domingo, 2 de junio de 2019

Baltasar, de Teuco Leopoldo Castilla


Una ofrenda de belleza.
Palabras de Graciela Maturo sobre el libro Baltasar, de Teuco Leopoldo Castilla. (Río Tercero, Córdoba, 2019).

Qué es la belleza sino el resplandor que adquiere el Amor en actos mágicos de encuentro, cuando la Luz- origen de cuanto nos rodea-  se convierte en palabra, imagen, canto..
Baltasar ha recibido,  juntamente con nosotros,  esta ofrenda entretejida con hebras de dolor, estoicismo y sabiduría.   El sufrimiento sangrante de un padre se ha transfigurado en ternura, llamado y homenaje al hijo muerto, ahora  próximo, curado de su soledad y extrañeza a través de la palabra sanadora.  Cada una de estas páginas es una pieza antológica en que se verifica el  milagro de convertir la muerte en resurrección, apostando a la continuidad del que muere en viviente y a la esforzada resistencia de quien  lo llora.
La primera parte del libro participa del tono de los debates medievales sobre la Muerte, enemiga de los  que sufren su despojo;  la segunda, de viva intimidad, trabaja sobre la materia doliente del yo-tú, que  convierte la ausencia  en cercanía por obra del cuidado amoroso.
Teuco nos regala estas perlas traspasadas de  lágrimas, pulidas y embellecidas con el sacrificio de sus horas. Tal el milagro cumplido por la poesía, que irradia una nueva realidad.
Si me fuera requerida la elección de una de esas perlas- operando una acción antológica sobre  la rigurosa antología de Teuco-  elegiría, por su perfección y su  tenso  estallido emocional, “En mi jardín”, que ahora transcribo:

                        El cedro azul, altísimo
                        antes de perder la memoria
                        llueve sus agujas en el viento
                                   donde
                                                desatadas de su último día
                                                secretean las mariposas.

                        Pedacitos que se fugan de su extinción
                        pequeñas filtraciones
                        cuando lo inefable
                        se va en sangre.

                        Entre esos ínfimos reconocimientos
                        la vida rompe sus cristales
                        y puede ser que estés allí,
                        con un ala sola,
                        llamándome.

                        Huérfanos los dos,
                         buscándonos,
                                    tú en mi nublazón
                                    y yo en tu rostro
                                                hasta romper la frontera

                        y comas de mi boca, Baltasar
                        En la mesa tendida
                        en ese minuto
                        claroscuro
                        donde bebemos
                                               
                                                           constelado
                                                                       y  yo,
                                                                                   insepulto.
            La tensión poética, ascéticamente contenida al comienzo   -  en la sutil trasposición del hombre y el cedro azul, que antes de perder la memoria llueve sus agujas en el viento
se acrecienta en el discurrir de la palabra,  que continuamente pone freno al desgarro, hasta que desata el diálogo del padre con el hijo muerto. ( En otra página del libro nos ha dicho Teuco que es él, precisamente, quien conoce el tema,  a mi entender  central en su poesía).
En primera instancia aparecen los dos igualados: huérfanos ambos, uno del otro,  buscándose.   Hasta que se produce la fusión, contenida al límite, en actos tan vitales como el comer y beber.
 Comes de mi boca, Baltasar.
 Y es en el acto de beber, con la mesa tendida de ese minuto claroscuro, donde se muestra la inversión que yo llamaría ontológica.
Es Baltasar quien vive, constelado, plenificado por su pertenencia al Cosmos   que alguien podría entender como el Reino, lo permanente;   mientras  su padre, iluminado por el amor, se ve a sí mismo como insepulto.  La hipérbole amorosa lo califica de muerto a la espera de ser sepultado.
Me parecen triviales estos comentarios ante la hondura definitiva del poema. Los agrego solo como un reflejo fugaz de su belleza.


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