Dra.
Graciela Maturo
“Sobre la soledad y la contemplación del poeta místico, con la
guía de María Zambrano.”
En
el principio era el delirio…dice María Zambrano, la pensadora
española que ha sostenido con mayor intensidad el tema de la Razón
Poética.
Iniciaré este reflexión
sobre la soledad poética con algunas
citas que le pertenecen:
“La palabra poética, la
palabra viva, atraviesa desiertos de desatención y aún de hundimiento en el
olvido. A ella se diría que mira Cervantes cuando hizo decir de sí mismo a la
pastora Marcela: Fuego soy escondido y
espada puesta lejos. Mas parece que no se haya seguido con gran atención
las transformaciones de la palabra poética, ese su transitar a través de la
historia como una singular forma que es algún germen, capaz por tanto de
transformarse ella misma, y al par de suscitar cambios impredecibles”. (María
Zambrano: Algunos lugares de la poesía
(p. 48)
“La poesía (así) ejerce
una función compensatoria y enderezadora del hombre en su historia, al
recordarle la vida, conducirla a su fuente, a la fuente misma en que la vida es
contemplación, himno y lamentación. Y
ser su guardián” (p 55)
“El pensamiento, cuanto
más puro, tiene su música, su número y medida, hasta su peso; una consistencia
que le da realidad, una música que le hace invulnerable. Tal vez la vencida
tradición del pitagorismo fuese la portadora de ese saber acerca del ritmo de
la música propia del pensamiento en sus formas vivientes y eficaces.”..(Existe)
“toda una tradición rechazada, mas no extinguida, que lentamente va siendo paso
a paso rescatada” (p 62)
“La poesía primera que
nos es dado a conocer es lenguaje sagrado” (.
p.65)
La experiencia mística,
propia de monjes o frailes que cultivan vías ascéticas, es también
patrimonio de muchos artistas y poetas.
Paul Claudel decía, hablando de Rimbaud, que era un místico irregular,
salvaje, es decir no sujeto a reglas Y
en efecto, la contemplación, ya sea
ejercitada de modo espontáneo y a menudo incompleto, o bien practicada
sistemáticamente, es una de las vías – acaso la más característica y básica –
de la experiencia poética, ya sea que el poeta la reconozca plenamente por su
cultura intelectual y su contacto con escuelas espirituales, o bien que la
acepte sin advertir sus verdaderos
alcances. Los grandes poetas,
dotados de una capacidad intelectual e
intuitiva por encima del común, suelen dar muestras del primer caso que acabamos de mencionar, y
no es extraño que se conviertan en estudiosos de la compleja génesis de las
artes, que abarca estos elementos, o se constituyan en improvisados antropólogos y se interesen por otras culturas.
El pronunciado viraje
de María Zambrano hacia el pensamiento poético, y su adopción, al menos parcial,
del lenguaje poético, proviene a nuestro
criterio de la introducción de la mística como experiencia de vida y como
modificación del pensar. Así lo vemos comprobado en obras suyas dedicadas a
explorar y transmitir esa experiencia, como ocurre con su libro Claros
del Bosque (Seix Barral, 1977, reed.
1986).
La iniciación
espiritual de María queda plenamente expuesta en esta obra, donde localizamos
especialmente dos temas: el itinerario del alma hacia su reintegración con el
origen, y el valor del lenguaje – en su
forma más libre y expresiva, la poesía – para ahondar y transmitir los pasos de
ese itinerario.
Se abre el libro como
una guía de la vida espiritual, un cuaderno de bitácora para el viajero, que
llega a este mundo y se desenvuelve con la ilusión de separarse, de construir
su propia identidad, hasta olvidar en tal empeño que pertenece a un todo. En tal olvido es donde el peregrino, perdido en el bosque,
puede alcanzar a percibir claros, -
lugares o momentos (pues no son en
definitiva pertenecientes al espacio ni al tiempo)- a menudo no buscados, que van abriendo un camino de pleno despliegue de su oculta
potencialidad. La pensadora andaluza, que tanto ha estudiado la originalidad de
España (nunca mejor aplicada esa palabra) en sus tradiciones y “géneros
literarios” (guías de pecadores, itinerarios, confesiones, etc) vino a
sumarse a ellos en acto poco frecuente en nuestros días.
Transcribiré algunos
párrafos iniciales del libro:
“El claro del bosque es
un centro en el que no siempre es posible entrar, desde la linde se le mira y
el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino
que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir donde vaya
marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada que no sea un
lugar intacto que parece abierto en ese solo instante y que nunca más se dará
así. No hay que buscarlo. No hay que buscar.
Es la lección inmediata de los claros del bosque, no hay que ir a
buscarlos, ni tampoco a buscar nada en ellos. Nada determinado, prefigurado,
consabido”… “Mas si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada. Ya
que parece que la nada y el vacío – o la nada o el vacío – hayan de estar
presentes o latentes de continuo en la vida humana, Y para no ser devorado por
la nada o por el Vacío haya que hacerlos en uno mismo, haya a lo menos que detenerse, quedar
en suspenso, en lo negativo del éxtasis. Suspender la pregunta constitutiva de
lo humano”… “Y el temor del éxtasis que ante la claridad viviente acomete hace
huir del claro del bosque a su visitante, que se torna así intruso.”
El claro es una especie de templo pero no hecho por el hombre sino
ofrecido a él en medio del bosque o laberinto mundano. En él el alma queda en suspenso, como si solo
fuese receptividad y negatividad de sí misma.
Es imposible no pensar en la mística negativa de Eckhardt y de Miguel de
Molinos, aunque la autora va a
mostrarnos también su proximidad con San Juan de la Cruz, e incluso con Dante, varias
veces citado, cuya obra Vita Nova se ofrece como el subterráneo
modelo de la que estamos leyendo.
El discurso filosófico
ha dado lugar a la narración poética, al servicio de vivencias inefables que
solo pueden ser comunicadas a través de metáforas. Se produce el deslizamiento de la pareja
Filosofía/Poesía hacia esta otra: Poesía/ Mística.
El claro se muestra
como espejo que tiembla. Pero María
Zambrano va desplegando un método que permite avanzar al pensamiento en la misma medida en que avanza,
de claro en claro, la experiencia.
“Todo
método salta como un Incipit vita nova
que se nos tiende con su inajenable alegría. Se oye el alleluia en el Discurso cartesiano. El resonar del voto aceptado al
descubrir la “Clarté” a la oscura
sacra Madona de Loreto.”
El método no coincide
ya con el devenir de la conciencia,
Ella, la conciencia, ha sido tocada por la luz que la vivifica. Solo serviría – nos dice MZ- un método
surgido del despertar, que se hiciera cargo de todas las zonas de la vida.
Son pasos dados por San
Agustín, por el desconocido Descartes, por Dante Alighieri. Todos han partido
de un instante privilegiado en que se revela la precariedad de la vida y la significación
del Todo. Ese instante ha marcado la
conjunción entre el centro de la vida y el centro del Ser, conjunción que se da
en el juego del amor. Tal conjunción,
por fugaz que sea, puede dar lugar a una elección, que sería cultivar un método
de vivir poético. Un método que no es
ya de la pura conciencia sino de la criatura que se sabe indigente y convocada.
El recorrer los claros del bosque se plantea tan
metódico como el recorrido por las aulas. Se revela la posibilidad de un vivir poético
cuya base se halla en la sabiduría mística.. L’ homme est un être relié, dice por su
parte Ricoeur. Se trata de un vivir asistido y visitado por el Espíritu.
Y esto no solo se da en
los grandes poetas, cumbres de la humanidad sino, en alguna medida, en todo poeta. Se presenta de modo singular, abierto,
imprevisible, toda vez que el poeta le hace lugar a través de lo que hemos
llamado su epojé (tomando el vocablo
griego de su actualización por Edmund Husserl).
También podríamos
llamarlo, en palabras del `peta
argentino Leopoldo Marechal, asumir un
ánimo de cacería, lanzarse a campo traviesa, afrontar lo abierto. Por ir de cacería gané el camino, dice en su poema “El ciervo herido”.
El 2º capítulo titulado El despertar comienza
con “La preexistencia del Amor”. Nos dice María Zambrano que el despertar puede venir del sueño como de ciertos estados
de vigilia.
Tanto Dios como Amor
parecen conceptos ya acuñados, nociones
que permanecen en la penumbra sin ascender al saber, pero es posible recobrarlas de otro modo. Despertar
es volver a nacer – por eso en muchos casos se impone el cambio de nombre. “Se nace
en el amor preexistente”. La formación del yo personal debe ser vista como una etapa
necesaria en el proceso que Jung
denomina “individuación”. Pero solo el
aflojamiento de ese yo prepotente, raciocinante, permite el nacimiento del ser
profundo que habita el fondo del alma y que a su vez busca manifestarse en el
lenguaje.
Retomando la concepción
de Jung, Paul Claudel enunció su conocida parábola de la relación entre animus y anima: cuando el tiránico animus
está ausente, anima empieza a cantar.
María menciona, por supuesto, a su maestro Miguel de Molinos, ligado a la
mística pasiva.
Existir es alejarse del
Ser, el hombre, condenado a desarrollar su individuación, tiene memoria
del amor pre-existente. Ex- sistir es estar fuera, añorar la morada en el Amor y la
Luz. Y la experiencia de la luz- nos
dice María- puede provocar temor por
deslumbramiento; en el transcurso de esta experiencia aparece la centella de
fuego, que mueve la respiración, y se
viven los efectos físicos del contacto con el Ser.
La inspiración es lo
primero del respirar. Se toma la energía cósmica que en parte es expirada y en parte alimenta “el fuego sutil que se encendió”. “La sustancia formada a partir de la primera inspiración encadena a la
criatura que nace con el respirar de la vida y con su escondido centro”. Respiramos
según nuestro propio ritmo, dentro de los ritmos que forman la esfera de los
seres vivientes. Podemos recordar la biosfera
de que hablaba Teilhard de Chardin.
Señala María que no
basta con este ingreso en la respiración, es preciso al hombre entrar en la
esfera del lenguaje, o sea la esfera espiritual. Es el despertar de la palabra, que no
pertenece totalmente al hombre.
Nuevamente pensamos en Teilhard y su concepto de la noosfera.
Y estamos ahora en el
territorio de la poesía, el ámbito en que se produce la alétheia, el desocultamiento de la verdad. El lenguaje poético, visto en esta dimensión,
adquiere el valor de acontecimiento.
No se trata ya de un
movimiento del alma sino del hacerse presente el sentido, la verdad, la realidad. Es el Ser mismo el que viene hacia el hombre,
y se expresa a través de su palabra.
Coinciden en ello Heidegger y María, aunque lo hacen con distintos
matices.
Es el encuentro con el
Ser, que se revela sin que se pueda atribuirle condicionamiento alguno, el que
descubre a la criatura su desnudez y
vulnerabilidad. Puede ocurrir que se
retraiga, e incluso vaya en contra de la verdad, perdiendo la oportunidad de
ser conducido por ella.
Surge aquí el arduo
tema de la subjetividad, que no será del todo abolida en la experiencia del
encuentro. (No nos detendremos ahora en un equívoco que vemos surgir de las
consideraciones de MZ sobre el sí-mismo.
El uso de esta expresión, a la cual Ricoeur atribuye el valor de ipseidad o dimensión óntica inmanente al hombre, se liga en la consideración de la autora al
ego que lucha por sus fueros).
A continuación, el
discurso zambraniano aborda el tema de la fuente, el Ser escondido. Los místicos de todo tiempo han asentado esta
percepción. ¿Adónde te escondiste, Amado?
dice San Juan de la Cruz, asentando esa
condición del Ser que se esconde y se muestra: alétheia significa revelación o desocultamiento. Al esconderse el
Ser es cuando permite que el hombre despliegue su propia individualidad.
“La luz – dice la
autora- es un a priori del ser humano, tanto como el espacio y como el
tiempo”. Recuperar la luz interior no es
evitar para siempre la angustia, la oscuridad en que vive el ser humano. Habrá
instantes de plenitud, accesos a la dimensión de Eternidad. Ese es el Tiempo Naciente, la Vida Nueva.
Para hablar de ese
Tiempo encendido, espiritual, poético en
esencia, es ineludible el lenguaje
metafórico. El discurso es poético pero
no por bellas imágenes intercaladas, sino por el drástico giro del pensamiento.
Se ha pasado de la razón discursiva a
una sinrazón mística, y la expresión propia de este pensamiento es el lenguaje
poético.
María, en este momento,
menciona - como podemos esperarlo- a
Emilio Prados. Ella aprendió de los poetas.
“Un tiempo que brota
sin figura ni aviso, que no mide movimiento alguno ni parece que haya venido a
eso. Y que, al no tener figura, de nada puede ser imagen. Un tiempo que no
alberga ningún suceso, ni se le nota que vaya a ser sucesivo, ni tampoco a
seguir ni a detenerse. Un tiempo solo, naciente en su pureza fragante, como un
ser que nunca se convertirá en objeto: divino.”… “un ilimitado don”… “un
aliento congénito con el nacimiento”
“Nació y creció sin saber- si estaba adentro o afuera- del dios que
nació con él, se lee en Río natural
de Emilio Prados.”
María va a hablarnos
ahora del alma, olvidada por las ciencias y hasta por la psicología. El alma, centro de la relación del hombre con
lo divino, es diferenciada de la psique que estudian los psicólogos. Mientras la
psique es descripta como una realidad estática, el alma, según Zambrano, es
dinámica, tiende a salir del cuerpo que la aloja, estimulada por la palabra y
por la música. (…)De condición alada y dada a partir, se conduce como una
paloma. Vuelve siempre hasta que un día se va, llevándose al ser donde estuvo
alojada.”
Va desplegando la
pensadora el devenir de la criatura
humana, desde el nacimiento hasta la muerte: su desarrollo independiente, su
angustia y su reencuentro con el Amor- preexistente que le devuelve la
felicidad. De allí deviene el “abrirse de la Inteligencia”, que será ahora
una inteligencia-en-el-Ser”. El Intelecto de Amor de que ha hablado Dante
Alighieri.
Comienza, no sin
sacrificio, el trabajo de esa Inteligencia de Amor. La realidad se presenta a
los sentidos como sucesión de imágenes, y también suscita esa distancia crítica
que permite dar cuenta de lo vivido, intuido y emocional. Es preciso superar la pura imagen cuyo
ejemplo es la Luna, espejo de la Luz solar, sin ser la Luz. Todo ello exige del
peregrino la adopción de un método o
camino, pautado y riguroso.
El método siempre ha
obsesionado a María Zambrano. No sabemos si lo ha tomado de su amigo Lezama
Lima, o si ambos lo bebieron en René Descartes. Los pasos de ese método
abarcarían: los ínferos, el delirio (el dios oscuro), el cumplimiento, la
identificación, la sincronización, el transcurrir del tiempo. No olvidemos que,
además de la mística, ejercitaba María una lógica implacable.
HAY
QUE DORMIRSE ARRIBA, EN LA LUZ.
Baste por el momento
esta entrada en el pensamiento de María Zambrano, que nos permite hallar la
otra columna, ya no racional ni filosófica sino mística, que sostiene su Razón poética. Nos ha
permitido comprender un poco más qué cosa es el poetizar, esa antigua y nueva manía o delirio, o extraña pasión del hombre.
Comprenderemos el lugar
de la Poesía como bastión de la Verdad, frente a los modernos nominalismos, la
posverdad y otros engendros similares de sofistas, prestidigitadores, pasantes
de feria y seudopoetas.
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