Liliana
Bellone, Sulle tracce di Elena,
Oèdipus, Salerno/Milano 2018
Una escritora y
su estilo: volvemos a encontrar en italiano a la argentina Liliana Bellone
(traducida por Vincenza Visciano en la colección de escritores
latino-americanos A Sud del Río Grande,
dirigida por Rosa Maria Grillo), e inmediatamente reconocemos de la autora las
características que nos cautivaron en su libro traducido con anterioridad en la
misma colección, Eva Perón, allieva di
Nervo. Damos otra vez con la polifonía de las voces narrativas, con el
hechizo provocado por el recurrir de fechas y nombres a través de espacios y
épocas lejanos entre sí, con la similitud de unos destinos ajenos, con una
estructura rapsódica de la narración y finalmente con la elección de una
protagonista excepcional, hermosa de una hermosura diferente y fascinante por
calidades intelectuales fuera de lo ordinario: Elena Hosmann. Los que la
conocieron no pueden no subrayar su piel de nácar, el pelo claro, las cejas
perfectas, pero también su obsesión por unos paisajes de los altiplanos y por
las gentes de la puna, que quiso fotografiar durante unos viajes en los
primeros años cuarenta del siglo pasado junto con la musicóloga Isabel Aretz,
asistidas por la Universidad de Tucumán y unos amigos. Fotos y documentación
musical que encontraron su salida editorial en el volumen Ambiente de Altiplano. Fotos de Perú y Bolivia, de 1945. Afrontando caminos peligros y
fatigosos, a veces huéspedes de riquísimos propietarios de enormes ingenios
azucareros, se sintieron atraídas por el folklore de los Valles Calchaquíes,
por las canciones y las ruinas de los pueblos descendientes de aquellos que
habían poseído y defendido sus tierras de los invasores europeos, según un
redescubrimiento de la América indígena propio de los intelectuales del tiempo,
como los pintores Gertrude Chale o Carybé.
En el cuento,
que en la edición en castellano (En busca de
Elena, Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2017) es
el más largo de catorce, la narración está confiada a un poeta, Raúl Aráoz
Anzoategui, y a un novelista, Néstor Saavedra, pero también intervienen un
arqueólogo y, al principio, la misma autora. Desdoblada, eso sí, en una anónima
lectora de una escritora latinoamericana, de la cual nos vienen citados unos
parrafos de novelas (Augustus y Fragmentos de siglo, este último ya
traducido en esta misma colección), en los que vuelven a aparecer coincidencias
inexplicables (la fecha del 18 de agosto, el
nombre de Elena, el altiplano como paraíso donde nada se corrompe),
tanto que la voz disfrazada concluye: “Gli dei ci inviano dei segnali”. Señales
que imponen la búsqueda y la narración de la existencia de esa criatura
extraordinaria que fue Elena Hosmann.
Dentro del juego autorial entre
realidad y ficción del que trata Rosa Maria Grillo en su Introducción y al que
se refiere también Fernanda Elisa Bravo Herrera en su
reseña en Cuadernos del Hipogrifo,
reconocemos un recurso antiguo cuanto la literatura, el del escritor que se
limita a transcribir testimonios o relaciones de otros personajes, más
verosímiles si realmente existidos, como en este caso. La misma Bellone nos
autoriza a mezclar los dos universos de la novela al escribir: “Sebbene la
maggioranza di personaggi e situazioni di questo racconto siano reali, il testo
deve leggersi come un romanzo”. La felicidad de escritura de la autora nos
lleva verdaderamente a un mundo donde los personajes que poblaron el Buenos
Aires de la primera mitad del siglo pasado, intelectuales, músicos, pintores,
periodistas, editores, exiliados de la España post guerra civil, se mueven,
conversan, actúan, con rasgos de personajes de novela por su excepcionalidad, a
pesar de haber sido hombres y mujeres reales y muy reales, con sus éxitos y sus
dramas, sus amistades y sus rivalidades, en la hormigueante capital de
ingenios, sobre los cuales se cierne, inmensa, la sombra de Borges.
La traducción
italiana añade una pieza más a nuestros incompletos conocimientos de la
polifacética literatura latinoamericana, y, en el caso específico, de una
escritora de la que quedan por traducir todavía muchas obras. Para suplir las
faltas del lector no especialista socorren unas notas sobre lugares o
costumbres típicos, amén de un útil diccionario final con noticias sobre los
personajes presentes en el texto. Uno, entre todos, nos toca con particular
interés, ya que fue ciudadano de Capri, la mágica isla en la que vivió Elena
algunos años, es decir su primer esposo, Edwin Cerio. Ingeniero y escritor, se
casó en Buenos Aires en 1907 con Elena, de la que tuvo una hija, Letizia, muy
recordada en el cuento. Y fue precisamente en la isla italiana donde Liliana
Bellone reencontró el nombre de Elena, de la que había sabido por primera vez
en Tucumán. En Capri Cerio había hospedado a Neruda y a su nuevo amor Matilde
Urrutia en la casa que ahora hospeda la Fondazione Cerio. Allí la argentina
Liliana, al presentar su Eva Perón,
allieva di Nervo, fue solicitada a ocuparse de la argentina Elena. El
resultado es este largo cuento: el círculo se ha cerrado, al obedecer las
señales de los dioses.
Carla
Perugini
Università
di Salerno
1 comentario:
No soy alumna ni profesora de Literatura, pero me encantó el blog y especialmente el artículo de Bellone! Felicitaciones y gracias, Rafael
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