miércoles, 12 de junio de 2019

Historia y literatura en Ricardo Piglia


Algunas notas sobre historia y literatura en Ricardo Piglia:
el escritor como un historiador de lo que está por venir
Por Verónica Gutiérrez
En el marco del proyecto de investigación del CIUNSa., “Cuatro novelistas argentinos en el último cuarto del siglo XX, programas y polémicas”, abordo la relación que Ricardo Piglia postula, en sus textos literarios, pero también en sus ensayos teóricos y en las entrevistas qua ha dado, entre ficción e historia.
Los cuatro novelistas que integran el corpus del proyecto, Ricardo Piglia, José Pablo Feinmann, Marcos Aguinis y Abel Posse indagan en esa relación, siempre compleja, entre lo histórico y la literatura e instalan sus textos en un debate que indaga sobre la historia argentina, la filosofía y la política nacional. No es casual que sus principales novelas hayan sido publicadas en la década del ‘80. En la narrativa argentina de la década del ‘80 se vuelven una constante las indagaciones en torno a los modos de contar la Historia, los procesos de la memoria y la imposibilidad de una versión única del pasado. Al respecto señala Liliana Massara (2013):
La politización de la literatura pareció imponerse como modelo durante los años de 1970; a diferencia de estos, los años ’80 se inclinan a interpretar los hechos de la Historia; la dictadura aparece en las representaciones simbólicas de los discursos literarios, construyéndose con lenguajes indagadores, que interrogan permanentemente, desde otras miradas.
Durante este período se abren debates y los escritores reflexionan acerca de los modos de la escritura para decir la Historia (p. 27).
A la par de esa preocupación por lo ocurrido, hay, en muchos de los textos de esos años, un cuestionamiento del valor referencial de la literatura[1], una preocupación por las relaciones entre escritura literaria e historia, por lo que la narración del pasado adopta estrategias que la alejan del realismo clásico: metaficcionalidad, fragmentación de los puntos de vista y de las voces, construcciones alegóricas, parodia, “otros contratos con la palabra” (Massara, 2013, 31).  Hacia la década del ‘80, la representación de lo real se ha vuelto significativamente problemática. Pensemos en los textos de Juan José Saer o en Respiración artificial (1980), novela clave del período, en la que lo metaficcional indaga en los vínculos entre literatura y exilio, en el componente ficcional de la historia, en las tradiciones literarias, en el aparato de la literatura argentina. La historia resulta transformada en el texto literario que la somete a sus propios movimientos y el documento se pliega a la lógica que le propone la estructura ficcional de cada novela[2]. Señala Martín Kohan en “Historia y literatura: la verdad de la narración”: “Cuando, en un momento paradigmático de Respiración artificial, Ricardo Piglia se plantea la pregunta  sobre ‘cómo narrar los hechos reales’, el conflicto se instala de manera ineludible en el marco de la literatura argentina del período, de tal modo que la narración de los hechos reales  se vuelve decididamente problemática: para narrar hay que preguntarse cómo narrar, pero no sólo porque una literatura que ha cobrado conciencia de serlo puede interrogarse por la escritura desde la propia escritura, sino porque se hace presente la necesidad de encontrar otras formas de representación ante las inexorables dificultades que hay que vencer para –en términos de Brecht- ‘escribir la verdad’. Es un desafío que da lugar a estrategias narrativas; advertirlas implica advertir cambios en el sistema literario por entero” (Kohan, 2000, p. 246). “De este modo –y para el momento en el que nos situamos, en el que la categoría ‘narración’ ocupa un espacio de privilegio en el imaginario de la literatura argentina-, aun recurriendo a los materiales provenientes de la historia, la novela ya no se ajusta a las respectivas exigencias de veracidad –del discurso histórico y de la novela realista- o de una fiel plasmación del acontecimiento, sino que procura atenerse a su propia invención de una ficción y de un lenguaje en la escritura misma” (p. 247).  En esa genealogía que propone una particular puesta en relación entre la historia y la literatura, puesta en relación en la que el texto literario no pierde nunca de vista su conciencia de serlo, de pertenecer al orden de la literatura, pueden ubicarse las novelas de Andrés Rivera, Río de las congojas (1981) de Libertad Demitrópulos, El entenado (1983) de Juan José Saer, Ema, la cautiva (1981) o La liebre  (1991) de César Aira, La princesa federal (1998) de María Rosa Lojo (Cf. Kohan 2000, p. 256).  
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Si una constante recorre los textos literarios y teórico-críticos de Ricardo Piglia es la pregunta por la relación, ciertamente compleja, entre literatura e historia, las maneras en las que el texto literario pone a funcionar lo histórico. Esa relación siempre es en Piglia, y en esto de declara heredero de Roberto Arlt, indirecta. Lo que a Piglia le interesa no es cómo la literatura incorpora la historia sino cómo se anticipa a ella.   
La literatura se relaciona con la historia, entonces, de una manera anticipatoria, la ficción es un relato del futuro, el relato utópico por excelencia. Y mientras el escritor trabaja con “…la proliferación retrospectiva de los mundos posibles “(Piglia, 2000, 98), el escritor lo hace con los mundos posibles por venir. El escritor es, entonces, un detective (muy en el orden de la predilección de Piglia por el policial), un investigador que busca en las ruinas del presente la configuración del porvenir.
El carácter “utópico” de la literatura tiene que ver para Piglia con la idea de que esta construye la contrafigura de la realidad y administra sus posibilidades:
“No se trata de ver la presencia de la realidad en la ficción (realismo), sino de ver la presencia de la ficción en la realidad (utopía) (Piglia, 2000, 98). Eso es lo que ha hecho Roberto Arlt. Por eso sus novelas anticipan. El escritor escucha los discursos que circulan en su época y los toma por lo que son, ficciones. La literatura no representa la realidad sino que muestra las aristas ficcionales de la misma.
En Respiración artificial la idea del escritor como historiador del futuro o de la novela como escritura sobre lo que todavía no ha acontecido, es recurrente. La novela que escribe Enrique Ossorio, uno de los personajes, un hombre de la generación del 37, es la novela que vendrá. El narrador de esa novela futura, anclado en 1837-1838, durante el bloqueo francés, recibe cartas del porvenir, de los argentinos de 1979. En esas cartas se visualiza un país en el que es cada vez más difícil vivir, y las frases rodean un silencio, algo elidido de lo que se puede hablar: la dictadura militar, el discurso paranoico del Estado terrorista, el exilio, las desapariciones forzadas. Enrique Ossorio escribe desde el exilio, es un historiador del futuro, escribe una novela espistolar que reconstruye la Argentina de un siglo y medio después. Piglia pone a funcionar con este personaje su teoría sobre la novela, sobre la ficción. El escritor, como el historiador, trabaja con documentos, solo que estos documentos son los documentos de los mundos posibles.
Otra diferencia entre la novela que quiero escribir y las utopías que conozco (T. Moro, Campanela, Bacon): en mi caso no se trata de narrar (o de describir) esa época, ese otro lugar, sino de construir un relato donde sólo se presenten los posibles testimonios del futuro en su forma más trivial y cotidiana, tal como se le presentan al historiador los documentos del pasado. El protagonista tendrá frente a  sí papeles escritos en aquella época futura (Piglia, 2005, 83).
La crítica señaló la presencia en Respiración artificial de los sucesos atroces que implicó la última dictadura militar, presencia oblicua, casi alegórica, que logró eludir la censura a la novela publicada en 1980. Pero la historia entra en la ficción, además, siempre como historia futura, como una historia que aún está por hacerse. Y es esa extraña relación con la historia es lo que vuelve a las novelas de Piglia profundamente políticas. A la inversa de la novela histórica de esos años, en la que puede leerse la ficcionalización del pasado en clave presente, Piglia va más allá y lee en el presente las marcas del porvenir.
TRABAJOS PRESENTADOS EN ENCUENTROS ACADÉMICOS
“Plata quemada, novela y cine” ponencia presentada en el 3º Congreso Argentino de Filosofía de la Red Filosofía Norte Grande en la Universidad Nacional de Salta entre el 30, 31 de Agosto y 1 de Setiembre de 2017. En la Mesa Temática: 12-  CINE, HISTORIA Y FILOSOFÍA.
La novela Plata quemada de Ricardo Piglia fue publicada en 1997 e inmediatamente tuvo una repercusión mediática por el retorno del escritor al género policial y por el escándalo suscitado por el premio que le otorgara la Editorial Planeta para promocionar el libro. A pesar de la sombra de esa situación polémica, el texto llamó la atención de otro medio artístico y fue llevado prontamente al cine bajo la dirección de Marcelo Piñeyro y estrenada en el año 2000.
                Toda transposición es una lectura y cada lectura es una interpretación en la que un lector privilegiado releva algunos aspectos del texto 1 y los enfatiza en el texto 2, movimiento en el que produce un nuevo texto, generador de nuevas lecturas. En este caso, Marcelo Piñeyro ocupó ese rol y plasmó su lectura en un erótico policial negro. Nos proponemos realizar una lectura comparatística del texto novelístico y del texto cinematográfico para evidenciar cuáles fueron los mecanismos que operaron para ficcionalizar un mismo hecho policial acaecido en 1965.
                Conclusión
                Ricardo Piglia además de escritor de cuentos y novelas fue docente y un analista y teorizador del funcionamiento de la narrativa en el entramado de los discursos sociales a partir del reconocimiento de las producciones de algunos autores que considera claves por sus poéticas y ficciones que unen la tradición de la escritura con su vinculación con los medios de difusión. Puso especial atención a su incidencia en la sociedad contemporánea, por el desarrollo de los distintos medios de difusión en el siglo XX que ampliaron el alcance de la prensa escrita, como la radio, el cine y la televisión.
                La predilección del autor por el género policial se fundamentó en esas reflexiones, por ello Plata quemada, desde su título pone el foco de su atención en la importancia suprema del dinero en la sociedad contemporánea, por lo que sólo los más perversos e irredentos de la sociedad son los únicos capaces de despreciarlo. Esos inadaptados, incapaces de vivir en sociedad son los locos, los pervertidos, drogadictos, promiscuos y homosexuales.
                Tal como afirmáramos al principio de nuestra exposición, toda transposición es una lectura y reconocemos que la versión cinematográfica tomó las secuencias del relato y focalizó la atención sobre los homosexuales, reduciendo el protagonismo del dinero en el entramado de las acciones que hacen al conflicto. En definitiva, en la película el robo y la persecución son sólo un motivo para entramar las relaciones homosexuales condenadas por la sociedad. Lo que se enfatiza en la minimización del hecho que da título a la novela y la nula referencia a la cobertura que realizan los medios, con un protagonismo de la televisión que trata de representarse como la imagen simultánea y objetiva de los hechos en la casa de los ciudadanos.

Los años 70 en la ficción de la memoria
Ponencia presentada en el CONGRESO INTERNACIONAL NUEVOS HORIZONTES DE IBEROAMÉRICA organizada por el CENTRO INTERDISCIPLINARIO DE LITERATURA HISPANOAMERICANA. Mendoza 8, 9, 10 y 11 de noviembre de 2017. En el Simposio N° 32: “FICCIONES DE LA MEMORIA O LA MEMORIA DE LA FICCIÓN: PENSAMIENTO Y EXPERIENCIAS CREATIVAS”
José Manuel Díaz Watson y Rafael Gutiérrez
La novela La astucia de la razón  de José Pablo Feinmann fue publicada en 1990 cuando el autor ya tenía una fama bien ganada en dos campos distintos: como ensayista y crítico de cine y en la novela policial. Desde su título alude a la etapa de inserción académica del autor y reúne a personajes que ya habían protagonizado otras novelas del autor, pero esta vez retrotrayéndose a su momento de formación en la Universidad de Buenos Aires, marcada por los enfrentamientos políticos y el golpe de estado de la década del 70. De modo que luego de una década el autor dio a conocer sus angustias que marcaron su pensamiento y su cuerpo en esa etapa vivida como un exilio interior. Vemos cómo se reconstruye la memoria del protagonista, para tratar de anular los recuerdos de ese 24 de marzo. En la trama van emergiendo distintas voces que se confunden con la “realidad” histórica argentina sin cronos, lo que permite un dialogo entre Lenin y el peronismo, o entre Mitre y Marx.
Nos propusimos realizar un análisis discursivo tendiente a relevar el entramado de la corporización de los conflictos ideológicos y políticos en el alter ego del autor que protagoniza la novela. Como así también, buscamos indagar las influencias filosóficas e ideológicas que la estructuran, dándole mayor “corporeidad” al entramado de la obra.


[1] Señala Martín Kohan en “Historia y literatura: la verdad de la narración”: “Cuando, en un momento paradigmático de Respiración artificial (1980), Ricardo Piglia se plantea la pregunta  sobre ‘cómo narrar los hechos reales’, el conflicto se instala de manera ineludible en el marco de la literatura argentina del período, de tal modo que la narración de los hechos reales  se vuelve decididamente problemática: para narrar hay que preguntarse cómo narrar, pero no sólo porque una literatura que ha cobrado conciencia de serlo puede interrogarse por la escritura desde la propia escritura, sino porque se hace presente la necesidad de encontrar otras formas de representación ante las inexorables dificultades que hay que vencer para –en términos de Brecht- ‘escribir la verdad’. Es un desafío que da lugar a estrategias narrativas; advertirlas implica advertir cambios en el sistema literario por entero” (Kohan, 2000, p. 246). “De este modo –y para el momento en el que nos situamos, en el que la categoría ‘narración’ ocupa un espacio de privilegio en el imaginario de la literatura argentina-, aun recurriendo a los materiales provenientes de la historia, la novela ya no se ajusta a las respectivas exigencias de veracidad –del discurso histórico y de la novela realista- o de una fiel plasmación del acontecimiento, sino que procura atenerse a su propia invención de una ficción y de un lenguaje en la escritura misma” (p. 247). 
[2] “Los autores de fines del ’80, y sobre todo el grupo que comienza a imponerse en el canon, en los ’90, están muy propensos a quebrar el código mimético, -lo cual no significa que lo hagan todos los escritores- resemantizan los modos de decir la violencia y la injusticia, como así también las divergencias culturales por las que atraviesan los países ‘subdesarrollados’ en el proceso de la globalización económica.
La década del ’80 admite la imposibilidad de una única verdad histórica; va a la búsqueda de nuevas operaciones de sentido, de verdades relativas, no totalizadoras, para hablar de un presente de inseguridades y de terror, alejándose del pacto referencial; reescribiendo la tradición” (Massara, 2013, p. 35).

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