lunes, 8 de septiembre de 2008

BORGES Y LAS LITERATURAS FANTÁSTICAS

BORGES Y LAS LITERATURAS FANTÁSTICAS
Por Rafael F. Gutiérrez

El problema con la literatura fantástica
consiste en saber si nos propone una evasión
infinita o un enriquecimiento razonable.
Juan José Saer

POR LOS ARRABALES DE LA FICCIÓN
“Literatura fantástica”, he allí una redundancia pues toda literatura es una ficción, una construcción fabulosa hecha con lenguaje, pues si deja de serlo se convierte en otra construcción discursiva: historia, crónica, tratado, etc. La tautología se mantiene por la convención, como tantas otras que constituyen el fundamento de cada una de las culturas. Pues cada cultura tiene sus relatos fundantes y los reescribe como parte de su dinámica de funcionamiento y sólo cuando se vuelve con una mirada analítica sobre su modo de trabajo se puede enfrentar al cúmulo de relatos explicativos que funcionan de modo incuestionable simplemente por una fe. Reconocer esa condición de relatos en las formas de explicación de los principales cuestionamientos humanos es uno de los mecanismos de la literatura borgeana. Pone en evidencia que toda cultura construye categorías totalmente imaginarias para dar cuenta del universo en el que se inserta. Esas construcciones verbales son llamadas religión, filosofía, teología, ciencia, pero son básicamente eso, construcciones verbales. Parecer que encontramos textualizado en la introducción a uno de sus libros:

El nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe Hamlet, del punto, la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a lo que inmediatamente sugiere la locución “seres imaginarios”, hemos compilado un manual de los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres ... (Borges y Guerrero, 1967: 567)

La crítica internacional ha reconocido que la Argentina ha producido abundante literatura fantástica y entre sus creadores hay dos nombres que pesan como marcas registradas: Borges y Cortázar.
Dentro de la literatura fantástica se reconoce el subgénero de la ciencia-ficción o fantaciencia o ficción científica, pues la asociación de dos términos -casi oximorónicos- es motivo de discusión a la hora de denominar a una vasta producción que no abarca sólo la literatura sino el cine, la historieta y las series de televisión. La ciencia ficción es la literatura fantástica de la era industrial, donde la mecánica –fruto de la razón y del cálculo- reemplazó a la magia. Sin embargo estos grandes escritores de la literatura argentina no descollaron en la producción de este subgénero. Aún cuando se trata de una literatura que tematiza el siglo XX con sus vertiginosos cambios, estos autores no fueron proclives a adherir a la ciencia-ficción.
Los antologistas de literatura de ciencia-ficción recuperan algunos textos de ambos como Fantomas contra los vampiros multinacionales de Cortázar y “El Golem”, “Los inmortales”, “Tlön Uqbar Orbis Tertius” y “Utopía de un hombre que está cansado” de Borges. El texto de Cortázar es más una parodia de la historieta, con abundantes dibujos y un superhéroe hecho en el molde de los prototipos del género, mientras que sobre los cuentos de Borges se ha discutido mucho en cuanto a que si la temática que abordan es propicio para la ciencia ficción: el animator, la inmortalidad, los universo paralelos y el viaje en el tiempo. Sin embargo les falta el componente fundamental del subgénero: la intervención de la ciencia y la tecnología.
Veamos cada uno de los casos: el tema del homúnculo o del animator tiene una larguísima tradición en la literatura que se ha manifestado en muchísimas narraciones, una de las cuales ha fundado la literatura de ciencia-ficción: Frankestein de Mary Sheley. Sin embargo lo que diferencia a la producción borgeana es que aborda el tema en un poema, rescribiendo la novela de Meirnik que a su vez refunde leyendas de la judería de Praga. Su inserción en el subgénero se puede discutir por la falta de tecnología en el proceso de creación del humúnculo; el animator borgeano cobra vida por recursos mágicos de “alta hechicería” y sin asistencia científica, como lo hizo el Dr. Victor Frankenstein.
El tema de la inmortalidad, su posesión, su pérdida o su búsqueda es tan antiguo como los relatos de la humanidad pues ya aparece en el Cantar épico de Gilgamesh y en El Génesis y si Borges tiene un cuento con ese tema no lo aborda desde un componente tecnológico, sino simplemente con la magia que no se explica: es sólo un río el que otorga el don y nada revela esa poder sobrenatural, ni se atribuye a dioses, demonios ni magia.
En el cuento “Utopía de un hombre que está cansado” el viaje en el tiempo se produce sin la máquina que pergeñó Wells, se trata sólo de un hombre que aparece caminando por una llanura y su experiencia se parece más a la de un sueño que a una traslación a través de siglos ida y vuelta. En ese futuro al que accede el viajero del tiempo se practica más bien el despojamiento de la tecnología que su desarrollo, en cuyo caso se parece más al último futuro al que accede el viajero de Wells.
En el cuento “Los inmortales” escrito en colaboración con Bioy Casares aparecen todos los componentes que requiere el subgénero ciencia-ficción, junto a la estrategia típicamente borgeana de citar explícitamente el texto que reescribe: “Rupert Brooke”.
El texto tiene una primera parte en la que alude al epígrafe en inglés y justifica el porqué de su falta de traducción, eso permite introducir la reseña de un cuento de ciencia-ficción en el que el pseudocientífico-loco, infaltable en el pastiche género, lleva a cabo un experimento para probar una hipótesis que proviene de la filosofía y no de la ciencia. Ahí se manifiesta la primera aberración sobre la que se construye el efecto del horror en el relato referido en el cuento de Bustos Domecq: no se puede probar una hipótesis especulativa por métodos experimentales.
Todo eso introduce la peripecia misma del narrador protagonista, Bustos Domecq, la oferta de acceder a la inmortalidad a través de un método médico que consiste en suplantar el cuerpo deteriorado por partes mecánicas que no cumplen la totalidad de las funciones del cuerpo original sino que se limitan a mantener vivo el cerebro.
El horror de una conciencia que se mantenga atrapada e inmovilizada e incapaz de librarse de su condena a través de la muerte es el punto de convergencia entre el cuento reseñado y el relato protagonizado por el narrador. El punto divergente está en que el médico inventor del método lo ofrece como una respuesta del método lo ofrece como una respuesta a un anhelo tan buscado por la humanidad. Su lenguaje mismo es el de un timador que trata de vender un buzón como la gran adquisición del posible comprador.
El protagonista asiente, como un incauto más, a la propuesta del médico vendedor pero, precavido del riesgo, sólo está fingiendo y tan pronto como puede huya borrando sus rastros.
En el cuento que abordamos anteriormente aparecen referencias a otros textos que a su vez evocan afirmaciones borgeanas sobre la literatura fantástica:

- Recuerdo haber leído sin desagrado –me contestó- dos cuentos fantásticos. Los viajes del Capitán Lemuel Gulliver, que muchos consideran verídicos, y la Suma Teológica. (53)

Esta clasificación de dos textos tan disímiles dentro de una misma categoría es la reiteración de las declaraciones realizadas por Borges que consideraba que la metafísica y la teología eran ramas de la literatura fantástica.
En el mismo cuento, más adelante, el interlocutor del futuro realiza una descripción del mundo del pasado, o sea del presente de Borges, y afirma:

Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo. (54)

La sentencia latina fue acuñada como una síntesis de los postulados filosóficos de Berkeley que Borges había fatigado como parte de la literatura fantástica y que le ayudaron a producir más literatura fantástica.

“Esse est percipi” en Bustos Domecq
como la realidad construida por los mass-media.

Instalado en el universo fantástico es
lo real lo que se transforma en obsesión.
Juan José Saer

MATRIX, la terrible elucubración de los hermanos Wachoski, lleva al paroxismo el tema de la realidad cotidiana como el resultado de un gran montaje mediático. Casi simultáneamente el tema había sido abordado por el film “The Trumann Show”, en el que el protagonista de la serie televisiva más vista en el mundo es el único que no sabe que todo su mundo es un montaje, hasta el cielo y el mar que le arrebató a su padre son simulacros en los que desenvuelve su vida cotidiana poblada de familia, amigos, vecinos y trabajo. Sólo se precipita el final cuando la búsqueda del amor lleva a Trumann a desafiar los límites de su mundo y es tanta su voluntad que soporta los desafíos y se libera de su límite ficticio.
La saga de MATRIX muestra un mundo totalmente inducido en la mente de los hombres que no viven sino que tienen un largo sueño mientras son despojados de su energía. Todos los hombres duermen un sueño provocado por las máquinas que se alimentan de sus vidas, esos prisioneros necesitan de un salvador que los libere, y es allí donde comienza la aventura que anima los films y sus derivados.
El cuento de Bustos Domecq plantea un horror más cotidiano y, por ello, mucho más terrible que los que enfrentan Trumman y Neo:

- Señor ¿quién inventó la cosa? – atiné a preguntar.
- Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase Domecq, la publicidad es la contramarca de los tiempos modernos. (...)
- ¿Y si se rompe la ilusión? – dije con un hilo de voz.
Qué se va a romper – me tranquilizó.
Por si acaso seré una tumba –le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.
- Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer. (361-2)


Bustos Domecq tiene ante sí a uno de los prestidigitadores que realizan las ilusiones delante de todos y no vacila en afirmarlo pues no teme que su secreto sea revelado porque la trama es tan grande que abarca a todos, un testigo no puede ser creído, no importa que afirme o niegue, la ilusión supera a ambos, al prestidigitador y al testigo. En un mundo así, la posibilidad de un redentor o de una fuga se vuelve imposible porque no hay mundo verdadero hacia el cual huir, todo está envuelto en la ilusión mediática.
Con lo cual, como buena ficción de anticipación científica, el cuento de Borges-Bioy se adelantaba en tres décadas a nuestro mundo multimediático en el que los “reality shows” y hasta las noticias están montadas para convencer a los espectadores de su “realidad”.
A final de cuentas
Generalmente, cuando se habla de las incursiones de Borges en la ciencia-ficción, se reitera que fue el traductor de CRÓNICAS MARCIANAS y que su prólogo a la obra de Ray Bradbury es una ponderación de la literatura sin atender al prejuicio del subgénero, sin embargo en este trabajo hemos mostrado que no sólo tiene cuentos rescatables por los antologistas de la ciencia-ficción sino cuentos que se inscriben en la norma del género, aunque con un plus borgeano que tiene que ver con el compromiso con la literatura de escribir buenas tramas que pertenecen al escritor aunque le esté vedada su moraleja.
Podemos afirmar junto a Juan José Saer: “Sólo mentes muy obtusas y llenas de mala voluntad pueden seguir poniendo, hoy día, las obras de Kafka o Melville [nosotros agregamos de Borges y Bioy Casares] en el montón vagamente clasificatorio de la literatura fantástica. Kafka y Melville [y Bustos Domecq] han mostrado claramente que cuando la imaginación descubre su límite consiste en tomar partido por la selva de lo real, vale decir el límite contra el que chocan todos los hombres, perseveramos en llamarla imaginación porque no nos atrevemos a llamarla profecía” (Saer, 1997, 227)


BIBLIOGRAFÍA

Asimov, Isaac (1999), SOBRE LA CIENCIA FICCIÓN, Buenos Aires, Sudamericana
Borges, Jorge Luis (1999), OBRAS COMPLETAS EN COLABORACIÓN, Buenos Aires, Emecé
Borges, Bioy Casares y Ocampo (1995), ANTOLOGÍA DE LA ITERATURA FANTÁSTICA, Buenos Aires, Sudamericana
Capanna, Pablo (Comp.) (1995), EL CUENTO ARGENTINO DE CIENCIA FICCIÓN, Buenos Aires, Nuevo Siglo
Saer, Juan José (1999), EL CONCEPTO DE FICCIÓN, Buenos Aires, Ariel
Sánchez, Jorge (Comp.) (1996), LOS UNIVERSOS VISLUMBRADOS, Buenos Aires, Andrómeda

Esse est percipi

Esse est percipi (1967)
De Adolfo Bioy Casares y
Jorge Luis Borges

Viejo turista de la zona de Nuñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia panorámica del periodismo nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria. Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, de cuya sede, sita en el Edificio Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores de bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención de Zarlenga y Parodi, conviertiera el centro-half Renovales, tras aquel pase histórico de Musante. Sensible a mi adhesión al once de Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:
-Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres.
-¿Alias? -pregunté, gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición?
La respuesta me aflojó todos los miembros.

-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?

En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.

-¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? -exclamé- ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De verás que se llama Ferrabás?

-Que espere -ordenó el señor Savastano.

-¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? -aduje con sincera abnegación.

-Ni se le ocurra -contestó Savastano-. Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto da…

Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:

-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.

Junté fuerzas para aventurar la pregunta:

-¿Debo deducir que el score se digita?

Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.

-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.

-Señor, ¿quién inventó las cosas? -atiné a preguntar.

-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.

-¿Y la conquista del espacio? -gemí.

-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientifista.

-Presidente, usted me mete miedo -mascullé, sin respetar la vía jerárquica-. ¿Entonces en el mundo no pasa nada?

-Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué mas quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.

-¿Y si se rompe la ilusión? -dije con un hilo de voz.

-Qué se va a romper -me tarnquilizó. -Por si acaso, seré una tumba -le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.

-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.

Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida.