“Umbroso mundo” de Jacobo Regen
Antes de comenzar a referirme a la obra de Regen quiero destacar la
dedicación y el entusiasmo puestos al servicio de la edición de este libro por
parte de la licenciada María Eugenia
Carante y del profesor Sergio Bravo a quienes
agradecemos profundamente.
En “Umbroso mundo” de Jacobo Regen, cada poema,una gema. Todas ella
reunidas en el joyero de un libro artesanal nacido de la cura amorosa de una hada y un mago que con
delicadeza exquisita lo dibujaron, lo diseñaron: Silvia Katz y Keko Ferro.
Aquí no falta ni sobra nada. Una obra frugal resplandeciente a la vez
compacta y abierta, pulida y enigmática en tanto es fiel al dictum mallarmeano del sugerir,
más que el nombrar, como “universal poético”
Creo que hace a la salud de la critica literaria estando ya lejos de las
frías aguas del estructuralismo, detenerse en biografías y confesiones que
abren ventanas que nos ayudan a incursionar con mayor inteligencia en lo
abigarrado de todo texto poético. En el año 2000, en una entrevista que Regen
concede a la periodista Patricia Pattoco, él define a la poesía como “una honda confidencia dirigida a una persona, a un grupo, a un pueblo, a
quienes de algún modo son cómplices
de los propios sentimientos y
experiencias. De una manera u otra el lector es un socio fantasmal de quien
escribe”. Y en otro tramo de esta entrevista afirma que “la poesía es una forma
inconsciente de justificarme. Si no
fuese por ella me sentiría incompleto, y aunque no sea un logro consumado me da el consuelo de mi
propia búsqueda. Ella es el reflejo fiel de lo que vivo, de lo que he vivido y
que trato de vivir. Si así no fuera, la consideraría una impostura, un falso
juego, un entretenimiento despreciable. Ella me
obliga a no mentirme y a no mentir a los demás”. En este ethos del poeta
reconocemos su estirpe vallejiana, la
asunción de un oficio que
requiere mucho más que artificios retóricos o preciosismos y supone el abrazar
hasta el tuétano nuestra condición de mortales.
Al igual que para Cortázar, la
escritura ha sido y es para Jacobo Regen “kibutz del deseo, colonia, asentamiento,
rincón elegido donde alzar la tienda final allí donde la vida pueda balbucearse
desde otras brújulas y otros nombres”
Regen, el desasido, el iluminado, “incorpóreo,
ligero, desnudo como la luz” serenamente afirma “soy un ángel y me debes creer”.
Lo evoco llegando a la ciudad desde una localidad cercana , Campo Quijano, donde
bebió a torrentes el sol y las montañas. Aquí viene adolescente en la berlina
que le prestó Milosz y observa desde la ventanilla de ese extraño carruaje esa Salta que morosamente, que amorosamente
irá haciendo suya. Ya abejea en su
corazón el demonio de la poesía, ya ha
desposado las palabras “ que son carne y espíritu: tatuajes repujados a punta
de cuchillo”
Dueño de un lenguaje personal encarnado en imágenes muchas veces
sorprendentes pero siempre justas, no escribe sino en la gracia del canto. De
su origen judío trae la obsesión por la escritura bella y responsable unida en
él a un deber de lucidez que se le
impuso desde siempre. Sus textos atravesados por el temblor metafísico nacen siempre
desde la experiencia y de la necesidad como lo quería su maestro Rilke. Sumergido en el enigma que en él cava y obligado a arremolinarse en
su subjetividad pocos como él sufrieron la intemperie del mundo. Y sin embargo
de su voz no mana amargura sino poemas como cuerdas vivas edificando la
urdimbre del sentido Parecen escritas
pensando en él esas palabras con las que
Char definió al poeta:”Emperador prenatal únicamente preocupado por la cosecha
de lo azul”
Lo conocí a fines de los 60 cuando su nombre ya resonaba en mí con
sonoridad de mito. “Te presentaré a Saquito” me anunció Holver Martínez Borelli y a partir de entonces el
conocimiento de su poesía se acrecentó. Holver me acercó sus libros: “Canción
del ángel” (1964) y “Umbroso mundo “(1971).En 1981 se edita “El vendedor de
tierra”, pero para entonces ya atravesábamos
la cruenta y dolorosa dictadura militar cuando la muerte se enseñoreó del país
y entre tantos rostros perdimos también a Holver, muerto en el exilio, el poeta y amigo con quien compartimos tanta
vida y poesía.
Martínez Borelli fue quien mejor leyó desde su inteligencia, erudición y
sensibilidad la obra de Regen a quien consideraba un poeta excelso y de quien
se complacía en recitar de memoria la “Elegía a mi madre” y la “Canción del ángel”
Re cuerdo que durante la edad de hierro
Regen me acercaba mensualmente los periódicos “Nueva presencia” cuyo
director Herman Schiller editaba jugándose
la vida porque en sus páginas denunciaba los secuestros y torturas de esa época.
Jacobo me decía:”Mi familia y yo venimos de otra shoáh y esta shoáh de
Argentina revive en mí el infierno” . En un poema leemos:” Derrumbes. Pudridero
de paredes, de huesos/ Escombros en el alma y en el cuerpo/ Me quisiera /llorar
pero no puedo/.Y en un desván de sórdidas penumbras/con el llanto sepulto mi
desprecio/”
La perfección de su prosodia, la extrema” labor limae” a los que somete
cada texto, su empresa de demolición de los lugares comunes, su poda de
adjetivos para potenciar lo medular del sustantivo, su ir y venir alucinado de
lo visible a lo invisible, su enemistad con cualquier poder salvo los que
provienen del amor o la poesía hacen de la obra de Regen una materia
perdurable. El ahonda un ritmo acordado a la sístole y diástole de
una respiración poética fundada en la
autenticidad, responsabilidad, rigor y libertad, pero siempre y sobre todo una gramática
satelizada por un estremecimiento genuino. Coincide con Vallejo para quien es esencial en la poesía la emoción “El fin de la poesía es conmover” apunta el
peruano porque solo desde ese zócalo que guerrea contra el logos es
posible encontrar “el alfabeto
competente”.
Su voz injerta en el árbol de la poesía del noroeste la rica tradición de
la cultura judía. Tributario del aliento poético de los profetas judíos y de
los textos incandescentes de sus hermanos Elsa Lasker Schuller, Lubicz Milosz,
Paul Celan, también ha nadado hasta la extenuación en las ardientes frías aguas
de los Góngora, Quevedo, Teresa de Ávila, Machado, y tantos otros. Viajero estremecido de los círculos
dantescos a veces se demarca del infierno para reírse con los satíricos griegos
y latinos y el padre Cervantes.
Con el surrealista Molina y los salteños Dávalos y Manuel
Castilla y la generación de los 60 practicó
todas las irreverencias, las
errancias y disrupciones existenciales al tiempo que libaba sin culpa la miel de los viñedos. Nunca dejó
de ser ese ángel que retrata Wim Wenders en las películas “Las alas del deseo”´,
es decir, alguien no capaz de inventar otra realidad sino de transformar la relación
que se tiene con ella fiel a la consigna de Eluard: “hay otro mundo, pero está
en éste”.
Leyendo hace poco una novela de Quignard
caí en la cuenta que Regen es una especie de “desarzonado”, los caídos de la
vida inmediata. Son los golpeados de súbito, “pero no para hundirse en el polvo, sino para repetir la salida del
útero con un segundo corazón más introspectivo y ebrio de palabras.”
Kafka decía que “un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar
congelado que tenemos adentro”. Esta obra de Regen funge como esa herramienta .Bienvenida
esta poesía: su zarpazo, su relámpago nos cura de la despasión y ayuda a conjurar la oscuridad del mundo.
TERESA LEONARDI HERRAN
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