martes, 3 de junio de 2014
¿Cuándo comienza la literatura de Salta?
¿Cuándo comienza la literatura de Salta?
Lic. Rafael Gutiérrez
Determinar cuándo comienza la literatura de Salta es más una decisión de los investigadores que el reconocimiento de un hito fundacional expreso, porque en una realidad cultural continua debemos buscar la forma de precisar en primer lugar cuándo comienza a existir Salta.
Esa necesidad de establecer el parámetro físico es porque la literatura no existe en el vacío, sino en relación con una cultura que se recorta sobre un espacio físico que se construye en la dinámica de la interacción entre sus habitantes y su geografía.
En nuestro caso particular Salta comienza a existir desde el encuentro entre distintas culturas que convergen sobre un dilatado territorio que es denominado por los conquistadores españoles como “Salta del Tucumán” que abarcaba desde la actual Bolivia hasta Córdoba.
Los investigadores no están todos de acuerdo en cuanto hacia donde remontar el hilo de la historia, hay quienes se refieren a los testimonios orales de las culturas originarias, mientras otros remiten el origen de la literatura a los primeros testimonios escritos. Ambos deben enfrentar problemas relacionados con los objetos que decidieron recortar: los partidarios de la oralidad deben competir con los folklorólogos y con la fragmentariedad de testimonios dispersos entre informantes difíciles de encontrar. Los partidarios de la escritura deben vérsela con un cúmulo de documentos de diversa índole, en su mayoría producidos lejos de los factores que reconocemos como habituales para lo que hoy denominamos literatura.
Un problema común a ambos investigadores es una extensión temporal más o menos amplia que abarca los períodos que la historia ha denominado de la “conquista” y parte de la “colonia”. Pues, para que la sociedad haya alcanzado el grado de complejidad para contar con encargados especializados en producir textos destinados al goce estético, hubo que esperar a que la cultura urbana creciera y dispusiera de medios para que tanto escritores como lectores contaran con el tiempo necesario para la práctica de la lectura y la escritura. Por ello recién hacia el siglo XVIII y, principalmente, hacia el XIX hubo ciudades en condiciones de generar la dinámica que requiere la literatura: escritores, lectores, imprentas, escuelas, crítica.
Las producciones textuales anteriores a este período, que fluctúa entre el fin de la dominación hispánica y la etapa independentista, fueron rescatadas por los investigadores ya que si bien les reconocen rasgos que les permitirían formar parte del corpus de la literatura, en su momento carecieron de algunos de los componentes que requiere la literatura para funcionar como sistema: la reproducción masiva -no necesariamente de imprenta -, la promoción, la difusión escolar o la intervención de la crítica.
Mientras ocurrían estas transformaciones sociales, acontecían simultáneamente otras de índole política, como la emancipación del gobierno hispánico, la fragmentación de la dilatada Gobernación en distintos estados provinciales o nacionales.
A partir del ascenso de la dinastía Borbón al reinado de España, las antiguas provincias de ultramar se convirtieron en colonias y se configuró el territorio bajo otra organización con nuevos virreinatos, gobernaciones y capitanías que redistribuyó el equilibrio del poder hasta su violenta transformación a partir de 1809 con el inicio del proceso revolucionario hispanoamericano.
Dentro de ese panorama, la ciudad de Salta contaba con una idiosincrasia muy particular, pues si bien estaba dentro de una región que creció a expensas de su comercio con el Alto Perú, contaba con una población muy ilustrada. Los terratenientes y comerciantes enviaban a sus hijos a estudiar en las universidades de Chuquisaca o Córdoba y mientras los señores se ausentaban durante largos períodos por motivos de trabajo, las señoras se hacían cargo de la administración de las casas y los negocios en la ciudad, por lo que eran mujeres no sólo alfabetizadas sino con una amplia cultura.
Salta dentro de las letras nacionales
Lic. Rafael Gutiérrez
En el panorama de la historia de las letras nacionales, los investigadores reconocen que las primeras producciones que tematizan los acontecimientos de mayo aún tienen una estética neoclásica de raíz hispánica y un ejemplo cabal de ello es la misma letra de la Marcha Patriótica, cuyos fragmentos interpretamos actualmente como el Himno Nacional Argentino. Por ello muchos historiadores de la literatura consideran que la emancipación estética se produce a partir del romanticismo, ya que se trata de una corriente que no es legada por España y se vincula a la “Sociedad de Mayo” que se proponía dar continuidad al ideario de la generación que gestó al revolución de 1810.
En este período que va desde que Buenos Aires asume una condición de Capital, primero virreinal y luego del estado en ciernes, hay ciudades con las condiciones propicias para la práctica social de la literatura: hay escuelas, universidades, imprentas que editan diarios, revistas y libros, salones, tertulias y un mercado editorial incipiente.
La primera generación de escritores románticos se nucleó en torno a un salón y a tertulias literarias que produjeron manifiestos y publicaciones que les permitieron una cohesión estética aún cuando fueron desperdigados y exiliados por motivos políticos.
Durante el gobierno de Rosas -que la literatura de los exiliados se encargó de denostar- había una gran producción de diarios, muchos de los cuales eran enviados al extranjero como parte de la propaganda gubernamental y en ellos se reseñaba los textos opositores censurándolos y se publicaba poesía laudatoria al régimen.
Dentro de esa generación de escritores románticos está Juana Manuela Gorriti –cuya familia partió al exilio por motivos políticos en 1831- por ello aunque escribe desde Bolivia y Perú, muchos de sus temas retoman motivos argentinos y salteños. Más aún, su producción funda un imaginario que trasciende la misma literatura para fusionarse con la cultura popular salteña, como las imágenes románticas de Martín Miguel de Güemes o de Carmen Puch y su muerte por amor, después del deceso del caudillo. Fue la primera argentina en escribir una novela, La quena (1848).
La transformación sufrida por el país a partir de 1810 terminó por poner a Salta en una situación de mediterraneidad que no tuvo durante el período hispánico, postergando el desarrollo cultural que perfilaba hacia fines de esa era. Las nuevas ciudades centrales como Buenos Aires y Córdoba asumieron roles nuevos y entre ellos el de dictaminar los ritmos de la producción cultural.
Después del movimiento romántico entra en la escena cultural argentina la generación del ochenta, entre cuyos representantes está el salteño Joaquín Castellanos. Su incorporación a este grupo no es sólo por una cuestión de coetaneidad, sino que su pertenencia se debe a que responde al perfil de sus compañeros generacionales: es un hombre ilustrado, con actividad política y una producción literaria que adhiere a la estética realista-naturalista.
Sin embargo nuestro escritor tiene un matiz que lo diferencias de sus pares, pues si ellos escribieron novelas –como era el dictamen de la estética-, Castellanos escribió un largo poema, El Borracho, cuya pertenencia a la lírica fue discutida por la crítica, ya que el carácter reflexivo del borracho que ve el mundo a través de la vidriera del bar, tiene un fuerte componente narrativo.
Los grandes movimientos literarios o corrientes estéticas que caracterizan la literatura nacional tuvieron su representación en la producción salteña. Por ejemplo la corriente fantástica tiene sus primeras representaciones en los cuentos de Juana Manuela Gorriti y luego continuidad en la obra de Juan Carlos Dávalos (1887 – 1959) y los cuentos de Víctor Fernández Esteban. La literatura gauchesca tiene uno de sus máximos exponentes en la obra de Federico Gauffin (1884-1937) En tierras de Magú Pelá (1932), una novela de crecimiento que muestra, a través de la historia de un joven que se convierte en hombre, la dura vida de quienes ampliaron las fronteras nacionales a expensas de las naciones indígenas.
En las décadas iniciales del siglo XX hay una producción poética femenina notable pero con una temática limitada a lugares prefijados por la sociedad: el casto amor maternal, ligado a lo hogareño, la religión y, a lo sumo, lo nacional idealizado y desvinculado de la política. María Torres Frías, Sara Solá de Castellanos y Emma Solá de Solá son algunos de los nombres de las damas que alabaron la vida hogareña, el amor a la patria o la devoción del Milagro.
El único que desentona con ese panorama y que prefigura la presencia del escritor dedicado centralmente a esa actividad es un hijo de familia tradicional y decente que, incapaz de ejercer los negocios familiares o de acogerse a los roles normalmente asignados a su clase, es reubicado socialmente como un pintoresco “escritor”. El díscolo de la familia, que escribe muy bien sobre Salta, su gente y sus costumbres, es Juan Carlos Dávalos.
No hay referencia a la literatura de Salta que soslaye el nombre de este personaje e incluso muchos consideran que la historia de la literatura de Salta comienza por él. Su obra también fue objeto del honor de ser editada por el Senado de la Nación en 1996, como parte de ese reconocimiento.
Juan Carlos Dávalos fue alentado a dedicarse a la literatura por un precursor, el mismísimo Joaquín Castellanos que lo escuchó en una conferencia que pronunciara en 1921 en el Jockey Club de Buenos Aires.
Juan Carlos Dávalos en su carta a Soiza Reilly habla ya de sí, en estos términos:
"Mi vocación despertó a los 13 o 14 años. El año que murió mi padre, pasé el verano con mi abuela Isasmendi, en su finca Colomé, en tierras calchaquíes, donde mi bisabuelo había tenido una enorme encomienda: la que hoy es todo el departamento de Molinos. Las originales costumbres, los quehaceres domésticos, morales e industriosos de mi abuela, sus colerones, sus rezos, sus reniegos con la servidumbre, en fin, todos los aspectos de un carácter excepcionalmente apasionado y enérgico, los consigné en un cuaderno escolar, y en secreto. Uno de mis tíos me sorprendió escribiendo, leyó los apuntes y se armó un alboroto. Sofocón de mi abuela, llanto, reprimenda de mis tíos, y por último secuestro y destrucción de las páginas indiscretas e irreverentes".
"A los 15 años publiqué versos, muy malos naturalmente, en los diarios de mi pueblo, y artículos periodísticos de diversa índole: crítica social, crítica literaria, actividades estudiantiles, etc. A los 17 años, en compañía de David Michel Torino, actual director de El Intransigente, y de Julio J. Paz, el periódico estudiantil "Sancho Panza" que murió al 5º o 6º número, víctima de su propia insensatez".
Más adelante cuenta sobre sus estudios ya sea en el Nacional de Salta, en el San José de Buenos Aires y cuando su madre aspira tener un hijo abogado el poeta a quien estamos honrando en el nuevo aniversario de su muerte, acaecida el 6 de noviembre de 1959, confiesa: "… pero como yo disponía de harto dinero, en vez de estudiar, me dediqué a la vagancia y a la lectura. Después de 3 años de "hacer de estudiante" me vine a Salta, donde compré un aserradero y serruché 80,000 pesos, arruinando, o poco menos, a mi familia que pagaron mis deudas y no me dejaron quebrar".
Al concluir su autobiografía -escrita en l933- rinde su homenaje a la esposa, "mi mujercita". "Se llama María Celesia Elena. Yo la llamo "Doña Chela", cariñosamente, porque es la señora de mis pensamientos y la inspiradora de mis versos, y alentadora de mi incurable pereza para escribir…Si fuera posible mentarla -cuenta más adelante- sólo como lo es: un alto y puro espíritu excepcionalmente noble, quedaríamos encantados. Es mujer de su casa y no desea verse en evidencia". (http://www.portaldesalta.gov.ar/jcdavalos.htm)
La generación del 40 tuvo exponentes de larga trayectoria cuyos nombres siguen resonando a nivel nacional y que si no fuera por la falta de mercado editorial, tendría proyección hispanoamericana como los nombres de Vallejo o Neruda.
La generación del 60 ha mostrado en Salta una literatura capaz de ponerse a la altura de los tiempos absorbiendo los temas, matices y preocupaciones de sus contemporáneos de otras latitudes sin perder los rasgos que los identifican con su lugar de origen, en todos los géneros: la poesía, el cuento, la novela y el teatro.
El retorno de la democracia hizo resaltar a los escritores de la generación anterior que sumaron sus voces a los exiliados y silenciados que volvían a tomar la palabra y a ellos se sumaron las de nuevos escritores, no necesariamente jóvenes, sino que se animaban a asumir la literatura como modo de expresión.
A esta altura de los tiempos, las complejas relaciones que requiere la literatura se dan plenamente: hay escritores –más o menos profesionales-, lectores ávidos, talleres literarios, imprentas, bibliotecas, premios, crítica e instituciones escolares que mantienen cierto corpus de lecturas.
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