Una
ofrenda de belleza.
Palabras de Graciela Maturo sobre el libro Baltasar, de Teuco Leopoldo Castilla.
(Río Tercero, Córdoba, 2019).
Qué es la belleza sino el resplandor que adquiere el
Amor en actos mágicos de encuentro, cuando la Luz- origen de cuanto nos
rodea- se convierte en palabra, imagen, canto..
Baltasar ha recibido, juntamente con nosotros, esta ofrenda entretejida con hebras de dolor,
estoicismo y sabiduría. El sufrimiento
sangrante de un padre se ha transfigurado en ternura, llamado y homenaje al
hijo muerto, ahora próximo, curado de su
soledad y extrañeza a través de la palabra sanadora. Cada una de estas páginas es una pieza
antológica en que se verifica el milagro
de convertir la muerte en resurrección, apostando a la continuidad del que
muere en viviente y a la esforzada resistencia de quien lo llora.
La primera parte del libro participa del tono de los
debates medievales sobre la Muerte, enemiga de los que sufren su despojo; la segunda, de viva intimidad, trabaja sobre
la materia doliente del yo-tú, que
convierte la ausencia en cercanía
por obra del cuidado amoroso.
Teuco nos regala estas perlas traspasadas de lágrimas, pulidas y embellecidas con el
sacrificio de sus horas. Tal el milagro cumplido por la poesía, que irradia una
nueva realidad.
Si me fuera requerida la elección de una de esas
perlas- operando una acción antológica sobre la rigurosa antología de Teuco- elegiría, por su perfección y su tenso estallido emocional, “En mi jardín”, que ahora
transcribo:
El cedro azul, altísimo
antes de perder la
memoria
llueve sus agujas en el
viento
donde
desatadas de su último día
secretean las mariposas.
Pedacitos que se fugan de su extinción
pequeñas filtraciones
cuando lo inefable
se va en sangre.
Entre esos ínfimos
reconocimientos
la vida rompe sus
cristales
y puede ser que estés
allí,
con un ala sola,
llamándome.
Huérfanos los dos,
buscándonos,
tú en mi nublazón
y yo en tu rostro
hasta
romper la frontera
y comas de mi boca,
Baltasar
En la mesa tendida
en ese minuto
claroscuro
donde bebemos
tú
constelado
y yo,
insepulto.
La
tensión poética, ascéticamente contenida al comienzo - en
la sutil trasposición del hombre y el cedro
azul, que antes de perder la memoria llueve
sus agujas en el viento –
se acrecienta en el discurrir de la palabra, que continuamente pone freno al desgarro,
hasta que desata el diálogo del padre con el hijo muerto. ( En otra página del libro
nos ha dicho Teuco que es él, precisamente, quien conoce el tema, a mi entender central en su poesía).
En primera instancia aparecen los dos igualados: huérfanos ambos, uno del otro, buscándose.
Hasta que se produce la fusión, contenida al límite, en actos tan
vitales como el comer y beber.
Comes de mi boca, Baltasar.
Y es en el acto de
beber, con la mesa tendida de ese minuto
claroscuro, donde se muestra la inversión que yo llamaría ontológica.
Es Baltasar quien vive, constelado, plenificado por su pertenencia al Cosmos que alguien podría entender como el Reino,
lo permanente; mientras su padre, iluminado por el amor, se ve a sí
mismo como insepulto. La hipérbole
amorosa lo califica de muerto a la espera de ser sepultado.
Me parecen triviales estos comentarios ante la
hondura definitiva del poema. Los agrego solo como un reflejo fugaz de su
belleza.
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