La problemática del canon en la constitución de la
literatura argentina es un estudio recurrente dentro del ámbito de las letras. Desde
el reconocimiento del Martín Fierro por parte de Lugones hasta nuestros días, el
canon está rodeado de varias
controversias. Borges en su ensayo “El escritor argentino y la tradición”,
plantea ciertas cuestiones que atienden al escritor argentino sumergido en un
“deber ser nacional” y la tradición.
Comienza
hablando sobre el Martin Fierro, del
cual no discute su canonicidad, y establece en cierta forma las diferencias
entre la poesía gauchesca y la poesía de los payadores. Dentro del primer tipo
de poesía mencionada, encontramos nombres tales como Ascasubi, Hidalgo,
Estanislao del Campo y, por supuesto, José Hernández. Creo que para Borges las
diferencias radican tanto en el léxico como en los temas que se tratan en ambos
casos, es decir que hay una diferencia en el propósito de los poetas. “Los
poetas populares del campo y del suburbio versifican temas generales: las penas
del amor y de la ausencia, el dolor del amor y lo hacen en un léxico muy
general también; en cambio, los poetas gauchescos cultivan un lenguaje
deliberadamente popular, que los poetas populares no ensayan. No quiero decir
que el idioma de los poetas populares sea un español correcto, quiero decir que
si hay incorrecciones son obra de la ignorancia. En cambio, en los poetas
gauchescos hay una busca de las palabras nativas, una profusión de color local.
La prueba es ésta: un colombiano, un mejicano o un español pueden comprender
inmediatamente las poesías de los payadores, de los gauchos; y en cambio
necesitan un glosario para comprender, siquiera aproximadamente. A Estanislao
del Campo o Ascasubi.” (Borges, 1974: 268).
Otra caso que resalta en este ensayo es la
comparación del Martin Fierro con La urna
de Enrique Banchs. En esta oportunidad se plantea cual de los dos poemas
es mas argentino. En primera instancia el poema de Hernández pareciera ser el
que más cumple con el deber ser nacional. Esto por la constante aparición de
los paisajes argentinos, el léxico, etc. Pero Borges causa sorpresa al indicar
que no sólo se es argentino cuando se describen paisajes o se usan ciertos
vocablos, propios de una identidad nacional, sino también cuando la escritura
está atravesada por temáticas
universales, como el amor, el gran dolor del abandono, etc. Es decir que el
escritor argentino no debe limitarse solo a su tierra sino a encontrarse en el
mundo, en el universo. No se es menos argentino por no decir “aquí me pongo a
cantar al compas de la vigüela”. Borges cuenta una anécdota bastante particular
referida a uno de sus cuentos: La muerte
y la brújula, una suerte de pesadilla detectivesca en que figuran elementos
de Buenos Aires deformados por el horror de la pesadilla: aparecen allí el
Paseo Colon, las quintas de Adrogué, etc. Los amigos del escritor alabaron este
cuento diciéndole que por fin habían encontrado en su escritura un color local,
a lo que él responde que no había sido esa su intención. Para Borges, cuando el
escritor se despoja de la presión de escribir con un color local determinado,
con un nacionalismo exacerbado, recién tiene una libertad mental para escribir
lo que antes no podía.
Por último, él se preocupa por un tema polémico: la tradición argentina.
Respondiendo esta cuestión como central, Borges aduce que nuestra tradición es
toda la cultura occidental, inclusive va mas allá diciendo que “tenemos derecho
a esta tradición, mayor que el pueden tener los habitantes de una u otra nación
occidental”. Es decir, Borges no pretende que olvidemos de dónde venimos, sino
que logremos despojarnos como escritores, lectores de los prejuicios y
abandonarnos a ese sueño voluntario que se llama la creación artística.
José Manuel Díaz Watson
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