Juan Laurentino Ortiz
“Para que los hombres”
Para que
los hombres no tengan vergüenza
de la
belleza de las flores,
para que
las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o
profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por
penetrar el mundo,
con el
semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños,
o la
armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento
para que
podamos mirar y tocar sin pudor
las
flores, si, todas las flores
y seamos
iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que
las cosas no sean mercancías,
y se abra
como una flor toda la nobleza del hombre: iremos todos hasta nuestro extremo
límite,
nos
perderemos en la hora del don con la sonrisa
anónima y
segura de una cimiente en la noche de la tierra.
El poeta entrerriano nace en 1896 y
vive y crece rodeado de una abundante naturaleza, que luego inundará sus
versos. Toda su poesía está marcada por los paisajes de la selva en la cual
pasó gran parte de su infancia.
Juanele
estudió filosofía y participó de la bohemia porteña así como de movimientos
políticos en su provincia natal, mientras escribía versos influidos por la
estética simbolista y la poesía oriental. Su escritura poética se caracteriza
por presentar cierta tensión entre el paisaje monótono, de contemplación y los
conflictos sociales, por los que mostró una especial sensibilidad, inclinándose
por los niños que sufren la pobreza y las injusticias.
En este
sentido, el poeta siempre tuvo la conciencia de que su escritura debía atender
a los aspectos sociales y de que la literatura, la poesía fundamentalmente, son
medios poderosos para expresar las dolorosas percepciones del afuera: “No olvidéis que la poesía (…) es asimismo,
o acaso sobre todo, la intemperie sin fin”
En el poema “Para que los hombres”, se
percibe un tono de frescura, de vitalidad junto a cierta delicadeza natural.
El yo lírico comunica en forma de leve
arenga una acción futura y plural, un hacer conjunto, colectivo, que implica “perderse
en la hora del don, en la noche de la tierra”, ir hacia el extremo límite y en
ese gesto de solidaridad quedará expresada la nobleza del hombre como ser
viviente, tal como lo hace una flor al abrirse y mostrar su plenitud. En este
movimiento hermanado, avanzan sonrientes y cada sonrisa singular se fusiona en
una sonrisa anónima, que no ignora el
dolor del mundo, pero lo siente como una fuerza que los atraviesa.
Ahora bien esta acción tiene un fin
concreto: que seamos iguales a nosotros
mismos en la hermandad delicada; y así se revela esa veta humanista y
política del poeta, que intenta una sentida sensibilidad hacia la otredad.
Por otro lado, el yo lirico exalta con
delicadeza y seguridad la necesidad de un cambio en la relación con la
naturaleza, en el ritmo y el modo de vincularse con la tierra, una vuelta a la
unidad del hombre con la naturaleza, de manera que los hombres no tengan vergüenza de la belleza de las flores y
entonces podamos tocar y mirar sin pudor
todas las flores.
Finalmente puede leerse también una
crítica al devastador y devorador avance capitalista y su lógica de lo
instantáneo y lo efímero; Ortiz entiende un uso distinto de los objetos según
el cual las cosas no sean mercancías,
sino que sean ellas mismas concebidas
e integradas desde una sensibilidad como: formas
sensibles de la unidad o bien, considerando el trabajo del hombre sobre el
mundo como: espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo. En esto último vemos también una postura política
asumida por el poeta, que atiende a la relación del hombre con su entorno
natural y comprende a la naturaleza como un imperativo ético para la creación
(estética) poética.
“Tarde”
El
mundo es un pensamiento
Realizado
de la luz.
Un
pensamiento dichoso.
De
la beatitud. El mundo
Ha
brotado. Ha salido
Del
éxtasis, de la dicha,
Llenos
de si, esta tarde,
Infinita,
infinita,
Con
árboles y con pájaros
De
infancia ¿De qué infancia?
¿De
qué sueño de infancia?
En este segundo poema el yo lírico se
expresa inicialmente en tono aseverativo y se encamina hacia un cierre
interrogativo, característico del estilo de Ortiz.
El poema nace de una actitud
contemplativa en la reflexión en torno del acaecer vespertino, la tarde. El poeta canta el goce, la dicha
del mundo, concebido éste como pensamiento
realizado de la luz… de la beatitud.
Y como bien se señaló en uno de los
programas de la cátedra, se observa aquí que su poesía no se limita a describir
el paisaje, sino que éste se constituye en punto de partida para transformar en
poesía lo que ya ha penetrado en su alma.
Entonces, el mundo que ha surgido,
ha brotado a raíz de la meditación y
del entre ser en el paisaje, es- en palabras de Juan Jose Saer- “enigma y belleza, pretexto para preguntas y
no para exclamaciones, lamento del cosmos por el que la palabra avanza sutil y
delicada, adivinando en cada rastro o vestigio aúnen lo más diminuto la magia
misteriosa de la materia”
Así, en esta tarde infinita, infinita, el poema realiza una proyección universal
y atemporal, una tarde de dicha, éxtasis,
plena, brillante¸ de árboles y pájaros de
infancia. De una infancia no individualizada, no personalizada, sino de un
tiempo humano, común a todos los seres y es por eso que allí se abre la
pregunta ¿De qué infancia?
La interpelación al lector, lo
mueve también al recuerdo dela suya propia, de aquel tiempo de niñez, de pureza
e inocencia… Y entonces ¿de qué infancia? La de todos, podríamos responder.
Como también lo enseña Ortiz en
una entrevista: “… Apenas si somos
agentes de una voluntad de expresión y
ritmo que está en la vida, en la vida de todos, en la vida del mundo y de las
cosas”
Acá podemos ver la amplitud del
poeta que también expresa en el poema, liberándose de las restricciones
geográficas e incluso temporales.
Finalmente el último verso
interrogativo ¿De qué sueño de infancia?
Conlleva la reflexión sobre cómo pensamos el mundo cuando lo contemplamos con
ojos del alma, y entonces ese pensamiento nos crea un mundo semejante al que
soñamos cuando niños: un mundo claro, dichoso, melodioso, fresco, nuevo… Se refleja allí también la actitud mística
del autor, la mirada que pasa por la relación entre el afuera y el adentro, en
ese salirse hacia afuera de sí y
desde se construye el sentido del poema.
Victoria Robador