miércoles, 13 de agosto de 2008

Historia CF

Ciencia ficción primitiva
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Aunque en el siglo segundo de nuestra era Luciano de Samosata escribió una Historia verídica en la que se hace descripción de los selenitas, sería demasiado aventurado describir este libro como ciencia ficción, ya que se trata más de una narración irresponsable y libre que de una especulación seria.

Muy diferente es la novela De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia (más cononocida como simplemente Utopía y que dió nombre al término homónimo) que Tomás Moro escribió en 1516. Este libro es una narración muy diferente; en él su autor trata de describir una sociedad que él considera perfecta. Pero, a diferencia de Platón en su República, Moro no sólo la describe, sino que lo hace en forma de narración como si la isla Utopía fuera real. Es esto lo que permite denominarla ciencia ficción.

En el siglo XVII se escribieron unas doscientas obras sobre "viajes espaciales", si bien los medios podían ser tan ingenuos como un explorador atado a una bandada de pájaros. Entre estas cabe destacar Somnium, escrita entre 1620 y 1630 por Kepler. En este libro Kepler narra un hipotético viaje entre planetas. El hecho de que fuera el mismo Kepler quien decubriera las leyes que describen el movimiento de los planetas otorga algo de verosimilitud a este viaje.

Dentro de esta categoría podrían entrar también los viajes a la Luna de Cyrano de Bergerac (Estados e imperios de la luna, 1657) o del Barón de Münchhausen (re-creado por Rudolf Erich Raspe en 1785), si bien estas narraciones son más cercanas a la fantasía que a la ciencia y poseen tintes marcadamente cómicos.

Predecesor de las aventuras de Münchhausen serían Los viajes de Gulliver (1726) creado por Jonathan Swift. Swift no sólo imaginó mundos extraordinarios al estilo de la Space Opera, sino que intentó dotarlos de cierta coherencia científica de acuerdo a los conocimientos de la época y, sobre todo, se valió de estas fantasías como metáforas de la sociedad de entonces para mostrar sus fallos y criticarlos, desempeñando una función muy propia de la ciencia ficción.

Igualmente, el insigne filósofo francés, Voltaire, utilizó esta especie de triquiñuela, la de la fantasía verosímil, para hacer crítica social y en especial crítica religiosa, en su cuento Micromegas (1952). En él nos cuenta la historia de un ser de otro planeta, en Sirio, y de su compañero de Saturno. Voltaire se vale de estos personajes ajenos a nuestra civilización para mostrar la relatividad de nuestras costumbres.

Se suele decir que a Voltaire le influyó la obra de Swift, y que ambos fueron fuentes de inspiración para H.G. Wells, lo que en tal caso dejaría patente la importancia de estas obras dentro del género.

Inicios de la ciencia ficción moderna

La primera novela que puede ser clasificada sin duda alguna de ciencia ficción es Frankenstein de Mary W. Shelley. Esta novela narra la historia de un científico y su criatura y especula acerca de las implicaciones morales de la ciencia y sus descubrimientos. La misma Blade Runner, una de las obras maestras del cine de ciencia ficción y más de un siglo y medio posterior no trata otros temas. En cierto modo, no deja de ser irónico que sea una mujer quien inaugura un género que, por lo demás, ha sido casi exclusivamente masculino.

Uno de los autores más aclamados de este periodo es Julio Verne. No es que su obra sea precisamente especulativa; sus fabulosos inventos no tenían más objetivo que servir de soporte a una historia de aventuras, pero su imaginación cautivó a muchos.

Uno de los principales pilares de la ciencia ficción son las obras de H.G. Wells. A diferencia de Shelley, Wells tenía conocimientos de ciencia moderna (el doctor Frankenstein está más cerca de un alquimista que de un científico actual) y su pluma tenía mucha más fuerza; buena prueba de ello es que las cuatro novelas que escribió entre 1895 y 1898 han sido llevadas al cine en numerosas ocasiones, algunas de ellas tan recientemente como la versión cinematrográfica de La guerra de los mundos de Steven Spielberg.

Algo parecido puede decirse de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley. Cierto que los conocimientos científicos de la época no permitían hablar de genética, pero las implicaciones morales de manipular los seres humanos antes de su nacimiento para conseguir una hipotética sociedad perfecta son hoy, cuando estamos a las puertas de dominar nuestro genoma, más válidas que entonces.

La edad de oro
Se considera la edad de oro de la ciencia ficción al periodo que transcurre entre 1940 y 1950. Esta datación es arbitraria y muchos consideran que el verdadero inicio de la edad de oro tiene lugar en 1938 cuando John W. Campbell se convierte en editor de Astounding

Uno de los objetivos de Campbell fue dotar a la ciencia ficción una mayor calidad, tratando de alejar el género de la Space Opera, entendida como subgenero para consumo adolescente.

De esta forma, y al amparo de Campbell, surgieron autores como Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Arthur C. Clarke o Philip K. Dick. Estos autores dieron un toque de calidad a la ciencia ficción, pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que el género comenzó a desligarse de las revistas pulp y sus portadas de mujeres llamativas y monstruos verdes con ojos de insecto, adquiriendo así entidad propia.

De esta forma se populariza la edición de novelas, lo que permite que los argumentos ganen en extensión y complejidad. Por otra parte, el número de revistas editadas aumenta, para dar cabida a unos relatos que, merced a la popularización del género son cada vez más abundante (si bien no siempre la calidad estuvo pareja a la cantidad). Además, autores como Aldous Huxley o C.S. Lewis, no necesariamente ligados al género publican relatos y novelas de ciencia ficción, lo cual aumenta su respetabilidad.

1951 - 1965 (La edad de plata):
El periodo que transcurre desde principios de la década de los '50 hasta mediados de los '60 se denomina usualmente la edad de plata de la ciencia ficción, si bien muchos autores lo incluyen dentro de la edad de oro, debido a que no supuso una ruptura clara respecto al periodo anterior.

Buena parte de los autores de esta época son los de la edad de oro (Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Arthur C. Clarke, Philip K. Dick...), si bien aparecieron algunos nuevos talentos como John Brunner, Brian W. Aldiss o Robert Silverberg.

Es también la época en la que se escribieron buena parte de los libros que hoy en día son considerados clásicos, como Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 o El hombre en el castillo.

Nueva ola
La nueva ola es una corriente literaria dentro del género de la ciencia ficción que se inició en Inglaterra a mediados de los años '60, a partir de la revista New Worlds, dirigida por Michael Moorcock entre los años 1964 y 1971.

Los primeros autores de esta corriente son ingleses, entre los que podemos mencionar al propio Michael Moorcock, Brian W. Aldiss, J.G. Ballard o John Brunner. Posteriormente la nueva ola se extendería entre los escrtores norteamericanos, como Harlan Ellison, Robert Silverberg, Thomas M. Disch, Roger Zelazny, Samuel R. Delany, James Tiptree Jr., Norman Spinrad, Kurt Vonnegut o R.A. Lafferty.

Estos autores dieron un cambio radical a la ciencia ficción, tanto en lo que respecta a la temática como al estilo literario, mucho más depurado. Por su parte, las historias ganaron en trascendencia. Con esta corriente, el género dio un salto importante en calidad, superando así definitivamente la Space Opera.

La ciencia ficción de esta época se aleja de la historia de aventuras o de la simpel divulgación. Sus autores son conscientes de que "el futuro es ahora", que las consecuencias de la ciencia y la tecnología no son especulaciones vanas acerca del futuro lejano, sino que están a la orden del día. Los problemas de la contaminación son algo más acuciante para ellos que la colonización de Marte y, sobre todo, dibujan una sociedad muy alejada de las ideas encorsetadas de sus predecesores.

Muchos ven el ciberpunk como una consecuencia de la nueva ola. Esto es discutible, si bien es cierto que la nueva ola supuso una ruptura con el pasado del género, que dejó de lado las narraciones de aventuras para tratar temas mucho más profundos y cercanos. En este sentido, el ciberpunk es una evolución más o menos lógica y, sin duda alguna, hay elementos ciberpunk en libros como Todos sobre Zanzíbar de John Brunner.

Distopías en ciencia ficción:
Muchos autores se valen de distopías para alertar sobre aquello que consideran peligroso o preocupante. Así, dependiendo de cuál sea la inquietud de cada autor, el fin último de cada obra puede ser muy diferente a pesar de que estéticamente las obras puedan ser muy similares.

Críticas políticas:
1984 de George Orwell fue una de las primeras distopías y, sin duda, de las más conocidas. En el libro Orwell hace una dura crítica al régimen estalinista, denunciando su manipulación de la realidad y la brutal represión y opresión a la que sometía al individuo. Sin embargo, el libro ha sido entendido de forma más amplia como una dura crítica no sólo a la política de Stalin, sino a todo aquel régimen totalitario que atenta contra las libertades y derechos del individuo, escudándose en un pretendido bien mayor.

Esta idea ha sido muy influyente. El escenario del cómic Juez Dredd (Cómic) es más violento y claustrofóbico y aparece indisolublemente unido a la superpoblación y a la tencología. En este marco y según sus premisas, la necesidad de agilizar la burocracia para hacer frente a la violencia callejera obliga a unificar al juez, jurado y policía en una única figura. Pero el mensaje es muy similar al de Orwell: si renunciamos a la separación de poderes a cambio de seguridad o bienestar, estamos abriendo la puerta al fascismo.

El cómic V de vendetta, plantea de nuevo la misma idea: un intercambio de libertades individuales por seguridad se convierte a la larga en una trampa fascista.

Pero no todas las distopías políticas critican el fascismo. ¡Hagan sitio, hagan sitio! es una crítica a la política de los Estados Unidos en plenos años sesenta. En esta época el país vivía un espectacular crecimiento demográfico auspiciado por un gobierno que consideraba que el control de la natalidad era algo que no le competía. Frente a esta política Harry Harrison advertía de que una población indefinidamente creciente no era sostenible.

Los peligros de la ciencia:
Las distopías han servido también para anunciar los peligros de la ciencia y la tecnología.

En Un mundo feliz Aldous Huxley plantea lo que parece ser un mundo perfecto: el control de los fetos produce individuos exentos de taras, la educación de los niños por parte de una madre-estado suprime también estas diferencias; y finalmente, el uso institucionalizado de drogas sin efectos secundarios aborta cualquier frustración que pudiera surgir. ¿Pero, es este mundo realmente feliz?

Gattaca, pese a ser varias décadas posterior, no plantea en esencia nada diferente. Cierto que los avances científicos logrados en los años que separan ambas obras permiten a esta película basarse en argumentos aparentemente más sólidos, cierto que las premisas no son exactamente las mismas (en Gattaca la familia no ha desaparecido ni los seres humanos son fabricados en serie) pero tras esta fachada la pregunta es la misma: ¿Es realmente esto un mundo feliz?

La tecnología como opio del pueblo:
Numerosas obras preconizan la muerte del individuo diluida su personalidad en la tecnificación y su voluntad sometida por los medios de comunicación que moldean la realidad. Según denuncian estas obras, la tecnología permite al individuo aislarse de un mundo que le es desagradable para asilarse en una burbuja individual dentro de la que se siente a salvo de todo aquello que lo amenza más allá de la puerta de su casa.

Uno de los libros más emblemáticos que tratan este tema es Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. La cuidada litaretura de este autor imagina un futuro en la que una evolucionada televisión se ha convertido en el nuevo opio del pueblo, desterrando e incluso prohibiendo los libros por ser fuente de infelicidad y subversión.

Esta idea sería posteriormente retomada en clave de ciberpunk en el relato Perseguido o la serie Max Headroom. La idea es siempre la misma: la televisión como instrumento de dominación de las masas.

La suma de todo; el ciberpunk:
La mezcla de tecnificación, deshumanización, perdida de libertades individuales, manipulación de la verdad y superpoblación, abordos de manera individual, dieron lugar al ciberpunk como producto maduro de la distopía. En cierto modo, este movimiento no crea nada nuevo, sino que recoge lo mejor de todas las distopías ya existentes para reunirlas de forma sólida y coherente, creando obras sólidas y de múltiples lecturas. Como ejemplo de todo esto tenemos títulos como Neuromante, Brazil y Blade Runner.

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