jueves, 18 de julio de 2024

La literatura en tiempos de la Independencia Americana

La literatura en tiempos de la Independencia Americana SADE Museo Histórico del Norte, 10 de julio de 2024 Rafael Gutiérrez Agradecimientos: La Sociedad Argentina de Escritores Filial Salta con el auspicio de la Facultad de Humanidades de la U.N.Sa., el COFFAR y del Museo Histórico del Norte agradecen su presencia en esta conferencia a propósito de una nueva celebración de la Independencia Argentina. Introducción Cada 9 de julio en la República Argentina celebramos la Declaración de la Independencia como una valiosa fecha en nuestra historia, que no deja sin confusión a las nuevas generaciones que se encuentran con dos fechas en las que se festeja el nacimiento de la Patria, y mucho peor si se enteran -porque difícilmente se enseña en las escuelas- que le proceso finalizó el 09 de diciembre de 1824 con la Batalla de Ayacucho, momento en que España decidió dar por finalizada su enfrentamiento contra la insurrección de sus posesiones americanas. Sucede que el proceso independentista en la Virreinato del Río de la Plata se inició con un levantamiento el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca que pronto fue sofocado y varios de sus participantes fueron detenidos o pasaron a la clandestinidad, mientras que en la actual República Argentina dio comienzo un año después en Buenos Aires, que depuso al gobierno virreinal para reemplazarlo por una junta provisional: dando inicio a una causa que se extendió por más de una década hasta concluir con la conformación de un nuevo Estado. En ese lapso se produjeron varios intentos de dar una clara definición a ese movimiento, hasta que el Congreso de Tucumán declaró la Independencia de las “Provincias Unidas del Río de la Plata”. Pero eso es motivo de una conferencia para los historiadores, lo que a nosotros nos interesa es la literatura que se escribió en aquellos convulsionados momentos, pues toda esa actividad política y bélica tuvo una rápida repercusión en la producción escrita de circulación pública a través de la proliferación de publicaciones periódicas y de cantos populares de transmisión oral que, en su mayoría, luego fueron reunidos en La lira argentina, constituyendo un texto fundacional de la literatura argentina, pues en ese periodo se concebía a la literatura fundamentalmente como poesía. Simultáneamente se desarrollaba una intensa producción escrita en forma de apologías de los protagonistas del movimiento, tales como memorias y autobiografías; registros personales como diarios, partes y cartas en los que los historiadores posteriores encontraron valioso material para reconstruir la época, pero muy entrado en siglo XX, los márgenes de la literatura se ampliaron para dar cabida a esta producción bajo la denominación de “literaturas del yo”. Para los historiadores de la literatura -como sucede con los historiadores de otras áreas- se encuentran con el dilema de establecer cuál es momento fundacional desde el cuál se puede comenzar a hablar de “Literatura argentina”. En busca de una respuesta a esa cuestión hay quienes abogan por iniciar esa historia con la década de 1830, pues para ese momento ya tenemos un país con sus símbolos, un sistema de gobierno, reconocimiento internacional y, fundamentalmente, una estética independiente de España. Sin embargo, hay un pasado en el que hubo una producción escrita desde o sobre el territorio que ahora llamamos República Argentina y en cuyas líneas encontramos muchas definiciones del país que se conformaría y de su cultura, incluso el nombre que asumirá, por lo que se vuelve insoslayable aludir a ese cúmulo de escritos denominados en su conjunto como “letras coloniales”, en la que han abrevado fundamentalmente los historiadores. El problema de las exclusiones se acentúa si prestamos atención a que en las tres primeras décadas del siglo XIX, que preceden al romanticismo, hubo una producción escrita bajo la concepción que se tenía de literatura en aquellos tiempos, continuando una tradición que se remontaba al menos un siglo antes. Debemos tener en cuenta que el Virreinato del Río de la Plata era muy joven dentro del trazado político español, pues fue creado por Carlos III el 08 de octubre de 1773, ubicando su capital en Buenos Aires, un puerto poco practicable con un precario fuerte que, junto a su ciudad gemela, Montevideo, en la Banda Oriental del Uruguay, custodiaba el ingreso a la cuenca del Plata. Por lo tanto, la ciudad de Buenos Aires, con el título de capital de virreinato, distaba mucho de sus pares en Perú o México, cuya riqueza les permitía una producción artística y cultural notable en el contexto mundial. Por ello no debe extrañarnos que México haya legado a la literatura universal a una escritora como Sor Juana Inés de la Cruz, cuya obra escrita en América se haya publicado en España y forme parte de la poesía barroca española. Sucede que mientras las poblaciones estuvieron más alejadas de las capitales, la circulación de bienes se reducía, entre ellos los culturales, por lo que también su producción local se volvía muy limitada en cantidad y calidad. El Perú contaba con las riquezas resultantes de las explotaciones mineras del Alto Perú, en especial del Cerro Rico del Potosí, con su Casa de la Moneda; dando vida a toda una zona de influencia, cuya economía se beneficiaba del comercio con metales preciosos en un espacio carente de producción agrícola y ganadera. Por eso, la Gobernación del Tucumán se vio favorecida porque proveía al Potosí de los abundantes bienes que requería, en especial de las mulas para el trabajo de carga en altura. De allí que Salta tuviera acceso a ciertos lujos y bienes culturales como la alfabetización imprescindible para el ejercicio del comercio, tanto entre hombres como mujeres. Resultante de ese movimiento económico es que el Virreinato del Perú pudo contar con la Universidad Mayor, Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca, fundada el 27 de marzo de 1624; en la que estudiaron muchos de los que después serían los artífices de la independencia americana. Un poco anterior, pero también fruto de la tarea educativa de los jesuitas, es la Universidad de Córdoba, fundada el 19 de junio de 1613, en medio de la que por aquel entonces era la Gobernación del Río de la Plata. Las universidades implican bibliotecas, aún de libros prohibidos por las autoridades seculares y eclesiásticas y producciones escritas de diversa índole. Por ello no debe extrañarnos que el primer poeta de estas crueles provincias sea un cordobés, Luis José de Tejeda y Guzmán (1604-1680), con su largo poema El peregrino en Babilonia. También los claustros conventuales fueron lugares de creación literaria, ya que escribían poemas de carácter religioso, homilías y pequeñas piezas teatrales con fines evangelizadores. Recordemos que hasta avanzado el siglo XIX, la lectura y la escritura era un privilegio de pocos, por lo que también había una gran producción oral versificada, resultante de la recreación de obras traídas del mismo modo por los exploradores y conquistadores y que fueron pasando de generación en generación, aún hasta nuestros días y que fueron documentadas por folklorólogos como Augusto Raúl Cortazar o Juan Alfonso Carrizo. Así es que llegamos a las fisuras del vasto dominio español que, en siglo XVIII se vio amenazado en el Río de la Plata por los portugueses, por lo que ya la poesía registró esos acontecimientos, pero eso es motivo de otra conferencia. Sólo adelantaremos que el canónigo santafecino Juan Baltasar Maciel (1727-1788) fue maestro de la generación de los próceres de la revolución y su poesía celebró los triunfos del Virrey Pedro Ceballos contra los portugueses. Este resumen es para mostrar que al llegar al siglo XIX nos encontramos con una práctica oral y escrita de poetizar los acontecimientos; pero que, en las primeras décadas de esa centuria, habrá un matiz particular que irá definiendo las características de una nueva literatura, de allí que varios historiadores ubican el nacimiento de nuestra expresión poética en aquellos años. Durante los primeros años del siglo XIX la actividad cultural era aún incipiente en el Virreinato del Río de la Plata, según lo testimonian las memorias de Mariquita Sánchez de Thompson: Había un pobre teatro, el techo era de paja, unos pobres cómicos y una triste orquesta, y los predicadores gritaban siempre contra él. Un cuete volador cayó sobre el techo y se quemó. Había una plaza de toros en la Plaza de Monserrat, éstas eran las diversiones; en la Plaza del Retiro había unos escaños y unos naranjos. Los domingos iban las gentes a tomar el sol, y una hilera de coches venía por la calle del Perú muy despacio, porque los coches andaban así por la ciudad, tirados por mulas y montados los cocheros; el primer coche de pescante y con caballos fue de Mariquita Thompson, quien lo tuvo como la primera chimenea en su sala. (Mizraje, M. G.; 2013: p.125) Por lo que sabemos, entre otros documentos, que había puestas en escenas de piezas teatrales de diversa índole, de las que nos ha quedado como testimonio de la producción local un entremés anónimo del siglo XVIII, El amor de la estanciera, en el que los protagonistas son gauchos que dialogan en estilo campestre con un portugués que lo hace en un portuñol, similar a lo que mucho después será el paródico cocoliche. En las casas de las familias más acomodadas de la ciudad, era costumbre realizar reuniones sociales en las que se alternaban los recitados poéticos con interpretaciones musicales, son las famosas tertulias que permitían distracciones y la difusión de novedades para romper el tedio de una zona tan periférica en las dilatadas extensiones del reino español. Mientras los señores de la casa se deleitaban con la música compuesta en partituras y ejecutadas por las mujeres de la casa o por músicos más o menos profesionales, recitaban poesías de autor y bailaban danzas de salón; en las cocinas y los establos los peones, sirvientes y esclavos hacían lo propio al ritmo de guitarras, instrumentos de percusión y toscos violines en los que interpretaban música compuesta de oído y recitados improvisados en base a modelos propios de la dinámica de la oralidad. La interacción entre estos dos modos de cultura se produjo a partir de acontecimientos extraordinarios que rompieron la rutina de la vida virreinal: las guerras. La primera fue la inesperada irrupción de tropas inglesas dispuestas a tomar el control del Río de la Plata para anexar el territorio al imperio británico. Nuestra historia las registra como las “Invasiones inglesas” y se convirtieron un antecedente del movimiento independentista, porque la incapacidad de las escasas tropas virreinales y las decisiones del Virrey fueron evaluadas como una insolvencia del gobierno Real de hacerse cargo de estas regiones, mientas que los criollos, mestizos e incluso esclavos mostraron una sorprendente capacidad de respuesta y autogestión para repeler a un enemigo tan temible. Nuevamente acudiremos a las memorias de Mariquita Sánchez de Thompson que atestiguan el momento: Las milicias de Buenos Aires, es preciso confesar que nuestra gente del campo no es linda, es fuerte y robusta pero negra. Las cabezas como un redondel, sucios; unos con chaqueta, otros sin ella; unos sombreritos chiquitos encima de un pañuelo atado a la cabeza. Cada uno de un color, unos amarillos, otros punzó; todos rotos, en cabellos sucios, mal cuidados; todo lo más miserable y más feo. Las armas sucias, imposible dar ahora una idea de estas tropas. Al verlas aquel día tremendo, dije a una persona de mi intimidad: si no se asustan los ingleses de ver esto, no hay esperanza. (Mizraje, M. G.; 2013: p.152) Para todos es historia conocida que esas mal entrazadas y peor armadas tropas virreinales no fueron rival para el organizado, disciplinado y bien pertrechado ejército británico, sin embargo las milicias autoconvocadas derrotaron y expulsaron dos veces al invasor, humillando a esos soldados profesionales. Esas victorias fueron celebradas con festejos en los que la poesía, tanto de tradición letrada como popular, dejó marcado el sello de nuestra literatura tan incipiente como el país que se estaba gestando. Pantaleón Rivarola (1754-1821) nos dejó sus poemas celebratorios como el Romance heroico En el que se hace relación circunstanciada de la gloriosa reconquista de la ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata, verificada el día 12 de agosto de 1806. Por un fiel vasallo del S.M. y amante de la patria, quien le dedica y ofrece a la muy noble y muy leal ciudad, cabildo y regimiento de esta capital. (Canal, Feijó; 1979: p.45) La gloriosa defensa De la ciudad de Buenos Aires, capital del Virreynato del Río de la Plata, verificada del 20 al 5 de julio de 1807. Brevemente delineada en verso suelto con notas: por un fiel vasallo de S.M. y amante de la patria. (Canal Feijoó, B.; 1979: p.55) Un autor que les sonará más conocido fue Vicente López y Planes (1785-1856) que poetizó la gesta con el poema El triunfo argentino Poema Heroico en memoria de la heroica defensa de Buenos Aires, contra el ejército de 12.000 hombres que le atacaron los días 2 a 5 de Julio. Hijo de Apolo, tu sublime acento suspende un tanto, mientras el furor mío, lanzándolo del pecho, a su sosiego torno mi espíritu ahora enardecido. Mi trompa es débil, celestial la tuya, por eso teme el acorrerme Clío; mas el triunfo alto de mi patria amada, al alma inspira ardor desconocido; (…) (Canal Feijoó, B.; 1979: p.101) A esos poemas de autor y de tradición letrada, con sus figuras retóricas neoclásicas, debemos sumarles aquellos anónimos en un formato propio de los recitados más populares, en un lenguaje más llano, sin alusiones mitológicas: A la Reconquista de Buenos Aires ¿Se ganó a Buenos Aires?... Se ganó. Yo no sé si lo crea… y lo vi. ¿Lo piensan los traidores?... Ay de mí. ¿Se alegran los leales?... Por qué no. ¿Y aquel miedo servil?... Ya se acabó. ¿Y en adelante?... Ya no será así. Pues no siempre ha de haber viles marqueses que permitan traficar a los ingleses. (Canal Feijoó, B.; 1979: p.113) Recitado que muy probablemente se haya realizado acompañado de guitarra en las reuniones de peones, criados y esclavos, junto a otras composiciones que se han escapado a los registros letrados y se han perdido para nuestro conocimiento. Así llegamos al otro acontecimiento que rompió el letargo virreinal, el movimiento de Mayo, en el que militares y civiles se aliaron para deponer al Virrey y nombrar en su lugar a una junta provisional de gobierno que se haría cargo del virreinato mientras el Rey Fernando VII se encontraba prisionero de las tropas napoleónicas. Al menos esa era la declaración oficial que figuraba en los documentos mientras que, en las reuniones y en los planes concretos, se daba inicio a un movimiento emancipatorio. Al principio de esta exposición hice alusión a los primeros rastros de la literatura argentina, resultante de escritores improvisados que buscaban dejar testimonio - ya sea en prosa o verso- de los acontecimientos en los que se encontraban como protagonistas y testigos, dejando un acervo documental en el que los historiadores abrevaron para criticar su falta de veracidad, pero que los estudiosos de la literatura valoramos por su capacidad de ficcionalizar los hechos, o sea, de hacer literatura. Esos marineros, soldados, clérigos y aventureros tomaron la pluma y con su dispar formación en las letras ficcionalizaron sus campañas mientras las acometían. De modo análogo, en las primeras décadas del siglo XIX, aquellos hombres que planeaban un nuevo país, mientras organizaban campañas militares, escribían proclamas, leyes y proyectos, también versificaban porque entendían que la literatura no se podía separar de la política; simultáneamente, los hombres y las mujeres que no formaban parte de los proyectos y los gobiernos, pero sí ponían sus cuerpos al servicio de la causa, también componían a su manera los poemas con los que daban a conocer su toma de partido. En 1812, el Primer Triunvirato tomó una decisión más clara en cuanto al proceso iniciado dos años antes y se propuso la creación de símbolos distintivos que diferenciaran a las Provincias Unidas del Río de la Plata de la Metrópoli Española, por ello, entre otras medidas, decretó: “encargue mandar hacer una composición (…) un himno que deben entonar los jóvenes diaria y semanalmente”. A esa convocatoria se presentaron varios poetas y el ganador fue Vicente López y Planes, ya conocido por su poema “El triunfo argentino” y, por entonces capitán del Regimiento de Patricios que en 1827 sería el Presidente provisional de este ingobernable país en ciernes. Para el conocimiento de la gran mayoría de los argentinos, Vicente López y Planes es el poeta, autor de la letra del Himno Nacional Argentino, obra que lo inmortalizó, opacando su tarea de abogado, político, militar y gobernante. Fruto de la convocatoria realizada por el Primer Triunvirato, que ganó Vicente López y Planes, quedaron otros poemas como la “Canción Patriótica” de Esteban de Luca (1786-1824), oficial del Cuerpo de Patricios, fabricante de las armas de las tropas revolucionarias; y otra “Canción Patriótica” de Fray Cayetano Rodríguez (1761-1823), clérigo franciscano, docente universitario y político, representante ante el Congreso de Tucumán, fundador del periódico El oficial del día, que entre sus obras dedicó poemas a Alvear, Belgrano, San Martín y Juan Manuel de Rosas. Durante ese período, el escritor más profesional fue Juan Cruz Varela (1794-1839) que, si bien tuvo actividad política, se destacó como editor y creador de varios periódicos y autor teatral de dos tragedias: Dido (1823) y Argia (1824); cuya poesía se ha conservado completa y se publicó en 1944. El resto de los poetas ejerció la literatura como parte de su actividad política y militar, rasgo que caracterizó a la mayoría de los escritores argentinos hasta el último cuarto del siglo XIX. Además de la convocatoria oficial realizada por el Triunvirato, desde el primer momento del movimiento de Mayo hubo una producción poética de diversa índole que circulaba en volantes y periódicos, pues se iban escribiendo al calor de los acontecimientos y no podían esperar a que formaran parte de empresas más amplias, como libros o poemarios. La mayor parte de esa producción fue rescatada por un proyecto del gobierno de Martín Rodríguez (1821) en el que Bernardino Rivadavia oficiaba de Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Durante su gestión -además de inaugurar nuestra deuda externa- se propuso la edición de una compilación de la poesía escrita desde 1810 hasta 1823, cuya temática refiriera al proceso independentista. La tarea fue financiada por los fondos de la Secretaría de Defensa, pues se entendía que esa literatura era parte de la campaña militar. El libro respondía a una política de Estado, fue ambicioso y no pudo cumplir con la totalidad, pero sí lo hizo ampliamente y se imprimió en París en 1824 con el título de La Lira Argentina, bajo la dirección de Ramón Díaz, editor encargado de la selección, con la intención de que fuera el libro fundante de la literatura argentina, propósito que el texto no cumplió porque se lo arrebataría muchos años después un libro de autor que remedaba la poesía gauchesca, José Hernández (1834-1886) con El Gaucho Martín Fierro (1872). La Lira Argentina no sigue un riguroso orden cronológico ni se ciñe estrictamente el período explicitado en el plan, pues se abre con la “Marcha patriótica” y se cierra con “El Triunfo Argentino”, ambas de Vicente López y Planes que, como ya habíamos expuesto, celebra la victoria sobre los ingleses y, además, incluye la “Oda al Paraná” publicada por Manuel José de Labardén en 1801, pero que fue incluida por el compilador, atendiendo a las referencias que hace a las que serían Las Provincias Unidas del Río de la Plata. La unidad del libro está dada por el período y la temática, sin atender a la calidad de las producciones poéticas que se esperaba subsanar con un libro posterior con mayor unidad que incluiría poemas hasta 1825; la Colección de poesía patrióticas, que quedó inconclusa con unos pocos ejemplares sin índice que tuvieron una escasísima circulación. Atender a estos dos libros cuya temática está dada por las composiciones realizadas como parte de las luchas por la Independencia nos dan una imagen parcial del cultivo de las letras en las primeras décadas del siglo XIX, pues los poetas que escribían sobre esos temas también lo hicieron sobre otros, pero por su falta de circulación en formatos menos perecederos se perdieron. Por ejemplo, el poeta Juan Cruz Varela, a quien habíamos señalado como el más dedicado a la tarea de escritor, compuso poemas de temas menos políticos como versos filosóficos, satíricos, amorosos y eróticos, elogios a Rivadavia, elegías por el destierro, junto a traducciones de Horacio. Así también están los poemas conventuales de monjas y clérigos que mantenían sus prácticas de escrituras sobre temas religiosos. En esta exposición no debemos olvidarnos de la amplia producción no letrada, de tradición oral, a la que aludimos antes, que se realizaba en base a formatos de composición de transmisión entre comunidades de compositores que permiten la producción de poemas personales o dialogados, por lo general en formatos octosilábicos de rima consonante con símiles y metáforas tomadas en su mayoría del ámbito rural y con el empleo de un castellano arcaizante, propio de esas comunidades. Cómo decíamos antes, la mayoría de ellas se perdieron, aunque varias fueron rescatadas un siglo después por los folklorólogos, aunque su modo de composición fue imitada por escritores letrados que nos han dejado registro fundamentalmente de un género rioplatense, los cielitos. Por ejemplo, el poeta Juan Baltazar Maciel, ya registraba en el siglo XVIII los poemas de los compositores rurales, así para celebrar los triunfos contra los portugueses compuso: “Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. Pedro Cevallos”: Aquí me pongo a cantar debajo de aquestas talas, del maior guaina del mundo los triunfos y las gazañas. Del señor Cabezón, que por fuerza es camarada de los guapos Cabezones que nada tienen de mandrias. (Canal Feijoó; 1979. p.41) Bartolomé Hidalgo (1788-1822) nos ha legado varios Cielitos y Diálogos patrióticos, compuestos a la manera de los compositores gauchos, a tal punto que crea un alter ego que se haga cargo de los versos: Cielito patriótico Del Gaucho Ramón Contreras, compuesto en honor del ejército libertador del Alto Perú Si quiere saber Fernando cuál será de Lima el fin, que le escriba cuatro letras al general San Martín. Cielito, cielo que sí, cielito de la ciruela, ya se anda medio sentando D. Joaquín de la Pezuela. Adonde quiera que asoma nuestra patriótica armada, disparan los pezuelistas sin reparar la quebrada. (Becco, H.J.; 1979: p.35) En su misma producción se aclara que Ramón Contreras es un Guardia del Monte que luego mantiene diálogos versificados con Chano, capataz de una estancia en las islas del Tordillo. La Lira Argentina tuvo una función ejemplarizadora en las letras americanas pues otros países realizaron tareas similares de compilaciones, antologías o parnasos literarios sobre la poesía de la independencia. Es interesante ver en esa compilación de poesía que la estética es neoclásica, con amplias referencias a la mitología grecolatina, las formas poéticas y métricas propias de lo que estaba en uso durante el periodo de la ilustración, como vehículo de esas ideas iluministas que alentaban los ideales revolucionarios. Esa forma de expresión neoclásica que señalamos como característica de la poesía del Río de la Plata, la encontramos también en la poesía del ecuatoriano José Joaquín de Olmedo (1780-1847), del venezolano Andrés Bello (1781-1865) y en la prosa del hondureño José Cecilio del Valle (1780-1834). De modo análogo a como Bartolomé Hidalgo remedó las composiciones de los gauchos, en el Perú el poeta mestizo Mariano Melgar (1791-1815), además de versificar al modo neoclásico, compuso yaravíes a la manera de la poesía popular de origen quechua. Según José Antonio Portuondo “El movimiento independentista había esparcido a escritores y guerreros por todo el continente contribuyendo a propagar la unidad ideológica latinoamericana, fundada en la básica identidad de los problemas económicos, políticos y sociales.” (Fernández Moreno, C.; 1872: p.402) Si bien en las prácticas culturales decimonónicas hacer literatura era escribir poesía, avanzado el siglo XX esos márgenes se ampliaron para prestar atención a los que se denominan las “literaturas del yo” que incluye diarios, memorias, autobiografías y cartas en los que se puede acceder a miradas personales sobre los acontecimientos de una época, a partir de la versión de sus protagonistas. El siglo XIX fue prolífico en ese modo de escritura, pues los mismos actores de la revolución se vieron obligados a ejercer su defensa pública a través de la escritura, por lo que quedaron algunos textos completos y otros parciales, algunos publicados en esas primeras décadas o resultantes de ediciones muy posteriores a su momento de producción. Una conferencia aparte podríamos dedicar a la literatura de ideas, publicadas en declaraciones, discursos, proclamas, artículos de opinión e incluso ensayos, lo que nos lleva a la estrecha relación entre periodismo y literatura, pues -como lo señaláramos al principio de esta exposición- los mismos que llevaban a cabo las acciones políticas y militares se expresaban como periodistas y escritores. Sin duda aludiríamos a Fray Francisco de Paula Castañeda, cuyas poesías también están incluidas en La Lira Argentina. Fue un prolífico editor de periódicos que adherían a la causa independentista y quien le dediqué un apartado en mi libro Historia e historieta. El rosismo y el peronismo (2016), porque este clérigo alborotador fue un precursor de la caricatura política en la Argentina. Valga de ejemplo el nombre de un par de sus periódicos “Del desengañador gauchi-político federi-montoner. Chacuaco-oriental, y Puti republicador de todos los hombres de bien que viven y mueren en el siglo XIX de nuestra era cristiana” y “Despertador teofilantrópico dedicado a las matronas argentinas y por medio de ellas a todas las personas de su sexo que pueblas la faz de la tierra y la poblarán en la sucesión de los siglos”. En el libro Horizontes intelectuales en perspectiva comparada he publicado un capítulo dedicado al análisis de un breve ensayo de uno de los protagonistas de esos momentos: “Juan Ignacio de Gorriti. Paradojas y tensiones en sus Reflexiones sobre las causas morales de las convulsiones internas en los estados Americanos”. Análisis del libro que editó en 1826 con una tirada muy limitada en Chile, al que accedí gracias a la recopilación realizada en 1936 por Monseñor Vergara, historiador y primer Director del Museo Histórico del Norte. El ensayo fue escrito en Bolivia por el clérigo durante su exilio debido a las guerras civiles que siguieron a la guerra de Independencia. Un dato muy curioso es que varias de las ideas que expone Gorriti luego reaparecen en El Facundo (1845) de D.F. Sarmiento, aunque el cuyano nunca lo cita entre sus fuentes. Tenemos que recordar que el autor de Civilización o barbarie vivió buena parte de su exilio en Chile (1836-1838 y 1840-1851). El ensayista más notable de la época es el mexicano Fray José Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra (1765-1827) que dejó una amplia producción escrita con los siguientes títulos: Cartas de un americano al español, 1811-13. Historia de la revolución de Nueva España, 2 vols., Londres: 1813. 2a. ed., México: 1922. Apología y relaciones de su vida bajo el título de Memorias, Madrid: 1917. 2ª. ed., México: 1946. Memorias. Un fraile mexicano desterrado en Europa, Madrid: 2006 En el siglo XX el escritor cubano Reinaldo Arenas lo ficcionalizó en su novela El mundo alucinante (1965). No podemos dejar de mencionar al tucumano Bernardo de Monteagudo (1789-1825) con su Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización (1825) y su vida que lo llevó por las campañas libertadoras de Sudamérica, con lo que adquiere una dimensión continental en la literatura de ideas americanas. A propósito de la celebración del Bicentenario, a partir de 2010 se reeditaron varios de esos libros, algunos en colecciones auspiciadas por el gobierno, con estudios para contextualizarlos en su momento de producción, incluso con tiradas considerables para su venta en quioscos y otras en ediciones limitadas. Por ejemplo, el Gobierno de la Nación, a través del Ministerio de Educación publicó libros de muy buena factura para su distribución en las bibliotecas públicas y escolares con algunas reediciones, a través de la colección “La lengua/rescates” de Adriana Hidalgo Editora, que cuenta con estudios preliminares a cargo de especialistas, aunque se aclara que los libros no están dirigido a investigadores sino a un lector general. De ella consulté los “Diarios, cartas y recuerdos” de Mariquita Sánchez de Thompson. La Editorial Del Nuevo Extremo lanzó una colección, la “Biblioteca Nacional de la Identidad”, en la que publicó la Memoria autógrafa de Cornelio Saavedra cuya primera edición es de 1829; Mi vida de Manuel Belgrano; Patriotas de Bernardo de Monteagudo; Un rayo de luz entre dos tormentas de Nicolás Avellaneda; Sobre la misión del Congreso de Mariano Moreno; Apuntes autógrafos de José de San Martín; Educación Popular de Domingo F. Sarmiento y El dogma socialista de Esteban Echeverría. También la revista Viva, suplemento del Diario Clarín, publicó la colección “Textos de ayer para la Argentina de mañana”, en el que se reiteran los títulos que citamos anteriormente o realiza otras selecciones de los mismos autores, como Cartas, anécdotas y testimonios de José de San Martín; Cartas, anécdotas y testimonios de Mariano Moreno o Cartas, anécdotas y testimonios de Domingo F. Sarmiento; que representan una selección de textos breves precedidos de un prólogo una ficha biográfica de los autores próceres. El diario Página 12 también hizo lo propio con su colección “Documentos” auspiciada de OSDE. En ella los autores próceres se repiten, aunque no son las mismas selecciones; por ejemplo, Memorias de Manuel Belgrano incluye sus publicaciones previas al movimiento de Mayo, en las que realiza una serie de propuestas para mejorar la administración colonial. En definitiva, un libro más interesante para los historiadores que para los lectores de literatura. Estas dos últimas colecciones son de ediciones económicas de papel obra de bajo gramaje, de encuadernación pegada y tapas blandas, hechos para su venta en quioscos de revistas junto al diario o la revista que acompañaban. La autodenominada Generación de Mayo, formada por quienes nacieron y se criaron durante el proceso independentista, hizo suyos los ideales revolucionarios, pero con otra estética, la del romanticismo. A ese respecto me parece importante agregar un hecho anecdótico que alcanza un valor simbólico: Esteban Echeverría es el introductor del romanticismo en Hispanoamérica porque fue beneficiado con una beca del gobierno para que pudiera estudiar en Francia. Allí se conoció con los escritores y artistas que estaban cultivando la novísima estérica y los ideales románticos. El joven beneficiado llevó en su equipaje una guitarra y La Lira Argentina, que representan la música popular y su forma de componer y la suma de la literatura argentina de su tiempo, el bagaje cultural que aúna la tradición letrada con la popular. Entre esos escritores románticos es destacable la obra crítica pionera de Juan María Gutiérrez (1809-1878), quien volvió la mirada histórica sobre los precursores de la literatura argentina y escribió ensayos como “La literatura de Mayo” y “Sobre la obra poética y las ideas sociales de Juan Cruz Varela”, considerado por muchos críticos como el poeta más destacable del período. Otro notable escritor de esa generación es Juan Bautista Alberdi que nos legó la primera obra de teatro que ficcionaliza los acontecimientos de Mayo, bajo el título de “La Revolución de Mayo” de 1839, que subtitula “Crónica dramática en cuatro partes, a saber: Primera: La Opresión. Segunda: el 24 o la Conspiración. Tercera: El 25 o la Revolución” y la dedica a los revolucionarios del Río Grande, en adhesión al levantamiento republicano iniciado en Brasil por esa fecha. En nuestras latitudes, la escritora, también romántica, Juana Manuela Gorriti dedicó muchas de sus páginas a la generación que le precedía, pues su familia fue partícipe de la gesta independentista, así ficcionalizó a parientes y próceres, como el caso de Martín Miguel de Güemes y su esposa Carmen Puch a quien retrató como la “mujer ángel”, tan cara al romanticismo. Un caso particular es el de Guadalupe Cuenca que, si bien vivió y escribió durante 1810, no era una escritora, era la joven esposa de un funcionario de la Primera Junta Provisional de Gobierno. Vanesa Greco se encargó de editar y publicar la correspondencia de la viuda de Mariano Moreno, bajo el título Guadalupe Cuenca y Mariano Moreno. El amor en los tiempos de la Revolución, agregando a la literatura de los tiempos de la Independencia un libro epistolar, no previsto en su momento para su publicación, pues se trataba de una escritura íntima pero que para nosotros se vuelven una representación de una época desde los mismos protagonistas. Dado que el tema de la conferencia es la literaria en los tiempos de la revolución y en la exposición he llegado hasta el período correspondiente a la generación siguiente de los escritores románticos, me parece oportuno cerrar acá la exposición. Colegas y estudiantes, atentos a que estaba preparando esta conferencia me consultaron si aludiría a producciones más recientes y me citaron novelas como La revolución es un sueño eterno (1992) de Andrés Rivera o Cielo de tambores (2002) de Ana Gloria Moya, Las batallas secretas de Belgrano (2000) de María Ester de Miguel. Podríamos hacer una larga lista de novelas, poemas y obras teatrales que se han escrito desde el siglo XIX hasta la actualidad sobre el período de la Independencia, en los que aludiríamos a Juana Manuela Gorriti, Olegario Víctor Andrade, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Juan Carlos Dávalos, Leopoldo Marechal, Fernando Figueroa, Elsa Drucaroff, Inés Brandán Valy y muchos otros cuyos nombres se me escapan en este momento, pero ese sería motivo de otras varias conferencias. Bibliografía: AA.VV. (1980), Historia de la literatura argentina. Desde la Colonia hasta el Romanticismo, Buenos Aires, CEAL. Alberdi, Juan Bautista (2010), El Gigante Amapolas y sus formidables enemigos y otros escritos literarios, Buenos Aires, EMECE. Anderson Imbert, Enrique (1962), Historia de la literatura hispanoamericana, México, FCE. Ara, Guillermo (¿1969?), Suma de la Poesía Argentina 1538-1968. Crítica y antología, (2 tomos). Buenos Aires, Guadalupe. Becco, Horacio (Dir.) 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