viernes, 11 de enero de 2019

“Umbroso mundo”


“Umbroso mundo” de Jacobo Regen

Antes de comenzar a referirme a la obra de Regen quiero destacar la dedicación y el entusiasmo puestos al servicio de la edición de este libro por parte de la licenciada María  Eugenia Carante  y  del profesor Sergio Bravo a quienes agradecemos profundamente.
En “Umbroso mundo” de Jacobo Regen, cada poema,una gema. Todas ella reunidas en el joyero de un libro artesanal nacido de la  cura amorosa de una hada y un mago que con delicadeza exquisita lo dibujaron, lo diseñaron: Silvia  Katz y Keko Ferro.
Aquí no falta ni sobra nada. Una obra frugal resplandeciente a la vez compacta y abierta, pulida y enigmática en tanto  es fiel al dictum mallarmeano del sugerir, más que el nombrar, como “universal poético”
Creo que hace a la salud de la critica literaria estando ya lejos de las frías aguas del estructuralismo, detenerse en biografías y confesiones que abren ventanas que nos ayudan a incursionar con mayor inteligencia en lo abigarrado de todo texto poético. En el año 2000, en una entrevista que Regen concede a la periodista Patricia Pattoco, él define a la poesía como  “una honda confidencia dirigida  a una persona, a un grupo, a un pueblo, a quienes de algún  modo son cómplices de  los propios sentimientos y experiencias. De una manera u otra el lector es un socio fantasmal de quien escribe”. Y en otro tramo de esta entrevista afirma que “la poesía es una forma inconsciente de justificarme.  Si no fuese por ella me sentiría incompleto, y aunque no sea  un logro consumado me da el consuelo de mi propia búsqueda. Ella es el reflejo fiel de lo que vivo, de lo que he vivido y que trato de vivir. Si así no fuera, la consideraría una impostura, un falso juego, un entretenimiento despreciable. Ella me  obliga a no mentirme y a no mentir a los demás”. En este ethos del poeta reconocemos su estirpe vallejiana, la  asunción de  un oficio que requiere mucho más que artificios retóricos o preciosismos y supone el abrazar hasta el tuétano nuestra condición de mortales.
Al igual que para  Cortázar, la escritura  ha sido y es  para Jacobo Regen  “kibutz del deseo, colonia, asentamiento, rincón elegido donde alzar la tienda final allí donde la vida pueda balbucearse desde otras brújulas y otros nombres”
 Regen, el desasido, el iluminado, “incorpóreo, ligero, desnudo como la luz” serenamente afirma “soy un ángel y me debes creer”. Lo evoco llegando a la ciudad    desde  una localidad cercana , Campo Quijano, donde bebió a torrentes el sol y las montañas. Aquí viene adolescente en la berlina que le prestó Milosz y observa desde la ventanilla de ese extraño carruaje  esa Salta que morosamente, que amorosamente irá haciendo suya.  Ya abejea en su corazón el demonio de la poesía, ya  ha desposado las palabras “ que son carne y espíritu: tatuajes repujados a punta de cuchillo”
Dueño de un lenguaje personal encarnado en imágenes muchas veces sorprendentes pero siempre justas, no escribe sino en la gracia del canto. De su  origen judío trae la obsesión  por la escritura bella y responsable unida en él a un deber de lucidez que se  le impuso desde siempre. Sus textos atravesados por el temblor metafísico nacen siempre desde la experiencia y de la necesidad como lo quería su maestro Rilke.  Sumergido en el enigma  que en él cava y obligado a arremolinarse en su subjetividad pocos como él sufrieron la intemperie del mundo. Y sin embargo de su voz no mana amargura sino poemas como cuerdas vivas edificando la urdimbre del sentido  Parecen escritas pensando en él esas palabras  con las que Char definió al poeta:”Emperador prenatal únicamente preocupado por la cosecha de lo azul”

Lo conocí a fines de los 60 cuando su nombre ya resonaba en mí con sonoridad de mito. “Te presentaré a Saquito” me anunció Holver  Martínez Borelli y a partir de entonces el conocimiento de su poesía se acrecentó. Holver me acercó sus libros: “Canción del ángel” (1964) y “Umbroso mundo “(1971).En 1981 se edita “El vendedor de tierra”, pero para entonces ya  atravesábamos la cruenta y dolorosa dictadura militar cuando la muerte se enseñoreó del país y entre tantos rostros perdimos también a Holver, muerto en el exilio, el  poeta y amigo con quien compartimos tanta vida y poesía.
Martínez Borelli fue quien mejor leyó desde su inteligencia, erudición y sensibilidad la obra de Regen a quien consideraba un poeta excelso y de quien se complacía en recitar de memoria la “Elegía a mi madre” y la “Canción del ángel”
Re cuerdo que durante la edad de hierro  Regen me acercaba mensualmente los periódicos “Nueva presencia” cuyo director  Herman Schiller editaba jugándose la vida porque en sus páginas denunciaba los secuestros y torturas de esa época. Jacobo me decía:”Mi familia y yo venimos de otra shoáh y esta shoáh de Argentina revive en mí el infierno” . En un poema leemos:” Derrumbes. Pudridero de paredes, de huesos/ Escombros en el alma y en el cuerpo/ Me quisiera /llorar pero no puedo/.Y en un desván de sórdidas penumbras/con el llanto sepulto mi desprecio/”

La perfección de su prosodia, la extrema” labor limae” a los que somete cada texto, su empresa de demolición de los lugares comunes, su poda de adjetivos para potenciar lo medular del sustantivo, su ir y venir alucinado de lo visible a lo invisible, su enemistad con cualquier poder salvo los que provienen del amor o la poesía hacen de la obra de Regen una materia perdurable.  El ahonda  un ritmo acordado a la sístole y diástole de una respiración poética  fundada en la autenticidad, responsabilidad, rigor y libertad, pero siempre y sobre todo una gramática satelizada por un estremecimiento genuino. Coincide con Vallejo para quien  es esencial en la poesía la emoción  “El fin de la poesía es conmover” apunta el peruano porque solo desde ese zócalo que guerrea contra el logos es posible  encontrar “el alfabeto competente”.

Su voz injerta en el árbol de la poesía del noroeste la rica tradición de la cultura judía. Tributario del aliento poético de los profetas judíos y de los textos incandescentes de sus hermanos Elsa Lasker Schuller, Lubicz Milosz, Paul Celan, también ha nadado hasta la extenuación en las ardientes frías aguas de los Góngora, Quevedo, Teresa de Ávila, Machado,  y tantos otros. Viajero estremecido de los círculos dantescos a veces se demarca del infierno para reírse con los satíricos griegos y latinos y el padre Cervantes.
Con el  surrealista  Molina y los salteños Dávalos y Manuel Castilla y la generación de los 60 practicó  todas las  irreverencias, las errancias y disrupciones existenciales al tiempo que libaba  sin culpa la miel de los viñedos. Nunca dejó de ser ese ángel que retrata Wim Wenders en las películas “Las alas del deseo”´, es decir, alguien no capaz de inventar otra realidad sino de transformar la relación que se tiene con ella fiel a la consigna de Eluard: “hay otro mundo, pero está en éste”.
Leyendo hace poco una novela de  Quignard caí en la cuenta que Regen es una especie de “desarzonado”, los caídos de la vida inmediata. Son los golpeados de súbito, “pero no para hundirse en  el polvo, sino para repetir la salida del útero con un segundo corazón más introspectivo y ebrio de palabras.”
Kafka decía que “un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos adentro”. Esta obra de Regen funge como esa herramienta .Bienvenida esta poesía: su zarpazo, su relámpago nos cura de la despasión  y ayuda a conjurar  la oscuridad del mundo.

TERESA LEONARDI  HERRAN

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