A pocos días del fallecimiento de Eugenio Mandrini
(16.12.36 / 30.11.21)
Eugenio Mandrini: sus
respuestas, poemas y microficciones
1 — En otras ocasiones definiste
públicamente tus preferencias, improvisado instantáneas, pergeñado esbozos o
estampas. Hoy, para nosotros, ¿qué retrato de vos nos ofrecerías?
EM — Comencé
a respirar formando parte de una familia constituida por cinco miembros: mi
padre, mi madre, mi hermana, los libros y yo.
Ya de niño, mi padre fue mi mentor, mi guía en el oficio de lector,
paseándome primero por los trágicos y épicos griegos, después por el siglo de
oro español y, por último, por la gran literatura rusa y la no menos grande de
la francesa, período que después completé con los contemporáneos. Eso fue
suficiente para enamorarme de las palabras, y no solo de éstas, sino también de
un punto aparte y de una coma. Llegué a soñar que la coma era una puerta donde
la sorpresa me aguardaba con los brazos abiertos.
A quien me pregunte la edad, le diré que en diciembre cumplí 141 años,
porque sigo la huella de diplodocus que dejó mi padre. De lo dicho surge
también que soy de sagitario, pero aclaro que nosotros, los sagitarianos, no
creemos en los horóscopos.
Supe de la poesía cuando siendo un pibe, el día en que al ir a la
panadería y en vez de pedir medio kilo de pan, dije: “pan, medio kilo”. Es que había descubierto el hipérbaton, recurso
retórico que consiste en practicarle al giro una súbita torsión, procedimiento
que más tarde aprendería a exprimirlo hasta producir cadencia.
He elegido vivir
en constante exaltación poética, y es por ello que cuando empezaron a llamarme
loco, comprendí que estaba en el buen camino.
A su tiempo, escribí novela, cuentos, guiones de historieta y hoy,
además de poesía, mantengo estrechos vínculos incestuosos con la microficción,
a la que siento como mi madre, mi amante, mi hermana, mi hija.
Amo la opera porque es la casa de los héroes vocales, y al tango porque
sus evocaciones y nostalgias nos devuelven el cielo que perdimos una vez.
Mi otro amor o especialidad es ser lector, es decir, desenterrar tesoros
en medio de la noche.
¿Qué pienso del mundo? Que hay que vivirlo con un ojo perplejo y el otro
insomne.
¿Qué busco al escribir? Que la palabra brille como un sol o, al menos,
como la sombra de un tigre.
¿Mi color? El rojo, un tanto brumoso por la época.
¿Músicos? Beethoven, Verdi, Piazzolla.
¿Voces? Callas, Gardel, Serrat.
¿Qué pienso de Dios? Que existe, se llama Shakespeare y está en
expansión.
¿Forma preferida de morir? Distraídamente.
¿Mi felicidad? La mujer, mi hijo, un amigo, la soledad, la multitud.
¿Un sueño? Despertar el día después de haberme helado.
¿Otro sueño? Que el cuervo de Poe continué diciendo “nunca más” hasta que la miseria, la angustia y el olvido, sean
nunca más.
Si me preguntan qué es la poesía, digo que es un estado de ceguera desde el cual se ven
otras luces, incluso otras sombras. Si me preguntan qué es la microficción,
digo que es un rayo de luz en un sótano o más bien el escorpión que viene a
morderme la camisa.
Creo que tanto el poema como la microficción son construcciones que
trato de edificar mediante innumerables borradores, tantos que alfombran el
piso.
Creo también, como Eluard, que hay otro mundo y está en éste.
Y creo asimismo en la piedad, a la que llamo cada vez que, al escribir,
transpongo la frontera de lo real.
No sé si he sido claro.
2 — Sí, Eugenio, lo sos. Instalémonos
por un instante en la (eventual) claridad de tu adolescencia, y la seguimos
desde allí.
EM — A los
catorce años, mi primer trabajo: escribir guiones de historieta en revistas hoy
desaparecidas. Más tarde, cuentos para revistas femeninas como “Maribel” y
“Vosotras”; además, para las Selecciones Policiales y Gauchescas de Editorial
Codex. Todo eso, sin dejar de intentar el poema, ganando premios en concursos
de poesía tradicionalista: por ejemplo, sobre “Las mujeres gauchas” y sobre el
Chacho Peñaloza. Ya en 1970, gané el primer premio de poesía que organizara la
Biblioteca Popular “Cornelio Saavedra”, circunstancia que me permitió iniciar y
sostener una larga amistad con el poeta Joaquín Giannuzzi. Y comencé a redactar
guiones para las revistas de la Editorial Columba, creando un personaje
gauchesco para el Álbum de “El Tony”, llamado “Rosendo, el toro”, que se
mantuvo durante años, pasando luego a la Editorial Skorpio, donde escribí
numerosos guiones unitarios, y además otro personaje, llamado “La maga”, el que
se reprodujo en España e Italia, mientras que en nuestro país produje guiones
para los renombrados dibujantes Domingo Mandrafina, Horacio Altuna, Gustavo
Trigo, Carlos Casalla, Francisco Solano López, Carlos Roume, Leopoldo Durañona,
y Alberto y Enrique Breccia. Pero ya hacía
tiempo que venía en conflicto con la historieta, para
sustituirla por la poesía y la narrativa. Al respecto, recibí una
importante mención en el concurso de novela organizado por el Diario “La
Opinión” y Editorial Sudamericana, también en 1970, con un jurado compuesto por
Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos y Rodolfo Walsh. La
novela se tituló “La bilis” y por
enigmáticas razones no llegó a publicarse. Y siempre alrededor del setenta
recibí una mención en un concurso organizado por Canal 13, sobre obras de
teatro para TV, con duración de treinta minutos, que ganó Rodolfo Walsh con “La granada”, pero el canal nunca filmó
las obras premiadas, pese a que ello constaba en las bases del concurso.
3 — ¿Y ya en la década siguiente?
EM — Se publica en
el 87 el hoy inhallable “Criaturas de los
bosques de papel”, a través de Editorial ECA, última editorial que tuvo el
Estado, y dado que estaba compuesto por poemas y cuentos breves y brevísimos,
me permitió entrar en el mundo de la microficción, a tal punto que en diciembre
de 2014 se publicó en España “Las otras
criaturas”, por Editorial Menoscuarto, íntegramente dedicada a la
microficción. A su vez, al año siguiente, Editorial Macedonia, de Buenos Aires,
publicó “La vida repentina”,
selección de “Criaturas de los bosques de
papel”.
4 — El
volumen “La Argentina en pedazos” de
Ricardo Piglia (Ediciones de la Urraca, 1993), incluye tu adaptación a la
historieta, ilustrada por Solano López, del cuento “Cabecita negra” de Germán
Rozenmacher (1936-1971).
EM — Éste resultó ser un trabajo interesante que en su momento fue estudiado en alguna
Universidad. Sobre el mismo entendía que adaptar a la historieta un cuento de lenguaje macizo como el de
Rozenmacher, se podía resolver eliminando la escritura del autor y respetando
sólo su espíritu y el contenido, vertidos ambos en el clásico diálogo del
guión, que es la esencia de este tipo de literatura de imágenes, sostenido, a veces,
por el silencio, vale decir, la primacía del dibujo con exclusión de la
palabra.
5 — “Discépolo,
la desesperación y Dios” es el título del ensayo con el
que contribuiste al acervo de la Academia Nacional del Tango.
EM — Se trató
de una exigente experiencia. Me permití eliminar por completo los datos
biográficos del autor, y someterme al ejercicio del “desplazamiento”, es decir,
viajar de autor a autor, o sea, desde mi lugar hacia el de él, hacer allí la
carnadura, y llegar a su interioridad, a su introspección. Quedó entonces el
ensayo como escrito por “dentro” del mismo Discépolo, desde su desesperación y
sus duros planteos y disputas sobre Dios.
6 —
¿Develarías lo acontecido con “La bilis”, esa novela que nunca se publicó?
EM — La novela trataba la relación entre dos empleados
de oficina; uno, peronista de la primera hora, y el otro, un teórico de
izquierda, en medio del marco histórico de una crisis social y económica. En
cuanto a lo enigmático, resultó ser que tanto en la Editorial Sudamericana (que
auspició el concurso junto al diario “La Opinión”) como en Cedal (Centro Editor
de América Latina), donde la presenté, fue rechazada por exceso de técnicas que
hacían confusa la historia. Creo que sí, que era cierto eso, dado que, entre la
sucesión de ejercicios técnicos, me dediqué a dar, en cada una de las
secuencias de la novela, que no eran pocas, cinco o seis versiones, motivo por
el cual su lectura parecía destinada sólo a lectores teóricos de la novela. De
todos modos, también fue enigmático el hecho de que ambos directores de dichas
Editoriales, o sea, tanto Enrique Pezzoni como Luis Gregorich, me “invitaron a
aclarar la historia” con posibilidades de ser publicada. Desistí de ello por
temor a que la novela quedara reducida a polvo entre los dedos, y decidí
enterrarla en el olvido, al punto de terminar extraviándola. Aun así, la novela
había sido mencionada por el Jurado.
7 — Aunque mucho trasluce el título de la revista que llegaste a dirigir,
¿la evocamos?
EM — “Buenos
Aires Tango y lo Demás”, que codirigí con el poeta Héctor Negro, fue una
revista independiente que editó 60 números en 30 años, sostenida a pulmón y
éxtasis por un grupo de amigos solidarios. Y es cierto lo que decís respecto al
título que lo delata todo. Sin embargo, además del material informativo y
ensayístico sobre la ciudad y el tango, no faltó el espacio destinado a lo
creativo, mediante la incorporación permanente de poemas y cuentos, tanto de
los integrantes de la revista como de autores conocidos. Al respecto, mis
textos sobre dichos géneros, fueron recuperados en un reciente libro titulado “Con voz de perro lunar”.
8 — Sos de la ópera “un entusiasta al
borde de la locura”. ¿“Nabucco” de Giuseppe Verdi, “Carmen” de Georges
Bizet, “Tristán e Isolda” de Richard Wagner, “Sansón y Dalila” de Camille
Saint-Saëns, “Orfeo y Eurídice” de Christopf Willibard Gluck o “Mefistófeles”
de Arrigo Boito?
EM —
En todas ellas y en las que falta citar, destellan grandes momentos
orquestales, corales y de voces individuales que me exaltan. Esto me hace
recordar lo que alguna vez escribió un desconocido lexicógrafo: “La música es la más arrebatadora de las
artes”, bello concepto que comparto plenamente, aunque también la poesía
derrama sus arrebatos, desde un sentido más secreto o íntimo, como es a través
de las dos “S”, es decir, la Sugerencia y la Seducción.
9
— Se lee en “Yo
el supremo” de Augusto Roa Bastos: “La
obra maestra de ficción de todos los tiempos habría sido aquella en la que
estuviesen unidas la magia armoniosa de la prosa de Cervantes y la prodigiosa capacidad
de invención verbal de Quevedo.” ¿Qué otra unión fantaseás que hubiera
brindado la obra maestra de ficción de todos los tiempos?
EM — En principio dicha frase, y que
me perdone Roa Bastos, a quien admiro, suena a glorificación de los muertos o a
culto de la personalidad. Si la novela hablara, seguro que resistiría con
sólidos argumentos engrosar el género con los restos de los próceres. El arte
literario, estudiado históricamente, goza de una tríada que se mantiene en el
tiempo felizmente inalterable: me refiero al entramado compuesto por Legado –
Metamorfosis – Continuidad. Lo que surja de allí puede ser más significativo y
poderoso que cualquier ensoñación. El pasado es la fuente a la que hemos de
acudir hasta ahogarnos, y los muertos célebres son nuestros padres. ¿Qué más?
10 — ¿Con qué nos vamos a encontrar en tus futuros libros?
EM — Nunca padecí la
ansiedad por la publicación. Debe ser porque cada libro mío necesita una
horneada mínima de cinco años. Pese a ello siempre espero que alguna
bifurcación o atajo me permita presentir, brumosamente, la materia de un
próximo libro. Hoy estoy trabajando poemas extensos de tipo enumerativo con
contextos propios. No sé si todo eso se edificará a través de poemas unitarios
o de una ligazón de textos donde el verdadero poema sea la totalidad del libro,
vale decir, un libro trabajado con fragmentos o ruinas que, bien montadas,
puedan hacer las veces de una construcción.
11 — “Un homenaje al vértigo” es el subtítulo de tu poema “Los
bailarines de tango”. Es un tanguero que no sabe bailarlo (yo), quien se
imagina que sos muy buen bailarín. ¿Me lo confirmás? Imagino también que
habrás, muchas veces, “ido a la milonga”.
EM — Lamento
defraudarte, Rolando. No soy ni siquiera buen bailarín. Amo el tango, su
poesía, su música y sus interpretes; incluso escribí un libro sobre los poetas
del tango. Pero no soy tanguero, lo amo desde la poesía. Por otro lado, sí,
visité milongas por razones de conocimiento directo, y supe que eran y son
recintos Fellinescos. En cuanto a los bailarines, me resultan solemnes y
machistas, lo cual es paradójico, pues el baile del tango es un arte admirable.
¿Cómo surgió el poema citado? Me di cuenta que los bailarines, cuando dibujan
sus fantásticas figuras, no miran a los espectadores, en realidad los
atraviesan. Es decir, su mirada va lejos, a otra latitud, como hipnotizados por
algo invisible. Es que ellos están concentrados en su arte, como todo creador
en medio de su incierta creación. Ese acto de llegar a la hondura desde el
instinto y la audacia, merecen mi más alto respeto. Por eso el poema.
12 — ¿De qué modo procedés en procura de corregir las sucesivas
versiones de un poema o microficción?
EM — Bueno, esto ya es un capítulo
aparte. Primero debo decir que intento ser un perfeccionista, mas no para
alcanzar la excelencia técnica, que tiene alma de estatua y pese a ello es imprescindible,
sino para llegar a la sencilla fluidez. Ahora sí voy a la pregunta. Una vez
“volcado” el poema, si noto algún desequilibrio o desarmonía tanto en el
planteo, en el tratamiento, como en el lenguaje, rehago el mismo desde un nuevo
enfoque y después otro y otro más, hasta que el poema esté mas o menos
domeñado, obsesión que me lleva a alfombrar el piso de borradores. Recién
entonces comienza el segundo tramo de la corrección, mejor dicho, la “corrigienda” como bien sabía decir
Alfonso Reyes. Por un lado, penetro en la lectura solitaria, es decir, la del
ojo, que nunca es abarcadora del todo. Corrección que luego completo con la
audición, o sea, la lectura en voz alta, a fin de pasear por el territorio del
sonido y, además, completar ciertos espacios que el ojo, por su condición
circular, no ve del todo. Finalizada dicha travesía, me desplazo hacia el
lector, intento convertirme en él y completo la corrección a la manera de un dentista
al arrancar una muela: impiadosamente. En fin, para mí resulta una delicia la “corrigienda”.
13 — Transcribo de “Memoria histórica del más grande existencialista
norteamericano”, artículo de Williams Burroughs: “Yo había perdido el interés como un niño en la escritura, quizá porque
no estaba capacitado para enfrentar lo que todo escritor debe hacer frente:
toda la mala escritura que tendrá que hacer antes de que escriba algo bueno.” ¿Llegaste,
como Burroughs, a percibirte tan desanimado? ¿Cómo son tus desánimos, tus
fastidios?
EM — Mis desánimos. Otro capítulo
singular. Los tengo en cantidad y son audibles. Los consorcistas del edificio
donde habito dan fe de ello. Sucede que utilizo máquina de escribir (rechazo la
computadora porque necesito tocar el papel, cuanto más rugoso y menos satinado
sea, tanto mejor, y sentir que late en los dedos; me atrae también el peso de
algunas teclas cuando ensucian de tinta letras o palabras, hecho éste que le
imprime otro volumen al texto; por último, su traqueteo de tren me hace viajar).
Bien. Cuando ella, mi amada y estruendosa Remington, por razones mecánicas se
atasca, la denuesto con lenguaje de tribuna y hasta llego a pensar, pobre
santa, que, en ciertas circunstancias, todos podemos ser asesinos. Claro que
más tarde, si rueda como una locomotora feliz hacia su meta final, la acaricio
y la beso igual como lo hago con un poema, mío o de otro poeta, que despida
luz. Otro desánimo proviene cada vez que la hoja en blanco se me resiste y no
puedo sembrar allí ni una sílaba o letra; profundo desconsuelo que me lleva a
ir al Parque Lezama, a sentarme en un banco, y quedar blando o algodonoso, como
si fuera yo el único culpable de las penas del mundo. Desde luego que, de
pronto, resucito, mando todo al diablo, vuelvo a mi casa, introduzco una nueva
hoja en la Remington y aguardo a que las Musas me sean propicias.
14 — ¿Qué literatura te interesa porque
te “descoloca”?
EM — En realidad me “descolocan” los
grandes creadores, con sus giros, sus volares, sus fulgencias, esos que
detienen el paso del tiempo o saben engañarlo. Por ejemplo, Shakespeare, cuando
le hace decir a uno de sus hijos teatrales, que “la historia es un cuento narrado por un idiota lleno de sonido y de
furia”, y más aún cuando dicha frase continúa, más de trescientos años
después, en William Faulkner, que se apodera de un fragmento de la misma para
significar su novela titulada “El sonido
y la furia”. O cuando Borges, en su cuento “El inmortal”, escribe: “Llovía con lentitud poderosa”. ¡Santo
cielo azul o negro! ¿Qué es eso de una lluvia lenta? ¿Y que es aquello de la
lentitud poderosa? Y completo con un agudo hipérbaton de Giosuè Carducci cuando
escribe: “el silencio verde de los
campos”. Otros, que no son ni serán grandes, habrían escrito “el silencio
de los campos verdes”. Al fin y al cabo, la poesía es el género que crea lo
fascinante imposible, y en este caso el silencio bien puede ser verde. Todo eso
me “descoloca”, para “colocarme” mejor.
15 — ¿Tenés algún tema o asunto que
te ronde desde hace bastante tiempo y al que “no le hayas encontrado la vuelta”
como para materializarlo en un texto artístico?
EM — Sí, lo tengo. Y son
dos: la Gracia y la Medida. ¿Qué es la Gracia? ¿Qué, la Medida? ¿Qué luz de
relámpago hace que la Gracia se haga visible, sutilmente visible? ¿Y quién de
cualquiera de nosotros llega al privilegio de la Medida cuya exactitud ni
siquiera la tienen los relojes de precisión atómica? ¿Son ambas materias
estables o huidizas? ¿Quién las convoca: algún ángel, algún fantasma, algún
monstruo, algún espejismo, algún dios enajenado por la estética, algún mago
tahúr de esos que todo lo muestran y todo lo esconden? ¿Cómo es posible que un
poema haya alcanzado la excelencia y, sin embargo, la Gracia permanezca ausente?
¿O en qué momento quitar las manos de las teclas y saber (creer) que es esa y
no otra la última línea de lo escrito? Me detengo aquí. He llegado a la
conclusión de que tanto la Gracia como la Medida, son actos sobrenaturales.
16 — ¿Algo del orden del aturdimiento,
por ejemplo, habrás percibido, apenas supiste que un jurado compuesto por
Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Gonzalo Rojas —los tres, Premio Cervantes— y
Jorge Boccanera, en Fallo Unánime te habían otorgado el Premio Único e
Indivisible del Concurso de Poesía “Olga Orozco” 2008, por tu “Conejos en la nieve”?
EM — Primero me invadió la sensación de levitar, ese
estado de flotación fantasmal semejante al de los astronautas en la ingravidez
de sus caminatas. Ya repuesto de ese cross a la mandíbula, volví a pensar sobre
aquello que había descubierto hacía mucho: que la poesía es un gran émbolo
movido por opuestos: por un lado, para algunos, es constrictora como una boa y,
para otros, es abundante como los vientos jóvenes, como el desamor o como los
buenos elefantes. Supe entonces, junto a la levitación, que “Conejos…” había sido escrita con la
mezcla, acaso monstruosa, de esos opuestos.
Eugenio Mandrini selecciona tres poemas de “Conejos en la nieve” y tres
microficciones de “Las otras criaturas” para acompañar esta entrevista:
EN EL OJO DE LOS CRÉDULOS
Soy el mago.
Soy lo
imposible.
El trébol que detiene el salto del suicida.
Un fósforo del que brota un jardín por cada sombra rota.
Un ahogado que emerge del mar y danza triunfal sobre
el oleaje.
Una ventana por la que pasa una visión del paraíso cuyo
fulgor no cabe en el
sueño.
Un espejo donde la sorpresa admira sus dilatados ojos.
Una luz, en fin, en el ceniciento hastío.
Soy el mago.
Puedo llegar a engañar el tacto de los ciegos
esconder la botella de pavor que sorbe la muerte
hacer parpadear un ojo de Dios o conmover su lejanía
inmutable.
Soy lo imposible, ya lo dije.
Como el viento que viene de las hendijas de la
antigüedad y cruza sin
opacar el aire
o los deseos alcanzados y en una ráfaga perdidos
o el estallido de un hombre y una mujer entre
las herrumbres de la
noche:
soy también el instante.
Soy el mago.
Fugaz como la felicidad de pronto desaparezco.
De pronto, también, si el ojo de los crédulos me llama
regreso
con resplandores de
tigres de papel
y otras brevedades de
la luz
donde empiezo a no saber quien soy.
*
AQUELLO
Estoy entre los
que buscamos Aquello.
No somos muchos.
Apenas unas almas ávidas
andando por los
infiernos de esta tierra
que sin embargo
va perdiendo la luz.
Estoy entre los
que buscamos Aquello
que suele
aparecer tras el torbellino de las visiones
o en los
destellos de ciertos libros
de cólera y
espuma: un lugar secreto imaginado
donde el tiempo
aún no gastó sus primeros días.
Estoy entre los
que buscamos Aquello.
No somos muchos
y estamos locos (dicen)
porque sólo a
los muertos les está dado entrar
a la dimensión
de los grandes sueños,
tercamente locos
(dicen) por querer saciar la sed
en la lengua de
la verdad dado que ella es piedra muda.
Estoy entre los
que buscamos Aquello.
A veces alguno
lo augura y canta,
canta un himno
todavía no escrito que habla
de hacer azul la
sombra, olvido el llanto, sin trémolo
la jaula,
inaudible la palabra vana,
hasta que una
gota de penumbra apaga
el júbilo y los
ojos.
Estoy entre los
que buscamos Aquello,
que para algunos
es la atracción del abismo,
para otros el
único lugar bajo el sol
que ya no arde
como entonces, y
para los que
miran con un ojo ciego
y el otro
desmesurado, la belleza que huye
y que no tiene
fin.
Estoy entre los
que buscamos Aquello.
*
LA ALMOHADA
En mi almohada
hay un tigre.
Me lava la
cabeza con su aliento de fósforo,
me cuenta la
selva en el oído, el matorral
donde acechan
las voces del terror o el susurro, el
arte del sigilo
que apaga el gemir
de las hojas
secas.
En mi almohada
hay un tigre.
El resplandor
donde los ciegos tambalean.
La sangre de la
luz que envidia el fuego.
Si duerme —raras
noches—
lo hace con la
cola enroscada en mi cuello
como un látigo que
espera.
Si está alerta
—tantas noches—
me habla. Me
dice: —Escribe,
con el asombro del color
que soy
con el hambre de las
entrañas que soy
con el brillo de
oscuridad de la mirada que soy.
En mi almohada
hay un tigre.
Todo tigre es un
poema feroz.
*
RAÍCES
Con el último golpe del hacha, el
árbol cae pesadamente al suelo. Sin embargo, los pájaros permanecen inmóviles
donde antes estuvieron las ramas. Acaso porque sólo son la sombra de esos
pájaros. Acaso porque esos pájaros miraban demasiado la distancia y la
distancia los hipnotizó. O acaso porque la memoria del árbol muere después.
*
PARPADEOS
Sólo hay tres clases de ciegos, ¿o
tres no es el número perfecto? Está ése al que no hay explosión ni asamblea de
luciérnagas que lo saquen de la sombra profunda. Está el otro, el que aún
ciego, conserva un esbozo de penumbra y al resplandor de un fósforo queda de
pronto en éxtasis y bajo la luz furiosa del medio día cree que los ojos le
vuelven. Y finalmente está aquél, el ciego que palpa afanoso los contornos y
las grietas, los movimientos y temblores de los breves mundos. Ése, el tercero,
es el amante.
*
NO TODO ES DESIERTO EN EL
DESIERTO
En los tiempos en que gobernaban los
poetas se castigaba duramente a quienes no lo eran, como el caso de ése que fue
abandonado en el desierto donde, sin embargo, no murió de sol, ni de frío, ni
de sed de hambre, ni de hambre de sed, ni de no saber nadar cuando el viento
hacía oleajes de las dunas, ni de inmensidad, ni de ausencia de oasis o lluvia
o manta en la noche de fiebre. Y ni siquiera murió de muerte.
Se hizo espejismo.
Sus camaradas de fulgor coinciden en
reconocer que nunca hubo en el desierto un poeta como él en el viejo arte de
crear visiones de la nada.
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Eugenio Mandrini y Rolando Revagliatti, marzo 2016.
Eugenio Mandrini falleció el 30 de noviembre de 2021.
http://www.revagliatti.com/act9002/mandrini.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario