miércoles, 24 de abril de 2013

Una reseña desde el futuro a propósito de “El asesino desinteresado Bill Harrigan”


Pensemos como un lector ingenuo, que desconoce pautas y escritores literarios. Creamos que somos del siglo XXIII, en el cual la lectura y el estudio humanístico han dejado de existir. En este supuesto tiempo, solo resta suponer un antiguo lugar, que entre sus ruinas a dado a luz algo desconocido: una especie de caja verde de 15 x 2 x 21. Esta cultura no tiene demasiados antecedentes acerca de este objeto, ignora lo que es, solo logra decodificar unas palabras en su frente y comenzar a pensarlas. Estas palabras son “Historia Universal de la Infamia”.
            Tras sopesar el peso de estas palabras en viejos catálogos de noticias sobre el antiguo idioma, concluyen que este libro debía ser verídico, real. Es decir, apostaron por un de las tantas entradas posibles de Historia, por aquella que enfatizaba la verdad de los hechos narrados y no por aquella que la desconoce.  
            Su procedimiento solía ser metódico. Por lo tanto, ahora debía decodificarse las palabras internas de este objeto. Allí se dieron con dos prólogos, los cuales introducían palabras como “ejercicios narrativos” en oposición a “cuentos”, historias, falsear, tergiversar, entre tantas otras desconcertantes y opuestas palabras. Entonces, comenzaron a dudar de aquello que se encontrarían si seguían hojeando este artículo. ¿Sería de verdad una Historia Universal de la Infamia o sería una historia universal de la infamia? ¿La historia o una historia? ¿Por qué hablar de hechos infames, acaso, estos no debían ser desdeñados en toda época y lugar? ¿Acaso estos tipos de hechos no debían ser sumidos en el olvido para exaltar aquellos de los grandes valores? Estas fueron algunas de las dudas y miedo que surgió en estos lectores, duda por no entender y miedo a lo que habrían de leer.
            Pero la labor ya había empezado y, a pesar de todo, debía continuar. Así que el siguiente texto a decodificar fue “El asesino desinteresado Bill Harrigan”. Muchas más cuestiones luego de la lectura interpeló a los iniciados lectores. Desconocían como un asesino podía ser desinteresado; cómo alguien podía habitar esas tierras inhóspitas y salvajes; como toda una vida, a pesar de haber sido tan corta, podía condensarse en tan pocos garabatos; cómo aquellos subyugados por la violencia del delincuente, rápida y vengativamente se transformaron en algo tan cruel. Además de esto, dos sensaciones quedaron circulando en sus mentes: una era la del lujo de algunos pocos hombres de tornarse con algo llamado coraje, una especie de valor para aquel que redactó esto; es como si este coraje, para este tal Borges, equilibrase la infamia, como si este atributo dignificase a pesar de todo. La segunda sensación era la de estar frente a una imagen, ante la cual había que intervenir, porque este J.LB., no daba muchos rasgos apreciativos.  
Y la gran duda fue, tras decodificar este texto, que quizás había algo más que el proceso mecánico que ellos como decodificar. Porque aquí las palabras no eran tan claras y despojadas de ambigüedades. Les exigían posicionarse, leer, interpretar. Porque al indagar en otras fuentes, se dieron con que no había una solo versión de esta leyenda, sino muchas posibilidades biográficas de sus inicios, aventuras y muertes. Este escritor decidió tomar la vastedad de una vida y acotarla a pocos apartados que dieran cuenta de algunos rasgos caracterizadores de Billy: el coraje y el desinterés. Coraje para vivir furtivamente y desinterés al matar un mejicano y negarle aunque sea una marca en su revólver fulminador de tanta vidas. 
Entonces se preguntaron si era posible reducir una vida en las palabras. Así que decidieron invitar al resto de la comunidad a juntarse con este objeto todo, para leer e interpretar.
UNSa – Humanidades – Letras
Seminario Policial Argentino
José Manuel Díaz Watson

1 comentario:

Unknown dijo...

• Borges, Jorge Luis (1974) “El asesino desinteresado Bill Harrigan” en Historia universal de la infamia. Madrid: Alianza
En 1859 nace en Nueva York Bill Harrigan, un asesino que ofició como tal no sólo en las calles de su ciudad sino también en el Oeste, allá en Nuevo México.
Desde muy pequeño, Bill Harrigan se inició en la delincuencia, quizás con más urgencia por vivir la vida que por disfrutarla. Dos datos le bastan a Borges para describir su forma de vida: su formación en la pandilla los Ángeles de la Ciénaga y el asesinato de un mexicano en una taberna del Oeste. A partir de este momento, Bill Harrigan muere y nace Billy The Kid, “héroe” del Oeste. El asesinato de Dago (el mexicano) deja al descubierto el desprecio que el asesino de Borges sentía por los mexicanos, equivalente al racismo hacia los negros en Nueva York.
Jinete, tropero y ladrón de hacienda, Billy the Kid se hizo conocido al punto de llegar a ser una leyenda. Practicó desde sus 14 años el lujo del coraje y murió en manos del comisario Garret en 1880 a los veintiún años de edad.
Es esta la historia que cuenta Borges, quizás con el afán de hacer hincapié en los dos momentos más importantes de la vida de Bill Harrigan. Al contrario de Harrigan, Borges no lo hace nada desinteresadamente. La anécdota de la vida del asesino es relatada con una cuidada síntesis pero con una musicalidad poética que sólo Borges es capaz de lograr. Más adelante, el paisaje: el Oeste es puesto frente a nuestros ojos para la ambientación de lo que vendrá después.
El asesinato de un mexicano (y no cualquier mexicano sino un ladrón de renombre) se estructura narrativamente bajo el subtítulo de “Demolición de un mexicano”. Esta forma de organizar los “ejercicios narrativos” es la misma para todos los que componen el libro.
De manera cinematográfica, al final, Borges nos lleva hacia la escena de la muerte de Billy The Kid. En un relato que oscila entre el guión de cine, la prosa y la poesía, Jorge Luis Borges nos propone ser partícipe de un mundo lejano, de pistolas y coraje.

Andrea Mansilla