HEGEMONIAS
Y OLVIDOS EN LA LITERATURA ARGENTINA.
EL CASO
NESTOR SAAVEDRA*
Por Liliana
Bellone
En el canon literario del noroeste argentino, la
narrativa aparece marcada por las características que dieron identidad a la
novela histórica, al realismo mágico con toques carnavalescos o paródicos y a
la novela de compromiso social. Por esta razón, la novelística de Néstor
Saavedra (1915-2005) surge como una excepción en el sistema literario de la
región y el país y en sus mecanismos legitimadores.
Su primera novela, Locura en las montañas, fue publicada en 1948, el mismo año en que
se editan Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal y El túnel de Ernesto Sábato. Sin duda estos dos libros expresan el
idealismo y el existencialismo rioplatense, respectivamente, y conforman, junto a la producción del
policial y el fantástico (Borges, Bioy Casares), la ensayística de Ezequiel
Martínez Estrada, Scalabrini Ortiz,
Canal Feijóo y Eduardo Mallea (este último entre la reflexión y su imponente
obra narrativa), el mapa representativo y excluyente de la escritura en la
Argentina. En este escenario, en sus márgenes, surge la novela de Saavedra. Locura en las montañas es un texto
extraño, incómodo, fuera del canon y el gusto argentino de la época y fuera de
la tradición literaria del noroeste, definida por las voces poéticas de
denuncia social, panteísmo y a veces suave tono elegíaco del grupo La Carpa
(Galán, Castilla, Aráoz Anzoátegui, Ardiles Gray, Sara San Martín, Nicandro
Pereyra, María Adela Agudo y otros), y
una narrativa pintoresquista y regionalista. Novela des-centrada doblemente,
en su región y en la Argentina y Latinoamérica, donde todavía regía el
predominio de la novela de la tierra y el costumbrismo; novela excéntrica, Locura en las montañas, anuncia la
novela urbana y de orientación psicoanalítica de las décadas posteriores ya que
su narrativa se apropia de las nuevas técnicas escriturales como el monólogo interior y muestra de modo directo y
objetivo la realidad en los ámbitos sociales y privados.
Locura
en las montañas (1948) o Los aventureros del Hotel Salta (1988), se articulan con otros
sistemas literarios situados fuera del espacio estrictamente latinoamericano y
argentino, el llamado neorrealismo
norteamericano o “generación perdida” (Faulkner, Hemingway, Dos Passos y
Fitzgerald), en donde las pasiones se mezclan con la violencia en medio de atmósferas densas y descarnadas
que hablan de la condición humana sin concesiones y sin eufemismos. La caída
representada en la ruina, la quiebra, la
bancarrota, el hundimiento, el desmoronamiento moral y físico, unidos al
alcoholismo y a la locura, en suma “la lógica del fracaso” y “el programa del
goce” como señala Luis Darío Salomone, citando a Alan Pauls, son las realidades
que muestra la “generación perdida”, realidades que también configuran a los
personajes de Néstor Saavedra.
Lector incansable de la literatura
norteamericana del siglo XX, Néstor Saavedra es sin duda un escritor prolífico,
pues es autor de onces novelas, poesías, relatos y cuentos que van desde un
primer libro de poemas, Variedad,
publicado por Editorial Tor de Buenos Aires en 1938 hasta En
otro tiempo en Tartagal, de 1998. El
viaje, la aventura, la pacataría burguesa, la clase media y sus intereses, la
modernidad instalada en el ámbito rural y provinciano, la “realidad” en su cara
más cotidiana, a veces vulgar y hasta brutal, el amor despojado de idealismos y
las mezquindades en una galería que deja a un lado las fisonomías estáticas de
los héroes para mostrar los gestos reales de los seres humanos, delinean los textos de este notable creador. ¿Por qué
un escritor como Néstor Saavedra no recibió la suficiente atención de los
críticos? Ocurre que Néstor Saavedra se sitúa fuera de los
discursos e intereses hegemónicos, no reivindica el goce de la lucha
amo-esclavo, ni se prosterna ante una naturaleza arrolladora. Constructor de
una verdadera saga novelística, donde Los
aventureros del Hotel Salta, Tartagal
village o Locura en la montañas,
muestran una expresión concisa y directa, más cercana a Hemingway que a Dávalos, Saavedra no se plantea como el
juglar o el trovador que canta y
celebra, tampoco como narrador de
historias regionales, sino como una voz que cuenta historias particulares,
amores imposibles y malditos, pasiones enfermas, descabellados proyectos, con
personajes que nos recuerdan a los de Roberto Arlt, que se atreven al delito y
a burlar la ley, modernos, urgidos por
la ambición, el dinero y las necesidades de la época.
Los textos de esta especie de “rara avis” de
la región, remiten a un entorno histórico, ideológico y social que muestra los
cambios y tensiones de una Argentina inmersa en
políticas que la llevarían a un paulatino desarrollo y, paradójicamente,
a la de pendencia. Los personajes de
todas las novelas de Saavedra están en relación con los campamentos de Vialidad de la Nación, empresa estatal creada en 1932 por el
presidente Justo para lograr el desarrollo del transporte automotriz, los campamentos
de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), la otro gran empresa estatal creada
en 1922 por Yrigoyen para explotar y comerciar el oro negro, cuya actividad se
ve amenazada por la presencia de la West India Oil Co. (ESSO), cuyas siglas
contempla, como en un vaticinio, el narrador- protagonista de Locura en las montañas cuando es
trasladado al hospital psiquiátrico.
Los trabajadores viales o de YPF, de las
compañías y empresas norteamericanas que llegan al país, o las agobiadas
víctimas de la Guerra del Chaco (1932-1935), entre Bolivia y Paraguay y
que fuera presenciada por el mismo
Néstor Saavedra, hablan de un contexto histórico preciso y real, alejado de la
fábula folklórica, del relato costumbrista y la celebración de la naturaleza y
el hombre americano en armonía misteriosa y mítica con su tierra. Los
personajes de Saavedra son tan reales como el marco histórico que los
condiciona.
La historia desplaza al mito y a la leyenda, por ejemplo, en la novela El silencio de los guerrilleros, de 1969, donde el narrador protagonista cuenta las
vicisitudes y el arrojo de la guerrilla que comandara el Che Guevara en
Bolivia, su asesinato en La Higuera y la dispersión de los guerrilleros por los
países limítrofes, desde una perspectiva fiel a lo documental e histórico. La
figura del Che aparece con los atributos del héroe, valiente, generoso y por momentos
lejano, ensimismado en sus propios pensamientos y convicciones. Escrita
en unos pocos meses, inmediatamente después de la muerte del Che (1967), esta novela
es sin duda uno de los primero textos (Sábato transcribió un discurso que
brindara en la Universidad de París en 1967, con el título de “Homenaje a
Ernesto Guevara”) que se hayan escrito sobre la acción en Bolivia del mítico Comandante, figura
emblemática de las luchas por la emancipación de los pueblos en todo el mundo.
Huérfanas de una recepción adecuada en su
época, las novelas de este autor encuentran en la actualidad, la posibilidad de
lectores más afines, con otras competencias y saberes para interpretarlas. El predominio de un narrador-personaje en
primera persona en la mayoría de estas ficciones, conduce al lector poco
avezado a la confusión con el autor. Si bien es cierto, como señala Sábato, que
los personajes surgen del alma del escritor y que representan a sus propio
fantasmas, o, como, en el caso de Borges, muestran la ambigüedad de un
narrador-personaje que es y no es Borges, hay una distancia entre narrador y
autor en ese acto de habla que es un texto novelesco. De este modo, se tendió a
equiparar la ideología, valoraciones y características de los personajes de Locura en las montañas, Los aventureros del
Hotel Salta o El silencio de los
guerrilleros con el autor.
Por estas razones, desde todos los abordajes
posibles, la escritura de Néstor Saavedra, se presenta como un “caso”, con la
carga semántica de individualidad y particularidad que esta denominación implica.
Es necesario aclarar que su posición literaria y su condición de
“precursor” de una nueva narrativa, no
alteró la relación del escritor con sus pares ya que mantuvo notable amistad
con los poetas y artistas de varias generaciones como Manuel J. Castilla, Julio
Díaz Villalba, Raúl Aráoz Anzoátegui,
José Ríos, César Fermín Perdiguero, Jorge Hugo Román, Gustavo Leguizamón,
José Juan Botelli, Julio Espinosa,
Carlos Hugo Aparicio, José Fernández Molina, Jorge Díaz Bavio, Luis Andolfi, Nelson
Muloni, Benjamín Toro, Raúl Rojas, Edmundo del Cerro, Víctor Fernández
Esteban y muchos más.
Locura en las montañas. Producción,
texto y recepción.
Publicado en 1948 por Ediciones El Estudiante, Colección Rama al Norte que dirigía el
poeta Manuel J. Castilla, este libro de Saavedra, asume, desde su aparición, su
condición periférica, ya que se difundirá gracias al accionar de una editorial
del interior del país, en una provincia norteña, y no en las importantes
editoriales de Buenos Aires. Recordemos que ese mismo año, Sudamericana publica Adán Buenosayares de Marechal
y Sur edita El Túnel de
Ernesto Sábato.
Desde un realismo liso y llano, directo, la
voz de un narrador-personaje, describe y cuenta la vida en los campamentos de la
Dirección Nacional de Vialidad (Vialidad Nacional), empresa estatal que desde
la década del 30 era la encargada de la construcción y cuidado de los caminos
en toda la extensión del territorio argentino. En este punto, podemos
encontrar ya la novedad. Los personajes
de la novela no son los célebres gauchos de la novela de la tierra y el
costumbrismo o el indio de la narrativa indigenista, sino técnicos, ingenieros
y peones que provienen de las ciudades y que trasladan al medio rural del “campamento”
su modo de vida urbano. Son hombres modernos, configurados por los deseos y
valores de la sociedad burguesa, un universal que atraviesa las fronteras
regionales y nacionales.
En su mayoría, los trabajadores y técnicos del
“campamento de vialidad”, descienden de inmigrantes: Caballier, Caferri, Don
Pietro, Giuseppe. Sus conversaciones giran en torno de las noticias que llegan
a través de la radio: la guerra civil española, Mussolini, Guernica. El mundo
está en sus horizontes pues el universo narrativo de Saavedra se aleja
sustancialmente de los gauchos arrieros de Dávalos y los indios de Gauffin, de
la denuncia de Alcides Arguedas, de Oscar
Cerruto o Jorge Icaza. Los personajes de Locura
en las montañas, son hombres y mujeres de la ciudad y actúan en consonancia
con las costumbres urbanas: fuman, beben whisky, vermut, viajan en automóvil,
bailan tango o fox trot, suelen asistir
durante sus licencias al cine y son asiduos concurrentes de cafés y salones de
baile.
La historia narrada se referencia
explícitamente en los años 1936 y 1937, años marcados por la gran crisis
mundial que desembocará en las sangrientas contiendas que enlutaron primero a España y luego a toda Europa. En la
Argentina, los gobiernos conservadores de las elites agroganaderas que habían
arrebatado el poder al radicalismo, intentaban organizar el funcionamiento y la
marcha del estado de acuerdo con las exigencias de la modernidad, como la
creación de la Dirección Nacional de Vialidad, por ejemplo. La construcción de
rutas se hacía necesaria para intensificar el transporte, hasta entonces
monopolizado por el ferrocarril.
Texto con escasos regionalismos léxicos y
sintácticos, en el enunciado de Locura en
las montañas, pueden advertirse índices espaciales, temporales, de
atmósfera y lingüísticos que connotan una época: YPF (Yacimientos Petrolíferos
Fiscales, creados durante el gobierno de Yrigoyen) Noches Chinescas de Cechel, automóviles Chevrolet, vermutes Cinzano,
Gancia, etc. El típico “voseo” argentino se alterna con el “tú”, tal vez por
cierta inestabilidad lingüística de la clase media que todavía utilizaba el “tú”
en circunstancias formales o por el uso de los inmigrantes europeos que
mantenían la forma castiza: La orquesta
inició su actuación de esa noche, con un tango. Pedimos gancia y gordon y mientras
esperábamos miramos la gente distribuida en el salón y saludamos a algunos
conocidos. (79).
Si la edición del libro indica claramente su situación
periférica, es necesario preguntarse, si las condiciones de producción también
lo son. Entonces, debemos imaginarnos la región del noroeste en los años 1930 y 1940, su conformación
social y étnica, sus intereses, su economía y su cultura. La escuela nacional y
pública había logrado su cometido en toda la Argentina, su sentido laico e
igualitario había triunfado como así también su sentido ético, higiénico y
enciclopedista. Se ignoraban las culturas originarias, por lo que, en la década
del 40, surgirá como contrapartida, un importante movimiento que indagará en
las raíces y que producirá poesía y música de proyección folkórica. El estudio
del francés primero y luego del inglés
en la enseñanza media, reforzaron los vínculos creados con Europa y los Estados
Unidos desde los intereses de las clases dirigentes. En ese marco se escribe Locura en las montañas.
Habría que considerar en la génesis de la
novela, la formación y la enciclopedia personal de Néstor Saavedra de la cual
no estaban ausentes la literatura inglesa y norteamericana, la historia, la
filosofía y el cine, en especial el cine
de Hollywood.
Ciudad,
aislamiento y erotismo.
El campamento de Vialidad Nacional donde
transcurre parte de la acción, está situado en la precordillera de Salta y
Jujuy, un lugar con inviernos rigurosos, temperaturas que descienden a varios
grados bajo cero, nieve y escarcha. La vida ciudadana se transporta al campamento,
allí están las secciones de proveedurías, herramientas, maquinarias, comedores,
dormitorios, administración, etc.
De este modo, la vida al aire libre se atempera
por la presencia de la tecnología y la protección del campamento. En él, las prácticas
sociales van desde la conversación al juego de cartas y también al amor. Las mujeres,
la matrona de la casa y los almacenes, las jóvenes que la asisten en la
limpieza y en la atención del comedor, son parte del juego amoroso y erótico
que surge desde la mirada y acciones de esos hombres solos en medio de los
cerros.
Argentina, “la patrona”, especie de tierna
madre y agresiva amante, responde a los requerimientos de los técnicos y
obreros que habitan el campamento. Su nombre es sin duda muy simbólico. En ese
medio rústico, las relaciones íntimas se
cumplen en una clandestinidad aceptada, no exenta de crudeza y brutalidad.
La ciudad es el lugar de los fines de semana o
de las licencias prologadas. Pero qué lejos está la ciudad que muestra Locura en las montañas de la ciudad
colonial y atávica de la novela regional y costumbrista. La ciudad en esta
novela de Saavedra y en otras, como Los
aventureros del Hotel Salta, es la ciudad burguesa de la modernidad, con su
mapa de cafés, cines y calles comerciales. No hay campanarios, ni iglesias,
salvo como pincelada irónica en la descripción de algún amanecer, cuando las
“beatas” salen de oír misa y en la ciudad algunos trasnochadores caminan por sus calles, capaces todavía, a esa
hora, de dirigirse a los burdeles situados al del sur de la ciudad.
Decimos “sur” y pensamos inmediatamente en la connotación de este punto
geográfico en el imaginario argentino. Recordemos el valor negativo del “sur”
en Borges y en Marechal, por ejemplo. Lugar de arrabales y prostíbulos, de
bailongos, y duelos, el “sur”, parece ser la cifra de la barbarie en la literatura
argentina, ya sea en la cartografía ciudadana o rural, pues el “sur” era la
tierra indómita del indio y el desierto.
En la ciudad moderna que describe Saavedra,
hay un itinerario de cafés y bares: el “Nipón”, la “Ritz”, el “Globo”, la “City”,
la “Roma”, con sus nombres extranjeros y prestigiosos, lugares que remiten a un
espacio que trasciende lo local y es funcional a los hábitos y formas de vida
de la burguesía.
También el ámbito rural de Locura en las Montañas, más que el
espacio geográfico de la novela tradicional romántica o realista, es un espacio
cosmopolita, ya que se trasladan al campamento los intereses sociales de la
clase media y la ciudad. La ciudad representa
a cualquier ciudad moderna y el ámbito rural a cualquier lugar geográfico de América,
pues no hay marcas costumbristas, folklóricas o lingüísticas. Las montañas de
esta novela no son solamente del noroeste argentino, una mera referencia
circunstancial, las montañas que describe Saavedra en esta novela pueden ser de
la Argentina o de cualquier lugar de América, desde los Estados Unidos a Tierra
del Fuego. Semánticamente, las montañas en el mismo título, se cargan de una
significación universal.
La vida en el campamento de Vialidad recuerda
sin duda el contexto de algunas novelas y films norteamericanos, donde la
dureza del entorno se conjuga con la prácticas sociales de los habitantes
circunstanciales de esas factorías sustitutas de las ciudades modernas, en sus
casas rodantes y bajo sus carpas, en medios de desiertos o colinas, lugares de aislamiento pero a la vez
de tensión social, de relación conflictiva con el “otro”.
El “otro” se torna fraterno y a la vez rival,
la relación amor-odio entre quienes habitan el “campamento” se trasunta en
actos de compañerismo y altruismo pero a veces en agrias disputas y peleas. Acá
podemos recordar la película Secreto en las
montañas, donde el erotismo, la soledad y el sexo configuran los elementos
motivadores de una relación homosexual.
Sin embargo “el orden” del campamento se
mantiene. La irrupción de la violencia o de la denuncia, se desalojan de ese lugar.
La crítica, la angustia y, como en esta caso, la locura se expulsan. Nada debe quebrar las normas del campamento,
el pacto social de esos hombres –y mujeres- exiliados en la montaña o en la selva,
un exilio momentáneo, pero que se vive como si fuera definitivo.
Una
particular elección de objeto y la degradación de la vida erótica.
La acción de Locura en las montañas comienza cuando Ruy, el narrador-protagonista,
viaja hacia el campamento de Vialidad Nacional. Una pretendida objetividad y visos de realidad
se marcan a través del índice temporal: Primavera
de 1936.
Viajábamos
en un viejo Chevrolet destartalado cuyo propietario iba al lado mío ante el
volante y se llamaba Caferri. (9)
Comienzo directo y conciso, que anuncia una
narración de contundente realismo, sin
retórica ni ornamentos.
Ruy alternará con los demás empleados del
campamento y con las mujeres que viven en él.
Durante sus licencias y fines de semana viajará a la ciudad de Salta. En
uno de esos viajes, mantendrá un
encuentro con una prostituta. Ruy describe el prostíbulo, el sillón con las
prendas de vestir, el deshabillé de seda y la ropa interior.
En
alguna parte yo recordaba haber visto esa figura en posición de descanso con la
mano izquierda apoyada en la cintura y en la otra un cigarrillo que llevaba a
los labios con gesto displicente. Era la actitud clásica de las mujeres de ese
tipo que aparecían en las películas.
-Deja el
dinero sobre el aparador-dijo ella.
La miré pensando si valía la pena soportar todo eso y
estar allí.
-Cobro
por adelantado, ¿sabes?. No te importa, ¿verdad?
-No-dije
(…) Su voz
era ronca y acariciadora (…) “Espera que yo inicie la farsa”, pensé. (…)
-¿Fumas?-me
preguntó.
-Más
tarde, gracias-contesté.
-¿Sabes
una cosa? Pareces un buen tipo.
Yo no
dije nada. Sentí la suave piel de su pierna contra la mía.
-Pero
hay algo raro en ti. Desde que entraste me di cuenta.
-Soy
Pimpinela Escarlata-dije molesto.
-¿Qué es
lo que te atormenta?-preguntó ella sin hacerme caso.
Me dejó sorprendido
y no supe qué contestar.
-Sólo quieres
estar conmigo y no hacerme nada.
-Entonces,
¿pagarías por nada?-dije en tono festivo.-No sé- dijo ella mirándome a través
de las argollas de humo de su cigarrillo.
-Quizás
tienes miedo de estar solo. Hasta ahora ni me tocaste siquiera. ¿Acaso des precias
a las de mi clase?
-¡Oh!,
hay tiempo , criatura-le contesté. Ello equivalía a decir: “déjame en paz”. (…)
(85-86-87)
La situación planteada a través este escueto
pero rico diálogo muestra una conducta que sin duda obedece a lo que Freud analiza en dos artículos fundamentales
en el análisis de las lógicas amorosas: “Sobre una particular elección de
objeto en el hombre” (1910) y “Sobre una degradación general de la vida erótica”
(1912).
En ambos textos, Freud sostiene la idea de que
los hombres en general no hacen coincidir el objeto del placer con el objeto
amado y esto lleva a una dualidad en la elección del objeto amoroso. El amor
tiene que ver con la figura materna, de modo tal que los hombres evitan gozar
con la mujer amada y virtuosa que le evoca a su propia madre y por lo tanto al
incesto y buscan para el goce sexual a una mujer opuesta a esa figura, buscan a
una mujer degradada. Por esto aquello de que se desea donde no se ama y se ama
donde no se desea.
Ante la evocación de la figura de la madre,
los hombres sienten peligrar su goce sexual y sienten culpa, por lo que tratan
de degradar a la mujer para gozar sin culpa alguna. Esto explicaría por qué cierto
tipo de hombres experimentan más placer con las mujeres de sospechosa moral que
con una mujer virtuosa, modelo de madre y esposa. La degradación de la mujer
surge como un intento de huir de la figura del incesto. Los insultos, el
desprecio y hasta los golpes van en esa dirección.
Ruy es impotente porque las mujeres, aún las
mujeres liberadas sexualmente, le presentifican
“algo” del incesto.
Sin embargo, Locura en las montañas no es una novela psicológica porque no
propone ningún análisis psicológico que solamente puede estar del lado de la
recepción o sea del lector. Locura en las
montañas es una novela realista, al modo del neorrealismo norteamericano,
que muestra sin ningún tipo de retaceo, lisa y llanamente, las conductas.
El amor descarnado y conflictivo de Ruy por
Lidia Hernández, un amor cuya base es el deseo sexual, evoca inmediatamente el
amor tempestuoso y sin salida de los protagonistas de La palmeras salvajes de Faulkner.
Sumidos en la soledad del campamento, en medio
de la rudeza de ese ambiente de galpones y dormitorios improvisados y ajenos,
Ruy intenta poseer a Lidia Hernández pero su intento fracasará una y otra vez.
En un pasaje de gran realismo, Lidia le reprocha su impotencia:
(…)
–Dime, ¿es que ya no puedes? ¿Eres de esos que obtiene lo suyo sin importarle
de una?
-No sé
qué me pasa hoy.
-¿Oh,
eres de los que no sirven para nada! Un poquito más, querido-gimió ella.
¿Quieres?
Sentí un
nudo en la garganta que no podía parar.- No puedo-dije rotundamente, deseando
que la tierra me tragara.
- Oh, un
poco más Ruy-volvió a gemir desesperada. ¿Eres tan inútil que no puedes darme
ese gusto?
-¡Cállate!
¡Cállate!
-¡Qué poco hombre eres!
(159)
Los celos, la degradación, los insultos y el castigo
corporal, provocarán finalmente la unión. Lidia, degradada por los insultos y
los golpes, en la dialéctica del deseo y el goce, se convierte en la amante
apasionada que tanto anhelaba Ruy. Desde la cúspide del goce, la relación será
luego como en Las palmeras salvajes, una cadena de desencuentros, sin salida y sin
futuro. Es el invierno de 1937.
-¿Todavía tienes el coraje de burlarte de
mi?-grité-Contéstame: ¿Cuántas veces te acostaste con el otro? (…)
(…) Le
crucé la cara de una bofetada. Siguió mirándome en la misma forma desafiante.
-¡Maldigo
el día en que te conocí! -le grité- (…)
(…) Fue
el intenso duelo visual de dos enemigos que se estudiaban para destruirse.
Luego su mirada se quebró y la mía también. Comenzó a sollozar y yo le permití
que ocultara su rostro en mi hombro. Todo el odio acumulado se trocó
instantáneamente en ternura. Su cuerpo agitado por el llanto temblaba en mis
brazos. Sentí que sus lágrimas me mojaban el pecho. Levantó su rostro empapado
por las lágrimas y no pude resistir más y comencé a besarlo. Un minuto antes lo
castigaba y ahora lo besaba. ¡Cómo me despreciaba a mí mismo! (…) (178-179-180)
El duelo del amor en su faz imaginaria
amor-odio se concreta por fin en el acto sexual, pero no hay salida, todo es un
engaño, no hay posibilidad de armonía y relación cierta y permanente:
(…)
Cuando volvimos a la proveeduría, sentí de nuevo la desesperación de que todo
era apócrifo, de que no podría ser duradero jamás, y de que todo estaba muerto,
muerto desde hacía mucho tiempo ya que nunca más los dos volveríamos a ser lo
que fuimos antes (…) (181)
La
feminidad. El miedo a la maternidad. El deseo femenino.
Como en
Las palmeras salvajes (1929) de
Faulkner o en Lolita (1955) de
Nabokov, las mujeres de las novelas de Saavedra temen o rechazan la maternidad.
En ellas predomina la mujer-amante sobre el modelo de la madre. En Locura
en las montañas (1948), Los aventureros
del hotel Salta (1988) o En otro
tiempo en Tartagal (1998), la maternidad
y la función materna se tornan traumáticas para los personajes femeninos. El
tema del aborto como en Las palmeras
salvajes o la muerte al dar a luz, configuran una nota donde la feminidad
intenta desprenderse de la concepción, el parto y la crianza de los hijos. Nace una nueva
mujer que se rebela contra el rol impuesto por la naturaleza biológica.
Modernas, seductoras y un poco juguetes en los
brazos de los hombres, fetiches de lujo o simples objetos de placer,
niñas coquetas y a menudo frívolas, como las “delicadas muñecas” de Hollywood,
las protagonistas de las novelas de Saavedra, recuerdan a la bella y
evanescente Daisy de El gran Gatsby (1925)
de Fitgerald. Lidia Hernández teme la
maternidad porque ésta le ha causado dolor con la pérdida de un hijo pequeño y
se niega a mantener relaciones sexuales por este motivo.
La maternidad es vivida como un instante de
miedo y peligro, pues en ella está en juego el cuerpo de la mujer. Así ocurre
en la novela En otro tiempo en Tartagal,
donde Matilde morirá antes de dar a luz, pues su cuerpo cobijaba ya a un hijo
muerto. La maternidad se vive de forma traumática desde el cuerpo y en el
cuerpo del otro, por eso, desde una nueva subjetividad que se asoma, los
personajes femenino de Saavedra no se identifican como madres, sí como amantes
y mujeres de dudosa reputación y conducta, elementos necesarios, según Freud,
para el goce masculino, pues se pone entre paréntesis a la mujer virtuosa que
evoca a la madre y provoca la inhibición en el hombre.
Si Ruy experimenta la impotencia sexual es a
causa de su idealización de las mujeres,
por eso debe humillarlas, lo que se concreta en los golpes y los
insultos contra Lidia, quien paradójicamente, siente placer en ello (sadomasoquismo)
y cae rendida a sus pies.
La seducción femenina se describe a partir de
la particular atención por el vestuario, el atuendo o “la cáscara”, el
“envoltorio”, como consigna Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso (1977): las prendas de vestir de
las mujeres, sus perfumes y adornos, motivan el deseo del otro masculino, el
enamorado, el pretendiente o el admirador.
Las mujeres son las protagonistas de las
novelas de Saavedra, mujeres reales, de carne y hueso, apasionadas y
seductoras. Alejadas de la mujer idealizada, de la “donna angelicata”, estas
mujeres hablan desde su feminidad y su cuerpo en diálogo con el “otro”, el
hombre, siempre titubeante ante ellas, indefenso y, a menudo, cruel. Una
pregunta sobrevuela las novelas de este autor, como dice Freud: ¿Qué desea una
mujer?
Cómo alguien
puede volverse loco.
Desolación, los cerros, el frío, los
compañeros del campamento que van y vienen a la ciudad, las mujeres y Lidia,
esa obsesión. Ruy escucha una voz, luego otra y otra, ve a sus perseguidores,
los denuncia. Entonces es necesario restaurar el orden en el campamento. No hay
lugar allí para la melancolía o el
delirio. Es necesario extirpar lo que ha
irrumpido en el devenir monótono de esos hombres y mujeres. Es necesario el
encierro como el modo más normal de volver a la cotidiana tarea, a la
costumbre, al trabajo y al amor rutinario, a veces paradójicamente clandestino pero permitido
en su misma clandestinidad, pues restaura y protege las costumbres de la
sociedad burguesa.
Ruy es un solitario, un obsesivo que rumia sus
ideas y que se enreda en sus razonamientos. No es casual su lectura de Intenciones de Oscar Wilde, un libro que
se caracteriza por la ironía contra la complacencia y los lugares comunes.
La locura se narra desde el protagonista, sin
atisbos de dramatismo. Ruy cuenta lo que le pasa, su extrañamiento, sus
alucinaciones acústicas (voces que lo llaman) y sus interpretaciones
paranoicas. Como en el célebre texto de Freud: El caso Schereber (1910), Ruy cuenta sin saber, cómo está
enloqueciendo. De este modo, podríamos
decir que la locura en esta novela se narra desde adentro, desde la voz
del protagonista desquiciado
psíquicamente. Hay otros ejemplos en la literatura que cuentan el proceso de la
psicosis, como Diario de un loco (1835) de Gógol.
Locura
en las montañas es la historia de una cadena de
situaciones de la vida cotidiana, el trabajo, el amor, los celos, el sexo y la
chatura que forman parte de un itinerario hacia la alienación. Ruy es un
paranoico y desde ese lugar atacará y será agredido, desde ese lugar verá a los
otros como a enemigos que lo encierran y lo alejan del
campamento. Allí está el Hospital Psiquiátrico, con sus árboles y sus muros, el
lugar donde pasará el resto de sus días, un lugar, para él, como cualquier
otro.
Locura
en las montañas
no es un estudio psicoanalítico o psiquiátrico, es la historia de alguien que
narra lo que le acontece sin nombrar el pasado, sin recordar su vida anterior y
sus experiencias, sin evocar la infancia y la novela familiar, sin introspección,
todo dicho como en un eterno presente, en la forclusión psicótica.
Los aventureros del hotel Salta
y el cine.
El contexto de época de la novela Los aventureros del Hotel Salta de Néstor
Saaveadra, publicada por su autor con el apoyo de algunas fundaciones en 1988,
se sitúa durante los meses del rodaje del famoso film Tarás Bulba (1962), en la ciudad de Salta y alrededores.
Esta película trajo a la monacal y atávica
ciudad, el glamour de Hollywood y la presencia de actores célebres como Yul
Brynner, Tony Curtis, Janet Leigh y la joven Christine Kaufmann, junto al director Lee
Thompson y al productor Harold Hecht, quien invirtió varios millones de dólares
en la realización del descomunal largometraje basado en la novela Tarás Bulba (1835) de Nikolái Gógol. El
escenario serrano y agreste de Lomas de Medeiros, San Lorenzo y Castellanos,
por su semejanza con el paisaje ucraniano donde se desarrollan los
acontecimientos del texto de Gógol, fue el elegido para la filmación.
El lujoso Hotel Salta, de estilo neo-colonial
y en el centro de la ciudad, fue “copado”, dice el narrador, por gente de Hollywood. Además de las
estrellas, transitaban por allí actores
y actrices de reparto, periodistas
argentinos y extranjeros, técnicos, escenógrafos, bailarinas, modelos y play-boys.
En ese escenario se inicia y desarrolla la trama de la novela, donde se
entrecruzan una historia de amor poco convencional y lo policial, ya que se
planea un asalto al tren que lleva la recaudación de los ferrocarriles. De modo
cinematográfico, la banda en la que se encuentran los protagonistas, llevará
adelante el robo, lo que costará la vida de un trabajador y de uno de los
delincuentes. Lo humano irrumpe, el amor fraterno, el odio, el sinsentido de la
existencia y, finalmente, lo ético: Elena abandona a su amante Martín Caramés,
que la había arrastrado hasta ese lugar. El delito, el crimen, las armas y el
alcohol, unidos al amor y a la pasión erótica, son los componentes de esta
historia, en la que el viaje, la acción fuera de la ley y el deseo sexual
constituyen un entramado que evoca novelas como El gran Gatsby (1925) de F.Scott Fitzgerald o al Cartero llama siempre dos veces (1934),
De James M. Cain.
Movidos por dos amos, el dinero y la pasión,
como en las novelas de Roberto Arlt, los personajes de Los aventureros del Hotel Salta, provienen de la pequeña burguesía
y sufren las limitaciones ideológicas de su clase, sus tabúes y sus prejuicios
pero también son capaces de delinquir con tal de lograr sus propósitos.
Un
hombre mediocre: Roberto Barcia.
Como en Locuras
en las montañas, la historia de Los
aventureros del hotel Salta se narra desde una primera persona, un narrador
protagonista que cuenta a través de su mirada burguesa los avatares sentimentales
y económicos propios y de su amada, la joven y seductora Elena Rodríguez.
Roberto Barcia es empleado de comercio, vendedor de máquinas de coser (“las
malditas máquinas”, dice), un cuarentón que se enamora perdidamente de Elena, una jovencita de
dieciocho años. Elena, Roberto y Martín Caramés, forman un triángulo, en el que
Martín será el elegido por un tiempo, ya que es el típico seductor sin
escrúpulos. Barcia, como buen obsesivo, desea “salvar” a Elena.
Roberto es un hombre mediocre, con la miopía y
los prejuicios propios de la clase media.
Roberto Barcia irá en pos de la pasión que
siente por Elena y se verá envuelto en la aventura y el delito.
Elena es una chica liberada, ella también es empleada de comercio. Es moderna y
disconforme, una especie de Lolita que
vive en un barrio también de clase media, el Barrio Ferroviario, junto a su
madre. Elena puede hacer bien una caja al fin de la jornada, dice el narrador, pero es mejor
para vender, para convencer a los clientes por su simpatía.
Clase media-angustia-sexo- ideología burguesa,
se combinan para finalizar en un desenlace adecuado con un ámbito donde
predominan la chatura y los lugares comunes, ámbito del cual los personajes
pretenden huir a costa de cualquier precio, inclusive el delito y la traición, como en la narrativa de Roberto
Arlt.
El espacio
en esta novela es la ciudad con sus calles y avenidas, vidrieras y
automóviles, un espacio urbano que se aleja de la ciudad tradicional de
callejuelas, faroles e iglesias de la narrativa regionalista. Las aristócratas
matronas, las salas con espejos, las criadas y los criados de la novela
finisecular y costumbrista, desaparecen en este nuevo universo narrativo que
propone Saavedra. Ni criollos, ni indios, ni gauchos, sino desorientados
inmigrantes europeos o hijos de inmigrantes, condicionados por su clase,
exiliados muchas veces del sentido común, capaces de enloquecer, odiar y amar, los personajes de este notable
escritor configuran una coordenada social inusitada en la épica y poética
producción local y, por cierto, la trasciende ampliamente.
*Este trabajo surgió a partir de
una de las conferencias del curso de Post-grado dictado por la autora en la
Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana en abril de 2017.
--------------
Citas y obras del
autor referenciadas.
Saavedra, Néstor, Variedad, Buenos Aires, Editorial Tor,
1938.
---------------------,
Locura en las montañas, Salta, El
Estudiante, 1948.
---------------------,
El silencio de los guerrilleros,
Salta, Arizaro, 1969.
…………………, Los aventureros del Hotel Salta, Salta,
Edición del Autor, 1988.
…………………., En otro tiempo en Tartagal, Salta, Fundación
Canal 11, 1998.
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Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.
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1993.
-----------------, Apostillas a “El nombre de la rosa”,
Barcelona, Lumen, 1984.
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“Sobre una particular elección de objeto
en el hombre” y “Sobre una degradación general de la vida erótica”, en Obras Completas, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1973.
Genette, Gérard, Palimpsestos, Madrid, Taurus, 1989.
--------------------,
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nro. 14. Buenos Aires, Anáfora, 1995.
Marramao, Giacomo, Contra el poder. Filosofía y escritura,
Buenos Aires, F.C.E., 2013.
Masotta, Oscar, Sexo y traición en Roberto Arlt, Buenos
Aires, CEAL, 1981.
Massara, Liliana
(compiladora), Narrar la Argentina.
Centenario, Región e Identidad, San Miguel de Tucumán, IILAC, UNT, Humanitas,
2016..
Salomone, Luis Darío,
“Francis Scott Fitzgerald: los nombres del fracaso”, en Revista Freudiana, nro
75, Barcelona, 2015.
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Salta, Universidad Nacional de Salta,
1986 (Edición Facsímil).
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