Ernesto Sábato, en el
día de su natalicio
Se ha vuelto un lugar común decir
que Ernesto Sábato nació en Rojas, en 1911, tal vez sea cierto que ese año
nació un bebé en un lugar de la Provincia de Buenos Aires al que bautizaron con
ese nombre, pero recién nacería para la literatura en París, en 1935 cuando
escribió La fuente muda y desde
entonces la fiebre de la escritura no la abandonaría, obligándolo a abjurar de
las ciencias duras en las que se había formado y en las que había encontrado un
modo honesto y digno de vivir.
Tal
vez sintió en un particular momento de revelación lo que luego expresó en la
carta a un Querido y remoto muchacho “Los poetas eran hombres consagrados, lo que
es casi como decir que eran hombres condenados a ser videntes, y a testimoniar
lo numinoso y lo tremendo al resto de los hombres.” No pudo evitar formar parte
de esa clase de hombres, dotados de la bendición y la maldición de la
sensibilidad ante la existencia humana.
Desgraciadamente
no le tocó vivir la época en que “El poeta, el artista verdadero, era respetado
como un hombre inspirado, alguien que escuchaba lo sobrenatural.” Pero si le
tocó vivir un tiempo en el que el escritor fue estimado como el hombre capaz de
ver y oír su tiempo para dar su testimonio y emitir su juicio. Si no de otro
modo no se comprendería que un gobierno lo llamara a formar parte de una
comisión para dar cuenta de los crímenes de lesa humanidad.
Por
lo general tendemos a relacionr el nombre del escritor con un libro –a veces
creemos que es el único que escribió-, en este caso, lo más probable es que nos
evoque El túne. Si bien esa fue su
segunda novela, la mayoría la consideramos la primera ya que la otra, La fuente muda, juvenil, escrita en
Europa no ha trascendido. Sus otras dos novelas son también famosas y forman
parte del canon de la literatura argentina, o sea que su nombre puede ser
repetido y su contenido comentado sin que necesariamente las hayan leído, pero
no puede evitarse su referencia. El túnel
(1948), Sobre
héroes y tumbas (1961) y Abadón el
exterminador (1974), cada una ha dejado una profunda huella en la
literatura argentina y más allá de ella, porque llamaron la atención de los
cineastas quienes confiesan que toman las historias que hubieran querido contar
y las vuelven a narrar con su lenguaje de imágenes.
Esas
novelas son centrales en su producción porque narrativizan las preocupaciones de
Ernesto Sabato y su progresiva conversión de hombre formado en las ciencias
exactas, con una gran vocación política pero con una profunda sensibilidad
humana, hasta definirse como el escritor comprometido con su tiempo.
Ese
compromiso con su tiempo y con el espíritu humano fue lo que lo alejó de los
dogmatismos improductivos y la tarea política sin servilismos ni compromisos
partidarios que traicionaran su integridad como persona. Ese proceso de
conflictos entre el hombre de las ciencias duras, del pensamiento político y de
la escritura creativa pueden seguirse en sus reflexiones permanentes que se
publicaron como ensayos:
1945: Uno y el Universo
1951: Hombres y engranajes
1953: Heterodoxia
1956: El caso Sabato. Torturas y
libertad de prensa. Carta abierta al general Aramburu
1956: El otro rostro del
peronismo
1963: El escritor y sus fantasmas
1963: Tango, discusión y clave
1966: Romance de la muerte de
Juan Lavalle
1967: Significado de Pedro
Henríquez Ureña
1968: Aproximación a la
literatura de nuestro tiempo: Robbe-Grillet, Borges, Sartre
1973: La cultura en la
encrucijada nacional
1976: Diálogos con Jorge Luis
Borges
1979: Apologías y rechazos
1979: Los libros y su misión en
la liberación e integración de la América Latina
1985: Nunca más. Informe de la
Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
1988: Entre la letra y la sangre
1998: Antes del fin, memorias
2000: La resistencia
2004: España en los diarios de mi
vejez
Libros
que en su mayoría se caracterizan por su forma tendiente a la reflexión breve,
más cercana al aforismo que al razonamiento intrincado. Pero en todos ellos
podemos asistir al proceso en la mente de un gigante, por eso los invito a
leerlos, con calma y con ganas de conversarlos.
Los
libros nos permiten seguirlo en su vida espiritual, nos consienten a
conmovernos con él y sentir su dolor de hombre sensible ante un mundo cruel e
injusto que bajo cualquier causa esgrimida como justa hace del hombre verdugo
del hombre.
En
sus últimos libros deja correr su pluma de hombre dolido por el mundo que le ha
tocado vivir, pero no se deja vencer por la adversidad y el dolor por pérdidas
que doblegarían a cualquiera y en un esfuerzo de grandeza alienta a los jóvenes
a no claudicar en la búsqueda de un mundo mejor, más justo, más humano.
A
todos los que comparten esa particular forma de la felicidad llamada
“literatura” los invito a leer la obra de Sábato porque tiene algo para
compartirnos, algo que necesitamos para sentirnos humanos ante un mundo que
quiere hacernos sujetos y objetos de consumo, utilitaristas y descartables.
Por
eso considero que leer a Ernesto Sábato es un acto de resistencia ante el mundo
y un pacto de esperanza para que lo mejoremos entre todos.
Rafael Gutiérrez
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