sábado, 25 de enero de 2025

La construcción del Otro

La construcción del Otro a partir de la investigación periodística: El Frente Vital Analía Luna analiamilagros99@gmail.com Estudiante de la carrera de Letras Eje Economía, sociedad y religiosidad Resumen En la presente ponencia se analiza la construcción de la figura de El Frente Vital en la novela de no ficción Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) de Cristián Alarcón. En ella, el periodista realiza un recorrido por la vida de este joven delincuente, Víctor Vital, quien es asesinado por la policía bonaerense. El trabajo recupera un integrador realizado en la materia Problemáticas de la literatura argentina e hispanoamericana correspondiente al quinto año de la carrera de Letras; específicamente, en la tercera unidad denominada Problematizaciones en torno a culturas populares/ masivas/ subalternas. En esta se abordan las distinciones e intersecciones entre cada término y las representaciones que se producen de cada uno a través de distintas prácticas discursivas. En este caso, interesa destacar que, a partir de la narrativa de no ficción, el autor de la obra logra recuperar y construir no sólo la historia de Víctor; sino también la de la comunidad que lo conoció y vive allí. Esta producción escrita de Alarcón permite realizar un análisis a partir de las siguientes consideraciones teóricas: en primer lugar, la literatura de testimonio; en segundo lugar, la historia no oficial y la voz del Otro; y por último, lo popular y lo subalterno. Palabras clave: literatura de testimonio – historia no oficial – popular – subalterno – no ficción Introducción Cuando me muera quiero que me toquen cumbia (2003) es una obra de Cristián Alarcón en la cual se aborda la vida y muerte de Víctor Vital, un joven delincuente de diecisiete años quien vivía en la villa San Fernando en Buenos Aires. A través de la narración de no ficción, el autor da cuenta de su propio recorrido en la construcción del Frente Vital en la cual intervienen sus allegados, otras personas del barrio y el contacto con el territorio. De esta manera, se reconoce tres ejes que influyen en su escritura la cual acaba por contar una historia colectiva: en primer lugar, la policía siendo esta un aparato del sistema estatal que contribuye a la marginalidad del Otro (los delincuentes); en segundo lugar, la familia y amigos, entre ellos, Sabina, la madre del joven y Simón, su amigo del barrio; y por último, la de la comunidad de los pibes chorros que lo consideran un santo tras su muerte. Es relevante destacar que los hechos reconstruidos se sitúan en la Argentina de finales de los noventa y principios de los dos mil: se trata de un país atravesado por las políticas neoliberales del gobierno de Carlos Menem. Estas incluían la privatización de empresas estatales, eliminación de restricciones al comercio exterior, descentralización del sistema educativo y la precarización laboral. En consecuencia, se produjo una significativa reducción del empleo, el crecimiento de la pobreza, el deterioro de la salud y la educación, y la fragmentación social. Por ello, en la villa de San Fernando se observan las repercusiones de este contexto; Alarcón narra lo siguiente: los niños y adolescentes quedaban solos la mayor parte del tiempo en sus hogares debido a que las madres solteras trabajaban para poder mantener a sus familias con lo justo. Por lo tanto, no había lujos en los ranchos y los más chicos anhelaban “los fetiches de la clase media de mediados de los noventa” (2003: p. 30). Ante la carencia, los hijos de estas mujeres entran en contacto con el consumo de drogas y, posteriormente, el robo. Es así que Víctor Vital y sus amigos ingresaban al mundo de la delincuencia. Para llevar a cabo la representación del Otro, el autor realiza un trabajo de investigación periodística lo cual le permite relacionarse con las personas que conocieron al Frente y los códigos de ese espacio. Esta manera de hilvanar la vida de un Otro es lo que permite vincular este texto con el género testimonio, la no ficción y la producción de una historia multidimensional. Asimismo, se problematiza lo popular o subalterno a partir de la recuperación de las voces de la comunidad que es marginada debido a la ausencia del estado como garante de derechos básicos. La perspectiva de la policía bonaerense, de la madre y amistades de Vital, y la visión de Alarcón permiten establecer un relato complejo. Desarrollo Algunas nociones teóricas Para reflexionar respecto a la construcción de la figura de Vital en torno a los ejes mencionados, es necesario considerar los aportes teóricos vinculados al género discursivo y la representación del Otro y lo popular/subalterno. Por una parte, siguiendo a Achúgar (2002), el testimonio es un modo de producción del discurso que en América Latina se caracteriza por lo siguiente: denunciar y celebrar; confrontar y desmontar una historia hegemónica; y contribuir a la construcción de una historia Otra. En otras palabras, la existencia de este género se debe a que hay una historia oficial con un sujeto central como protagonista que invisibiliza otras historias y otros sujetos. Asimismo, se trata de un género cuyos textos son producidos por letrados de diferentes ámbitos que actúan en carácter de intermediarios o compiladores. Por ello, quienes escriben testimonio suelen ser periodistas, antropólogos, novelistas, etc. Además, considera que la heterogeneidad de este género se cimenta en la preservación del Otro y en el hecho de que la noción del Otro presupone un Yo central homogeneizador que protagoniza y detenta la historia oficial. En otras palabras, el interés principal de esta literatura es romper con una visión homogénea. Por otra parte, siguiendo a Randall (2002), el testimonio puede dar cuenta de una época o un hecho en particular y permite recuperar otras perspectivas silenciadas. Asimismo, la autora destaca que las sociedades son diversas y por ello, las verdades en torno a ellas también. Por ello, este tipo de producción puede comprenderse como una oportunidad de reconstruir la verdad, destacando que jamás será única ya que siempre hay una perspectiva detrás de esta. En relación a la problematización de lo popular/subalterno, por un lado, Alabarces y Añón (2008) sostienen que hablar de este tema implica una relación de inferioridad-superioridad entre dos grupos: uno de ellos es el dominante y otro el dominado, donde se sitúan los términos mencionados. Asimismo, los autores consideran que ambos conceptos están vinculados al hecho de ejercer violencia sobre un cuerpo. Esta no solo se lleva a cabo de manera física, sino que también en prácticas discursivas y representaciones sociales por parte del sector dominante. Al respecto, mencionan: Los textos citados reponen la violencia en múltiples sentidos: violencia que constituye un cuerpo subalterno, internalizada en prácticas, discursos y vínculos; violencia de la superposición de memorias, representaciones, lenguas y tecnologías de la palabra. Violencia también en el modo en que un sujeto subalterno identifica y reconoce al otro (el indio para el mestizo; el cheto para el participante del foro), reproduciendo, en la configuración de identidades, estigmatizaciones y rechazos (p. 283). Siguiendo a Alabarces y Añón (2008), entonces, el sujeto subalterno no sólo sufre el maltrato por parte de un sistema hegemónico; sino que también lo integra como parte de su propio discurso y prácticas sociales. Por el otro, los autores desarrollan tres modos de abordar lo subalterno y se resalta de cada uno las características principales par el desempeño de este trabajo: 1. Subalternidad y conflicto: define lo subalterno como una categoría inferior internalizada por el sujeto pero susceptible a transformación. 2. Subalternidad y metáfora: considera lo subalterno como una metáfora que señala un límite, una frontera y lo marginal; incluso la irreductibilidad a la representación. 3. Subalternidad y colonialidad: reflexiona sobre cómo lo subalterno está marcado por experiencias coloniales en Latinoamérica. Por ello, pensar lo subalterno constituye una categoría de análisis de carácter relacional e históricamente marcada. La teoría brevemente desarrollada permite delimitar las nociones bajo las cuales se analiza la obra de Cristián Alarcón. En este caso, la representación del Frente Vital se lleva a cabo a partir de una narrativa vinculada a la literatura de testimonio ya que está escrita por un letrado, el periodista, a través del género novela. Esta escritura se caracteriza por la recuperación de la voz del Otro a partir de entrevistas, recuerdos, anécdotas y el contacto que él mismo tuvo con la comunidad de la villa. A su vez, el vínculo de la obra con lo subalterno o popular se establece en base a las siguientes consideraciones: ambos términos implican que los grupos sociales subalterno-populares son vulnerados y excluidos por los grupos dominantes. Por lo tanto, implica una disputa en la cual se lucha por la pluralidad de perspectivas en la historia y la configuración de identidades. La figura del Frente Vital En el libro tanto autor como lector entran en contacto con la historia del joven: su familia, sus amistades, relaciones amorosas e inicios en la delincuencia son algunos de los aspectos de su vida que se retoman. Desde el inicio, Alarcón establece la manera de construir el relato de Víctor Vital a partir de las voces de la madre y compañeros o amigos de Víctor, la visión despreocupada del poder judicial y policial y la de los pibes chorros que idolatran al mártir. El narrador en el primer capítulo toma como punto de partida la muerte de Víctor basándose en lo que le contó su compañero del crimen, Luisito: Riéndose del rezagado, el Frente y Luis entraron por el primer pasillo de la San Francisco [...]. En seguida “colaron rancho”, como le dicen los chicos a refugiarse en la primera casilla amiga. La mujer que les dio paso para que se salvaran, doña Inés Vera, se paró en la puerta como esperando que pasara el tiempo y los chicos se metieron debajo de la mesa como si jugaran a las escondidas. Los policías habían visto el movimiento. Ni siquiera le hablaron, la zamarrearon de los pelos y a los empujones liberaron la entrada. Los chicos esperaban sin pistolas: Luisito me contó que se las dieron a doña Inés, quien las tiró atrás de un ropero. Las descartaron para negociar sin el cargo de “tenencia” en caso de entregarse. Lo mismo que el dinero: lo guardó ella debajo de un colchón y lo encontró la policía aunque nada de eso conste en las actas judiciales (Alarcón, 2003: p. 14). En este fragmento, se puede observar la intervención del autor no sólo en el territorio, sino que también la incorporación de la voz del Otro; en este caso, Luis le permite construir esta parte de la historia ya que se encontraba con Víctor al momento de su muerte. Ambos adolescentes de diecisiete años logran alejarse del lugar donde robaron y consiguen refugio en la casa de una vecina del barrio: en este apartado, se observa la textualización de lo popular/subalterno al incorporar jergas de este espacio; por ejemplo, “colaron rancho”, es decir, refugiarse en una casa amiga. A pesar de su escape, la policía bonaerense los encuentra, ingresa a la casa de la mujer y no duda en dispararles a ambos: el sargento Héctor Eusebio Sosa es quien le pega los cinco tiros fatales al Frente y es así que la villa de San Fernando pierde a uno de los suyos. Alarcón recupera brevemente la perspectiva al respecto por parte de la policía en los siguientes fragmentos: El Frente falleció casi en el momento en que el plomo policial le destruyó la cara. Las pericias dieron cuenta de cinco orificios de bala en Víctor Manuel Vital. Pero fueron sólo cuatro disparos. Uno de ellos le atravesó la mano con que intentaba cubrirse y entró en el pómulo... Otro más dio en la mejilla. Y los dos últimos en el hombro. En la causa judicial el Paraguayo Sosa declaró que Víctor murió parado y con un arma en la mano. Pero la Asesoría Pericial de la Suprema Corte, por pedido de la abogada María del Carmen Verdú, hizo durante el proceso judicial un estudio multidisciplinario. Los especialistas debieron responder, teniendo en cuenta el ángulo de la trayectoria de los proyectiles, a qué altura debería haber estado la boca de fuego para impactar de esa manera. Teniendo en cuenta las dimensiones de la habitación y la disposición de los muebles, silos hechos hubieran sido como los relató Sosa, él debería haber disparado su pistola a un metro sesenta y siete centímetros de altura. Esto significa que para haber matado al Frente, tal como dijo ante la justicia, Sosa debería haber medido por lo menos tres metros treinta [...] (Alarcón, 2003: p. 15). La policía, además, no se había quedado tranquila después del marasmo del sábado. El resentimiento de los hombres de la primera de San Fernando no terminó con la represión de ese día. Manuel lo supo desde adentro. Estaba detenido en esa seccional cuando ocurrió todo. «Apenas lo mataron vinieron a gozarme y entonces se armó un bondi, discutí y le tiré un termo de agua hirviendo a un cobani. Con los pibes lo peleamos y me querían sacar solo afuera para cagarme a trompadas. Me llevaron a la comisaría de Boulogne, y después me volvieron a la ira. Ahí estaba sin hacer nada, pensaba nomás, me quería matar. Me dio por ponerme a escribir. No paraba de recordar” (Alarcón, 2003: p. 23) A través de la entrevista realizada a los amigos de Víctor se puede observar la brutalidad policial no sólo en el asesinato al joven; sino también en la posterior mentira del sargento en el juicio y en la burla a Manuel en la cárcel. Así, con la recuperación de estos hechos se observa el carácter de denuncia y confrontación ante el intento de establecer una historia diferente a la ocurrida. Asimismo, la relación de inferioridad ante la cual se encuentran los jóvenes de la villa San Fernando, es decir, su carácter de sujetos subalternos en una sociedad desigual. Como se menciona previamente, Alarcón construye la vida del Frente Vital a través de sus por medio de sus seres allegados. En este caso, el periodista establece una relación con su madre, Sabina, y se vuelven cercanos. A continuación, se recupera un fragmento del capítulo dos donde la mujer expresa la preocupación que sentía a causa del estilo de vida de su hijo: Me esperaba con el uniforme de vigiladora privada en la puerta de un supermercado de San Isidro. Sí, Sabina, la mamá del ladroncito muerto y canonizado, se ganaba hacía tiempo la vida con un empleo elegido adrede en las antípodas del oficio ilegal de su hijo. Hubo un momento, me dijo en el remise que nos llevaba desde el cemento poblado de la Panamericana hacia la villa, en que ya no supo qué más hacer para frenarlo, para convencerlo de que dejara el delito. Entonces se inscribió en un curso de seguridad. Víctor lo tomó como una broma, como un detalle que hacía todavía más pintoresca su elección taimada por hacerse del dinero ajeno. “Já! La madre vigilante y el hijo chorro!”, le dijo cuando ella se lo contó. “A ver cuando me entregás un hecho Sotello”, la gozaba en pleno auge. Entregar un hecho es aportar los datos necesarios para que un lugar sea asaltado (2003: p. 26-27). Sabina no estaba de acuerdo con el modo de vida de su hijo, sin embargo, sigue intentando persuadirlo de seguirlo llevando a cabo. En otros pasajes de la obra, la mujer destaca que él era bueno ya que repartía las cosas o el dinero que robaba con otras personas del barrio. Asimismo, otra voz que influye en esta novela es la de Mauro, es decir, otro amigo y compañero de Vital: este hombre lo considera alguien bueno y respetuoso de los códigos del barrio. Otra perspectiva respecto a Víctor Vital es recuperada a través de los pibes del barrio que lo consideran un santo, por lo tanto, le realizan ofrendas, promesas y piden su protección. En el capítulo cuatro, Alarcón enlaza la vida del Frente con la de sus amigos Simón y Javier: en este caso, ya tras la muerte del joven, uno de ellos se resguarda en él: Iba armado con un revólver que tenía un defecto, debía correrle el cargador después de cada disparo. Manso y otro pibe de la 25 lo secundaban con dos revólveres. Andaban en un Falcon verde. Los Toritos y su gente se habían reagrupado en la cancha del barrio jugando al fútbol, como si no sospecharan que ellos iban a volver por Simón. Gambeteaban con un ojo en la pelota y el otro en la calle. Javier se bajó antes del auto y caminó hacia el campito. En el auto avanzaba más atrás el Cabezón. Cuando aparecieron desde el extremo de la calle salió el Falcon rojo de uno de los Toros. Javier les vio las armas fuera de la ventanilla. Les disparó dos veces. En la cancha los jugadores corrieron a sus Itakas. Habían preparado un arsenal [...] Javier corrió hacia el cementerio [...]. Y se tiró detrás de una lápida. Las balas repicaban en el mármol, en las criptas vecinas, pasaban cerca de Javier pero no le dieron una sola vez. “Le tiré al Toro un par y ahí ellos se escondieron. Como dos o tres les tiré y se quedaron en el piso.” Javier pensó que nunca podría escapar hasta que se dio cuenta que estaba ante la tumba del Frente. Pasaron eternos segundos hasta que, contra un alambrado al costado de la salida a la calle, detectó una bicicleta como puesta allí para él. “Corrí, manoteé la bici y salí”. Pedaleaba desesperado pensando en el milagro que volvería a agradecer a su amigo muerto cuando vio a los patrulleros con las luces y las sirenas encendidas (2003: p. 63-64). La imagen de Víctor como un ladrón bueno, al estilo Robin Hood y representante de los códigos del barrio se complementa con esta otra en la cual se convierte en un santo de los chorros debido no sólo cómo él había sido en vida, sino que también por la manera cruel de su deceso. Alarcón logra integrar esos rituales que implicaba santificar al Frente, por ejemplo al visitar su tumba sus amigos y otros jóvenes de la villa se reúnen allí para tomar cerveza o fumar marihuana allí, escuchar cumbia y dejarle objetos. Conclusión Siguiendo a Achúgar y Randall (1992), el género testimonial permite denunciar y contar una historia de los olvidados. Asimismo, actúa como un vehículo para la voz de ellos. A través de la narrativa no ficcional y de carácter testimonial, el periodista logra dar cuenta de Víctor Vital y toda la comunidad de la villa San Fernando. La textualización de lo subalterno se construye a partir de la conexión del narrador con los hechos: Alarcón ingresa a la villa; conoce a Sabina, la madre del Frente, y a sus vecinos; y dialoga con todas las personas que alguna vez tuvieron una relación más o menos cercana con él. A través de la descripción de los ranchos, los jóvenes delincuentes, los códigos del barrio (como el no robar a los propios vecinos), la convivencia entre distintos modos de hacer religión (por ejemplo, la Mai que es umbanda; la religión católica), etc, el autor da cuenta de distintas concepciones que había sobre el joven asesinado en su lugar. Asimismo, se destaca que, tras la muerte de Víctor Manuel, su figura se convirtió en un santo al cual los más jóvenes le rezan y dejan ofrendas para continuar con su vida de delito. Es interesante de qué manera se establece un vínculo con la religión que termina volviéndose otra característica de este espacio donde la carencia se encuentra instalada hace varios años. Asimismo, se observa la incorporación de la construcción del universo vocabular de esta villa ya que se recupera la jerga proveniente de allí. Por ejemplo: “mulo” (vigilador privado), “colaron rancho” (refugiarse en la primera casa amiga), entre otros. Se considera importante destacar también lo subalterno a través de la vivencia de los otros: la violencia policial hacia los jóvenes que delinquen y la violencia estatal tras la ausencia de políticas que acompañen y generen trabajo para las personas que viven en la marginalidad. Por ejemplo: además del asesinato de Víctor por el Paraguayo Sosa, Simón comenta cómo la policía golpea a quienes ingresan a la cárcel. Para el grupo dominante, la policía, quien ingresa no es visto como una persona y se lo priva de todo, hasta de la dignidad humana. Asimismo, la desgracia que padece Daniel, el hermano de Simón, tras golpearse con un poste al sacar la cabeza por la ventana. En este caso, el joven de catorce años iba a cartonear y termina en un estado vegetativo a tan corta edad: el estado no garantizó que él pueda estar en la escuela y no verse en la obligación de buscar un modo de subsistir; el estado ni siquiera garantizó que su viaje en tren fuera adecuado y sin peligro. Por una parte, la violencia se ejecuta por un instrumento del estado, es decir, el sistema policial. Por otra, esta se ejerce a través de la precariedad a la cual deja a su población. A modo de cierre, se enfatiza en que resulta interesante que Alarcón, a pesar de que su protagonista sea El Frente, logra integrar la vida él con las otras personas que vivían en la villa. Entre ellas: María, una de sus ex novias; Matilde; una vecina cuyos hijos también eran ladrones; Mai, otra vecina que realizaba brujería; Simón, amigo de Víctor y quien termina volviéndose más cercano al escritor, etc. A través de cada una, el autor reconstruye la totalidad de la historia del joven: dicha totalidad no es exacta, sino que varía dependiendo la entrevista y el entrevistado, la observación propia del periodista, entre otras cuestiones. Siguiendo a Randall (1992), se trata de la posibilidad de dar cuenta de otros relatos de vida y de sujetos marginados ya que, a partir del contacto con ambos, se puede reflexionar críticamente respecto a la realidad.   Bibliografía literaria Bibliografía teórica Alabarces, Pablo y Valeria Añón, 2008, “¿Popular(es) o subalterno(s)? De la retórica a la pregunta por el poder” en Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez (compiladores) Resistencias y mediaciones. Estudios sobre cultura popular. Buenos Aires: Paidós, 281-303. Achúgar, Hugo (1992). Historias paralelas/ejemplares: la historia y la voz del otro. Northwestern University Universidad de la República. Uruguay. Randall, Margaret (1992). “Qué es y cómo se hace un testimonio” en La voz del otro: testimonio, subalternidad y verdad narrativa. Revista Abrapalabra, Universidad Rafael Landívar.

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