jueves, 7 de abril de 2022

Mario Flecha

 Biografía

 Mario Flecha nació en Buenos Aires, aunque es de familia paraguaya. Es escritor y crítico de arte. Vive en Londres donde publicó Untitled magazine of contemporary art, Bastón Blanco y los libros de cuentos Los vendedores de humo, Profesor Monday Zofana y Anastasia’s Toes. Es editor adjunto de la revista online Perro Negro. También colaboró con Viqui Rosenberg y Gregorio Kohon en el libro Truco Gallo y participo en 6 to Tango, libro de cuentos gráficos con Oscar Grillo y otros. Mario es co-fundador del Museo de las Palabras en Jafre, Catalonia.

Mala Suerte ó Nuebo rReyno de Granada

Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra.

Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen".

Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros la biblia.

Eduardo Galeano

Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de una complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quexada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este aso escriben, aunque por conjetura verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco en nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad” Miguel de Cervantes Saavedra

Nosotros, los sudamericanos, sufrimos las buenas intenciones de cuatro imperios. Las buenas intenciones españolas y portuguesas fueron desplazadas por las buenas intenciones de los ingleses y ahora es el turno de las buenas intenciones americanas. Durante los últimos cinco siglos explotaron y saquearon nuestras riquezas naturales, mataron, torturaron, persiguieron a los que se oponían a sus ambiciones coloniales en nombre de la civilización, la democracia y la libertad para acusarnos, finalmente, de corruptos y desagradecidos. ¿Qué clase de fantasías entretienen?

Mario FlechaLos cortadores de lechuga.

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I

Llovían gotas gordas como lágrimas de amantes abandonados cuando vino a visitarme el insufrible Ber- nardino Barrosa, vendedor de humo profesional.

Después de secarse el agua que le corría por las mejillas, se paró frente al espejo persa decorado con incrustaciones de madreperlas e hilos de plata. Mientras se peinaba descubrió que yo había colgado una pequeña caja de plata al lado del espejo.

¿Y esta maravilla?

La compré en Marruecos. Fue una mañana de agosto bajo el sol de Casablanca. Después de desayunar caminé sobre las calles angostas del Zoco, feliz de estar rodeado del caos de colores y objetos.

Circulé entre las alfombras, esquivando los faro- les y las carteras que colgaban del techo de las tiendas. Respiré los vahos que se desprendían de las bolsas de jute, rebalsadas de canela, azafrán, comino, anís y otras especies cuyo nombre desconocía.

En uno de los bazares, un árabe imperturbable estaba sentado en cuclillas con su turbante turquesa y un par de bigotes de color rojizo dibujados sobre su labio superior.

Me ofreció una taza de té de menta y cigarrillos. Acepté.

Sobre una mesa del local estaban desparramadas una caja de bronce y plata repujada con piedras engarzadas, una pipa para fumar kiff y un paquete de cigarrillos abierto.

Hajjid, el musulmán confesó sus deseos de irse a vivir a Tetuán.

“—Cuando venda el cofre vuelvo a mi pueblo. Estoy harto de Casablanca, hasta regalaría la pipa para irme ya mismo.

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“—La caja es mágica; hace cumplir los sueños — me dijo.

Ah sí, pensé.
“—¿Cómo?
“—Escribís en un papel tus fantasías y lo escon-

dés adentro del cofre, el tiempo se encargará de cambiar el color de la plata que se irá oxidando hasta adquirir un color amarillo-anaranjado con toques de violeta y negro. Entonces la limpiás y pedís que se cumplan tus deseos. ¡Pero...! ¡Siempre hay un pero! Debés tener cuidado porque dice la leyenda que si alguien abre la caja y des- cubre tus quimeras te traerá Mala Suerte.

“—¿Cuánto vale? pregunté.

El precio que pidió era excesivo, ridículo como su bigote, regateamos hasta llegar a un acuerdo.

Bernardino tomó la caja entre sus manos. Mien- tras tanto fui a la cocina a preparar café. Cuando volví al living con las tazas, Bernardino estaba agitando una hoja de papel.

Encontré este papel dijo Bernardino.
¿Por qué la abriste? pregunté alarmado. Curiosidad.
Tu curiosidad puede traerme Mala Suerte. No serás supersticioso... —dijo leyendo el pa-

pel que tenía entre sus manos.

Y él porfió conmigo muchas veces Ser los metros antiguos castellanos. Los propios y los adaptados a su lengua Por ser nacidos de su vientre
Y esos, advenedizos, adoptivos
De diferentes madres y extranjeros.

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Así lo retrataba Juan de Castellanos a Gonzalo Ximenes de Quesada en las Elegías de varones ilustres de Indias, según el poeta Juan Gustavo Cobo Borda.

¿Qué? preguntó Bernardino asombrado.

Que alguna vez fantaseé con viajar al Norte de Sud América, siguiendo los pasos del audaz Don Gon- zalo Ximenes de Quesada i Rivera, quien fue en busca de la ciudad de El Dorado.

Bernardino me miraba como si yo me hubiese vuelto loco.

¿De dónde sacaste esta historia?

Del Profesor Tarsio. Nos reuníamos a escu- char sus disertaciones sobre todo y todas las cosas en un tugurio sospechoso con olor a alcohol y pis de gato.

Hace tiempo nos dio una clase sobre las aventuras de Don Gonzalo Ximenes de Quesada i Ribera, funda- dor de la Nueva Ciudad de Granada, más tarde rebauti- zada con el nombre de Santa Fe de Bogotá.

Según Don Tarsio los conquistadores iban a América esclavizando a los indígenas con una bolsa en la mano izquierda para llenarla de oro, una espada en la otra para intimidar y quitar del medio a los que se opo- nían, y llevaban colgado en el pecho un rosario para engañar a los inocentes.

II

Don Gonzalo Ximenes de Queixada i Ribera par- tió del puerto de Santa Marta con una flota de 6 bergan- tines con 900 hombres. Navegaron por el río Magdale- na durante 11 meses hasta llegar al altiplano.

Se cuenta que cuando el Hidalgo descansaba en los campamentos a orillas del río tenía la costumbre de disertar sobre las virtudes del verso octosílabo caste-

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llano en contraposición al extranjerizante endecasílabo italiano.

Cuando llegaron al altiplano Cundiboyasence se internaron en la sabana con su escuadra de gachupines, presidiarios, soldados, indios y un cura. En la mañana del 6 de agosto de 1538 se apeó del caballo, arrancó un par de yerbas del suelo y dijo:

Tomo posesión de este sitio en nombre del em- perador Carlos V, mi Señor, para fundar la Nueva Ciu- dad de Granada.

Subiéndose luego a su caballo, desenvainó la es- pada y amenazante la revoleó por los aires al grito de:

¡Quien quiera contradecirme a la fundación de la ciudad que voy a hacer aquí mismo que lo diga!

Como nadie lo contradijo envainó la espada y mandó al escribano del ejército que lo acompañaba a que diese testimonio de aquello como testigo.

La Ciudad consistiría en doce chozas por corres- ponder a los doce Apóstoles de Nuestra Santa Iglesia Católica, según el Profesor Tarsio. Así fue como se estableció la Nueva Ciudad de Granada.

De los 900 hombres que fueron a la búsqueda de la ciudad de El Dorado solo volvieron 166.

Guau, Don Gonzalo Jimenes de Quesada i Ri- bera era más excéntrico que Miguel de Cervantes dijo Bernardino.

Los desvaríos del Hidalgo bordeaban lo absur- do, aunque operaba en la realidad: se robó una parcela de tierra, fue en búsqueda de la ciudad de El Dorado y terminó fundando las bases de una ciudad, mientras que los delirios de Don Cervantes eran ficción.

Bernardino me preguntaba si realmente creía en la maldición de la caja mágica.

Claro que no mentí Vivimos en el siglo XXI especulé.

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Mientras me justificaba para probar que era un hombre moderno, escuché la puerta de entrada al depar- tamento abriéndose. Era Isabel, mi compañera, y una amiga. Isabel se sentó sobre el sillón frente a nosotros y extendiendo su mano derecha nos presentó, Montse, Bernardino y Mateo.

Conocí a Isabel en una manifestación. Recuerdo que íbamos caminando lentamente sobre las calles de asfalto y a nuestras espaldas la multitud reptaba como una serpiente infinita.

Ella iba vestida de boy con cabello corto, jeans y una camisa con rayas azules. Me atrajo su aire andró- gino que no concordaba con la femineidad que exuda- ban sus movimientos.

Montse era una catalana hermosa que estaba de paso en nuestra ciudad. Era nativa de Jafre, del Bajo Ampurdá en Catalonia, pueblo famoso por dos cosas: el alcalde había gobernado por más de 40 años desde Franco a Zapatero, y también porque un día anónimo pasaron por el pueblo Alejandra Pizarnik, Julio Cortázar y Antonio Beneyto. Viajaban de París a Barcelona cuando pararon el coche para descansar a orillas del Río Ter y visitar el pueblo de Jafre. Coincidieron que era el lugar más tranquilo del mundo y algún día volverían para vivir allí y se dedicarían a aparear tortugas en un jardín infinito. Aunque esto último es un secreto.

Bernardino comenzó a sanatear para seducir a Montse: fingió un ataque de romanticismo poético, ha- bló de la luna, de la belleza de los parques en la oscuri- dad, recitó varios poemas de amor de Neruda.

Isabel me miraba y yo la miraba a ella sin saber cómo parar el flujo sentimental que había atacado a Bernardino. Montse, que era una catalana concreta, comprendió que Bernardino era un gilipollas, sin em- bargo lo animó a continuar.

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Bernardino se imaginó que ya estaba metido en el corazón de Montse y pronto estaría por pasar entre sus piernas. Fue entonces cuando les preguntó a ellas si eran supersticiosas.

Claro que lo somos respondieron ambas.

Burlándose les contó de mí miedo a la Mala Suer- te, del poema sobre Gonzalo Ximenes de Queisada que había escondido en una caja y de mi preocupación por- que él había abierto la caja y eso me traería Mala Suerte.

Tal vez la Mala Suerte sea para quien la abrió dijo Isabel defendiéndome.

El Hildalgo Queisada anduvo haciendo Quixo- tadas antes de que Cervantes Saavedra escribiera el épico Don Quijote arriesgó Montse. Tal vez Quixo- te proviene de alguna derivación del apellido de Quei- xada o Queijada o Queizada y Cervantes Saavedra lo disfrazó de Quijote para apropiarse de sus aventuras, como era costumbre en esa época.

Nos recordó que un tal Avellaneda escribió la se- gunda parte de Don Quijote antes que Cervantes.

El Excelentísimo Fundador de Bogotá, Gonza- lo Ximenes de Queisada i Ribera, arrastrando la lepra crónica que lo aquejaba, se embarcó en la aventura más desastrosa de su carrera dije.

Bernardino interrumpió diciendo pavadas.

III

Los Conquistadores marcharon nuevamente hacia el espejismo que era la leyenda de la ciudad de El Dora- do, cuyo origen data del siglo XVI, cuando los genoci- das españoles tuvieron noticias de una ceremonia en la cual el rey de los Muiscas se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas a la laguna de Guatavita.

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Al mando de Gonzalo Ximenes de Queixada i Ribera partieron del puerto de Santa María en el mar

Caribe 500 españoles,1500 indígenas, 8 curas, 800 cer- dos, 600 vacas, 150 caballos y varios bergantines.

Los rayos solares se filtraban entre los árboles re- flejando doradas proyecciones sobre la superficie infini- ta de la tierra sembrada de hojas muertas y ramas que- bradas. La humedad se elevaba con un olor arcaico, los tacos de las botas se hundían en el fango.

Los reptiles huían en todas las direcciones ante la invasión de hombres y animales. Los insectos pulula- ban alrededor de los exploradores. Escucharon las vo- ces inmemoriales de la jungla tropical: el sonido anóni- mo de las chicharras fue in crescendo hasta alcanzar una estridencia ensordecedora, también vibraban los árboles de especies desconocidas, las lianas colgadas de las ramas bailaban al ritmo de los monos aulladores que saltaban de un lado a otro incansablemente, las hojas caían como lluvia sacudidas por el viento, los mosquitos gigantes zumbaban amenazantes.

Fue entonces cuando comenzó la danza macabra de la muerte, la selva les arrojaba obstáculos. Al reco- rrido silencioso de flechas envenenadas disparadas des- de las sombras del día y de la noche se sumaban las niguas que les comían los pies, las culebras ponzoñosas, el sigiloso andar de los alacranes, las anguilas eléctricas, los cocatrices, y las enfermedades tropicales como el escorbuto, la disentería y las fiebres de las ciénagas producían grandes estragos en las tropas. Y cuanto más avanzaban en la noche de sus desventuras se encontra- ron con un enemigo inesperado, el fuego destruyó las piaras y las vacadas, el hambre comenzó cuando las provisiones se acabaron. Los aventureros, con terque- dad ibérica comían hierbas, gusanos y murciélagos y cuando la desesperación de la hambruna se transformó

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en muerte, recurrieron a comerse la carne de los caba- llos que fallecían por el camino.

Dos años después, con la armada diezmada por el fuego, las deserciones, el hambre, los crímenes, los sa- botajes y las traiciones, regresaron al Puerto de Santa Marta 64 españoles, cuatro indios y 18 caballos.

Los conquistadores nunca entendieron que los in- dios habían inventado la leyenda para liberarse de la amenaza que representaban los españoles, quienes ha- bían llegado con la cruz y la espada a sembrar el odio y saquear.

¿Cómo se las arreglaron con la libido?

No se las arreglaron. Posiblemente no había tiempo para entretenerse: la urgencia de sobrevivir les ocupaba toda la vida.

IV

La lluvia se apagó y la noche se fue acercando con ritmo cansino.

Montse quería ir a cenar al famoso Restaurant Dora porque sus amigos catalanes se lo habían reco- mendado. Era la fonda de los bohemios, donde los inte- lectuales pobres y los no tan pobres se alimentaban a fideos con pesto y el plato especial del día era siempre el mismo: espaguetis con pesto y salsa boloñesa todo mezclado en un plato, un pan, un vaso de vino de la casa y café por una modesta suma de dinero.

Isabel aprobó la idea.

Bernardino giró la cabeza como un péndulo que va marcando el paso del tiempo.

¡Oh! no a ese antro. Ese lugar está lleno de gente malnutrida con una palidez desproporcionada porque se alimentan muy mal, pasta, pasta y solo pasta, ¡viva la pasta!, apenas un par de gotas de sangre les

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riega el cerebro y no es suficiente para pensar, entonces se hacen comunistas o católicos porque ahí sí que está todo pensado, masticado y es fácil de vomitar.

¡Uf! eres un exagerado.

Caminamos en la ciudad esquivando a la gente hasta que llegamos a una calle de arcos donde estaba nuestro restaurant.

Qué bonito nombre dijo Montse, señalando el letrero: Restaurant Dora.

Bernardino riéndose dijo

No irás nunca a la ciudad de El Dorado, pero podés decir que fuiste al restaurant Dora. ¿Sabés que el nombre del restaurant se origina en siglo XVII? Porque había una prostituta llamada Dora en el barrio de Dollis Hill en Londres, ella y su amante irlandés se escaparon a Buenos Aires donde regenteaban el bar Dora, de du- dosa reputación en el barrio de la Boca, frecuentado por marineros y por Eugene O’Neill, el escritor estadouni- dense, que en ese entonces era marinero.

El salón del restaurant estaba atiborrado de co- mensales. Entramos, uno de los mozos se acercó y nos dirigió a la única mesa disponible.

La catalana estaba fascinada. No podía creer que los manteles fueran diarios viejos, que las paredes estu- viesen abarrotadas de fotos descoloridas de héroes don- de todos parecían criminales jubilados.

Cuando levanto mi cabeza para llamar al camare- ro para que nos traiga el menú, me encuentro con los ojos encendidos de la Negra Reneè que al verme se acerca a nuestra mesa y nos pide si puede sentarse con nosotros.

La Negra Reneè, vestida de vagabunda, arrastraba en cada uno de sus movimientos un aura mágica. Según decían los que no la querían hacía diez años que estaba escribiendo una novela sobre ocultismo, con la tríada

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infernal de Gurdjieff, Ouspenski y Madame Blavatsky, pero nadie había visto ni una página de tal obra magna.

Los Sufís bailan en círculos perpetuos dijo al pasar la Negra Reneè, mientras el olor a marihuana se escapaba de su piel.

La negra que no era negra les preguntó si habían leído al Don Quijote, esa parodia de las novelas de ca- ballería, maravillosa.

Dios, qué sensibilidad tienes. Lo hemos leído hace años y hoy estuvimos especulando si sus ficciones eran un plagio o no.

Es que tienen una mirada de ilusionados como si de pronto fueran a buscar fortuna en tierras lejanas.

Diría de iluminados contestó Mateo. Sí, pensamos ir a Colombia en busca de la ciudad de El Dorado para encontrar el oro que se les escapó a los conquistadores.

Yo no dijo Bernardino. Es solo una leyen- da infame como todas las leyendas.

¿Cuál es tu problema?

Mateo le explicó a La Negra Reneè la Mala Suer- te que Bernardino había destapado.

No sabemos quién es el dueño de la Mala Suerte, si él o yo, porque él abrió mi caja mágica.

Yo puedo ayudarlos, si se cortan la uña del de- do mayor de la mano izquierda y varios cabellos yo los exorcizo y les espanto la Mala Suerte.

¿Y quién anda con un cortauñas en el bolsillo? preguntó con ironía Bernardino.

No tengo un cortauñas pero sí una tijera— contestó La Negra Reneè.

Yo no me separo de nada de mi cuerpo — protestó Bernardino.

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Los ojos de Montse giraban de placer, ésta deli- rante está más loca que nosotros cuatro juntos, y el tío éste de sentimental se transformó en un insoportable.

La Negra Reneè buscó en su cartera de mano la tijera. Después de hurgar en ese pozo negro que era su bolsa encontró la tijera y me la dio. Sin saber qué hacer entre divertido y asustado comencé a cortarme la uña del dedo mayor de mi mano izquierda. Lo hice con prolijidad, y después Isabel me ayudó a cortar un me- chón de cabello.

La Negra Reneè extendió mi pelo sobre la mesa, colocó la uña en el medio y la envolvió con mis cabellos, mientras murmuraba algo así como una oración en un lenguaje desconocido. Hizo lo mismo con Montse e Isabel pero Bernardino se negó alegando que eran tonterías.

Ahora guárdenlo en el bolsillo izquierdo por tres días y tres noches.

Ya sabemos que la Mala Suerte premiará a Bernardino.

Cinco menús completos pidió Montse al mozo que se había acercado a la mesa sosteniendo una servilleta negra en su antebrazo derecho.

Seguro que Don Miguel de Cervantes Saavedra alimentó su Quijote de los cantares de gesta que los juglares popularizaban dijo Isabel.

El mozo trajo los platos rebosantes de pastas y colores fosforescentes, el verde del pesto complementa- ba el rojo tomate de la salsa boloñesa. Montse sacó una foto para enviársela a sus amigos de Barcelona.

Bernardino había perdido el apetito, sentía que la realidad se le escurría entre los dedos, que la historia de la Mala Suerte lo estaba alcanzando.

¿Y qué me puede pasar? preguntó Bernar- dino preocupado.

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No se sabe, la Mala Suerte es como Dios, usa caminos misteriosos para manifestarse.

Podés ser atacado por un basilisco, en ese caso te recomiendo que lleves un espejo, porque aunque se sospecha que desaparecieron en la Edad Media pueden aparecer nuevamente y te matarían sólo con mirarte y el espejo te ayudaría a liquidarlo, ellos mueren al ver el reflejo de su imagen.

También puede ser que tus fantasías de acostar- te con Montse se diluyan porque ella no parece estar muy interesada.

Enojado, Bernardino se levantó bruscamente, fue hasta la mesa vecina donde había un ramo de rosas rojas, las tomó entre sus manos y con calculada furia las arrojó sobre Montse, quien no pudo contener las carcajadas.

Bernardino, humillado, salió del Restaurant zigzagueando entre los comensales y se evaporó en la noche.

La Mala Suerte lo perseguirá. dijo la Negra Reneé profetizando.

El ambiente en el Dora era una fiesta en ebulli- ción, rosas voladoras, platos de fideos para los pobres, ravioles para los ricos, y la alegría de Montse, cuya felicidad la hizo pararse sobre la silla golpeando la bote- lla de vino con su tenedor y gritar:

Atención, atención.

Por un instante el silencio se hizo dueño de la si- tuación permitiéndole a Montse decir:

Hoy celebramos que el análisis histórico litera- rio que hemos realizado nos permite llegar a la conclu- sión de que las aventuras del caballero andante El inge- nioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cerbantes o Cervantes Saavedra es un fraude plagiado

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de los diarios de Don Gonzalo Ximenes de Queisada i Ribera, fundador de la Ciudad de Bogotá.

La literatura española es un fiasco dictaminó la catalana.

Los comensales aplaudieron furiosamente.

La Negra Reneè inquieta al ver el éxito de Mon- tse, se subió a su silla y comenzó a cantar.

Santa Marta Santa Marta tiene tren Pero no tiene tranvía.

De todos los rincones de la cantina surgió un co- ro magnífico.

Las mujeres, las mujeres bogotanas Las mujeres, las mujeres bogotanas no saben ni dar un beso...

La negra Reneé se sentó mientras aplaudía al coro de comensales.

Bernardino nos regaló un pagadiós dijo Isabel.

Mala Suerte contestamos.

NOTA DEL AUTOR:
Algunos datos históricos son plagiados, otros falsificados a falta de veracidad y en honor a la imaginación de los historiadores. Dado que encontré diversas versiones del apellido de Don Gonzalo y de Don Miguel decidí adoptarlas a todas.




Empleo las palabras que me has enseñado. Si no significan nada, enséñame otras. O deja que me calle. Samuel Beckett

Cuando la luz del día me despierta, me levanto, miro los dedos de mi mano derecha y con el dedo índice de la mano izquierda los señalo contándolos.

Uno, el pulgar, dos, el índice, tres, el mayor, cuatro, el anular, cinco el meñique. Dejo de concen- trarme en mi mano derecha para observar que en mi mano izquierda también tengo cinco dedos, miro las palmas de mis manos y muevo los dedos como lombri- ces desesperadas.

Después las enfrento, quedan suspendidas a la al- tura de mis ojos. Les ordeno que se mantengan firmes mirándose entre sí por una eternidad de varios segundos hasta que con satisfacción percibo que mis manos son perfectas.

Me gusta mi piel color canela, soy feliz con mi nariz y por la mañana después de tomarme un café ne- gro, negro, me siento frente a la computadora a escribir. Cuando me canso voy a Hyde Park a sentir el frío. A gozar del viento en la cara y tener mis dedos congelados mientras la lluvia tímida golpea incesantemente los ár- boles y las gotas estallan al chocar contra el suelo.

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Punto y coma

En el otoño del 14 él estaba parado sobre uno de los senderos que las hojas muertas ocultaban. Dibujada en la palidez de sus mejillas chupadas tenía las huellas que suelen dejar los excesos.

El sol y la lluvia se alternaban, iluminando y os- cureciendo su cuerpo, dibujando su silueta mientras su sombra se acostaba sobre el pavimento.

Lo observé balanceando uno de sus brazos y de la punta de sus dedos se desprendió una nuez que recorrió bruscamente el espacio que existía entre él y la ardilla que lo estaba esperando.

Yo jugaba con las fantasías que había acumulado entre mis cejas mientras miraba la nuez elevarse. Aplaudí con timidez sonriendo.

Bravo dije

Él me devolvió una mirada imperceptible y sacó de su bolsillo otra nuez.

Me llamo Noon dije.
Ryan me contestó.
Esperamos que la ardilla volviera por más comida

hasta que nos echamos a andar arrastrando los pies, nos embarramos los zapatos pateando las hojas muertas.

Balbuceamos nuestras incoherencias preferidas mientras explorábamos el Hyde Park y recorrimos nues- tros pasados a modo de presentación.

Nací en Irak. −−dije −−Mi padre era periodista. Fue asesinado en los bombardeos a Bagdad, fue una de las víctimas de Bush y Blair. Emigré con mi madre a Londres donde estoy desde el 2003. Estudié literatura. Como crecí entre libros hice lo único que sabía hacer, escribí, publiqué dos libros, el primero una serie de diez cuentos sobre Londres y el segundo una novela autobio- gráfica donde relataba cómo los conflictos de Bagdad me perseguían. Ahora estoy apuntando notas o mejor pretendiendo escribir una novela aunque voy garaba-

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teando ideas en mi computadora sin encontrar las pala- bras porque estoy perdida.

También yo soy inmigrante, vengo de Irlanda del Norte dijo él y continuó Mis padres eran mili- tantes políticos, yo era el hijo rebelde, vendía hachís a mis amigos hasta que compañeros de mis padres, miembros del IRA, comenzaron a interesarse en mis negocios y me dieron la opción de irme; si me quedaba las consecuencias serían dolorosas. No sé, tal vez un tiro en la rodilla como se acostumbraba.

Es extraño refugiarse en el país que destruyó mi vida dije sin pensarlo.

UK es un reinado de violentos.
Seguro que es la tierra contesté.
Cuando llegamos a Marble Arch, él miro su re-

loj, me dio una tarjeta con su dirección y se fue. Yo me quedé en el parque mientras el sol y las nubes ju- gaban con las luces y las sombras en el Speaker's Cor- ner. Con curiosidad, escuché a los oradores del dispa- rate hasta que fui desplazada por la oscuridad.

Pasaron varias semanas hasta que por la tarde del domingo, después de horas de fracasar en mi intento de escribir, salí a la calle a sentir el frío mordiéndome los labios.

Llamé por teléfono a Ryan. Atendió desconcertado.

Le recordé cómo nos conocimos.

Hyde Park, la ardilla que corrió a refugiarse en un árbol.

Ah sí dijo sorprendido.
¿Nos podemos ver está tarde?
¿Para qué?
−−Para nada en particular. No conozco mucha

gente en Londres y pensé que podríamos pasear juntos. 111

Recorrimos Hyde Park. Fuimos desde Bayswater Road a Kensington Road, vimos el lago artificial Ser- pentine, luego pasamos por el nuevo restaurante de la arquitecta iraní.

Nuestras risas coincidían, nuestras manos se buscaron. Esa tarde me enteré que al llegar a Londres, Ryan abandonó las drogas y se dedicó a cantar en una banda de rock irlandesa. Tocaban en algunos pubs del barrio de Kilburn.

¿Por qué Kilburn? pregunté inocentemente. Porque quería redimirme ante mis padres. No entiendo.
En los pubs de Kilburn se decía que juntaban

dinero para financiar al IRA. Hasta que un día nos pe- leamos y la banda se desintegró.

Es la tierra −−le dije.
¿La tierra?
A la semana siguiente lo invité a que me visite

en mi departamento.
Trajo su timidez y una botella de vino.
Nos amamos.
Sentada sobre la alfombra roja, narré la historia

de la mujer con corazón de vidrio que había leído ayer. Fantasías del medio oriente dijo él.
Sí, lo escribió Amina Shah contesté.
Ryan caminaba impaciente alrededor del 
living

room sin detenerse.
Tenías razón, la tierra crea conflictos. Marco

Polo en sus viajes relata la historia del rey que, viendo que su pueblo era dócil y benigno, se preguntaba por qué sus vecinos eras belicosos y violentos.

Convocó a un grupo de sabios de su reino y les preguntó el motivo por el cuál sus vecinos se enredaban en continuos conflictos.

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Los sabios consultaron las razones posibles y luego de pensar por un tiempo prudencial se reunieron. Llegaron a la conclusión que la culpa era de la tierra que pisaban.

El rey ansioso esperó la respuesta, cuando una comitiva de los sabios le contó sus conclusiones.

“—El motivo de sus disputas es la tierra.

El rey, incrédulo, dudó de los sabios hasta que decidió probar la veracidad de los mismos. Envió va- rios carros al reino vecino para recoger tierra y traerla a su residencia. Cuando volvieron, ordenó esparcir la tierra sobre el piso del comedor de su palacio y luego la cubrió con alfombras.

Organizó un banquete para los habitantes de su reino, quienes consumieron exquisitos manjares y vinos deliciosos que el rey había hecho preparar para la oca- sión, hasta que dos hombres comenzaron a discutir. Al principio civilizadamente, pero gradualmente subieron el tono de sus voces y se intercambiaron insultos, hasta que estalló un conflicto generalizado donde todos discu- tían con una furia jamás vista en su reino.

El Rey, satisfecho, aprobó el veredicto de sus sabios.

Es la tierra dijimos.
Maldita tierra.
La novela que no podía escribir estaba agonizan-

do, entre mi incapacidad literaria y Ryan que había pa- sado a ocupar un espacio inmenso en mi cabeza.

Sin poder hilvanar un capítulo decidí cambiar de método. Abriría una página, al azar distribuiría comas, puntos, puntos y comas, luego las uniría con palabras.

El próximo domingo por la mañana Ryan vino a buscarme. Cuando le conté qué pensaba hacer se puso más pálido que de costumbre.

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Estás loca dijo apretándome el brazo — Tendrías que buscar un libro y plagiar las comas, etc. página a página y después rellenar los espacios con palabras.

¿Me ayudas?

Claro. ¿A qué autor le plagiarías los puntos y las comas?

−−Marcel Aymè −−me dije.

−−Ya está, usaremos uno de sus cuentos, sí, El hombre que atravesaba las paredes.

Nos sentamos sobre las sillas alrededor de la me- sa de la cocina.

La tarea a que nos habíamos encomendado era demencial.

Ryan comenzó a contar.

−−Palabra de tres letras, un espacio, continúa con palabra de cinco letras, espacio, otra palabra con cuatro letras, coma, palabra de dos letras, espacio, otra de seis letras, coma...

Y así hasta el final del cuento.

En la primera página copié las primeras palabras del cuento de Marcel Aymè En Montmartre. Yo seguía a Ryan, configurando las páginas en mi pantalla en rela- ción a lo que él me indicaba.

Cuando finalizó el cuento decidí copiar la última oración, anoté: perforan al corazón de la pared como gotas de luz de la luna.

El único vestigio de plagio serían el principio y el final.

Trabajé hasta que los ojos me ardieron de felici- dad, la historia que estuve buscando se fue desarrollan- do frente a mí, palabras tras palabras, hasta que escribí FIN.

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Cuando lo terminé, fuimos a festejar con Ryan. Mientras cenábamos, planificamos qué hacer con el cuento.

Lo publicamos nosotros me dijo.

Él se ofreció a diseñarlo y lo imprimirían sus amigos irlandeses. Lo enviaríamos a un concurso donde ganaríamos miles de libras y seríamos felices.

Reímos.

Una semana después, Ryan trajo un CD con el di- seño. En la parte superior de la tapa estaba mi nombre, Noon Rasheb, debajo una foto de mis manos enfrenta- das encerrando un punto negro. El título estaba al pie de la página: 'Punto, coma y otras cosas'.

Enviamos el CD a la imprenta de los irlandeses, quienes nos prometieron que lo terminarían en dos se- manas, el tiempo justo para poder enviar el libro al con- curso que habíamos elegido.

Llegaría el lunes por la mañana y por la tarde lo mandaría ya que el martes es el último día que aceptan los cuentos.

Estuve las dos semanas esperando la llegada de los libros. El lunes por la mañana no arribó y comencé a preocuparme. Una de mis vecinas me llamó por teléfono para avisarme que había recibido unas cajas que eran para mí, pero que como no estaba en su casa y volvería muy tarde, no podía dármelas hasta el martes.

Debió entender mi preocupación porque me pre- guntó qué me pasaba. Le expliqué que las cajas conte- nían ejemplares de un libro que habíamos publicado para presentarlo en un concurso literario de cuentos, y que debía enviarlo hoy por la tarde a más tardar.

Puedo pedirle a mi madre que vaya a mi depar- tamento a buscar un libro y si me das la dirección del concurso, le pido que lo envíe me dijo.

Acepté aliviada...
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Al día siguiente mi vecina Lizzie me llamó para que fuera a buscar las cajas con los libros y contarme que su madre había enviado el día anterior dos ejempla- res a la dirección que yo le había dado.

Una vez en mi cocina advertí que en una de las cajas había un sobre. Lo abrí y antes de leer llamé a Ryan.

Estimado cliente, dado la caótica situación eco- nómica en que nuestra imprenta se encuentra debido a erróneas decisiones comerciales y los consejos inciertos de nuestros asesores, nos encontramos en un cul de sac. Por estas circunstancias, decidimos pelear por nuestra supervivencia y comenzamos por ahorrar la tinta en nuestras impresoras. Es por ello que evitamos las pa- labras y solo imprimimos acentos, comas y puntos. Da- do que el punto y coma es un signo no muy usado, deci- dimos no incluirlo en nuestra publicación. Eso sí, para mayor comprensión del cuento mantuvimos las prime- ras y las últimas palabras. Además, prometemos que en el futuro haremos una publicación de lujo para su pró- xima novela incluyendo todas las palabras. Le rogamos sepa entender la situación en la que estamos y nos ayu- de con su buena voluntad a superar este mal momento por el que pasa nuestra pequeña empresa.

Miré mis manos que temblaban de furia. Quiero ir a matar a tus amigos.
Cálmate, es la tierra dijo Ryan.
¿Qué hacer? me pregunté.
Esperar, aunque es un chiste demasiado caro. Pasaron tres meses y cuando el silencio nos hizo

pensar que me ignorarían, recibimos una carta de los organizadores del concurso.

Gané el premio me dije Si no para que me mandan una carta.

Abrimos el sobre, leímos. 116

Retire su cuento del concurso o les mandamos a la policía por plagiar a Marcel Aymè.

¿Quiénes son los dueños de las palabras? −−me

quejé.
Los irlandeses −−dijo Ryan.


Punto y coma y La Mala suerte o Nuebo  rReino de Granada, ambos están en El trapecista

On 30 Mar 2022, at 18:32, Rafael Gutiérrez <literaturaargentinaunsa@gmail.com> wrote:

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