus jóvenes discípulos martinfierristas. Rafael F. Gutiérrez Prof. Adjunto de Lit. Argentina (UNSa) 31/03/23

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