miércoles, 12 de junio de 2019

Ni el tiro del final de Feinmann


Ni el tiro del final de Feinmann


Rafael F. Gutiérrez
C.I.U.N.Sa. Proy Nº 2463

        Introducción

El nombre de José Pablo Feinmann está asociado tanto a la filosofía como a la literatura, pues sus títulos son conocidos en ambas áreas y hay algunos que las conjugan, como La astucia de la razón (1990) y La sombra de Heidegger (2005).
En su papel de escritor de ficciones, varias de sus novelas han alcanzado el éxito comercial y su transposición al género cinematográfico, tanto por productoras nacionales como extranjeras. En esta ponencia trataremos de realizar la lectura palimpsestuosa de Ni el tiro del final[1], una de sus novelas del género policial, que nos llamó la atención -más que por su trama policial- por su trama escritural que permite catalizar el conflicto entre varios discursos sociales, cuya narrativización los dispone en su funcionamiento en la Argentina contemporánea ante un lector atento y le permite esbozar una explicación de cómo se articulan. De modo que la novela es por un lado el relato de un crimen, desde su planteamiento, sus circunstancias y ejecución; pero también el metarrelato de cómo se escribe y un para qué se escribe explícito y otro implícito, que el lector perspicaz debe deducir.

Una justificación casi innecesaria
La narrativa policial ha sido catalogada por la teoría literaria más tradicional como un género menor y desestimada por la crítica en general como un género marginal, debido a sus explícitas reglas de construcción, lo que permite la producción de textos en serie y limita la posibilidad de la creación que requiere la obra de arte.
Sin embargo, a pesar de esta excesiva codificación, las historias de la literatura y la crítica abundan en comentarios elogiosos al referirse a los creadores del género: Arthur Conan Doyle, Edgar Alan Poe, Gilbert Chesterton y Raymond Chandler; o al destacar la labor de grandes narradores del siglo XX que –con un invertido toque de Midas- hicieron obras de arte dentro de géneros estigmatizados, tal es el caso de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Rodolfo Walsh, Mario Vargas Llosa o Humberto Eco.
Esos elogios se fundan para los primeros en el reconocimiento de su tarea pionera al crear un género nuevo y sentar los cánones que luego desgastaron los epígonos; mientras que los otros por haber mostrado cómo producir dentro de unos márgenes muy acotados, no sólo por la transgresión de sus reglas sino por la explotación de las mismas posibilidades del relato, logrando una revitalización del mismo sistema literario canónico con la retroalimentación a partir de los subsistemas marginales.
José Pablo Feinmann con la novela Ni el tiro del final explicita todas las reglas de funcionamiento del género, el agotamiento de algunos de sus temas, no sólo desde la literatura sino también desde el cine, y la necesidad de parodiarlo para revitalizarlo.

Destino tanguero
La novela Ni el tiro del final es una alusión directa al tango “Desencuentro”[2] -con letra de Cátulo Castillo y música de Aníbal Troilo- ya que el título reproduce el penúltimo verso de la última estrofa de un tema que se entronca en la misma tradición de “Cambalache” y “Gólgota”, en los que predomina la queja existencial ante un mundo de engaños, desconfianza y desamparo.
Sin embargo, a pesar de que la trama narrativa reproduce en gran medida los temas planteados en la letra del tango, el género mismo está ausente en el repertorio de los músicos que protagonizan el relato, sólo al final Ismael Navarro reconoce su destino tanguero y la necesidad de incorporarlo a su repertorio:

-      (…) Las minas. Hay que creer en los tangos o reventar. Las mujeres son las que matan la ilusión, viejo. Qué joda, Ismael. Quisimos mandarnos una sinfonía y nos salió un tango. Y justamente a vos, a vos, compañero que no tenés ni uno en tu repertorio.
-      No te preocupés. A partir de hoy incorporo unos cuantos. (263)

De modo que el relato evita caer en la obviedad de citar la letra del tango, dejando el intertexto a cargo del lector.

El metarrelato incluido
Dijimos en la introducción que la novela se potencia por el desarrollo de una dimensión metagenérica y no sólo metatextual, pues da cuenta de las reglas de formación del relato policial en distintas materialidades textuales (novela, cuento, cine, historieta).
Esa dimensión se logra básicamente por dos artificios: Isamel es un escritor que tiene un lector privilegiado que le demanda producción; es Pedro Berstein, un amigo y editor que al principio de la historia le encarga que escriba un morboso cuento que emule a Jack el Destripador y al final le propone que escriba filosofía y literatura de verdad y no relatos adecuados a la demanda del consumidor.
Este juego que enfrenta al autor con un lector privilegiado permitirá que se explayen discutiendo sobre las posibilidades de escribir en un género excesivamente tratado pero que aún atrae consumidores:

-      Escucháme, pero escucháme bien, eh. No hay cosa que ya no se haya escrito o filmado sobre el bendito Jack y sus perrerías por Whitechapel. Ya lo identificaron con Mister Hyde, ya lo enfrentaron con Sherlock Holmes (y no una sino varias veces), ya Robert Bloch lo hizo desaparecer en el siglo XX y en cine hasta Jack Palance lo hizo. ¡Jack Palance, Pedrito, con esa jeta sensacional para cualquier cosa menos para Jack el Destripador! Todas esas cagadas le hicieron al pobre Jack, ¿te das cuenta?
-      Me doy cuenta. Sólo que no veo por qué no hacerle una cagada más, sobre todo si se vende bien. (28)

Y por otro lado, evidenciar cuáles son las estrategias que emplea Ismael Navarro para que escribir sea producir literatura y no sólo hacer relatos a la medida de la demanda del morbo de los lectores.

Lo que no está acabado es el encanto, el arte y la fascinación del asesinato. Y sobre todo: del asesinato por destripación. Pero hay que plantear las cosas de otro modo. O al menos presentarlas con distinto envase. (…)
Se llamará El primo Matías y es, como lo deseabas, la historia de un despanzurrador. Tendrá sangre, cuchilladas y todo cuanto pediste. Pero también tendrá joda, Pedrito, porque ya no se puede escribir sobre estos temas sin reírse de ellos. Regla, que cada día me convenzo más, vale para todas las cosas de este mundo. (40/41)

De lo cual podríamos desprender lo que provisoriamente vamos a llamar el postulado Feinmann: la literatura en este estadio de su circulación sólo se puede escribir como parodia.
Parodiar un género es escribirlo y transgredirlo simultáneamente porque es un gesto irreverente –no necesariamente irrespetuoso- que pone en evidencia el artificio que lo hace funcionar. De hecho la novela misma se presenta como una parodia del género policial ya que expone su modo de construcción, incorpora las críticas que ha recibido pero, como buen relato policial, sorprende a los lectores.
La sorpresa debida se logra no sólo por las víctimas y victimarios  inesperados –propios del género policial de enigma- sino también por la sordidez de los ambientes, la oscuridad de los personajes y la impunidad de los crímenes –lo esperable en el policial negro ambientado en la Argentina-.

Discursos sociales
Habíamos anticipado que la novela permite catalizar distintos discursos sociales, lo que permite mostrar cómo se entraman las redes que definen a los sobrevivientes y a los triunfadores en la Argentina de la segunda mitad de la década del setenta, sin que haya una alusión directa –ni en la trama ni en los diálogos- al llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. Esta omisión no es un descuido del autor, pues con la construcción de este mundo posible logra mostrar que las redes de corrupción en la Argentina precedieron al gobierno militar y –la realidad nos lo confirma- le sobrevivieron.
Los portavoces de esos discursos están antropomorfizados en personajes cuyos diálogos y acciones los explicitan en su interacción dialógica.
Así, Ismael Navarro encarna el discurso del intelectual frustrado. Es un discurso cargado de citas y referencias y cuando se dirige a los otros lo hace con una actitud de “inteligencia superior”, en gran contradicción con su realidad de fracasado, ya que no ha conseguido un título universitario en filosofía, como músico no es un concertista sino un simple pianista de club nocturno y no llega a ser filósofo sino sólo un filoso palabrista que termina por molestar a clientes y patrones.
Por otra parte, el Arquitecto Alejando Salas asume el discurso de los lugares comunes, dice y repite oportunamente lo que todos quieren oír y es escuchado porque ha ganado el bienestar que todos aspiran. No dice nada nuevo, creativo ni ingenioso, sin embargo cae bien y es el que gana siempre, pues tiene el don de la adecuación, del que carece el excéntrico Ismael.
Entre ambos se encuentra Susy Rivas, que tiene un discurso femenino -no feminista- que va desde la representación de la ingenuidad y el sometimiento a la seducción más elaborada que le permite superar el estancamiento en el que había caído por amor a Ismael. Tanto su diario personal como sus soliloquios repiten que el amor no es suficiente para una mujer de esos tiempos, pues ella no deja de amar a Ismael, pero tampoco puede tolerar más el menosprecio y el riesgo de seguir sin ningún logro material ni profesional. Con una habilidad sorprendente maneja su capital de belleza, gracia y juventud para desarrollar un plan en que cada paso es dado sólo cuando es seguro y, por ello, consigue el éxito que el intelectualoso Ismael no logra.
De lo que se desprende que para ser exitoso en la vida material –o sea tener más riquezas y a las mujeres más lindas y por lo tanto ser el más adulado y admirado- no se trata de ser un erudito en filosofía, historia y literatura sino conocer los lugares comunes que todos quieren oír en el momento oportuno.



Conclusión

La filosofía, la sociología, la teoría literaria y otras disciplinas de las ciencias sociales se han expresado ardua y profusamente a lo largo del siglo XX a través de tratados, estudios y ensayos que han sido estudiados en los ámbitos académicos y, en el mejor de los casos, puestos al alcance de un público no iniciado a través de conferencias, documentales y artículos de divulgación. Sin embargo, existe otro modo de divulgación que no es el formato expositivo, sino el narrativo y es el que ha explotado José Pablo Feinmann.
Ni el tiro del final es un claro ejemplo de que se puede hacer literatura aún con modelos que parecen limitados y superados, pues siguiendo el ejemplo de Borges, la originalidad en literatura no está en la innovación de las formas y los temas sino en cómo se los denuncia y se los lleva a sus límites.
José Pablo Feinmann una vez más incurre en el género policial para exponer tanto sus mecanismos de género como para analizar a la sociedad argentina. Se trata de hacer tanto una reflexión metagenérica como sociológica sin caer en el discurso de la teoría literaria ni en el de la sociología y, más aún, mantener intrigado al lector para que se interese en llegar al final del libro.
La novela Ni el tiro del final se inscribe en el género policial pero a la vea lleva a re-leerlo, tanto en su texto como en su formulación teórica, pero también lleva a reflexionar sobre la sociedad argentina, de modo que se convierte en un verdadero palimpsesto, no sólo del género policial sino de la cultura argentina.

Bibliografía

Angenot, Marc (2010), El discurso social, Buenos Aires, Siglo XXI
Bajtín, Mijail (1985), Estética de la creación verbal. México, Siglo XXI
Feinmann, José Pablo (1992), Ni el tiro del final, Buenos Aires, Norma
Lafforgue, Jorge (1996), Asesinos de papel, Buenos Aires, Colihue

            “Por eso en tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir”


En este breve trabajo abordaremos la novela Ni el tiro del final, de José Pablo Feinmann. Tras una primera lectura tocaremos algunos de los temas que más llamaron nuestra atención, por ser muy llamativos. Para eso utilizaremos nociones tales como paratexto e intertextualidad.
            Los enunciados que acompañan o rodean a un texto llevan el nombre de paratexto. Estos pueden ser: título, subtítulos, prefacio, índice de materias, etcétera. Además, el paratexto hace presente el texto, asegura su presencia en el mundo, su recepción y consumo. Es decir que establece el marco en que se presenta el texto como forma de comunicación.
En esta obra de Feinmann nos interesa destacar el título, elemento paratextual que anticipa o presenta una línea de lectura. El título refiere al tango Desencuentro, escrito por Cátulo Castillo y la música es de Aníbal Troilo. Esta canción conforma cierta familiaridad con otras que plantean temas comunes o una visión similar del mundo, tal como Cambalache o Gólgota. En los temas musicales nombrados lo que resalta al escucharlos o leerlos es la queja ante un mundo que engaña, trampea y desampara.
Entonces la frase “ni el tiro del final”, perteneciente al tango, anticipa el ambiente o plantea el campo de juego donde habrán de accionar y desarrollarse los personajes Ismael, Susy, Fernando, Alejandro, entre otros. Será como la música de fondo que habrá de acompañarlos. Además de que crear una especia de contradicción porque como explica el profesor Rafael Gutiérrez (20139: “La trama narrativa reproduce en gran medida los temas planteados en la letra del tango, el género mismo está ausente en el repertorio de los músicos que protagonizan el relato, sólo al final Ismael Navarro reconoce su destino tanguero y la necesidad de incorporarlo a su repertorio” (http://literaturaargentinaunsa.blogspot.com.ar/2013/05/feinmann-y-el-relato-policial.html). De las palabras de Gutiérrez podemos inferir que, por un lado, hay ausencia del tango y esto sería lo que conllevaría a los personajes a su destino fatal o incierto; y, por otro lado, pensamos que hay presencia tanguera en la trama narrativa. Entre la ausencia y la presencia existe un punto medio, nos referimos a Ismael, licenciado en Filosofía, muy consciente y crítico de muchas facetas de la existencia humana, conciencia que lo lleva a ser acido, desconfiado, apático y con cierto asco ante la sociedad y las miserias humanas. Es decir que tiene muy presente su desencuentro con la vida, aunque no se da cuenta hasta el final de la historia que no se había desencontrado con toda su existencia, pues la vida tenía facetas y elementos importantes para él, como su amor por Susy. Hacia el fin de la trama, Ismael comprenderá que su destino estaba al lado de su compañera, que ya no está. Por lo tanto, al concluir la novela se encontrará lo planteado por la trama narrativa: aprehender y asumir un destino tanguero por parte de Ismael, personaje que sabía de sus fracasos. Hecho que lo llevó a pensar que todo era lo mismo, y así descuidó otras aristas de su existir.
De esta manera, se podría decir que la afirmación de incorporar el tango al repertorio musical, es similar a decir: incorporar lo que es propio del tango a la vida.  
Otro aspecto muy destacable de la novela son las coordenadas culturales que ofrece, ya que ellas son marcas de intertextualidad que dotan al texto de cierta significatividad, es decir, que lo ubican, lo enmarcan en la cultura. Los personajes hacen diferentes alusiones a textos, canciones, músicos, literatura, filosofía, entre otros. Estas menciones no sólo ayudan a constituir el texto, sino que lo disparan, pues ellas requieren de un lector que sepa. El conocer, por ejemplo, a Bela Lugosi, Peter Lorre, James Cagney, Bogart, entre otros, ayuda a comprender el texto y la cultura con la cual busca dialogar. De los nombres citados, deducimos que es muy fuerte, entre otras, la presencia del cine, pero el texto que propone José Pablo Feinmann busca que la lectura vaya más lejos, ya que no sólo es reconocer nombres, sino dotarlos de sentido y significación, ubicarlos culturalmente. Pues para leer esta novela es necesario entender lo fuerte que es -en la conformación cultural de los personajes- el cine, la música y sus planteos. Es decir que la vida de los personajes está atravesada por distintas emociones, que los llevan a amar el cine, la literatura y la música.
  

                                                                                   José Manuel Díaz Watson



[1] Su versión cinematográfica fue realizada en Norteamérica a fines de la década del noventa bajo la dirección del reconocido Juan José Campanella.
[2] La letra completa se encuentra en el Anexo I.

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