viernes, 11 de enero de 2019

EL CASO NESTOR SAAVEDRA


HEGEMONIAS Y OLVIDOS EN LA LITERATURA ARGENTINA.
EL CASO NESTOR SAAVEDRA*
                                                                               Por Liliana Bellone



En el canon literario del noroeste argentino, la narrativa aparece marcada por las características que dieron identidad a la novela histórica, al realismo mágico con toques carnavalescos o paródicos y a la novela de compromiso social. Por esta razón, la novelística de Néstor Saavedra (1915-2005) surge como una excepción en el sistema literario de la región y el país y en sus mecanismos legitimadores.
Su primera novela, Locura en las montañas, fue publicada en 1948, el mismo año en que se editan  Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal y El túnel de Ernesto Sábato. Sin duda estos dos libros expresan el idealismo y el existencialismo rioplatense, respectivamente,  y conforman, junto a la producción del policial y el fantástico (Borges, Bioy Casares), la ensayística de Ezequiel Martínez Estrada,  Scalabrini Ortiz, Canal Feijóo y Eduardo Mallea (este último entre la reflexión y su imponente obra narrativa), el mapa representativo y excluyente de la escritura en la Argentina. En este escenario, en sus márgenes,  surge la novela de Saavedra. Locura en las montañas es un texto extraño, incómodo, fuera del canon y el gusto argentino de la época y fuera de la tradición literaria del noroeste, definida por las voces poéticas de denuncia social, panteísmo y a veces suave tono elegíaco del grupo  La Carpa (Galán, Castilla, Aráoz Anzoátegui, Ardiles Gray, Sara San Martín, Nicandro Pereyra, María Adela Agudo y otros),  y una narrativa pintoresquista y  regionalista. Novela des-centrada doblemente, en su región y en la Argentina y Latinoamérica, donde todavía regía el predominio de la novela de la tierra y el costumbrismo; novela excéntrica, Locura en las montañas, anuncia la novela urbana y de orientación psicoanalítica de las décadas posteriores ya que su narrativa se apropia de las nuevas técnicas escriturales como el  monólogo interior y muestra de modo directo y objetivo la realidad en los ámbitos sociales y privados.

Locura en las montañas (1948) o Los aventureros del Hotel Salta (1988), se articulan con otros sistemas literarios situados fuera del espacio estrictamente latinoamericano y argentino,  el llamado neorrealismo norteamericano o “generación perdida” (Faulkner, Hemingway, Dos Passos y Fitzgerald), en donde las pasiones se mezclan con la violencia  en medio de atmósferas densas y descarnadas que hablan de la condición humana sin concesiones y sin eufemismos. La caída representada en  la ruina, la quiebra, la bancarrota, el hundimiento, el desmoronamiento moral y físico, unidos al alcoholismo y a la locura, en suma “la lógica del fracaso” y “el programa del goce” como señala Luis Darío Salomone, citando a Alan Pauls, son las realidades que muestra la “generación perdida”, realidades que también configuran a los personajes de Néstor Saavedra.
Lector incansable de la literatura norteamericana del siglo XX, Néstor Saavedra es sin duda un escritor prolífico, pues es autor de onces novelas, poesías, relatos y cuentos que van desde un primer libro de poemas, Variedad, publicado por Editorial Tor de Buenos Aires en 1938  hasta En otro tiempo en Tartagal, de 1998.  El viaje, la aventura, la pacataría burguesa, la clase media y sus intereses, la modernidad instalada en el ámbito rural y provinciano, la “realidad” en su cara más cotidiana, a veces vulgar y hasta brutal, el amor despojado de idealismos y las mezquindades en una galería que deja a un lado las fisonomías estáticas de los héroes para mostrar los gestos reales de los seres humanos, delinean  los textos de este notable creador. ¿Por qué un escritor como Néstor Saavedra no recibió la suficiente atención de los críticos?  Ocurre que  Néstor Saavedra se sitúa fuera de los discursos e intereses hegemónicos, no reivindica el goce de la lucha amo-esclavo, ni se prosterna ante una naturaleza arrolladora. Constructor de una verdadera saga novelística, donde Los aventureros del Hotel Salta, Tartagal village o Locura en la montañas, muestran una expresión concisa y directa, más cercana a Hemingway que a  Dávalos, Saavedra no se plantea como el juglar o el  trovador que canta y celebra, tampoco como  narrador de historias regionales, sino como una voz que cuenta historias particulares, amores imposibles y malditos, pasiones enfermas, descabellados proyectos, con personajes que nos recuerdan a los de Roberto Arlt, que se atreven al delito y a burlar la ley,  modernos, urgidos por la ambición, el dinero y las necesidades de la época.

Los textos de esta especie de “rara avis” de la región, remiten a un entorno histórico, ideológico y social que muestra los cambios y tensiones de una Argentina inmersa en  políticas que la llevarían a un paulatino desarrollo y, paradójicamente, a la de pendencia.  Los personajes de todas las novelas de Saavedra están en relación con los campamentos  de Vialidad de la Nación,  empresa estatal creada en 1932 por el presidente Justo para lograr el desarrollo del transporte automotriz, los campamentos de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), la otro gran empresa estatal creada en 1922 por Yrigoyen para explotar y comerciar el oro negro, cuya actividad se ve amenazada por la presencia de la West India Oil Co. (ESSO), cuyas siglas contempla, como en un vaticinio, el narrador- protagonista de Locura en las montañas cuando es trasladado al hospital psiquiátrico.

Los trabajadores viales o de YPF, de las compañías y empresas norteamericanas que llegan al país, o las agobiadas víctimas de la Guerra del Chaco (1932-1935), entre Bolivia y Paraguay y que  fuera presenciada por el mismo Néstor Saavedra, hablan de un contexto histórico preciso y real, alejado de la fábula folklórica, del relato costumbrista y la celebración de la naturaleza y el hombre americano en armonía misteriosa y mítica con su tierra. Los personajes de Saavedra son tan reales como el marco histórico que los condiciona.

La historia desplaza al mito y a la  leyenda, por ejemplo, en la novela El silencio de los guerrilleros, de 1969, donde el narrador protagonista cuenta las vicisitudes y el arrojo de la guerrilla que comandara el Che Guevara en Bolivia, su asesinato en La Higuera y la dispersión de los guerrilleros por los países limítrofes, desde una perspectiva fiel a lo documental e histórico. La figura del Che aparece con los atributos del héroe, valiente, generoso y por momentos lejano, ensimismado en sus propios pensamientos y convicciones.   Escrita en unos pocos meses, inmediatamente después de la muerte del Che (1967), esta novela es sin duda uno de los primero textos (Sábato transcribió un discurso que brindara en la Universidad de París en 1967, con el título de “Homenaje a Ernesto Guevara”) que se hayan escrito sobre la acción en  Bolivia del mítico Comandante, figura emblemática de las luchas por la emancipación de los pueblos en todo el mundo.  

Huérfanas de una recepción adecuada en su época, las novelas de este autor encuentran en la actualidad, la posibilidad de lectores más afines, con otras competencias y saberes para interpretarlas.  El predominio de un narrador-personaje en primera persona en la mayoría de estas ficciones, conduce al lector poco avezado a la confusión con el autor. Si bien es cierto, como señala Sábato, que los personajes surgen del alma del escritor y que representan a sus propio fantasmas, o, como, en el caso de Borges, muestran la ambigüedad de un narrador-personaje que es y no es Borges, hay una distancia entre narrador y autor en ese acto de habla que es un texto novelesco. De este modo, se tendió a equiparar la ideología, valoraciones y características de los personajes de Locura en las montañas, Los aventureros del Hotel Salta o El silencio de los guerrilleros con el autor.

Por estas razones, desde todos los abordajes posibles, la escritura de Néstor Saavedra, se presenta como un “caso”, con la carga semántica de individualidad y particularidad que esta denominación implica.

Es necesario aclarar  que su  posición literaria y su condición de “precursor” de una nueva narrativa,  no alteró la relación del escritor con sus pares ya que mantuvo notable amistad con los poetas y artistas de varias generaciones como Manuel J. Castilla, Julio Díaz Villalba, Raúl Aráoz Anzoátegui,  José Ríos, César Fermín Perdiguero, Jorge Hugo Román, Gustavo Leguizamón, José Juan Botelli,  Julio Espinosa, Carlos Hugo Aparicio, José Fernández Molina, Jorge Díaz Bavio, Luis Andolfi, Nelson Muloni, Benjamín Toro,  Raúl Rojas,  Edmundo del Cerro, Víctor Fernández Esteban  y muchos más.


Locura en las montañas. Producción, texto y recepción. 

Publicado en 1948 por Ediciones El Estudiante, Colección Rama al Norte que dirigía el poeta Manuel J. Castilla, este libro de Saavedra, asume, desde su aparición, su condición periférica, ya que se difundirá gracias al accionar de una editorial del interior del país, en una provincia norteña, y no en las importantes editoriales de Buenos Aires. Recordemos que ese mismo año,  Sudamericana publica Adán Buenosayares de Marechal  y Sur edita El Túnel de Ernesto Sábato.

Desde un realismo liso y llano, directo, la voz de un narrador-personaje, describe y cuenta la vida en los campamentos de la Dirección Nacional de Vialidad (Vialidad Nacional), empresa estatal que desde la década del 30 era la encargada de la construcción y cuidado de los caminos en toda la extensión del territorio argentino. En este punto, podemos encontrar  ya la novedad. Los personajes de la novela no son los célebres gauchos de la novela de la tierra y el costumbrismo o el indio de la narrativa indigenista, sino técnicos, ingenieros y peones que provienen de las ciudades y que trasladan al medio rural del “campamento” su modo de vida urbano. Son hombres modernos, configurados por los deseos y valores de la sociedad burguesa, un universal que atraviesa las fronteras regionales y nacionales.

En su mayoría, los trabajadores y técnicos del “campamento de vialidad”, descienden de inmigrantes: Caballier, Caferri, Don Pietro, Giuseppe. Sus conversaciones giran en torno de las noticias que llegan a través de la radio: la guerra civil española, Mussolini, Guernica. El mundo está en sus horizontes pues el universo narrativo de Saavedra se aleja sustancialmente de los gauchos arrieros de Dávalos y los indios de Gauffin, de la denuncia de Alcides Arguedas,  de Oscar Cerruto o Jorge Icaza. Los personajes de Locura en las montañas, son hombres y mujeres de la ciudad y actúan en consonancia con las costumbres urbanas: fuman, beben whisky, vermut, viajan en automóvil, bailan tango o fox trot,  suelen asistir durante sus licencias al cine y son asiduos concurrentes de cafés y salones de baile.

La historia narrada se referencia explícitamente en los años 1936 y 1937, años marcados por la gran crisis mundial que desembocará en las sangrientas contiendas que enlutaron  primero a España y luego a toda Europa. En la Argentina, los gobiernos conservadores de las elites agroganaderas que habían arrebatado el poder al radicalismo, intentaban organizar el funcionamiento y la marcha del estado de acuerdo con las exigencias de la modernidad, como la creación de la Dirección Nacional de Vialidad, por ejemplo. La construcción de rutas se hacía necesaria para intensificar el transporte, hasta entonces monopolizado por el ferrocarril.

Texto con escasos regionalismos léxicos y sintácticos, en el enunciado de Locura en las montañas, pueden advertirse índices espaciales, temporales, de atmósfera y lingüísticos que connotan una época: YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, creados durante el gobierno de Yrigoyen) Noches Chinescas de Cechel, automóviles Chevrolet, vermutes Cinzano, Gancia, etc. El típico “voseo” argentino se alterna con el “tú”, tal vez por cierta inestabilidad lingüística de la clase media que todavía utilizaba el “tú” en circunstancias formales o por el uso de los inmigrantes europeos que mantenían la forma castiza: La orquesta inició su actuación de esa noche, con un tango. Pedimos gancia y gordon y mientras esperábamos miramos la gente distribuida en el salón y saludamos a algunos conocidos. (79).   

Si la edición del libro indica claramente su situación periférica, es necesario preguntarse, si las condiciones de producción también lo son. Entonces, debemos imaginarnos la región del  noroeste en los años 1930 y 1940, su conformación social y étnica, sus intereses, su economía y su cultura. La escuela nacional y pública había logrado su cometido en toda la Argentina, su sentido laico e igualitario había triunfado como así también su sentido ético, higiénico y enciclopedista. Se ignoraban las culturas originarias, por lo que, en la década del 40, surgirá como contrapartida, un importante movimiento que indagará en las raíces y que producirá poesía y música de proyección folkórica. El estudio del  francés primero y luego del inglés en la enseñanza media, reforzaron los vínculos creados con Europa y los Estados Unidos desde los intereses de las clases dirigentes.  En ese marco se escribe Locura en las montañas.
Habría que considerar en la génesis de la novela, la formación y la enciclopedia personal de Néstor Saavedra de la cual no estaban ausentes la literatura inglesa y norteamericana, la historia, la filosofía y el cine, en  especial el cine de Hollywood.

Ciudad, aislamiento y erotismo.

El campamento de Vialidad Nacional donde transcurre parte de la acción, está situado en la precordillera de Salta y Jujuy, un lugar con inviernos rigurosos, temperaturas que descienden a varios grados bajo cero, nieve y escarcha. La vida ciudadana se transporta al campamento, allí están las secciones de proveedurías, herramientas, maquinarias, comedores, dormitorios, administración, etc.
De este modo, la vida al aire libre se atempera por la presencia de la tecnología y la protección del campamento. En él, las prácticas sociales van desde la conversación al juego de cartas y también al amor. Las mujeres, la matrona de la casa y los almacenes, las jóvenes que la asisten en la limpieza y en la atención del comedor, son parte del juego amoroso y erótico que surge desde la mirada y acciones de esos hombres solos en medio de los cerros.
Argentina, “la patrona”, especie de tierna madre y agresiva amante, responde a los requerimientos de los técnicos y obreros que habitan el campamento. Su nombre es sin duda muy simbólico. En ese medio rústico, las relaciones íntimas  se cumplen en una clandestinidad aceptada, no exenta de crudeza y brutalidad.
La ciudad es el lugar de los fines de semana o de las licencias prologadas. Pero qué lejos está la ciudad que muestra Locura en las montañas de la ciudad colonial y atávica de la novela regional y costumbrista. La ciudad en esta novela de Saavedra y en otras, como Los aventureros del Hotel Salta, es la ciudad burguesa de la modernidad, con su mapa de cafés, cines y calles comerciales. No hay campanarios, ni iglesias, salvo como pincelada irónica en la descripción de algún amanecer, cuando las “beatas” salen de oír misa y en la ciudad algunos trasnochadores caminan por  sus calles, capaces todavía,  a esa  hora, de dirigirse a los burdeles situados al del sur de la ciudad. Decimos “sur” y pensamos inmediatamente en la connotación de este punto geográfico en el imaginario argentino. Recordemos el valor negativo del “sur” en Borges y en Marechal, por ejemplo. Lugar de arrabales y prostíbulos, de bailongos, y duelos, el “sur”, parece ser la cifra de la barbarie en la literatura argentina, ya sea en la cartografía ciudadana o rural, pues el “sur” era la tierra indómita del indio y el desierto.

En la ciudad moderna que describe Saavedra, hay un itinerario de cafés y bares: el “Nipón”, la “Ritz”, el “Globo”, la “City”, la “Roma”, con sus nombres extranjeros y prestigiosos, lugares que remiten a un espacio que trasciende lo local y es funcional a los hábitos y formas de vida de la burguesía.

También el ámbito rural de Locura en las Montañas, más que el espacio geográfico de la novela tradicional romántica o realista, es un espacio cosmopolita, ya que se trasladan al campamento los intereses sociales de la clase media y la ciudad.  La ciudad representa a cualquier ciudad moderna y el ámbito rural a cualquier lugar geográfico de América, pues no hay marcas costumbristas, folklóricas o lingüísticas. Las montañas de esta novela no son solamente del noroeste argentino, una mera referencia circunstancial, las montañas que describe Saavedra en esta novela pueden ser de la Argentina o de cualquier lugar de América, desde los Estados Unidos a Tierra del Fuego. Semánticamente, las montañas en el mismo título, se cargan de una significación universal.

La vida en el campamento de Vialidad recuerda sin duda el contexto de algunas novelas y films norteamericanos, donde la dureza del entorno se conjuga con la prácticas sociales de los habitantes circunstanciales de esas factorías sustitutas de las ciudades modernas, en sus casas rodantes y bajo sus carpas, en medios de desiertos o  colinas, lugares de aislamiento pero a la vez de tensión social, de relación conflictiva con el “otro”.

El “otro” se torna fraterno y a la vez rival, la relación amor-odio entre quienes habitan el “campamento” se trasunta en actos de compañerismo y altruismo pero a veces en agrias disputas y peleas. Acá podemos recordar la película Secreto en las montañas, donde el erotismo, la soledad y el sexo configuran los elementos motivadores de una relación homosexual.

Sin embargo “el orden” del campamento se mantiene. La irrupción de la violencia o de la denuncia, se desalojan de ese lugar. La crítica, la angustia y, como en esta caso, la locura se expulsan.  Nada debe quebrar las normas del campamento, el pacto social de esos hombres –y mujeres- exiliados en la montaña o en la selva, un exilio momentáneo, pero que se vive como si fuera definitivo.

Una particular elección de objeto y la degradación de la vida erótica.

La acción de Locura en las montañas comienza cuando Ruy, el narrador-protagonista, viaja hacia el campamento de Vialidad Nacional.  Una pretendida objetividad y visos de realidad se marcan a través del índice temporal: Primavera de 1936.

Viajábamos en un viejo Chevrolet destartalado cuyo propietario iba al lado mío ante el volante y se llamaba Caferri. (9)

Comienzo directo y conciso, que anuncia una narración  de contundente realismo, sin retórica ni ornamentos.
Ruy alternará con los demás empleados del campamento y con las mujeres que viven en él.  Durante sus licencias y fines de semana viajará a la ciudad de Salta. En uno de esos viajes, mantendrá  un encuentro con una prostituta. Ruy describe el prostíbulo, el sillón con las prendas de vestir, el deshabillé de seda y  la ropa interior.

En alguna parte yo recordaba haber visto esa figura en posición de descanso con la mano izquierda apoyada en la cintura y en la otra un cigarrillo que llevaba a los labios con gesto displicente. Era la actitud clásica de las mujeres de ese tipo que aparecían en las películas.
-Deja el dinero sobre el aparador-dijo ella.
La miré  pensando si valía la pena soportar todo eso y estar allí.
-Cobro por adelantado, ¿sabes?. No te importa, ¿verdad?
-No-dije
(…) Su voz era ronca y acariciadora (…) “Espera que yo inicie la farsa”, pensé. (…)
-¿Fumas?-me preguntó.
-Más tarde, gracias-contesté.
-¿Sabes una cosa? Pareces un buen tipo.
Yo no dije nada. Sentí la suave piel de su pierna contra la mía.
-Pero hay algo raro en ti. Desde que entraste me di cuenta.
-Soy Pimpinela Escarlata-dije molesto.
-¿Qué es lo que te atormenta?-preguntó ella sin hacerme caso.
Me dejó sorprendido y no supe qué contestar.
-Sólo quieres estar conmigo y no hacerme nada.
-Entonces, ¿pagarías por nada?-dije en tono festivo.-No sé- dijo ella mirándome a través de las argollas de humo de su cigarrillo.
-Quizás tienes miedo de estar solo. Hasta ahora ni me tocaste siquiera. ¿Acaso des precias a las de mi clase?
-¡Oh!, hay tiempo , criatura-le contesté. Ello equivalía a decir: “déjame en paz”. (…)
                                                                                   (85-86-87)

La situación planteada a través este escueto pero rico diálogo muestra una conducta que sin duda obedece a  lo que Freud analiza en dos artículos fundamentales en el análisis de las lógicas amorosas: “Sobre una particular elección de objeto en el hombre” (1910) y “Sobre una degradación general de la vida erótica” (1912).
En ambos textos, Freud sostiene la idea de que los hombres en general no hacen coincidir el objeto del placer con el objeto amado y esto lleva a una dualidad en la elección del objeto amoroso. El amor tiene que ver con la figura materna, de modo tal que los hombres evitan gozar con la mujer amada y virtuosa que le evoca a su propia madre y por lo tanto al incesto y buscan para el goce sexual a una mujer opuesta a esa figura, buscan a una mujer degradada. Por esto aquello de que se desea donde no se ama y se ama donde no se desea.
Ante la evocación de la figura de la madre, los hombres sienten peligrar su goce sexual y sienten culpa, por lo que tratan de degradar a la mujer para gozar sin culpa alguna. Esto explicaría por qué cierto tipo de hombres experimentan más placer con las mujeres de sospechosa moral que con una mujer virtuosa, modelo de madre y esposa. La degradación de la mujer surge como un intento de huir de la figura del incesto. Los insultos, el desprecio y hasta los golpes van en esa dirección.
Ruy es impotente porque las mujeres, aún las mujeres liberadas sexualmente,  le presentifican “algo”  del incesto.

Sin embargo, Locura en las montañas no es una novela psicológica porque no propone ningún análisis psicológico que solamente puede estar del lado de la recepción o sea del lector. Locura en las montañas es una novela realista, al modo del neorrealismo norteamericano, que muestra sin ningún tipo de retaceo, lisa y llanamente,  las conductas.

El amor descarnado y conflictivo de Ruy por Lidia Hernández, un amor cuya base es el deseo sexual, evoca inmediatamente el amor tempestuoso y sin salida de los protagonistas de La palmeras salvajes de Faulkner.

Sumidos en la soledad del campamento, en medio de la rudeza de ese ambiente de galpones y dormitorios improvisados y ajenos, Ruy intenta poseer a Lidia Hernández pero su intento fracasará una y otra vez. En un pasaje de gran realismo, Lidia le reprocha su impotencia:

(…) –Dime, ¿es que ya no puedes? ¿Eres de esos que obtiene lo suyo sin importarle de una?
-No sé qué me pasa hoy.
-¿Oh, eres de los que no sirven para nada! Un poquito más, querido-gimió ella. ¿Quieres?
Sentí un nudo en la garganta que no podía parar.- No puedo-dije rotundamente, deseando que la tierra me tragara.
- Oh, un poco más Ruy-volvió a gemir desesperada. ¿Eres tan inútil que no puedes darme ese gusto?
-¡Cállate! ¡Cállate!
-¡Qué poco hombre eres!  (159)                      

                                            
Los celos, la degradación, los insultos y el castigo corporal, provocarán finalmente la unión. Lidia, degradada por los insultos y los golpes, en la dialéctica del deseo y el goce, se convierte en la amante apasionada que tanto anhelaba Ruy. Desde la cúspide del goce, la relación será luego como en Las palmeras salvajes,  una cadena de desencuentros, sin salida y sin futuro. Es el invierno de 1937.

  -¿Todavía tienes el coraje de burlarte de mi?-grité-Contéstame: ¿Cuántas veces te acostaste con el otro? (…)

(…) Le crucé la cara de una bofetada. Siguió mirándome en la misma forma desafiante.
-¡Maldigo el día en que te conocí! -le grité- (…)


(…) Fue el intenso duelo visual de dos enemigos que se estudiaban para destruirse. Luego su mirada se quebró y la mía también. Comenzó a sollozar y yo le permití que ocultara su rostro en mi hombro. Todo el odio acumulado se trocó instantáneamente en ternura. Su cuerpo agitado por el llanto temblaba en mis brazos. Sentí que sus lágrimas me mojaban el pecho. Levantó su rostro empapado por las lágrimas y no pude resistir más y comencé a besarlo. Un minuto antes lo castigaba y ahora lo besaba. ¡Cómo me despreciaba a mí mismo! (…) (178-179-180)

El duelo del amor en su faz imaginaria amor-odio se concreta por fin en el acto sexual, pero no hay salida, todo es un engaño, no hay posibilidad de armonía y relación cierta y permanente:

(…) Cuando volvimos a la proveeduría, sentí de nuevo la desesperación de que todo era apócrifo, de que no podría ser duradero jamás, y de que todo estaba muerto, muerto desde hacía mucho tiempo ya que nunca más los dos volveríamos a ser lo que fuimos antes (…) (181)


La feminidad. El miedo a la maternidad. El deseo femenino.

Como  en Las palmeras salvajes (1929) de Faulkner o en Lolita (1955) de Nabokov, las mujeres de las novelas de Saavedra temen o rechazan la maternidad. En ellas predomina la mujer-amante sobre el modelo de la madre.  En Locura en las montañas (1948), Los aventureros del hotel Salta (1988) o En otro tiempo en Tartagal (1998), la maternidad y la función materna se tornan traumáticas para los personajes femeninos. El tema del aborto como en Las palmeras salvajes o la muerte al dar a luz, configuran una nota donde la feminidad intenta desprenderse de la concepción, el parto  y la crianza de los hijos. Nace una nueva mujer que se rebela contra el rol impuesto por la naturaleza biológica. Modernas, seductoras y un poco juguetes en los  brazos de los hombres, fetiches de lujo o simples objetos de placer, niñas coquetas y a menudo frívolas, como las “delicadas muñecas” de Hollywood, las protagonistas de las novelas de Saavedra, recuerdan a la bella y evanescente Daisy de El gran Gatsby (1925) de Fitgerald.  Lidia Hernández teme la maternidad porque ésta le ha causado dolor con la pérdida de un hijo pequeño y se niega a mantener relaciones sexuales por este motivo.
La maternidad es vivida como un instante de miedo y peligro, pues en ella está en juego el cuerpo de la mujer. Así ocurre en la novela En otro tiempo en Tartagal, donde Matilde morirá antes de dar a luz, pues su cuerpo cobijaba ya a un hijo muerto. La maternidad se vive de forma traumática desde el cuerpo y en el cuerpo del otro, por eso, desde una nueva subjetividad que se asoma, los personajes femenino de Saavedra no se identifican como madres, sí como amantes y mujeres de dudosa reputación y conducta, elementos necesarios, según Freud, para el goce masculino, pues se pone entre paréntesis a la mujer virtuosa que evoca a la madre y provoca la inhibición en el hombre.
Si Ruy experimenta la impotencia sexual es a causa de su idealización de las mujeres,  por eso debe humillarlas, lo que se concreta en los golpes y los insultos contra Lidia, quien paradójicamente, siente placer en ello (sadomasoquismo) y  cae rendida a sus pies. 

La seducción femenina se describe a partir de la particular atención por el vestuario, el atuendo o “la cáscara”, el “envoltorio”, como consigna Roland Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso (1977): las prendas de vestir de las mujeres, sus perfumes y adornos, motivan el deseo del otro masculino, el enamorado, el pretendiente o el admirador.

Las mujeres son las protagonistas de las novelas de Saavedra, mujeres reales, de carne y hueso, apasionadas y seductoras. Alejadas de la mujer idealizada, de la “donna angelicata”, estas mujeres hablan desde su feminidad y su cuerpo en diálogo con el “otro”, el hombre, siempre titubeante ante ellas, indefenso y, a menudo, cruel. Una pregunta sobrevuela las novelas de este autor, como dice Freud: ¿Qué desea una mujer?  




Cómo alguien puede volverse loco.

Desolación, los cerros, el frío, los compañeros del campamento que van y vienen a la ciudad, las mujeres y Lidia, esa obsesión. Ruy escucha una voz, luego otra y otra, ve a sus perseguidores, los denuncia. Entonces es necesario restaurar el orden en el campamento. No hay lugar  allí para la melancolía o el delirio.  Es necesario extirpar lo que ha irrumpido en el devenir monótono de esos hombres y mujeres. Es necesario el encierro como el modo más normal de volver a la cotidiana tarea, a la costumbre, al trabajo y al amor rutinario, a veces   paradójicamente clandestino pero permitido en su misma clandestinidad, pues restaura y protege las costumbres de la sociedad burguesa.

Ruy es un solitario, un obsesivo que rumia sus ideas y que se enreda en sus razonamientos. No es casual su lectura de Intenciones de Oscar Wilde, un libro que se caracteriza por la ironía contra la complacencia y los lugares comunes.

La locura se narra desde el protagonista, sin atisbos de dramatismo. Ruy cuenta lo que le pasa, su extrañamiento, sus alucinaciones acústicas (voces que lo llaman) y sus interpretaciones paranoicas. Como en el célebre texto de Freud: El caso Schereber (1910), Ruy cuenta sin saber, cómo está enloqueciendo.  De este modo, podríamos decir que la locura en esta novela se narra desde adentro, desde la voz del  protagonista desquiciado psíquicamente. Hay otros ejemplos en la literatura que cuentan el proceso de la psicosis, como  Diario de un loco (1835) de Gógol.
Locura en las montañas es la historia de una cadena de situaciones de la vida cotidiana, el trabajo, el amor, los celos, el sexo y la chatura que forman parte de un itinerario hacia la alienación. Ruy es un paranoico y desde ese lugar atacará y será agredido, desde ese lugar verá a los otros  como a  enemigos que lo encierran y lo alejan del campamento. Allí está el Hospital Psiquiátrico, con sus árboles y sus muros, el lugar donde pasará el resto de sus días, un lugar, para él, como cualquier otro.
Locura en las montañas no es un estudio psicoanalítico o psiquiátrico, es la historia de alguien que narra lo que le acontece sin nombrar el pasado, sin recordar su vida anterior y sus experiencias, sin evocar la infancia y la novela familiar, sin introspección, todo dicho como en un eterno presente, en la forclusión psicótica.


Los aventureros del hotel Salta y el cine.

El contexto de época de la novela Los aventureros del Hotel Salta de Néstor Saaveadra, publicada por su autor con el apoyo de algunas fundaciones en 1988, se sitúa durante los meses del rodaje del famoso film Tarás Bulba (1962), en la ciudad de Salta y alrededores.
Esta película trajo a la monacal y atávica ciudad, el glamour de Hollywood y la presencia de actores célebres como Yul Brynner, Tony Curtis, Janet Leigh y la joven  Christine Kaufmann, junto al director Lee Thompson y al productor Harold Hecht, quien invirtió varios millones de dólares en la realización del descomunal largometraje basado en la novela Tarás Bulba (1835) de Nikolái Gógol. El escenario serrano y agreste de Lomas de Medeiros, San Lorenzo y Castellanos, por su semejanza con el paisaje ucraniano donde se desarrollan los acontecimientos del texto de Gógol, fue el elegido para la filmación.
El lujoso Hotel Salta, de estilo neo-colonial y en el centro de la ciudad, fue “copado”, dice el narrador,  por gente de Hollywood. Además de las estrellas, transitaban por  allí actores y actrices de reparto,  periodistas argentinos y extranjeros, técnicos, escenógrafos, bailarinas, modelos y play-boys. En ese escenario se inicia y desarrolla la trama de la novela, donde se entrecruzan una historia de amor poco convencional y lo policial, ya que se planea un asalto al tren que lleva la recaudación de los ferrocarriles. De modo cinematográfico, la banda en la que se encuentran los protagonistas, llevará adelante el robo, lo que costará la vida de un trabajador y de uno de los delincuentes. Lo humano irrumpe, el amor fraterno, el odio, el sinsentido de la existencia y, finalmente, lo ético: Elena abandona a su amante Martín Caramés, que la había arrastrado hasta ese lugar. El delito, el crimen, las armas y el alcohol, unidos al amor y a la pasión erótica, son los componentes de esta historia, en la que el viaje, la acción fuera de la ley y el deseo sexual constituyen un entramado que evoca novelas como El gran Gatsby (1925) de F.Scott Fitzgerald o al Cartero llama siempre dos veces (1934), De James M. Cain.
Movidos por dos amos, el dinero y la pasión, como en las novelas de Roberto Arlt, los personajes de Los aventureros del Hotel Salta, provienen de la pequeña burguesía y sufren las limitaciones ideológicas de su clase, sus tabúes y sus prejuicios pero también son capaces de delinquir con tal de lograr sus propósitos.

Un hombre mediocre: Roberto Barcia.

Como en Locuras en las montañas, la historia de Los aventureros del hotel Salta se narra desde una primera persona, un narrador protagonista que cuenta a través de su mirada burguesa los avatares sentimentales y económicos propios y de su amada, la joven y seductora Elena Rodríguez. Roberto Barcia es empleado de comercio, vendedor de máquinas de coser (“las malditas máquinas”, dice), un cuarentón que se enamora  perdidamente de Elena, una jovencita de dieciocho años. Elena, Roberto y Martín Caramés, forman un triángulo, en el que Martín será el elegido por un tiempo, ya que es el típico seductor sin escrúpulos. Barcia, como buen obsesivo, desea “salvar” a Elena.
Roberto es un hombre mediocre, con la miopía y los prejuicios propios de la clase   media.  Roberto Barcia irá en pos de la pasión que siente por  Elena y  se verá envuelto en la aventura y el delito. Elena es una chica liberada, ella también es empleada de comercio. Es moderna y disconforme, una especie de Lolita que vive en un barrio también de clase media, el Barrio Ferroviario, junto a su madre. Elena puede hacer bien una caja al fin  de la jornada, dice el narrador, pero es mejor para vender, para convencer a los clientes por su simpatía.
Clase media-angustia-sexo- ideología burguesa, se combinan para finalizar en un desenlace adecuado con un ámbito donde predominan la chatura y los lugares comunes, ámbito del cual los personajes pretenden huir a costa de cualquier precio, inclusive el delito y la  traición, como en la narrativa de Roberto Arlt.

El espacio  en esta novela es la ciudad con sus calles y avenidas, vidrieras y automóviles, un espacio urbano que se aleja de la ciudad tradicional de callejuelas, faroles e iglesias de la narrativa regionalista. Las aristócratas matronas, las salas con espejos, las criadas y los criados de la novela finisecular y costumbrista, desaparecen en este nuevo universo narrativo que propone Saavedra. Ni criollos, ni indios, ni gauchos, sino desorientados inmigrantes europeos o hijos de inmigrantes, condicionados por su clase, exiliados muchas veces del sentido común, capaces de enloquecer, odiar  y amar, los personajes de este notable escritor configuran una coordenada social inusitada en la épica y poética producción local y, por cierto, la trasciende ampliamente.  


*Este trabajo surgió a partir de una de las conferencias del curso de Post-grado dictado por la autora en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de la Habana en abril de 2017.




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Citas y obras del autor  referenciadas.
Saavedra, Néstor, Variedad, Buenos Aires, Editorial Tor, 1938.
---------------------, Locura en las montañas, Salta, El Estudiante, 1948.
---------------------, El silencio de los guerrilleros, Salta, Arizaro, 1969.
…………………, Los aventureros del Hotel Salta, Salta, Edición del Autor, 1988.
…………………., En otro tiempo en Tartagal, Salta, Fundación Canal 11, 1998.

Bibliografía
Barthes, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.
Ducrot O., Todorov, T., Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, México, Siglo XXI, 1979.
Eco, Umberto, Lector in fabula, Barcelona, Lumen, 1993.
-----------------, Apostillas a “El nombre de la rosa”, Barcelona, Lumen, 1984.
Freud, Sigmund, “Sobre  una particular elección de objeto en el hombre” y “Sobre una degradación general de la vida erótica”, en Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973.
Genette, Gérard, Palimpsestos, Madrid, Taurus, 1989.
--------------------, Proust. Palimpsesto. Revisa Descartes nro. 14. Buenos Aires, Anáfora, 1995.
Marramao, Giacomo, Contra el poder. Filosofía y escritura, Buenos Aires, F.C.E., 2013.
Masotta, Oscar, Sexo y traición en Roberto Arlt, Buenos Aires, CEAL, 1981.
Massara, Liliana (compiladora), Narrar la Argentina. Centenario, Región e Identidad, San Miguel de Tucumán, IILAC, UNT, Humanitas, 2016..
Salomone, Luis Darío, “Francis Scott Fitzgerald: los nombres del fracaso”, en Revista Freudiana, nro 75, Barcelona, 2015.
VVAA, Muestra Colectiva de Poemas. La Carpa. Salta,  Universidad Nacional de Salta, 1986 (Edición Facsímil).

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