jueves, 20 de junio de 2019

Sulle tracce di Elena


Liliana Bellone, Sulle tracce di Elena, Oèdipus, Salerno/Milano 2018

Una escritora y su estilo: volvemos a encontrar en italiano a la argentina Liliana Bellone (traducida por Vincenza Visciano en la colección de escritores latino-americanos A Sud del Río Grande, dirigida por Rosa Maria Grillo), e inmediatamente reconocemos de la autora las características que nos cautivaron en su libro traducido con anterioridad en la misma colección, Eva Perón, allieva di Nervo. Damos otra vez con la polifonía de las voces narrativas, con el hechizo provocado por el recurrir de fechas y nombres a través de espacios y épocas lejanos entre sí, con la similitud de unos destinos ajenos, con una estructura rapsódica de la narración y finalmente con la elección de una protagonista excepcional, hermosa de una hermosura diferente y fascinante por calidades intelectuales fuera de lo ordinario: Elena Hosmann. Los que la conocieron no pueden no subrayar su piel de nácar, el pelo claro, las cejas perfectas, pero también su obsesión por unos paisajes de los altiplanos y por las gentes de la puna, que quiso fotografiar durante unos viajes en los primeros años cuarenta del siglo pasado junto con la musicóloga Isabel Aretz, asistidas por la Universidad de Tucumán y unos amigos. Fotos y documentación musical que encontraron su salida editorial en el volumen Ambiente de Altiplano. Fotos de Perú y Bolivia, de 1945. Afrontando caminos peligros y fatigosos, a veces huéspedes de riquísimos propietarios de enormes ingenios azucareros, se sintieron atraídas por el folklore de los Valles Calchaquíes, por las canciones y las ruinas de los pueblos descendientes de aquellos que habían poseído y defendido sus tierras de los invasores europeos, según un redescubrimiento de la América indígena propio de los intelectuales del tiempo, como los pintores Gertrude Chale o Carybé.
En el cuento, que en la edición en castellano (En busca de Elena, Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, 2017) es el más largo de catorce, la narración está confiada a un poeta, Raúl Aráoz Anzoategui, y a un novelista, Néstor Saavedra, pero también intervienen un arqueólogo y, al principio, la misma autora. Desdoblada, eso sí, en una anónima lectora de una escritora latinoamericana, de la cual nos vienen citados unos parrafos de novelas (Augustus y Fragmentos de siglo, este último ya traducido en esta misma colección), en los que vuelven a aparecer coincidencias inexplicables (la fecha del 18 de agosto, el  nombre de Elena, el altiplano como paraíso donde nada se corrompe), tanto que la voz disfrazada concluye: “Gli dei ci inviano dei segnali”. Señales que imponen la búsqueda y la narración de la existencia de esa criatura extraordinaria que fue Elena Hosmann.
Dentro del juego autorial entre realidad y ficción del que trata Rosa Maria Grillo en su Introducción y al que se refiere también Fernanda Elisa Bravo Herrera en su reseña en Cuadernos del Hipogrifo, reconocemos un recurso antiguo cuanto la literatura, el del escritor que se limita a transcribir testimonios o relaciones de otros personajes, más verosímiles si realmente existidos, como en este caso. La misma Bellone nos autoriza a mezclar los dos universos de la novela al escribir: “Sebbene la maggioranza di personaggi e situazioni di questo racconto siano reali, il testo deve leggersi come un romanzo”. La felicidad de escritura de la autora nos lleva verdaderamente a un mundo donde los personajes que poblaron el Buenos Aires de la primera mitad del siglo pasado, intelectuales, músicos, pintores, periodistas, editores, exiliados de la España post guerra civil, se mueven, conversan, actúan, con rasgos de personajes de novela por su excepcionalidad, a pesar de haber sido hombres y mujeres reales y muy reales, con sus éxitos y sus dramas, sus amistades y sus rivalidades, en la hormigueante capital de ingenios, sobre los cuales se cierne, inmensa, la sombra de Borges.
La traducción italiana añade una pieza más a nuestros incompletos conocimientos de la polifacética literatura latinoamericana, y, en el caso específico, de una escritora de la que quedan por traducir todavía muchas obras. Para suplir las faltas del lector no especialista socorren unas notas sobre lugares o costumbres típicos, amén de un útil diccionario final con noticias sobre los personajes presentes en el texto. Uno, entre todos, nos toca con particular interés, ya que fue ciudadano de Capri, la mágica isla en la que vivió Elena algunos años, es decir su primer esposo, Edwin Cerio. Ingeniero y escritor, se casó en Buenos Aires en 1907 con Elena, de la que tuvo una hija, Letizia, muy recordada en el cuento. Y fue precisamente en la isla italiana donde Liliana Bellone reencontró el nombre de Elena, de la que había sabido por primera vez en Tucumán. En Capri Cerio había hospedado a Neruda y a su nuevo amor Matilde Urrutia en la casa que ahora hospeda la Fondazione Cerio. Allí la argentina Liliana, al presentar su Eva Perón, allieva di Nervo, fue solicitada a ocuparse de la argentina Elena. El resultado es este largo cuento: el círculo se ha cerrado, al obedecer las señales de los dioses.
Carla Perugini
Università di Salerno


1 comentario:

ceciliabperez dijo...

No soy alumna ni profesora de Literatura, pero me encantó el blog y especialmente el artículo de Bellone! Felicitaciones y gracias, Rafael