viernes, 31 de marzo de 2023

A seis décadas de Rayuela

A seis décadas de Rayuela En busca de sus raíces en el pensamiento oriental Rayuela es la segunda novela de Julio Cortázar, escrita y publicada en París el 28 de junio de 1963 ya que el autor se encontraba trabajando como traductor para la UNESCO en esa ciudad después que llegara a Francia en 1951. Antes ya había publicado libros de poesía y cuentos en la Argentina y en 1960 la novela Los premios, aunque era muy poco conocido en el campo literario. En la década de 1960 la posmodernidad y la deconstrucción ponían en crisis el arte y el pensamiento occidental, ahondando un proceso iniciado con las vanguardias artísticas de la década de 1920. Es en ese contexto de transformaciones y debates estéticos y filosóficos en el que se publica esa segunda novela del -hasta entonces- casi desconocido escritor argentino “anclao en París”-, Julio Cortázar. Por aquellos días, en el campo literario se había iniciado un proceso de descubrimiento de la literatura latinoamericana por la tarea de un grupo de novelistas que tuvieron un gran impacto entre los críticos y con un gran índice ventas, por lo que fue llamado el “Boom de la novela latinoamericana”. ¿Qué hizo tan especial a Rayuela en ese contexto? En medio de ese Boom de historias que develaban una América extraña al pensamiento racional que había dominado a Occidente, Julio Cortázar extendía un puente entre Europa y América o, más específicamente entre París y Buenos Aires, aunque ello implicara poner en crisis a la misma lógica del relato que había consolidado la forma de la novela en el siglo XIX y la había mantenido estable –salvo por algunas excepciones- hasta mediados del siglo XX. Consideramos que en la construcción de Rayuela hay un principio del pensamiento de extremo oriente plasmado en la meditación zen y en la lectura del I Ching. Rayuela con total sinceridad comienza con una advertencia “A su manera este libro es muchos libros…” Si tan sólo hiciéramos caso a ese llamado de atención nos hubiéramos ahorrado frustraciones al tratar de abordar el libro como si fuera una novela, tal como la entendíamos desde hacía más de un siglo. Desde nuestra experiencia de lectura entendemos que la crisis provocada por Rayuela va más allá del campo literario, pues la sola postulación de un modo de construcción textual que rompe la lógica del relato se sitúa en un punto crucial del pensamiento occidental. Para aclarar esta posición voy a llevar a cabo una brevísima revisión de la importancia del relato como forma de pensamiento para la búsqueda de sentido desde la mentalidad occidental. En el principio de cada cultura hay libros fundantes, como la épica que se remonta a los relatos escritos a partir de narraciones orales repetidas y reelaboradas por varias generaciones hasta que apareció la escritura como una tecnología capaz de independizar al relato de sus declamadores. Así llegaron hasta nuestros días la Ilíada y la Odisea que sustentaron al mundo antiguo y cuando este colapsó, la cultura requirió una refundación y así surgieron nuevos relatos orales con sus narradores, hasta que la escritura volvió a intervenir para que llegaran hasta nuestros días La Chanson de Roland y el Cantar de Mío Cid. Sin embargo, hay relatos que los preceden y, más aún, los sustentan; me refiero a libros compuestos de modo similar y sacralizados por quienes sintieron que a través de ellos se comunicaban con Dios. Tanto la Biblia como Al Curam, La Torá son muchos libros en formato de uno, pero son conjuntos de textos de distintas índole y autoría, ordenados por el acuerdo de una comunidad sacerdotal. En la primera mitad de siglo XX hubo un progresivo acceso a la cultura oriental fue develando al Occidente formas de pensamiento diferentes que también se sustentaban en libros ancestrales, pero a diferencia de los libros occidentales, no eran relatos, no se organizaban de un modo causal consecutivo de acciones y reacciones ordenadas espacial y temporalmente. El libro central de la cultura china es el I Ching o libro de las mutaciones , formado por un conjunto de sentencias o aforismos que se pueden combinar aleatoriamente para el lector que los consulta en busca de una respuesta personal. De modo que el lector construye su propio libro, nuevo y distinto a partir de las posibilidades combinatorias. No hay relatos detrás de otros, hay múltiples posibilidades. Cuando Julio Cortázar escribe Rayuela combina la posibilidad de los relatos con la potencialidad combinatoria. Puso en práctica la tradición de la búsqueda de sentido occidental con la oriental. Por lo tanto, Rayuela no es un solo libro sino muchos libros, tantos como el lector se atreva a armar a partir de las posibilidades combinatorias que ofrece el texto. A lo largo de los capítulos hay referencias al pensamiento oriental, tanto de modo explícito como implícito, por ejemplo en el Capítulo 73 cita el principio taoísta del Ying y el Yang y luego, de un modo más sutil, al referirse al acto de observar insistentemente un tornillo, lo entendemos como una representación de la meditación y la enseñanza zen, a través de los mondos y kohans . Sin embargo, para tranquilizar a los lectores más tradicionales, el libro puede ser leído como una novela. Podemos, como lectores activos, recortar una parte del libro y leer una novela para tener la certeza de que estamos frente a una novela, pues el texto –así como se propone ser muchos libros- también propone múltiples lectores. Como uno de esos mecanismos está la lista de lectura sugerida, que –tal como lo enuncia- está “sugerida”, para que quienes se aproximen al texto tengan un asidero en el momento de encarar su experiencia lectora. Varias de las personas con las que conversé declararon sus frustrados intentos por leer Rayuela y descubro que se debe a que no hicieron caso a las advertencias en los paratextos del mismo libro que –en la mayoría de la veces- preferimos obviar. Allí están todos los avisos, para comenzar “A su manera este libro es muchos libros…” Tal como decía Jorge Luis Borges: la literatura es un juego, pero hay que jugarla en serio como juegan los niños. La Rayuela es un juego muy popular entre los niños argentinos –o lo era- y –como nada es asaroso en la literatura- el título es la primera indicación de que estamos ante un juego, más de habilidad que de asar, en el que hay que acertar en los casilleros adecuados para avanzar hasta llegar al cielo. Para quienes lo han intentado y se han visto frustrados y para quienes aún no lo han intentado, los invito a comenzar el juego, atendiendo a las indicaciones que da el mismo libro y para quienes aprecian reflexionar desde la literatura les recomiendo un recorrido por las “Morelianas” , aquellas en las que Morelli practica una escritura fragmentada y descartable en papelitos que otros recogen para salvarlos, tal como sucedía con Macedonio Fernández y sus jóvenes discípulos martinfierristas. Rafael F. Gutiérrez Prof. Adjunto de Literatura Argentina U.N.Sa. 31/03/2023

Raúl Aráoz Anzoátegui en el centenario de su natalicio

Raúl Aráoz Anzoátegui y su cruzada de las letras Raúl Aráoz Anzoátegui nació un 31 de marzo de 1923 en Salta y desarrolló su actividad literaria y cultural hasta principios del siglo XXI cuando nos dejó una 20 de octubre de 2011, después de una larga trayectoria jalonada por reconocimientos de distintas instituciones educativas y culturales del país. Aunque para la mayoría de los lectores su nombre se relaciona inmediatamente con La Carpa. “La Carpa” fue un grupo de jóvenes del NOA que se reunieron en Tucumán porque en esas décadas del siglo XX la única universidad de la región era la UNT y los jóvenes que aspiraban a estudios superiores tenían necesariamente que desplazarse hacia allí. En ese ámbito de estudios, propicio para la reflexión los jóvenes se conocieron, compartieron conversaciones, intereses, música y lecturas en tertulias a las que la casa de Raúl Galán brindaba el espacio adecuado. En ese ambiente fue que se les dio forma a un plan de campaña para la transformación de la cultura desde ese polo en el NOA y como símbolo de esa empresa eligieron la figura de una carpa de campaña de las cruzadas medievales. A fin de cuentas, la suya era toda una cruzada. Dentro de esa tienda de campaña simbólica escribieron su famoso “Manifiesto” como una declaración de principios afirmando que la poesía tiene un deber ser y por ello no dudaron en confrontar osada y valientemente con la generación que les precedía. Creían firmemente en que la palabra poética debía tener belleza, afirmación y vaticinio, aún fieles a esos principios no descuidaron el tratamiento estético sobre el lenguaje al momento de expresar su pensamiento y proyectar el futuro, no sólo literario sino también social. Si bien los miembros de La Carpa se desperdigaron, siguieron fieles a su manifiesto y desde cada uno de los lugares geográficos por los que la vida los llevó, continuaron con la campaña que iniciaron de la década de 1940. Raúl Aráoz Anzoátegui fue uno de los miembros fundadores de ese movimiento tan significativo en el desarrollo de las letras argentinas. Desde su ámbito familiar accedió tempranamente a la literatura pues su padre fue Ernesto Aráoz, el político, periodista y escritor que legó a las letras de Salta una serie de entrevistas ficticias realizadas por el, no menos ficticio, periodista Espirideo Tintilay al Diablito del Cabildo. En Salta Raúl Aráoz Anzoátegui comenzó a escribir desde los trece años y a publicar desde los diecisiete en los diarios locales, hasta que en 1941 participó en el certamen poético organizado por el gobierno de la Provincia de Buenos Aires en homenaje a Juan Lavalle, en el que obtuvo el primer premio por su poema “Elegía a Lavalle”. Luego de trabajar para los diarios El pueblo y El Intransigente de Salta, también lo hizo para el prestigioso diario La Nación de Buenos Aires, que oficiaba como uno de los órganos consagratorios para los escritores argentinos. Prontamente publicó Tierras altas (1940-1945) con el auspicio de sus compañeros de La Carpa y el apoyo de sus padres, a quienes dedica ese primer libro, en cuyos epígrafes, citas y dedicatorias podemos reconocer claramente cuales fueron las lecturas que compartieron en su formación los escritores nucleados en torno a La Carpa. La temática que se despliega en ese poemario lo vincula a una tradición que lo precede sobre la poetización de América, su gente y sus referentes provincianos; el sentimiento puesto en el sujeto amado, en el tiempo evocado y en los paisajes referidos responden a lo que la crítica ha denominado neorromanticismo, característico de la generación del cuarenta en la Argentina. Sin embargo, lejos de evadirse sólo en la temática amorosa y en la evocación del tiempo y el paisaje provinciano, también escribió sobre su tiempo y sus conflictos, por ejemplo en el “Poema a la Argentina” podemos encontrar una similitud con la tarea que luego desarrollaría Pablo Neruda en su Canto General de 1950, que de cierto modo se continúa en el poema “A la América del Sur” de 1948. En Otros poemas (1945-1965) podemos leer “En este octubre” dedicado a los obreros socialistas baleados por la policía en Jujuy y, de un modo más general, escribe “Dicen que la gente se está matando”, para –más adelante en su escritura- tematizar un hecho muy impactante que marcó nuestra historia reciente, “Abril, 1982” en su libro Confesiones menores (1976-2008). Sus libros Rodeados vamos de rocío (19451961) y Pasar la vida (1961-1974) profundizan en la vida y el amor de pareja y de familia, con la que disfrutaba mientras ejercía distintos cargos de gestión en Salta y Buenos Aires alternativamente ya que era reconocido con cargos y membresías en prestigiosas instituciones como el Fondo Nacional de las Artes y la Academia Argentina de Letras. Con el retorno a la democracia fue convocado por la Comisión Bicameral Examinadora de Autores Salteños para evaluar la producción literaria pasada y presente de la provincia, en vistas a su primera edición o reedición, con lo que formó parte de un proyecto destinado a recuperar y difundir la literatura con el apoyo gubernamental. En reconocimiento a su labor como poeta, ensayista y conferencista, la Universidad Nacional de Salta le otorgó el título de Profesor Honoris Causa, por lo que fue convocado para integrar comisiones y paneles en distintas actividades y encuentros académicos. La escritura poética de Raúl Aráoz Anzoátegui comenzó tempranamente con tan sólo trece años y con esa experiencia se incorporó a La Carpa, cuyo programa contribuyó a elaborar por lo que siguió escribiendo de acuerdo con esos principios que enunció. Hasta que un veinte de setiembre del año dos mil once fue el último en levantar La Carpa de campaña y retirarse a descansar después de haber formado parte de un movimiento vital y transformador en la cultura argentina. Rafael F. Gutiérrez 30/03/2023