Cristina Piña: “Héctor Viel Temperley escribía poesía
religiosa cuando dios era mala palabra”
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Cristina Piña nació el 14 de marzo de 1949 en Buenos
Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Es Licenciada en Letras por la
Universidad del Salvador desde 1981 y Magíster en Pensamiento Contemporáneo por
la Universidad CAECE desde 2007. Ensayos y capítulos de su autoría forman parte
de más de veinte volúmenes, así como cientos de artículos, actas de congresos,
introducciones y prólogos de libros, crítica bibliográfica y de piezas
teatrales, recensiones, relatos, textos de creación y traducciones de poesía,
se han difundido en revistas universitarias y con referato, antologías en
fascículos, suplementos literarios, diccionarios, etc., de su país y del
extranjero. Poemas suyos han sido incluidos en antologías y se han traducido al
árabe, inglés, húngaro, francés, japonés, alemán, hebreo, rumano e italiano.
Entre otras distinciones obtuvo el Primer Premio de Poesía del Concurso Isidoro
R. Steimberg, 1978; el Segundo Premio Municipal de Ensayo 1991-1992, otorgado
por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; el Premio Konex de Platino
2014 – Letras (decenio 2004-2014) en Traducción. Poemarios publicados entre
1979 y 2016: “Oficio de máscaras”, “Para que el ojo cante”, “En desmedida sombra”, “Pie de guerra”, “Puesta en escena”, “Taller
de la memoria”, “Pasajera en tránsito”,
“Magia blanca”, “Meditaciones orgánicas”, “En
la orilla del cuerpo” y “Travesías”.
Además de volúmenes de crítica literaria concebidos en coautoría, en dicho
género es la autora de “La palabra como
destino. Un acercamiento a la poesía de Alejandra Pizarnik” (1981), “Alejandra Pizarnik. Una biografía”
(1991; 2ª edición corregida: 1999), “Poesía
y experiencia del límite. Leer a Alejandra Pizarnik” (1999).
1
— Fue por teléfono que me adelantaste un perfil de tu procedencia familiar y de
tus derivas por el teatro, por la música…
CP
— Vengo de una familia muy especial, sobre todo
por el lado materno, que constituía una especie de matriarcado porque entre
abuela, tías abuelas, tías y madre sumaban seis personajes singulares: uruguayas,
liberales, divertidas y progresistas, pese a venir de una familia muy antigua
del Uruguay, con siete generaciones en el país —yo soy octava generación y
tengo la doble nacionalidad. Además, las mujeres de la familia eran amantes —al
igual que mi padre— de la literatura, la música y la pintura. Gracias a ellos
entré desde muy chica en el mundo del arte: además de los discos que se oían y
las charlas sobre pintura, teatro, cine y ópera que se tenían en mi casa, mi
padre me llevaba todos los fines de semana a museos, galerías de arte y
conciertos y junto con mi madre al teatro y al cine. Además, por mi hermana
—que era seis años mayor que yo— empecé
a ir al teatro independiente y pude conocer el Instituto Di Tella en su momento
de esplendor, pese a tener catorce o quince años.
Ese contacto con la cultura hizo que, además de la carrera que luego
elegí y a la que le consagré mi vida, estudiara pintura entre los ocho y los
diez años y, ya de adolescente, además de hacer teatro en la Universidad y en
el grupo The Shakespeare Players que creó el profesor Patrick Dudgeon con
alumnos de los cursos superiores de la Cultural Inglesa —Higher Cambridge y
Cambridge Proficiency—, estudiara teatro con Raúl Serrano durante dos años.
Pero al cabo de ese tiempo opté por la literatura, si bien siempre me quedó
picando el amor al teatro y la frustración como actriz.
Sin duda por eso, gracias a la actriz y performer Fabiana Rey, ya grande
me subí tres veces al escenario: en 2009, ella y yo hicimos en el “BarBaro” una
performance de una sola función titulada “Minimalas, surrea… ¿qué?”; en 2011
hice una performance sola sobre Amelia Biagioni en la galería Arcimboldo
durante el Festival de Performance de Buenos Aires; y en 2014, junto con
Fabiana Rey, Gimena Lima Jofre y Nicolás Magnin, el espectáculo / performance “Las
muertes”, sobre textos de Olga Orozco, en el Centro Cultural de la Cooperación,
durante cuatro sábados del mes de julio y una función más en la Casa del
Bicentenario en el mes de septiembre.
Además de estas incursiones en el teatro, comencé como traductora
haciendo subtítulos de películas y doblajes de series y dibujos animados, actué
como intérprete en diversos acontecimientos —desde carreras de automóvil hasta
conferencias internacionales especializadas, venida de misiones internacionales
y congresos de literatura—, hice periodismo cultural en diversos medios —radio,
televisión y diarios— y durante largos años tuve, al margen de la Universidad,
talleres de lectura en bibliotecas municipales, así como, hasta el día de hoy,
cursos en instituciones privadas o con grupos ad hoc, a fin de mantener un contacto no académico con la
literatura y conectarme con lectores comunes. Entre los talleres que dicté,
guardo un recuerdo especial de aquellos dedicados a adolescentes y personas de
la tercera edad.
En otro campo, durante años y a raíz de mi pasión por la música,
completé la formación musical que me dio fundamentalmente mi padre —quien había
tocado el violín de joven, incluso con cierto profesionalismo durante los años
de Facultad para ayudarse económicamente— y que desarrollé desde la infancia
yendo con mucha frecuencia al Teatro Colón y, cuando éste estuvo cerrado,
abonándome a Buenos Aires Lírica y a Nuova Harmonía; sí, esa formación la
completé con cursos dictados privadamente por los críticos Julio Palacio y Juan
Carlos Montero —ambos amigos personales.
Como último aspecto “no académico” de mi vida señalo que he dado
montones de conferencias en ámbitos no universitarios —bibliotecas municipales
o populares, hospitales, instituciones privadas, escuelas del estado, clubes,
etc.—, he sido la voz de los cuentos infantiles traducidos por mí para la Editorial
Guadal en la colección de libros parlantes; he sido la voz de diversos videos
experimentales, he leído poemas en tantísimos lugares, talleres e instituciones
y he colaborado activamente en la puesta en escena con directores que llevaron
traducciones mías al teatro (sea de Shakespeare o de otros autores): Agustín
Alezzo y Oscar Barney Finn.
2 — Otros autores… citemos: Antón Chéjov,
Eugene O’Neill, Caryl Churchill, Copi, Martin Sherman, Harold Pinter.
CP — Sí, y
también Eugène Ionesco, Oscar Wilde, etc. Es que el gran placer de traducir
teatro es como una compensación para la actriz frustrada que soy, que
simplemente actúa frente a la computadora “pasando por la boca” los parlamentos
que traduzco. Porque —créase o no— una cosa es un texto leído y, otra bien
distinta, un texto dicho. Por eso amo traducir teatro y por eso creo que me
sale bien. Además, uno no se da cuenta hasta que hace la prueba de la oralidad
hasta qué punto es diferente un texto para ser leído y otro para ser dicho. Yo
lo aprendí a lo largo de muchos años de traducción y de experimentar cómo un
texto que se lee muy bien, a la hora de ser dicho en voz alta puede hacer
tropezar al lector-actor o resultar chato y ajeno a lo que se aspira a comunicar.
3 — Parte de tu quehacer periodístico
han sido las entrevistas que has realizado, entre otros, a los escritores Félix
Luna, Doris Lessing, Santiago Sylvester, Janusz Glowacki, Dominique Fernández,
Ernesto Schoo, Rosa Montero, Nikos Phokas y Olga Orozco.
CP — Efectivamente.
Y no sólo entrevistas que luego publiqué como textos, sino otras, generalmente
en la Feria del Libro, con los autores presentes y algunas de las cuales
recuerdo con especial placer. La de Isidoro Blaisten, por ejemplo, en la que
nos divertimos como locos los dos recorriendo su obra y sus experiencias
literarias.
Si me gusta entrevistar a escritores es porque me apasionan las
diferentes formas de entender el oficio y la vocación literaria y porque me gusta
escuchar. Pese a que soy habladora y, tal vez, porque soy profesora y me veo,
en consecuencia, obligada a hablar mucho, me fascina escuchar a los demás y
después compartir con otras personas eso que me han dicho, que es siempre
enriquecedor, lleno de matices, rico para el otro.
4 — Unos cuantos —y yo me sumo— te
habrán felicitado o se habrán alegrado cuando te diste el reiterado gusto de
subir y actuar en uno, en dos, en tres escenarios. (Y unos cuantos —quiero
creer— próximos a vos, familiares, amigos, te habrán hecho notar que “tenés un
aire” a Vanesa Redgrave.)
CP — Y
sí, mis amigos estaban encantados y algunos asombrados. Y fue realmente un
placer hacerlo. Pero un placer que se tornó peligroso. En efecto, con los dos
primeros espectáculos me divertí, pero con el tercero —que disfruté también
mucho en los ensayos— caí en una depresión de aquéllas que me impidió proseguir
con las representaciones, para tristeza mía y de mis compañeros. Lo que
ocurrió, creo, es que los textos de Olga Orozco que estaban centrados en las
muertes de personajes de la literatura, la historia o la leyenda, sin duda
despertaron en mí muchos recuerdos de pérdidas y sufrimiento. Y el resultado
fue que no pude seguir más haciéndolo. Lo que pasó fue que no me alcanzaban los
recursos actorales —dos años de estudio no son suficientes, sobre todo cuando
dejás pasar tanto tiempo sin subirte a un escenario— para salir de los
personajes. Porque para entrar en ellos no tenía ningún problema: no supe salir
y por eso tuve que suspenderlo.
En cuanto a la Redgrave, sí, es cierto: y no sólo me lo han dicho aquí
sino en medio mundo —de Nueva York, a París y demás— porque tenemos aspectos en
común. Que ella sea bastante mayor que yo no significa una mancha en el ego, ya
que es tan talentosa, tan gran actriz, que alguna forma de cercanía con ella es
un orgullo.
5 — De alguien que se formó
actoralmente (yo) con Carlos Gandolfo, a quien lo hizo con otro notable
didacta: Raúl Serrano: ¿lo evocarías?... ¿Cómo te resultaron aquellos dos años?
CP —
Ah, fueron estupendos y Raúl, excepcional. Hacía poco que había regresado de
Polonia, donde había estudiado con Jerzy Grotowski y nos hacía adentrarnos en
el Método —sabemos que Grotowski viene del mismo tronco de Konstantín
Stanislavski— con una auténtica mano maestra. Lograba que diéramos muchísimo de
nosotros mismos y que entráramos en papeles que eran lo contrario de nuestra
personalidad. Lo recuerdo por experiencia ya que, entre otras cosas, conseguía
que yo, con mi aspecto de chica de colegio inglés, como decía él, pudiera
convencer a los demás de que era una prostituta porteña. Y lo mismo con todos
los demás. En otro sentido, nos hacía tomar con una seriedad absoluta la
preparación que nos daba y que tantos discípulos suyos llevaron a niveles de
excelencia. Esa misma seriedad con la que enfrentaba su tarea, fue lo que, en
mi caso, hizo que optara entre la literatura y el teatro. Porque para Raúl no
cabía ser dos cosas a la vez: o eras actriz a fondo o renunciabas al oficio.
6 — Has “navegado” (licencia poética) como
traductora de libros de filosofía, historia, sociología, psicoanálisis,
biografías, libros de viajes e infantiles, narrativa (Antoine de Saint-Exupéry,
Marcel Schowb, Gaston Leroux, Honoré de Balzac, Marie Darrieussecq, Stuart
Woods, David Morrell, Jean Sasson, Robert J. Waller, Arthur Conan Doyle, Anne
Brontë, D. H. Lawrence, Edith Wharton…), dramaturgia, ecología, economía, etc.
¿Cómo es “vérselas” en semejante diversidad de “aguas”?
CP — Mirá,
es una fiesta. Porque para una persona a la que le gusta la variedad, el
cambio, la sorpresa, no hay nada más fascinante que pasar de un autor a otro
bien diferente. Eso sí: hay cosas que he hecho al principio por pura necesidad:
libros de autoayuda, manuales de drogadicción, libros de economía…: un espanto,
pero eran para comer. Una vez que esa urgencia pasó, me di el gusto de traducir
lo que me gusta y quiero: la gran literatura y el gran teatro, poesía y también
filosofía, psicoanálisis y teoría teatral o literaria. Porque esas variantes no
sólo te obligan a aprender un montón de cosas, sino que presentan desafíos
diferentes. Y para mí los desafíos en el campo de la traducción son un
aliciente, algo que, lejos de asustarme, me estimula. Parece muy loco, pero recuerdo
con enorme gusto las tardes que me he pasado batallando con los juegos de
palabras endemoniados de Ionesco, con el castellano que tuve que inventar para
una pieza de John Millington Synge, mezcla de provincianismos pero sin
limitarse a ninguna provincia argentina en concreto, con el fascinante
desbarajuste de niveles de lengua y de intertextos literarios del poeta
norteamericano Galway Kinell, que me sacó canas verdes, o las velocidades
variables y enrevesadas de la prosa de “Mrs.
Dalloway” de Virginia Woolf. Porque te medís con el lenguaje, lo peleás, lo
seducís, lo descubrís. Otra forma de cuerpo a cuerpo con el lenguaje del que
tenemos los poetas con nuestras palabras, pero bastante emparentado con él.
Semejante lucha satisface el costado obsesivo y perfeccionista que tengo, al
obligarme a acechar las repeticiones, las consonancias involuntarias, los
ripios, hasta que la prosa —o el verso— queda lo más musical y fiel al espíritu
del original.
7 — Además de revistas has presentado
decenas de libros (Guillermo Martínez, Delfina Link, Alfredo Veiravé, Manuela
Fingueret, Fernando Sorrentino, Liliana Heker, Rodolfo Rabanal, Edna Pozzi,
Volodia Teitelboim, Florinda Goldberg, Rodolfo Alonso, Vlady Kociancich…). ¿De
qué presentaciones te han quedado recuerdos más vívidos? ¿Qué debiera evitarse
o al menos atenuarse en esos eventos?
CP — No
podría señalarte una presentación como la preferida, ya que en todas hubo algo
que me gustó especialmente: sea la atmósfera que se dio en la entrega del
premio de Alejandro Nicotra en Córdoba, sea la lectura por parte de actores
amigos de un capítulo de “Las voces del
reino” de Jorge Torres Zavaleta, sea la articulación entre imagen y poesía
en la presentación de “El libro de las
Siniguales y del único Sinigual” de María Rosa Lojo, qué se yo: tantos
momentos inolvidables. Porque siempre he presentado libros que me parecían
bellísimos y de bellísima gente —jamás en la vida le he presentado un libro a
alguien que no conociera mucho y cuya obra admirara o me interesara también
mucho; jamás he hecho una presentación por compromiso—, de manera que sólo
puedo guardar recuerdos entrañables de las presentaciones.
En cuanto a qué se debería evitar en las presentaciones, ante todo,
aburrir a la gente o adoptar un lugar más protagónico que el del autor / autora
o el del libro; también, intentar lucirse o revelar algún aspecto que no debe
ser revelado…; en resumen: no ocupar u ocupar mal ese lugar preciado que es el
de quien hace participar a los demás del entusiasmo y la valoración que
despierta en él el libro que está presentando.
8 — Es amplia también tu experiencia como asesora editorial (Atlántida, Paidós, Perfil, Ediciones B, Alfaguara, Grijalbo).
CP — En
efecto, durante muchos años asesoré a diversas editoriales, sobre todo en
libros en inglés o francés para traducir. También lo hice respecto de autores
argentinos, pero poco y esporádicamente: no me hacía feliz ocupar el lugar de
juez respecto de lo publicable o no de escritores a quienes conocía, en
particular cuando el libro en cuestión no me gustaba.
9 — De entre los diálogos públicos
que has mantenido con escritores, hay por lo menos dos que se desarrollaron en
el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires: con Paul Auster en 2002 y con
Siri Hustvedt en 2006. ¿Por dónde y cómo anduvieron esos diálogos?
CP — Fueron
dos de las experiencias más lindas que tuve con extranjeros. La de Auster fue
auténticamente una fiesta porque yo lo había descubierto hacía varios años y
tanto me había entusiasmado que, tras leerme toda su obra, había dictado un par
de cursos sobre él. De manera que cuando el Malba me invitó a dar un curso
justo antes de que él llegara y después tener el diálogo con él en inglés, fue “el
sueño del pibe”. Y lo fue, nomás, porque no sólo resultó una persona adorable
con la que estuve casi todo el día del diálogo, sino que esa noche, en una cena
memorable con Soledad Costantini, Paul y Siri —que había venido con él—, otras
dos personas y yo, hablamos de todo lo posible y quedamos realmente amigos. De manera que cuando unos años
después, vino Siri —cuya obra también había leído entera—, conversar con ella
fue sumamente sencillo y agradable. Por supuesto que a Paul le pregunté sobre
los juegos que se advierten en su obra entre sus datos autobiográficos que
atribuye a diferentes personajes en el mismo libro, así como sobre la inclusión
de personas de su familia. Y también sobre sus experiencias en Francia y sobre
sus escritores más amados. En el caso de Siri, el diálogo se orientó más a sus
experimentaciones con la novela, así como a su especial conocimiento y amor por
la pintura. Acababa de publicar su ensayo “Mysteries
of the rectangle” —editado en castellano en 2007— y es realmente llamativa su
actitud frente a los cuadros. Sin duda, Siri y Paul, son dos de los escritores
admirados con quienes más feliz me sentí y con quienes tuve una conversación
más profunda sobre la condición de escritor y lo que implica escribir.
10 — En tanto has dictado en 2013 un
curso, “Paul Auster y J. M. Coetzze: la escritura como construcción y
deconstrucción del yo”, a partir del volumen “Aquí y ahora. Cartas 2008-2011” (Anagrama & Mondadori, 2012,
diálogo epistolar entre esos dos escritores), te pediría, Cristina, que nos
ampliaras lo que se trasluce en el título del curso.
CP — Bueno,
además de su amistad, Paul y John —a quien también he visto varias veces y
cuyos ensayos literarios he tenido la alegría de traducir— han jugado con la
autoficción en varios libros y eso me llevó a acercarlos y a señalar las
diferencias y coincidencias entre ellos. Diferencias y coincidencias que, si se
ven en su intercambio epistolar, quedan mucho más claras cuando nos detenemos
en cómo manejan la propia experiencia y la propia vida en sus respectivos
libros. Porque los dos han jugado entre ficción y realidad biográfica
incansablemente, y en ese curso fui analizando cómo lo hacían y qué efectos
producía en los lectores.
11 — Un tipo como yo, que valora esos
hallazgos que en ocasiones se producen a la hora de titular, no puede menos que
recrearse ante “Mujeres que escriben
sobre mujeres (que escriben)”.
CP — Y sí: es el
título de un volumen del que soy editora, prologuista y autora de uno de los
artículos (los otros fueron escritos por las colegas y amigas que formaban
parte de mi grupo de investigación en la Facultad) y el título surgió de un “brainstorming” entre todas. Y de pronto, cuando habíamos llegado a “Mujeres que escriben sobre…”, una de
ellas, Mary Mónaco, saltó con “mujeres
que escriben”. ¡Y saltamos por el aire!!! Después, como no sólo fue un
éxito per se, sino que literalmente
nos lo robaron para un par de libros más, pero de otras áreas —psicoanálisis y
demás—, lo volvimos a utilizar en el Volumen II, donde también seguíamos con un
enfoque feminista de la teoría y la crítica literarias. Y ese primer volumen
nos dio muchas satisfacciones, ya que tuvo una segunda edición, pues se agotó
en seguida —un año para un libro de teoría y crítica es algo inédito— y fue muy
bien recibido.
12 — El vocablo “desfondamiento” en
tu ensayo “El desfondamiento de los géneros literarios en ‘La rosa en el viento’ de Sara Gallardo”, también me ha resultado
de lo más atractivo e incitante.
CP — Te
confieso que al margen de que me gustan las metáforas en los títulos, siempre
he visto al género literario como una estructura, una especie de caja que le da
su propia forma a los contenidos literarios. Y que se produzcan las
hibridaciones actuales no sólo me encanta, sino que me hace pensar en algo que
se desfonda…
13 — Hay títulos serios, sobrios,
“neutros”; o sólo explicativos o descriptivos; los hay dulzones, zonzos, y
hasta refritos; hay títulos provocadores o como latigazos; hay títulos entre
signos de interrogación, entre signos de admiración; etc. Muchísimos, para esto
o aquello, has tenido que pergeñar, inventar, concebir. ¿Escribiste algún
artículo sobre lo que expongo? ¿Reflexionarías sobre estas cuestiones para
nosotros?...
CP —
Mirá, nunca se me ocurrió, pese a que siempre me han parecido importantes los
títulos y los he pensado mucho. Son el primer acercamiento que tenemos como
escritores con el lector y por eso deben tener una resonancia especial o
transmitir de la manera más exacta posible lo que aspiramos a comunicar.
Incluso nuestras dudas, nuestros tanteos. Desde ese punto de vista, se podría
ver los títulos que afirman y los que tantean, exploran, proponen, simplemente
enuncian. Pero nunca se me ocurrió reflexionar a fondo sobre el tema.
14 — ¿Quiénes son “Las nietas
infieles de Dickens”?
CP —
¿Además de un artículo mío publicado en el suplemento literario del diario “La
Nación” en 1990? Me refiero con ese título prácticamente a todas las escritoras
que buscaron su propio camino sin atender a las marcas del realismo o la novela
tal como la planteaban los clásicos, Charles Dickens en este caso. Porque creo
que las mujeres han ido construyendo una narrativa personal y con un cierto costado
propio respecto de la consagrada por los escritores varones. Pienso desde
Virginia Woolf en adelante, por poner un nombre y una fecha.
15 — ¿Cómo solés encarar tus
comentarios, análisis de libros? ¿Qué es la crítica?
CP — Suelo
encararlos desde el placer y la coincidencia. Porque cuando me encuentro con un
autor que me atrae me dan ganas de escribir sobre él o ella y así comienzo todo
acercamiento crítico. La crítica, de manera general, es un diálogo enriquecedor
con la obra que nos ha seducido. Nunca pude efectuar comentarios críticos sobre
libros que no me gustaban —excepto el escaso tiempo que hice crítica en
suplementos literarios, donde siempre traté de no tomar lo que no me gustaba—,
mientras que me fascina internarme en los libros, autores, movimientos que me
atraen. Como decía antes, la crítica es un diálogo enriquecedor, no porque al
texto le haga falta riqueza, pero siempre el lector —y el crítico ante todo es
un lector— aporta su propia mirada, sus conocimientos, su sensibilidad, y puede
producir sentidos y captar aspectos del libro o la obra que no han sido leídos
por otros. Y esa es la parte de beneficio a la que me refiero: cuanta más gente
lee un libro, éste más se va favoreciendo a partir de las interpretaciones, las
perspectivas de sus lectores.
Por cierto, que en el caso de la crítica que se escribe y se publica,
uno tiene que contar con elementos intelectuales, conceptuales para abordar la
obra, porque cuantos más marcos de referencia tengamos como críticos, más vamos
a ver en un determinado texto o autor. Por eso digo que la tarea intelectual
del crítico es inagotable: siempre debemos estar leyendo tanto literatura como
marcos conceptuales desde los cuales abordar la literatura que nos despierta el
deseo de escribir.
16 — ¿Qué dirías que busca tu poesía?
¿Con qué topa?...
CP — Vamos
por partes. Mi poesía busca capturar un cierto instante que me ha impulsado a
escribir y en el que se ha producido una especie de encuentro con una sensación
o percepción del afuera. A mí no me lleva a escribir un tema o una idea, sino
que de pronto siento un ritmo, una fuerza que, sin saber yo lo que quiero
decir, literalmente me sienta a escribir y sigo ese impulso, escribiendo algo
que no sé con certeza qué es, a dónde se dirige. En ese sentido, te diría que
mi forma de escribir es todo lo contrario de intelectual. Es totalmente física,
corporal. Por eso digo que la mano es la que escribe, no la cabeza. Pero una
vez que ese momento de la escritura termina y me pongo a leer lo que escribí,
se inicia el segundo tiempo de la escritura que es la corrección y que es tan
fundamental como el primero. Y ahí trabajo y trabajo lo escrito hasta que
siento que, en cierta forma, lo escrito responde a eso que me movió, en el
instante de la escritura, a zambullirme en las palabras y escribir.
Desde esta perspectiva, te diría que mi poesía no aspira a reflexionar o
a decir algo intelectual sobre la realidad, sino que está mucho más guiada por
lo sensorial, por la percepción que aspiro a capturar en las palabras. Y cuando
corrijo es para que esa sensación, esa percepción aparezca en las palabras de
la manera más ajustada y con más peso sensorial, no con más claridad, pues esta
tiene que ver con las ideas, no con ese contacto con la sensación y la
experiencia perceptiva que para mí es la poesía. Por supuesto que eso entraña
una idea o una visión, pero no es lo fundamental, lo fundamental es la
sensación. Por eso, también, me importa tanto la parte sonora del poema: no
puedo corregir sin leer en voz alta para sentir ese ritmo, esa música propia de
las palabras en tensión poética.
17 — ¿Libros concluidos, “cerrados” e
inéditos…? ¿Son esperables para este año o el próximo?
CP — Sí.
En poesía tengo un libro listo, que espero se publique antes de fin de año —no
digo el título porque no me gusta adelantar lo todavía no confirmado—, y en
crítica estamos avanzando mucho con Patricia Venti, una especialista venezolana
en Pizarnik, que se doctoró en España y vive allí, con una nueva biografía de
Alejandra donde tomamos en cuenta todo lo que apareció después de que yo
escribiera la primera biografía, en 1991, es decir los diarios, la
correspondencia, mucha obra inédita y papeles de diverso tipo depositados en la
Universidad de Princeton.
18 — En “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, un personaje
afirma: “…empecé a dividir los libros en
diurnos y nocturnos. De verdad que hay libros que sólo se pueden leer por la
noche.” Y unas líneas después ejemplifica: “¡Stendhal es un autor nocturno!” ¿Te promueve algún posicionamiento
la consideración?
CP —
Nunca lo pensé en esos términos, pero creo que Kundera tiene razón. El único
problema es que muchos de los libros que siento nocturnos —las historias de
vampiros, las de fantasmas, lo fantástico— no los puedo leer de noche porque
¡me dan miedo! Parece mentira a esta altura de la vida y de las lecturas, pero
confieso que mucha literatura del tipo que cité —y que me gusta mucho— me da
miedo, por lo cual he tenido que leerla de día para poder dormir después. De
manera general, te diría que la novela realista me parece diurna —en eso
disiento con Kundera y su afirmación sobre Stendhal—, mientras que los libros
donde la imaginación se explaya más, los siento nocturnos. Y en poesía,
mientras que Stéphane Mallarmé y T. S. Eliot son diurnos para mí, Charles
Baudelaire, Arthur Rimbaud, Pizarnik, son nocturnos. Y algunos surrealistas
como Enrique Molina son diurnos y otros, como Álvaro Mutis, nocturnos. En fin,
son afinidades muy personales y no creo que dé para más que para responder a
partir de la propia sensibilidad y el propio gusto.
19 — ¿Cuáles serían los factores
determinantes de la invisibilidad de la poesía de Héctor Viel Temperley
(1933-1987) hasta su transformación en “poeta de culto”?
CP — Se
ve que tu pregunta se origina en la exposición que efectué en 2014 en unas
Jornadas de Investigación llevadas a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad del Salvador y en tres artículos sobre ese poeta admirable
publicados uno en libro y dos en revistas universitarias de Argentina y Brasil.
Creo que en su caso tuvo que ver con varios factores: 1º, Viel era alérgico al
“café literario”, de manera que nunca circulaba por ningún lado, excepto para
verse con algunos de sus amigos —Molina, Fogwill, etc.— y huía de toda
exposición mediática; 2º, escribía con recursos que prescindían totalmente de
lo que “se usaba” en las sucesivas modas literarias: escribía con métrica
cuando los demás abominaban de ella; no escribía ni poesía política ni
“trascendentalista” cuando se usó; practicaba un surrealismo que no se parecía
a nada y en un momento en que no era demasiado valorizado; 3º, escribía poesía
religiosa cuando dios era mala palabra, y finalmente llega a la poesía mística,
flor más que ninguna ausente en el “ramo” de la poesía argentina. Sin embargo,
allí es cuando lo descubren sus seguidores, porque no se trata sólo de un
místico al estilo de San Juan de la Cruz, sino que por su amor al surrealismo y
su vitalismo, canta también a la carne, al sexo, al deporte —una crítica lo
llamó “el nadador de Dios”— entendido
como exaltación del cuerpo; 4º, rompe los parámetros poéticos que antes había
practicado —sea en el nivel del lenguaje o en aspectos formales, para terminar
en uno de los libros más revulsivos de nuestra poesía, “Hospital británico”, probablemente el único libro que merezca el
nombre de místico en nuestra poesía, con perdón de Jacobo Fijman; en fin: transgrede
todo. Y nuestro prejuicioso panorama literario no concebía que se mezclara a
San Juan de la Cruz con André Breton, el sexo casi explícito y la ruptura
absoluta de la estructura del verso y el poema. Por fin, era un señor de
familia “bien”, v.g. provenía de una familia de la clase alta, pero nada tenía
de sus tics. Porque si a Manuel Mujica Láinez se podían dar el lujo de
ridiculizarlo, pese a lo gran escritor que era, por ser hombre de clase alta en
sus gustos, su ritmo de vida, su estética, a Viel no sabían dónde ponerlo. Al
final, cuando pudieron mirarlo y leerlo, cayeron de espaldas… con toda razón.
20 — La circunstancia de que también
en 2014 hayas dictado un curso sobre la narradora canadiense Alice Munro, me
inspira: ¿de qué cuentos o relatos, de autores de todos los tiempos, te hubiera
complacido ser la autora. Y, de paso: ¿incursionaste en la ficción?
CP — Ah,
daría un ojo por haber escrito “El jardín de senderos que se bifurcan” de
Borges, “El ahogado más hermoso del mundo” de Gabriel García Márquez; “El
collar” de Guy de Maupassant; los textos híbridos de “El idioma materno” de Fabio Morábito; “Los muertos” de James
Joyce; “Caballo en el salitral” de Antonio Di Benedetto; “El otro cielo” de
Julio Cortázar, “La legión extranjera” de Clarice Lispector, “La muerta
enamorada” de Théophile Gautier, “La dama del perrito” de Chéjov, “La figura en
el tapiz” de Henry James y “Conejo” de Abelardo Castillo, entre tantísimos
otros.
En rigor, mi primer premio literario fue por un cuento —el único
publicado hasta el día de hoy—, pero después dejé la ficción casi por completo.
Hace unos cuantos años, sin embargo, volví y tengo un libro que no he movido
hasta ahora, así como una especie de “novela” híbrida, a la que agarró la
crisis de las editoriales españolas con contrato a punto de firmarse y quedó en
un cajón.
21 — Si como dicen, la novela es
música sinfónica y el cuento es música de cámara, ¿qué tipo de música sería la
poesía?
CP — Sonatas,
nocturnos, estudios o cualquier otra forma breve para instrumento solista, del
piano a las cuerdas, las maderas o bronces, con intensidad, longitud y potencia
variables.
22 — ¿De qué modo siguen siendo tuyos
tus primeros dos o tres poemarios?
CP — Como
las fotos de infancia y adolescencia: ésa fui yo, pero me parezco como una
adulta a una chica o una adolescente: a veces me atrae la de antes con sus
toques de frescura, su espontaneidad y su osadía que ahora ya no están, pero
también sin cierto carácter, cierta seguridad, cierta noción de la versatilidad
de la voz y de las rupturas posibles propias de la de hoy. Es que, para bien o
para mal, a esta altura del partido soy la adulta que soy.
23 — Luis Porta y Cristina Martínez
son los autores de un volumen cuyo título es “Pasiones: Cristina Piña” (EUDEM, Editorial de la Universidad
Nacional de Mar del Plata, 2015).
CP —Y
que es uno de los regalos que me deparó la vida. Como lo sabemos todos los
profesores, nuestra enseñanza, que es una experiencia tan apasionada,
fascinante e insoportable por momentos —gracias a las exigencias no académicas
sino burocráticas—, casi infaliblemente no merece premios que vayan más allá
del afecto de los estudiantes. Y yo, gracias a las nuevas orientaciones de la
pedagogía, que se fija no ya en las horrendas estadísticas y las frías cifras y
planificaciones que atormentaron nuestra temprana práctica, sino en los afectos,
las pasiones, la “transmisión” y el vínculo con los estudiantes, tuve el honor
de que se me consagrara ese libro. Porque el grupo de investigaciones
pedagógicas de la Universidad Nacional de Mar del Plata, dirigido por el Dr.
Luis Porta, organizó, a lo largo de los años, encuestas anónimas entre los
estudiantes para que señalaran quiénes fueron para ellos “profesores
memorables”, a los que luego entrevistaron largamente haciéndolos hablar de su
visión de la enseñanza y de sus valores como profesores, además de observar sus
clases y hablar con los miembros de su cátedra y su grupo de investigación. Yo
fui una de las privilegiadas porque salí elegida por los alumnos del
Departamento de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata, en la que
enseño desde hace 39 años —desde principios de año estoy jubilándome— y de la
que fui Decana Normalizadora cuando llegó la democracia. Un libro por el que
siento un cariño y un orgullo mayor que por ninguno de los otros y diversos
premios que recibí. Un auténtico e inimaginable lujo.
*
Cristina Piña selecciona
poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Post-scriptum
(a la
memoria de mi hermana)
Sin
embargo,
no era
eso lo que quise decirte
en
tantos años
de
escribir tu nombre.
Quise
nombrar la alegría compartida,
las
noches en que las manos juntas
nos
ayudaron a cruzar el miedo,
la
envidia y el amor,
sobre
todo el amor,
tan
poco dicho,
tan
sabido.
Quise
decir la adolescencia,
el
viaje que fue el tesoro del pirata
porque
estaban las cartas,
los
secretos,
tanto
de sabernos
en
tantos días separadas.
Quise
decirte,
y no
hay reemplazo ni palabras,
que a
veces todo se confunde
y
camino insomne por la casa;
a pesar
de los años,
los
amigos,
queda
un rincón en llamas,
un hueco
insoportable,
algo
que sangra.
(de “Pie de
guerra”, 1988)
*
II
Se prueba las palabras nuevas
como cuentas de un collar:
corales las vocales,
oro batido o plata sin pulir
las consonantes.
En el fondo de la voz,
metales bajos,
materia radiactiva
para sellar la boca del ajeno
que se atreve a hablar.
IX
Hablar el lenguaje de las islas
es nadar hacia atrás,
pegar el salto a un futuro anterior:
colgarse pendientes de la boca,
collares de la palma de la voz,
incendiarse en un fuego
incesante.
(de “Taller de la memoria”, 1998)
*
Bajo la
metralla
caen
bombas sobre
caen
bombas sobre
caen
bombas sobre
caen
bombas sobre
Pero al llegar a la glorieta donde nació
el amor, a los árboles gemelos que
las balas enemigas perdonaron, ha
levantado —con la maleta y el gato y las dos plantas— una tienda de campaña
donde lo espera, invencible, con una rosa entre los labios y la canción que
cantaba y cantará en sus brazos.
(de
“Pasajera en tránsito”, 2006)
*
y
el pájaro voló de la rama,
el gato escapó de abajo
de las mantas,
el pez dorado se escondió
entre las piedras
del acuario
todo lo pequeño
nos ha abandonado
vida mía
y apenas nos tenemos
vos y yo
en la quietud de la
madrugada
(de “Magia blanca”, 2008)
*
Hermandad
Hermanos cancerosos,
leprosos, cardíacos y accidentados,
amputados y aplastados por el dolor,
yo me he unido
a ustedes
desde el grito
sin descanso,
yo comulgué
con ustedes
desde la
miseria de un cuerpo
que se niega a
obedecer,
un cuerpo
autónomo en su forma de sufrir
de pedir un
remedio
para el daño
inaguantable.
Hermanos infartados,
tuberculosos y con delirium tremens,
con el pie baldado por la parálisis
cerebral,
con el páncreas hecho trizas por la
infección,
yo como de su
mesa y mendigo su pan,
yo busco en la
bella analgesia
el olvido de
la sierra que pulveriza mis huesos,
yo comparto en
la desgracia de un cuerpo
herido por la
enfermedad,
la condición
humana abyecta
que nos hace
más hermanos
que el amor.
Hermanos sin alivio ni cordura,
hermanos en la escrófula y el herpes,
picados de viruelas, trozados por la
peste,
ahogándose en un enfisema atroz,
yo
sé lo que se siente cuando todo el universo
se
reduce a un punto que entra en erupción
y
la lava del dolor nos arrastra
nos
crucifica
nos cunde
plegados
en el grito y la experiencia del filo
en las
entrañas o en el hueso.
Hermanos en el dolor del cuerpo,
hermanos en la bilis que se vuelca,
las células que, enloquecidas, se devoran
a sí mismas,
en el aullido silencioso de la noche de
hospital,
en la plegaria entrecortada rumbo al
quirófano,
yo he comido
la carne del delirio por el dolor
que no cesa,
he bebido el
acíbar de la caricia que no calma,
he conocido la
magia sin par de la morfina que de pronto sí,
de pronto
envuelve los nervios calcinados
con su lienzo
y su consuelo.
Hermanos cancerosos, hemipléjicos
o atravesados por una bayoneta,
somos la
idéntica carne irredenta,
el mismo
grito estentóreo o silencioso
donde
claudica nuestra especie.
(de
“Meditaciones orgánicas”, 2011)
*
Azucena
Más bella todavía
con tu nombre verdadero
—lilium
candidum—
que evoca tu condición pura,
blanquísima y perfecta,
me saliste al paso en los
Royal
Botanic Gardens
de Kew.
No importaron, de pronto,
tus hermanas
—amabile,
distichum, fargesii—
ni los sentidos infinitos
que podían despertar
—peregrinum,
paradoxus, amoenus—
porque estabas elegida para mí
desde tu corola curvada
y tu aroma a anunciación
y claustro.
Lilium
candidum:
ni mi mano se convirtió en pistilo
ni mi cuello en tallo aéreo,
no se abrieron surcos para
dar espacio a mi raíz,
pero un leve velo blanco
se tendió
entre tus flores y mi rostro:
promesa de una futura mutación.
(de
“En la orilla del cuerpo”, 2015)
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Cristina
Piña y Rolando Revagliatti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario