miércoles, 15 de octubre de 2008

ANGÉLICA GORODISCHER

Angélica Gorodischer nació en Buenos Aires en 1928, pero desde su infancia vive en Rosario (Santa Fe), ciudad de la que se considera oriunda. Entre su vastísima obra se cuentan: “Opus Dos” (Minotauro, 1968), “Las Pelucas” (Sudamericana, 1969), “Bajo las jubeas en flor” (Ediciones de la Flor, 1973), “Casta luna electrónica” (Andrómeda, 1977), “Trafalgar” (El Cid Editor, 1979), “Mala noche y parir hembra” (La Campana, 1983), “Kalpa Imperial” (Minotauro, 1983), “Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara” (Emecé, 1985), “Jugo de mango” (Emecé, 1988), “Las Repúblicas” (Ediciones de la Flor, 1991), “Fábula de la virgen y el bombero” (Ediciones de la Flor, 1993), “Técnicas de supervivencia” (Ed.Municipal de Rosario, 1994) y “La noche del inocente” (Emecé, 1996).
Galardonada con numerosos premios nacionales e internacionales, obtuvo entre otras distinciones literarias el Premio Más Allá (1984), el Premio Emecé (1984-85), el Premio Gilgamesh de España (1986). Recibió también el Premio Dignidad, otorgado por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (1996), y dos veces la beca Fullbright (1988 y 1991).

Actualmente es considerada la más destacada escritora de ciencia-ficción argentina contemporánea.

BIBLIOGRAFÍA:

• Cuentos con Soldados (Club del Orden, 1965)
• Opus Dos (Minotauro, 1968)
• Las Pelucas (Sudamericana, 1969)
• Bajo las Jubeas en Flor (Andrómeda, 1977)
• Trafalgar (El Cid Editor, 1979)
• Mala Noche y Parir Hembra (La Campana, 1983)
• Kalpa Imperial (Minotauro, 1983)
• Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara (Emecé, 1985)
• Jugo de Mango (Emecé, 1988)
• Las Repúblicas (Ediciones de la Flor, 1991)
• Fábula de la virgen y el bombero (Ediciones de la Flor, 1993)
• Técnicas de supervivencia (Ed. Municipal de Rosario, 1994)
• La noche del inocente (Emecé, 1996)
• Cómo triunfar en la vida (Emece, 2000)
• Menta (Emecé, 2001)
• Doquier (Emece, 2002)

http://www.ciudaddearena.org/agorodischer.html

Angélica Gorodischer
La vera historia

Se dice, aseguran además sesudos autores de quienes no tengo por qué dudar, que quienes construyeron la Torre de Babel hablaban español. Es decir que todo el mundo hablaba español porque ya se sabe que esto de la Torre de Babel fue un emprendimiento interactivo como dicen los yuppies autóctonos.

Se dice también que el Todopoderoso estaba levemente preocupado con esto de que la gente hablara una lengua tan, tan, tan completa, y que pensó seriamente en diversificar (otra vez los yuppies) los modos del hablar, no para que no nos entendiéramos entre nosotros como se nos ha dicho, sino para que a fuerza de endogamia y estatismo y suspensión de errores y de traspiés (todo eso que es parte de lo que se llama la pureza de la lengua que a veces se reclama —inútilmente— con fervor digno de mejor causa), a fuerza de corset y cárcel esa manera de hablar no terminara por morir de hambre y de sed.

Además el Todopoderoso (por algo lo era) sabía que si eso hablado y cantado y dentro de algunos milenios escrito, se moría, se perderían dichos más que importantes, vitales, imprescindibles para que sus criaturas (nosotras, nosotros) siguieran viviendo. Ya lo dijo alguien que no escribió en español sino en italiano pero que tuvo razón, que en ese momento estaba todo junto. Dijo el italiano de marras: «cada punto de nosotros coincidía con cada punto de los demás en un punto único. Que pudiera haber espacio, nadie lo sabía todavía. Y tiempo ídem».

Como estaba todo junto y aunque no lo hubiera estado, el Todopoderoso supo que si esa lengua se moría se terminarían con ella las vidas de quienes la hablaban y se terminaría ese mundo que le había dado tanto trabajo crear, puesto que es la lengua la que construye la realidad, la que edifica el mundo. Y Él sabía que si todo se arreglaba, alguna vez se dirían palabras que sabiamente combinadas nos dirían por ejemplo
alma a quien todo un dios prisión ha sido
o
¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph que mi temerosa memoria apenas abarca?
o
la menor de las hijas de Isabella [...] muchos años más tarde escribió esta historia apenas inventada, que termina como cesan las voces después de haber hablado.
o
sale a darle clemencia al universo
a su lado
se coagula toda bruma
en paralela negritud
o también
percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida
Ah, no. Eso era algo que no se podía permitir. ¿Por qué perder jofainas maravillosas y giles bien debute y Sancho Panza y vaina y chévere y atapusar y guanabís y chiripiar y todo eso?

Y fue así cómo se le ocurrió la Gran Idea. Hay que decir que el Arcángel Gabriel no estaba muy de acuerdo, pero por más Arcángel que se sea uno no le enmienda la plana al Señor Todopoderoso. Cierto que algunos lo intentaron, con suerte diversa, pero esa es otra historia.

La Gran Idea consistía en hacer aparecer otras lenguas, cosa que no era nada difícil ya que las lenguas son dúctiles, sensibles, obedientes, rosadas, flexibles y valientes. El plan era de una sencillez asombrosa: aparecerían algunas lenguas-madres y de esas descenderían multitud de lenguas-hijas.

Era la solución. Puesto que «Ahí» (en aquella Torre de la que hablábamos al principio), «la unidad representa el peligro y la diversidad su conjuración», Hans-Georg Gadamer dixit. Cierto que él lo dijo siguiendo al Génesis y yo lo digo atrevidamente en el sentido contrario, pero eso también viene bien en este caso.

Hay que señalar que el español no sería una de las madres sino una de las hijas, un poco para olvidar eso de decir todos las mismas palabras, pasame los ladrillos, hacé funcionar la hormigonera, está listo el revoque fino; y otro poco para evitar en lo posible cierta soberbia que con la soberbia siempre es mejor repartir que concentrar. Y es por eso que se dice que «el latín es la esencia, el francés el pensamiento, el español el fuego, el italiano el cielo y el portugués el agua» (Cees Nooteboom dixit).

Se mezclarían todas, madres e hijas en la Torre, pasarían algunas por sobre las otras, quedarían huellas de ese paso, morirían algunas en el tumulto, es cierto, pero solapadamente o de pronto aparecerían otras que se treparían sobre las ya existentes que a su vez reaccionarían robándoles sus tesoros a las advenedizas. Hervirían las lenguas en el caldero de la Torre y quizás en cada uno de los pisos del enorme edificio que nunca llegaría al cielo, se hablara una lengua distinta y por las escaleras con tanto ir y venir, viajarían las palabras de un piso a otro y cambiarían y se adaptarían a otro piso que ya no sería el de su nacimiento, y se irían convirtiendo en otra cosa.

Eso pasó con todas las lenguas, desde el inglés (American style) hasta el nushu que lamentablemente ha muerto no hace mucho. Eso pasó con el fuego del español también. Descendió derechito desde su lengua esencia hasta nosotros y en el camino hizo algunas cosas como ir creciendo sin prisa y sin pausa y algunas otras cosas como robar palabras y expresiones a sus hermanas, a sus primas, a sus tías y hasta a desconocidas con las que se cruzó en alguna escalera de la Torre.

Así las cosas, un buen día, parece que hace unos cinco o seis mil años más o menos, a la gente se le dio por escribir. Con las palabras de la lengua que a cada una y a cada uno le había tocado en suerte según el lugar de la Torre en el que hubiera nacido, esa Torre que dicho sea de paso se había ido convirtiendo en un globo azul y oro, el tercero a partir del sol que se paseaba por el espacio alrededor de su estrella, con esas palabras, poco a poco, desde entonces hasta ahora fue grabando la memoria de lo hablado.

Probablemente émulos hubo de Funes el memorioso que se dieron cuenta de que les era imposible recordar la cara de Temístocles frente a los persas en Salamina y la nervadura de la hoja del fresno y el nombre del tercer emperador de Cing’Ka-lun y el poema del héroe que baja al reino de la muerte, y ya que tenían arcilla y espinas a mano, decidieron dejar todo eso, esas palabras robadas y aceptadas que ya habían pasado por la guitarra del pecho y el oboe de la garganta, todo eso escrito, pensando que era para siempre, en honor a la memoria del mundo.

Ese deseo de inmortalidad en la letra también nos invadió como nos había invadido el español, mestizo de tantas lenguas, el español que dice cuarteando vino el sereno / a la luz de las antorchas, o que dice Agur Jaunak, / Jaunak agur, / Agur ta erd, o airños da miña terra o arrabal amargo metido en mi vida o escriure no és tant sols cosa d’especialistes.

Toda una lengua hablada desde la bahía de Ushuaia hasta la corriente del Río Grande (Brasil en el medio, ya sé, pero no me digan que con los brasileños no nos entendemos) nos habilita para la comprensión del mundo que es, en suma, la comprensión del otro hable ese otro o no nuestra propia lengua. Este es sin duda un planteo moral y un planteo político porque las lenguas habladas, escritas, leídas, cantadas, son colectivas y llaman a la relatividad social.

Y a la solidaridad, porque comprender al otro es comprender el mundo ya que la capacidad de abstracción nos permite llegar a ese significado colectivo de las palabras para abarcar las fuerzas de la naturaleza y por inmersión y vecindario, las fuerzas de la sociedad en la que vivimos. Las sociedades, cada una con su lengua, cada una pensando que la suya es la lengua y que las otras son las barbaroi o las desconocidas o las amenazadoras, adquieren, resiste, edifican y magnifican su identidad a partir de la lengua.

Escribir entonces, hacer literatura, implica un doble trabajo de identificación y de colectivización: el trabajo de la igualdad en la diferencia, la tarea rampante de remontar la letra hasta la cima de su difusión como lengua de cultura; la que nos dé la ilusión, el propósito de llegar a encontrar una palabra secreta y única, primera y última, que nos abra la comprensión de la Torre en la que a pesar de prejuicios, dictaduras, pestes, hambrunas y guerras, seguimos obstinadamente viviendo.

http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/rosario/ponencias/identidad/gorodischer_a.htm

Entrevista con Angélica Gorodischer

Nacida en Buenos Aires, posee una larga y fructífera trayectoria como escritora. Sus primeras publicaciones: Cuentos con soldados, Opus dos y Las pelucas aparecieron en los años 60. Desde entonces, ha publicado veintiún títulos que comprenden colecciones de cuentos y novelas. Gorodischer es conocida como escritora de ciencia ficción. Sin embargo, su labor no sólo se limita a la escritura, sino que ha desempeñado una activa difusión de la literatura escrita por mujeres latinoamericanas. Por su compromiso con los derechos humanos y la situación de las mujeres, ha recibido el premio Estebán Echeverría por trayectoria y el premio Dignidad por su trabajo en defensa de los derechos de la mujer.

En sus publicaciones más recientes, Gorosdicher explora temas que consituyen un alejamiento de la ciencia ficción. En Historia de mi madre (2004), la autora recupera su historia familiar y especialmente la rama materna. Escrita en un vaivén entre pasado y presente, Historia de mi madre sirve como testimonio de dos épocas definidas de Argentina y reflexiona sobre los roles de género en los años 40 y 50 y los últimos años del siglo veinte. En Tumba de jaguares (2005), los ejes argumentales giran en torno a la función de la escritura y el existir en tanto se es pensado por otros.

La siguiente entrevista tuvo lugar en Rosario, Argentina, en Julio del 2005 y a través del correo electrónico. Su objetivo consistió indagar cuestiones filósoficas que se evidencian en Tumba de jaguares y en repasar la producción de Gorodischer desde la perspectiva de Historia de mi madre, reflexionando sobre la situación de la mujer y el estado de la narrativa femenina contemporánea en Argentina.

CR: Creo que has expresado en otras entrevistas que tu primer contacto con la literatura fue a través de las historias orales, ¿podrías comentar sobre esto?

AG: Sí, claro, eran historias que me contaba mi mamá, eran cuentos que me contaba mi mamá pero ella no se limitaba a los cuentos tradicionales. No me contaba esas pavadas de Cenicienta o de Caperucita. Ella inventaba los cuentos que me contaba. Y además, me daba lugar a mí. Me preguntaba cómo quería yo que se llamara la princesa. Porque siempre había una princesa, claro. Había una princesa buena y una princesa mala. La princesa mala, en general, se llamaba Margarita, que es un nombre cursi que me encanta, siempre me encantó. Y la buena se llamaba, qué sé yo, Esmeralda o algo por el estilo. Eran cuentos maravillosos, porque siempre pasaban muchas cosas y eran todos distintos. Ella, incluso, se olvidaba de lo que me había contado y me contaba otras aventuras cada vez que me contaba un cuento. Ese fue mi primer contacto con la literatura oral. Eso que se hace hoy por hoy como profesión, mi mamá lo hacía naturalmente. Claro que yo también les cuento cuentos a mis nietos. Con mis chicos creo que tenía menos tiempo, claro, porque trabajaba fuera de mi casa.

CR: ¿Cómo llegaste a decidirte por la ciencia ficción?

AG: Ah, porque me encontré de golpe con un libro, con dos libros. Me encontré con un libro de Asimov que se llama El fin de la eternidad y con un libro de Clarke que se llama El fin de la infancia. Dos fines, que fueron un principio porque cuando yo leí eso, dije bueno, esto es lo que yo quiero escribir. Es que me parecía que la ciencia ficción me daba una libertad absoluta. Después, descubrí que todo género te da la libertad absoluta, pero en ese momento me pareció que yo podia inventar mundos, cosa que puedo, hacer en otros géneros también Así fue como me inicié en la ciencia ficción.

CR: ¿Sentiste alguna vez que estabas “traspasando” un territorio reservado sólo para hombres?

AG: No, no yo me daba cuenta de que ahí entraban sólo los varones, quizá porque también había muchas mujeres cuando yo empecé con la ciencia ficción. Estaba, Ursula (Le Guinn), por supuesto, con la que somos amigas.

CR: Sí.

AG: Nos escribimos desde que nos comocimos en USA.

CR: Ella te hizo la traducción de…

AG: Me hizo la traducción de Kalpa imperial, magistralmente. Estaban también Zenna Henderson y Joanna Russ y otras. Había un montón de mujeres que escribían ya ciencia ficción. En general eran varones, cierto, pero a mí me importaba un pito que fueran lo que fueran.

CR: ¿Cómo te afectó la falta de una tradición reconocida y apreciada de escritoras argentinas?

AG: No me afectó en absoluto. Yo sabía que había grandes monstruos como Alfonsina Storni, Silvina Ocampo y sabía que había mujeres que estaban escribiendo y estaban haciendo lo mismo que yo pero no me preocupó demasiado. No, por lo menos en ese momento, no por lo menos en lo que tiene que ver con la literatura. Yo escribía, el mundo, que se arregle. Después, claro tengo otro tipo de actitud cuando se trata de otra cosa y no de estar escribiendo.

CR: Se suele definir el cuento como un género menor, resistido por editores, me pregunto ¿cómo fue tu experiencia publicando cuentos? ¿Alguna vez te pidieron una novela?

AG: No, nunca me pidieron una novela. En realidad, yo tuve mucha suerte con los editores porque siempre me encontré con editores muy generosos. Claro que era una época especial cuando yo empecé a publicar: era el gran momento de la edición argentina. En Argentina, se editaban maravillas y los editores podían arriesgarse. No todos lo hacían es cierto, pero yo encontré gente como Daniel Divinsky, como Paco Porrúa, como Jorge Sánchez que si bien al leer mis primeros libros, se dieron cuenta que muy perfecta no era porque la verdad, muy buena no era, por lo menos pensaron que probablemente, quizás, a lo mejor ahí había algo, y entonces me publicaron las primeras cosas y nunca me pidieron una novela. Yo escribía, escribía mis cuentos y mostraba mis cuentos, se los llevaba y ellos los publicaban. Escribí un montón de libros de cuentos antes de empezar con las novelas, pero un montón.

CR: Con tu más reciente publicación, Historia de mi madre, hay un cambio en tu obra. ¿Este cambio fue planificado o espontáneo?

AG: Mitad y mitad porque lo que pasó es que yo tuve una gran familia de mujeres, muchas tías, mujeres muy fuertes, muy hermosas, muy elegantes, muy emprendedoras. Todas se casaron pero ninguna tuvo hijos. Mi mamá solamente me tuvo a mí. Cuando murió la última de mis tías, yo me quedé un poco descolocada y sola. Estaba a mi cargo porque era la última que quedaba, no tenía hijos y estaba muy viejita. Viejita pero sensacional, te digo, una vieja fantástica, coqueta como ella sola. Me retaba cuando le regalaba esmalte para uñas de un color que a ella no le gustaba, me decía “pero m’hijita si este color no me sienta, ¿cómo me has traido esto que me queda tan mal?” Pero, en fin, una vieja fantástica y cuando murió yo me quedé ahí, como suspendida en el espacio y le comenté a mi hija: “toda esta memoria se va a perder, lo que yo sé, yo recuerdo de mi familia se va a perder”. Entonces, ella que es psicoanalista, me dijo “mami, lo que vos querés es escribir todo eso”. Yo le dije “sí, tenés razón”. Entonces hice un par de intentos pero no me salía mucho porque yo siempre he sido absolutamente centrífuga y prefiero las cosas bien lejos, a la distancia, pero en este caso, estaba todo esto pidiendo que yo lo escribiera.

CR: Sí, yo te hago esta pregunta porque en una entrevista que hace años creo que te hizo Mempo (Giardinelli) para Puro cuento te preguntaba por qué teniendo historias tan lindas en tu familia no te dedicas a escribirlas.

AG: Ah, si (risas) No, decía yo no puedo escribir eso quizá porque no me había llegado el momento, por lo visto. Cuando murió mi tía Laura, la última, esta de la que yo te contaba parece que llegó efectivamente el momento de encarar el pasado.

CR: ¿Era escritora?

AG: No, no mi mamá era escritora. Mi mama escribió libros y publicó y tuvo premios. Y yo decidí escribir todo eso. Hasta que no encontré la forma, es decir, este asunto de tipo diario íntimo porque es casi un diario y otra cosa también. Solamente cuando encontré la forma, entonces, le di para adelante y ahí la escribí de un tirón. Mi marido, que tiene muy mala memoria, cada vez que lo piensa rechina los dientes. Dice: “Pensar que no hiciste ninguna investigación y no fuiste a buscar nada”. No, le digo ¿para qué iba a hacer investigación si me acordaba de todo? Es un poco increíble.

CR: Desde hace varios años vienes desempeñándote como organizadora de congresos sobre escritura femenina. ¿Existe una relación entre esa actividad y la problemática para una mujer de producir y difundir su obra que aparece en Historia de mi madre?

AG: Y sí, todo está muy relacionado. Porque yo supe desde muy chica que había algo en el mundo que andaba mal. Después, de jovencita, tuve una época de feminismo visceral, en el cual yo tenía ya la noción de las cosas pero no la teoría. Claro, había leído a Simone de Beauvoir y a Victoria Sau pero todavía no tenía el andamiaje ideológico que pude adquirir después. Más adelante descubrí que había también discriminación con respecto a las escritoras. No digamos que es una cosa horrible, no sostengamos que nos tienen por ahi escondidas, ni nada por el estilo, pero no hay ninguna duda de que existe esa cosa flotante, que no tiene nombre y de la que todo el mundo te va a decir, “pero no, de ninguna manera, imaginaciones tuyas”. Y sin embargo sí es cierto: las mujeres recibimos siempre menos dinero. Las buenas escritoras reciben menos "guita" en un adelanto que los varones. Y después se dice “Ay, Díos mío cuánto escriben las mujeres”. Pero sí, lo que mucho se escribe y mucho se vende es lo malo. Aquellas noivelas light destinadas al Mercado en las que las mujeres sufrimos muuuuuuuucho siempre por culpa de los varones y somos dulces, afectuosas, lloronas, abnegadas y todas esascosas repelentes por lo arquetípicas. Por eso quise en hacer estos congresos: porque yo había ido a congresos de mujeres escritoras, en España, en México, en Canadá y en muchas partes. Yo decía: “yo necesito hacer un congreso de estos en Rosario”. Me mandé tres congresos. Ahora ya no puedo hacer ninguno porque ya no hay más "guita". Nadie me va a dar "guita". ¿Para cultura y para mujeres? ¿Quién me va a dar "guita" para eso? Nadie.

CR: ¿Cómo ves la situación de la mujer argentina en general y de las escritoras en particular en la actualidad?

AG: A las mujeres no nos va tan mal como antes pero tampoco nos va tan bién como sería de desear. Siempre tenemos ahí una pared contra la cual darnos de boca. Las mujeres empresarias tienen el techo de cristal, del que no pueden pasar, por supuesto. El cupo femenino en el gobierno significa que los tipos ponen a la meas idiota o a la que siempre va a decir que sí. Y en cuanto a todas las mujeres, todavía hay violencia contra la mujer, todavía hay discriminación en el trabajo, en la escuela, en la Universidad; en la Iglesia, ni hablemos. En todas partes, hay discriminación, encubierta o no encubierta, pero la hay. Y vos lo notas en todo, incluso en el lenguaje. Las mujeres mismas tenemos internalizado un lenguaje masculino. Nadie dice “una tiene que hacer tal cosa” sino dice “uno o nosotros”. Escúchame, loca, habla en femenino, somos todas mujeres, todas. Entonces, si nosotras, en todo ese tipo de cosas en el lenguaje del que estamos hechas encontreas que hay discriminación, más o menos, relativa, absoluta, como sea, pero la hay, es necesartio luchar contra eso con las armas que tenga cada una. Hay violencia también: cuando hay discriminación hay violencia. No solo encubierta sino que los tipos creen que pueden violar a una mina o que le pueden pegar “porque ella se lo buscó”. Nunca me voy a olvidar de un muchacho que mató a su mujer a patadas. A patadas dije. Tenía veintiún años él y diecinueve ella. La mató a patadas, escuchame y bueno salió en los diarios y la policía, ¿qué decía? “Pobre, pibe, está desesperado.” ¿Podés creer? O el tipo ése que le daba unas palizas pampa a la mujer y despuees la violaba y cuando lo llevaron preso porque ella lo denunció, dijo, “Pero, ¿cómo? ¿Para qué me casé? “No puedo coger, no puedo pegarle, ¿para qué me casé?” Los chistes, los chistes que te hacen incluso las mujeres: “no, me voy sola, a ver si tengo suerte y me violan.” Pero, por Dios, ¿cómo es posible? Y lo dicen sin mala intención, no con mala leche y lo dicen porque está en el aire, porque esta sociedad es una sociedad patriarcal y falogocéntrica. Entonces, es lógico que se digan esas cosas porque todo eso está avalado por una sociedad que lo contempla y que lo permite.

CR: Recién tocaste el tema de la violencia, pero también hay otras violencias respecto al mercado, a lo que se produce y se vende en literatura…

AG: Pero, claro, por supuesto. Eso lo encontrás en todas partes. La violencia en las ventas en productos de y para mujeres la encontrás incluso en la venta de maquillaje que tendría que ser una cosa normal y común y que como tenemos colonizado el espejo, ahí encontrás otro tipo de violencia. Y en cuanto a las publicaciones de las mujeres es lo que te comenté en lo yo decía hace un ratito.

CR: En Tumba de jaguares, tu novela más reciente, también aparece el tema de la memoria, ligado al lenguaje ¿Cuáles son las dificultades del lenguaje para representar la memoria?

AG: No es fácil. No se puede andar haciendo inventarios de lo que se recuerda y de lo que se olvida. Cosa que nadie hizo salvo Borges en Funes el memorioso. Pero Borges era un genio. Creo que lo adecuado es mediatizar lo recordado como vuelto a vivir o lo contrario, como imposible de volver a vivir. También se puede hacer como con el tiempo (tan ligados ambos, claro), es decir personalizados en una conciencia que busca dentro de sí aquello que ya no está o que no estuvo nunca.

CR: ¿Cómo fue el proceso de creación de Tumba de jaguares?

AG: Suele sucederme: tengo la leve sensación de algo que le sucede a alguien. Tengo que agarrarme de eso como de un madero flotante para averiguar qué es lo que hay debajo, detrás, escondido en los acontecimientos. Así fue en este caso; sabía que había un hombre que se iba a cruzar el desierto y que se perdía; sabía que había otro (otro) hombre a quien los milicos le habían desaparecido su única hija. Y nada más. En eso se me presentó Ourobouros, la serpiente que se muerde la cola. ¡Ajá! dije, ese hombre escribe una novela en la cual hay una muchacha que escribe una novela en la cual una mujer moribunda ha escrito la novela del primer hombre, el de la hija desaparecida. Y con la estructura muy presente, me puse a contemplar a mis personajes que son a la vez autores de novelas. Somos cuatro los que escribimos: las dos mujeres, el hombre y yo. Así nació la novela. Con Ourobouros y los jaguares que mueren peleando.

CR: La desaparición de Chela-Chelita, la hija del personaje de Bruno Seguer, puede ser leída en relación a las desapariciones de la Guerra Sucia. En tus novelas anteriores no aparecen referencias a la historia argentina ¿Por qué decides incluirla en ésta?

AG: Creo que todas y todos tenemos muy presentes los años de la dictadura. No podemos liberarnos de eso. Hasta Tumba de jaguares yo no había tocado el tema porque es demasiado grande, demasiado fuerte, demasiado demasiado. Pero Bruno Seguer es el hombre que sufre lo peor que alguien puede sufrir, y eso es la tortura, muerte y desaparición de Chela-Chelita.

CR: Tus personajes anteriores eran, en general, rebeldes, fuertes pero en Tumba de jaguares aparecen como impotentes, vencidos, ¿puedes explicarnos este cambio?

AG: Ah, eso es un misterio. Aunque te voy a decir que no creo que estos personajes estén todos vencidos. Yo lo único que hice fue pensarlos, mirarlos y escucharlos. Después que una puede hacer eso, escribir es fácil.

CR: Otro tema prevalente es la muerte que nos acecha y acecha a los personajes, como una conciencia de lo efímero de la vida

AG: Eso es algo que viene apareciendo desde hace rato en mi escritura. Pensá en Menta, todo un libro dedicado a la muerte. Claro que como yo soy una optimista patológica, el último cuento de ese libro no es sobre la muerte sino sobre la resurrección.

CR: Cambiemos de tema: en la historia argentina, siempre ha existido el debate ciudad-capital/interior, retomado también en la literatura a través del Facundo. En este marco, optar, como lo has hecho, por escribir desde una ciudad que no es la capital supone casi un suicidio en términos comerciales. ¿Cuáles han sido las ventajas y desventajas de escribir desde el interior?

AG: Mira, si yo viviera en Buenos Aires, no escribiría, porque hay tantas cosas, tantas cosas que te tironean, teatro, cine, conferencias, cursos, conciertos, amigos, que probablemente yo no tendría tiempo de escribir porque además soy sociable y quiero todo y me encanta encontrarme con los amigos y demás. Vivir en el interior, no me gusta decir “el interior”, vivir en las provincias, puede ser una desventaja porque Buenos Aires concentra todo e irradia todo. De manera, que vos tenés que ir a publicar a Buenos Aires, no hay nada que hacerle. Yo voy a seguir viviendo en Rosario porque es mi ciudad, porque la quiero, porque vivo bien acá, porque me gusta, porque todo está a escala porque no es ese monstruo invivible que es Buenos Aires, que es insoportable. Pero voy a seguir yendo a Buenos Aires todo lo que pueda, es decir, una o dos veces por mes, porque tengo allí mi editorial, porque allí tengo un montón de amigos y un montón de cosas y actividades, para las que me invitan. Me invitan desde allá. Porque yo siempre fui a Buenos Aires todo lo seguido que pude, siempre, desde el principio. He tenido familia en Buenos Aires así que tenía adónde ir a parar, tenía facilidades para hospedarme y yo sabía, en el fondo, de mi almita que tenía que relacionarme con mis iguales, con otros escritores y escritoras, con editores, con periodistas, con gente que estaba en la crítica. Sabía perfectamente que tenía que hacer relaciones, no relaciones públicas, pero que tenía que hablar con la gente que estaba en lo mismo que yo. De manera que siempre fui a Buenos Aires muy seguido. Viví acá y siempre fui muy seguido a Buenos Aires y sigo yendo. Y sigo tomando parte en algunos eventos. El otro día estuve en un acto muy interesante que organizó Liliana Heer en la Biblioteca Nacional; o me llaman para alguna conferencia o para mesa redonda o para lo que sea, asi que voy a menudo a Buenos Aires. De manera que sí una vive en el interior, en provincia. Pero si quiere llegar a Buenos Aires, primero hay que escribir bien. Esto puede resultar un poco antipático porque parece soberbia “Ah, mira, yo escribo bien”. Bueno, no importa, lo lamento. No es soberbia. Hay que escribir bien, hay que esforzarse mucho y hay que tener contactos en Buenos Aires, contactos útiles en el buen sentido de la palabra, ¿no? No aprovecharse de la gente ni chuparle las medias a nadie pero tener contactos con la gente que está en lo mismo que una.

CR: En noviembre del 2004 parece que la cultura vino a Rosario Congreso de la Lengua Española y fuiste la representante de la ciudad.

AG: Ah, ¿viste? Sí, a mí me invitaron al congreso de la lengua porque vivo en Rosario. Porque si hubiera vivido en Chubut, nadie me invita. Fue un congreso muy machista: 160 tipos y 11 mujeres. Dejame de joder, ¡no puede ser! Yo se lo dije a todo el mundo, no lo estoy diciendo en secreto. Se lo dije a los tipos que organizaron el congreso. No puede ser. ¿Qué es eso? No voy a decir el país, ni el nombre pero hay un país de aquí, de América latina donde hay una mujer que es la que más sabe de linguística en lengua española. No creo que en el continente haya una mujer que sepa más que ella. Bueno, de ese país mandaron a un señor que no sabía ni hablar en público y a esta mina la ignoraron totalmente. ¡No puede ser!. Si eso no es machismo, decime qué es.

CR: De este Congreso de la lengua española ¿Qué rescatas de las ponencias y la experiencia del congreso?

AG: Nada, estuvo muy bien. Fue un congreso muy interesante. Se discutieron cosas interesantes también. Creo que fue útil hacerlo y que me encantaría que se volviera hacer y que creo que se va a hacer en Cartagena de Indias y que yo ya dije y lo dije a las autoridades: hay que invitar mitad y mitad, mujeres y hombres. No puede, no debe ser eso de que hagan lo que hicieron con el congreso de Rosario.

CR: Participaste también en el seminario de literatura argentina que se realizó en el Chaco y del I Congreso Regional del Instituto de Literatura Iberoamericana.

AG: Ah, si, yo siempre estoy metida en la salsa de esas cosas. Primero, que me gusta mucho, después que me invitan y bueno, me gusta ir y decir lo que pienso, si puedo y también si se me da lugar. De manera que estuve en Santa Fé, estuve acá. También fui al congreso que estuvo muy bien, que hizo la universidad del Litoral en Santa Fe, estuvo excelente. Y en lo de Mempo, ya es el décimo año que voy y esta vez inauguré el Foro.

CR: En todos estos espacios ¿cómo ves la labor de la critica literaria?

AG: Ah, sí, yo no le doy bola. No la entiendo mucho y me parece útil me parece bien que haya gente tan erudita como la que veo a menudo pero no puedo opinar porque la crítica, está lejos de mis horizontes. La verdad, no me interesa.

CR: Toda esta actividad te ha convertido en una figura mediática y he tenido la oportunidad de presenciar como la gente que no hace literatura que te reconoce como parte del paisaje

AG: (risas) Claro, soy parte del paisaje local.

CR: ¿Qué piensas de esto?

AG: Ah, mira, no le doy mucha importancia. Es muy agradable, es muy simpático cuando te paran en la calle una señora y te dice, como me dicen a mí: “Ay, la ví en televisión y usted dijo exactamente lo que yo pienso”. Me encanta, me parece bárbaro. Le doy un beso y le doy las gracias. De toda esa gente que me para por la calle, muy pocos me han leído, (risas). Hace poco me sentí muy estimulada porque un muchacho de veinte años, me paró para decirme que había leído todo lo mío y que le encantaba y yo decía qué bueno, ¡un lector al fin! Pero por lo menos, la gente me conoce, me mira por la calle, sabe quién soy, cosa que sí, es agradable pero mejor no créersela. Si una se la cree, está frita, querida. Una no tiene que creer esas cosas. Si, está bien, está lindo, está bárbaro pero no te la creas, no te creas que sos un personaje porque ahí sonaste.

CR: Nosotras hace poco comentábamos la traducción que hizo…

AG: Ursula?

CR: Sí ¿hay otras en camino?

AG: Si, va a salir esa misma traducción, va a salir en otra editorial y bueno, en general, tengo cuentos traducidos al italiano, al francés, hasta el ruso, querida.

CR; ¿En qué estás trabajando actualmente?

AG: Escribo otra novela, por supuesto. Y un par de trabajos para presentar en un coloquio y un seminario a los que me han invitado.

http://letrashispanas.unlv.edu/vol3iss1/Gorodischer.htm

Angélica Gorodischer

Por María Esther Vázquez en La Nación

Hablar con Angélica Gorodischer es como entrar en una fiesta donde brillan el ingenio, la inteligencia y la gracia. De no haber sido escritora, le hubiera gustado ser, entre otras cosas, una prima donna y cantar la escena de la locura de Lucia di Lammermoor.
En su último libro (tiene dieciséis publicados), La noche del inocente, por primera vez Gorodischer, rosarina apasionada, se interna en un tiempo y en un terreno no transitado aún por ella: la vida en un convento en la Edad Media -Sí, es cierto -me aclara-, lo más lejos que hasta ahora había ido en el tiempo fue 1902. Te advierto que no empecé con la cosa autobiográfica, que es lo usual; mis primeros textos que, como en todos los casos, casi siempre son porquerías, los escribí muy pronto y, entonces, quedé libre para otros más ambiciosos. Creo que los libros son algo muy misterioso y siempre nos están esperando en alguna parte.

A mí, La noche del inocente me estaba esperando en el hospital de San Paul, que antes fue convento. El edificio es deslumbrante con sus cúpulas doradas y esos espejitos que son como moasaicos. Es un barroco catalán que tiene de todo. Supe que allí me estaba esperando este libro por muchas coincidencias que se dieron, sumadas a mi interés en la Virgen María, que no creo haya sido esa eterna muchachita lavadita con cara bonita y pelo rubio de los artistas del Renacimiento.

-La Santa habrá envejecido y habrá llorado pero, sobre todo, debe de haber sido valientte y sufrida.

-Pero, claro, una mujer del desierto, dura, de las que aguantan todo en pie.

-Además de la Virgen, hay en tu novela una intriga policial.

-Sí, se comete un asesinato. Sin embargo, la verdadera intriga es la del poder, allí hay dos hombres ambiciosos que son el Superior y el bibliotecario. El superior lo único que desea son mujeres, comida y lujo; el bibliotecario quiere ser cardenal. Hacen lo posible y toman caminos muy tortuosos para lograr sus objetivos; no dudan en pisotearl al que está abajo. Pisou, el hermano lego, el personaje central, es un pobrecito, casi un disminuido, pero tiene misterio, pureza, inocencia, tanta como para que la Virgen baje del pedestal y le diga: "Animo, Pisou, que todo va a andar bien."

-¿Así que la Virgen es personaje de la novela?

-Claro, y la Virgen y el lego conversan de cosas que él no entiende y Ella le explica y le da una mano cuando Pisou la necesita, y aun después.

-Me imagino que esto le da misterio y suspenso a tu novela.

-Creo que sí. Yo soy una narradora, no hago reflexiones sobre el arte de la novela. Cuento situaciones y muestro los personajes y la trama como quien proyecta una película. A mí me encanta contar cosas que han pasado y otras que pueden llegar a pasar.

-Me acuerdo de tu novela Trafalgar, que no se muy bien cómo habrá caído en Rosario ya que tomaste personajes y sucesos de gente de allá.

-Ahí, sí y fue muy divertido. Hubo algunos que se indignaron mucho pero te aseguro que nunca he difamado a nadie.

-Está bien que alguna gente se enoje; es la mejor manera de vender un libro. ¿Angélica, qué sentía cuando terminás una novela, la das al editor y ya no te pertenece?

-Un alivio inmenso. Hay escritores que se enamoran de sus personajes y les apena dejarlos. Yo no, cuando se acerca el final quiero que se vayan de una vez. No me siento vacía porque siempre hay otros esperándome por ahí.


Entrevista de María Esther Vázquez a Angélica Gorodischer aparecida en el Suplemento Cultura del diario La Nación. © La Nación on-line.